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Washington DC, 11.45 a.m. EST (10.45 a.m. CST)

Mitch jadeaba con cada inspiración. Cada movimiento del pecho acentuaba el dolor causado por la hoja que le perforaba la cavidad abdominal.

—¿A qué se refiere? ¿De qué complot me habla? —Su confusión era auténtica, y también su pánico.

—Estamos al tanto de la trama contra el presidente —repuso Jason con la misma calma y firmeza con que sostenía el cuchillo hundido en la espalda del joven—. Y de sus ambiciones.

Mitch no se volvió a mirarle, se limitó a observar la imagen de Jason reflejada a medias en el panel metálico del cuadro de mandos del ascensor.

—¡No sé nada de ningún complot!

—No me mienta —respondió Jason, moviendo ligeramente el cuchillo—. Le conviene muy poco.

La nueva oleada de dolor hizo que al joven se le saltaran las lágrimas. Su respiración era cada vez más entrecortada.

—No…, no estoy mintiendo.

—También nos hemos enterado de que se ha filtrado una lista de personas involucradas en el complot del vicepresidente —prosiguió Jason, sin inmutarse por las protestas del agonizante—. Y se ha pasado a un grupo que quizá tenga poder para frenarlo.

—¿Por qué…? ¿Por qué iba yo a actuar contra el vicepresidente? —resolló el herido—. ¡Es mi jefe!

—¿Sí…? No lo es, ¿a que no? En realidad, no lo es. Conocemos cuál es su verdadera filiación política, señor Forrester. —El interpelado puso unos ojos como platos al oír semejante acusación. Jason se inclinó hacia delante y le dijo al oído—: Diga lo que diga su carné, usted no trabaja para el vicepresidente, lo sabemos. Sus ambiciones son abrirse camino hasta otra oficina muy diferente. Una de paredes ovaladas.

Mitch no podía negarlo. Le habían pillado. Su desdén hacia el vicepresidente debía de haber sido demasiado transparente y al final alguien había acabado por sospechar la verdad, que desde hacía tres meses estaba trabajando para asegurarse un nombramiento en la plantilla presidencial.

—De algún modo comprendió cuáles eran las intenciones del vicepresidente y filtró los detalles a sus enemigos políticos —continuó Jason.

El daño abrasador hizo que Mitch pensara a toda prisa. Había soltado mentiras y negativas cada vez que tenía ocasión, pero aquel hombre parecía saber la verdad ya. Y le había clavado un cuchillo en la espalda.

—Yo solo descubrí unos nombres —barbotó al final—, pero no conozco los detalles concretos de sus planes, solo las personas involucradas.

Jason enarcó una ceja.

—¿Qué nombres…?

—Gifford, Dales, Marlake… —Inspiró con bastante dolor antes de seguir hablando—. Eran unos pocos. Jamás se los dije a nadie. Preparé una lista en mi ordenador. Quizá un día pueda llegar a ser un documento de lo más motivador. Nadie la ha visto.

Jason sabía que esta última afirmación era falsa, aun cuando Forrester podía alegar en su defensa que él no se la había enseñado a nadie. No motu proprio. No a sabiendas. Por desgracia, como bien sabía Jason, sus adversarios tenían formas de hacerse con la información.

Volvió a centrar su atención en el hombre que tenía delante de él.

—¿Qué más había en ese documento? ¿Qué sabe del plan…?

—Pero ¡qué plan! —chilló Forrester con una sorpresa tan auténtica como su dolor—. Solo empecé a ver un esbozo. Los colaboradores del presidente morían y los partidarios del vicepresidente cobraban mayor preeminencia, pero ¿plan? No lo había.

Jason estudió el reflejo de los ojos de Forrester en la pared del ascensor. Pasó un buen rato antes de que despegara los labios.

—¿Sabe, señor Forrester? Creo que me está diciendo la verdad. Sinceramente, no sabe nada más.

El joven logró soltar un suspiro de alivio en medio de tanto dolor.

—Gracias a Dios. Yo… —Hizo un gesto de dolor, pero continuó—: Yo no he hecho más que servir a mi país.

Jason esbozó una media sonrisa.

—Eso se acabó.

Retiró el cuchillo de la espalda de Mitch con un movimiento suave. Enseguida empezó a borbotar por la herida un chorro de sangre casi negra. Mitch se volvió hacia el hombre para encararse con él mientras este limpiaba la hoja sobre la chaqueta de su víctima y pulsaba el botón para reanudar el ascenso.

Forrester, horrorizado, se llevó ambas manos a la espalda y el rostro se le puso lívido cuando las miró de nuevo y estaban cubiertas con su propia sangre.

—Creía que me había dicho que me dejaría vivir si… cooperaba.

Se apoyó sobre un lateral de la cabina, pues estaba cada vez más débil, y desde allí resbaló hacia el suelo. La pérdida de sangre le sumió en la inconsciencia.

Jason enfundó el cuchillo mientras el campanilleo del ascensor anunciaba la llegada al piso cuarto, cuyo descansillo estaba vacío. Bajó la vista para contemplar al penoso infeliz que tenía ante él.

—Usted más que nadie debería saberlo —repuso con una ancha sonrisa de satisfacción en el semblante—: nunca confíes en un hombre de Washington.

Y salió de la cabina, cuyas puertas se cerraron con suavidad delante del hombre que ya había exhalado el último aliento.