Puerto Shipu, cerca de Ningbo (China)
Un fino cordel negro envolvía y sujetaba el sencillo envoltorio de papel marrón. Ese método sencillo de envolver paquetes en la zona hacía que aquel tuviera un aspecto como el de cualquier otro, salvo por el hecho de no llevar distintivo alguno. Ni dirección, ni nombre, ni remitente.
El Bibliotecario tomó el paquete de la bolsa y lo guardó en el herrumbroso armario metálico. La puerta de goznes se cerró con un crujido considerable. Él la empujó un poco a fin de asegurarla en su sitio. Volvió a poner en su lugar el sencillo candado igual de oxidado que había retirado hacía unos momentos y lo aseguró dándole unos golpes con el puño cerrado.
Aquel era el duodécimo depósito desde su nombramiento y el Bibliotecario lo hizo con auténtica devoción. Había seguido al pie de la letra el sistema de trabajo indicado por su mentor hacía un año. Se aseguraba de que estaba solo y nadie le seguía, y también recorría una ruta intrincada desde su casa hasta el lugar de lanzamiento. El paquete se presentaba exactamente conforme a las especificaciones, con su formato preciso. No hablaba con nadie de aquella tarea y conservaba su puesto de trabajo.
Respetaba las instrucciones de la carta y nunca se demoraba en el lugar del depósito. El viejo almacén pesquero estaba lejos, oculto entre los árboles que crecían a un lado del puerto. Se aseguró de que el armario estaba bien cerrado y se dirigió hacia la arboleda, donde tomó el camino de regreso a la ciudad.
Había alcanzado una noble meta otro mes más. El corazón del Bibliotecario se henchía de orgullo cada vez que participaba en un proyecto tan antiguo, cuyos detalles jamás llegaría a conocer en su totalidad.