Capítulo 6

Que el pozo se convierta en hueco,

que el hueco no sea otra cosa que un sueño.

Que sólo sea un intento,

que no se explica con ninguna teoría.

Que cuando lo pruebe sea salado,

que cuando lo busque

no lo encuentre,

que sea como al inicio.

Sólo deseo y ferviente.

AÍDA TOLEDO

Tres días más tarde

Hoy no es un lunes cualquiera, por lo menos para Marcos: es su primer día de instituto después de la mudanza. Desde la cocina, oye a su madre:

—¡Marcos, a desayunar ya, que llegas tarde al instituto!

El chico se despereza, cansado. Mira la habitación, aún llena de cajas por abrir.

—Pero mira qué desastre —dice su madre mientras sube la persiana con fuerza—. Levántate, holgazán. ¡Buenos días!

La mujer sonríe, y Marcos salta de la cama. No piensa demasiado en la ropa que va a ponerse: pilla los primeros pantalones vaqueros y camiseta que encuentra y se planta en la cocina, sin siquiera pasar por el baño. En la mesa tiene preparado su desayuno favorito: leche y tostadas con mantequilla y mermelada de arándanos. Pero no hay demasiado tiempo, Marcos toma de un trago la leche y coge una tostada para el camino.

Cuando está a punto de salir por la puerta, su madre lo agarra del brazo y, sin decirle nada, le da un gran abrazo.

—Que pases un buen día, Marcos.

Éste le dedica una sonrisa forzada. Sabe que su madre está haciendo un esfuerzo para que las cosas vuelvan a la normalidad y, aunque se sienta un poco mal, sabe que él también puede hacer que las cosas vayan a mejor.

—Gracias, mamá. Vendré a comer.

Por suerte, el instituto le queda a cinco minutos a paso rápido. Por la calle ve a otros chicos y chicas que van en grupo en la misma dirección. «¿Serán mis futuros compañeros?».

Las puertas del instituto, un lunes a primera hora, parecen un gallinero. Todo el mundo está charlando en pequeños corrillos. Marcos pasa desapercibido, se dirige a la puerta de entrada y busca al conserje. Debe preguntar por su tutor, pues aún no sabe dónde está su clase. El corazón le va a mil por hora. Además, nunca ha sido un chico que destaque por crear simpatía entre los profesores.

Perdido en la recepción del instituto, oye una voz entre todo el tumulto.

—¿Marcos? ¿Eres tú?

—Eh… sí. ¿Y usted es…?

—Tu tutor. Sígueme.

Sin pensarlo, el muchacho se deja guiar por los pasillos. Los estudiantes dejan paso al profesor y se fijan en Marcos. «¡Por favor, lo estoy pasando fatal!», piensa éste mientras se dirigen a su clase.

—Es aquí: segundo piso, aula 3.2. Si tienes cualquier duda, estaré en el despacho de la recepción. Me toca guardia. Creo que ahora tienes clase de matemáticas pero, de todos modos, pide los horarios a tus compañeros. —El tutor lo mira y le sonríe—. Bienvenido, Marcos.

«Perfecto: nada más llegar, clase de mates», piensa el chico.

—¿Dónde me siento?

—Donde encuentres sitio. Esto no es el parvulario.

—Entiendo —responde el muchacho en voz baja.

La clase esta medio vacía. Lo primero que hace es buscar un buen sitio para no destacar, así que se dirige hacia la última fila. Junto a la ventana encuentra un lugar que le parece perfecto. Se sienta, desganado y soñoliento aún.

«Ahora sólo toca esperar que no me coma nadie».

De pronto suena un timbre estridente y, a continuación, una mujer vieja con gafas doradas en la punta de la nariz, vestida con un traje de chaqueta marrón oscuro, se sitúa delante de la pizarra.

«¡Qué miedo! Parece salida de una película de nazis, con esa falda verde militar y una camisa verde pistacho… Sólo le falta la boina de sargento», piensa Marcos.

Detrás de la profe de mates aparecen, como si de una procesión se tratara, todos los chicos y chicas.

—Separaos —ordena la profesora, seria—. Hoy, examen sorpresa.

—¿Qué? —exclama Marcos, como la mayoría de sus nuevos compañeros.

—¡Silencio! Coged hojas blancas.

«Estupendo —piensa el nuevo—. Éste es el principio de un gran día».

Más tarde, a la salida del instituto

Las Princess hacen su reunión habitual al salir de clase. Para ellas es uno de los mejores momentos del día, y hoy tienen mucho que comentar. El fin de semana ha sido muy intenso para Ana.

—¿Y lo besaste? —dice Silvia, sorprendida.

—Sí, pero no sabía lo que hacía. Iba un poco piripi.

—¿Piripi? —se burla Estela, sonriendo—. Chica, me parece que sabías muy bien lo que hacías.

Todas las Princess rompen en carcajadas cuando Estela se pone a imitar los andares de Ana.

Silvia sigue sorprendida y con ganas de saber más. ¡Su hermano David con una de sus mejores amigas!

—Lo peor fueron mis padres —dice Ana, con la vista fija en el suelo—. Ayer me tocó limpiar los cristales de toda la casa como parte del castigo por haber llegado tan tarde… ¡y en ese estado! ¡Tengo los hombros doloridos! —se queja.

—Pues no os cuento la bronca que me echó su madre —interrumpe Estela—. Y su padre ¡apareció con unos pantalones de pijama de flores y una bata manta de esas que salen en la tele! ¡Os juro que me costó lo suyo aguantarme la risa!

Todas se vuelven a reír.

—¡Cómo eres, Estela! —exclama Ana, y luego añade, con dulzura—: Gracias por llevarme a casa. Eres una gran amiga.

Estela se acerca a Ana y le da un pequeño abrazo cómplice.

—No hay de qué, princesa, pero la próxima vez me marcharé antes de que salga tu padre, ¿vale? —ríe.

—Por cierto, ¿sabéis con quién he quedado formalmente este viernes? —salta Bea con algo de retintín—. ¡Con Sergio!

Sus amigas sueltan un gritito de emoción.

—Me alegro por ti, Bea, de verdad —dice Ana, contenta.

De pronto, Silvia mira el reloj. Llega tarde a comer a casa. No le gusta ser impuntual, así que se levanta dispuesta a marcharse.

—Ana, llámame después. ¡Quiero que me lo cuentes todo! —Su amiga asiente—. ¡Hasta mañana, chicas!

A decir verdad, Silvia se marcha sintiéndose algo rara, aunque la noticia del acercamiento de Ana y David no la haya sorprendido del todo. Además, conociendo a Ana, seguro que la llamará y la pondrá al día de todo. Puede ser divertido. Piensa: «No hablo mucho de amores con David, y ya era hora de que sentara un poco la cabeza. ¡Hace tiempo que sólo piensa en los estudios!». Pero la noticia de la cita de Bea con Sergio sí la ha dejado algo tocada. «¿Siento celos de una de mis mejores amigas? ¡No puede ser!».

Estela, Bea y Ana deciden ir andando hasta el parque, despacio, para poder hablar. Allí, cada una cogerá un camino distinto. A Ana se la nota más contenta de lo habitual. La delatan una pequeña sonrisa y unas mejillas más sonrosadas.

Estela, por otro lado, está algo inquieta: esta misma tarde tiene clase de interpretación con su amado profesor Leo, y no se ha aprendido una poesía. Anda algo distraída y, sin querer, le pasa un chico por el lado y le da un golpe con la mochila. Es Marcos, quien, a paso ligero, huye de esa cueva de hormonas llamada instituto.

—Oye, ¡vigila por dónde vas! —le grita Estela, sin cortarse un pelo.

Se miran un momento, directamente a los ojos. Estela nunca había visto a ese chico. «¡Es guapo! ¿Quién será?».

—Perdona, ¡no se puede ir con prisa! —se excusa Marcos, y desaparece tan rápido como puede.

—¿Habéis visto a ése? —pregunta Estela al resto de las Princess.

—Es ese chico nuevo del que nos hablaron, Estela, no te emociones. Dicen que es muy callado y tímido, así que no te hagas ilusiones —la informa Bea en tono directo y algo burlón—. ¡Chica, te fijas en todos!

—Los chicos son como las patatas fritas —sonríe Estela—. ¡No puedes comerte sólo una!

Sus amigas ríen; ya la conocen. Mientras, Estela piensa que, aunque Marcos lleve un pelo que no le queda nada mal y que parece interesante, en realidad ese chico tampoco es tan guapo como su profesor de teatro. «¡Leo, Leo, Leo, mi maravilloso Leo…! Este chico no te llega ni a la suela del zapato».

—Oídme, chicas —interrumpe Ana—. Ahora que no está Silvia… ¿Os parece bien si le envío un SMS a David? ¡Me muero de ganas de quedar con él! Y, bueno…, de disculparme y… ¡verlo un rato si él quisiera! Pero llevo todo el día pensando en qué puedo decirle, y ¡no se me ocurre nada! ¿Alguien tiene alguna idea?

En ese mismo instante, a la salida de la facultad

David está comentando con Nacho lo sucedido en el Club el sábado por la noche.

—¡Tío, eres un fiera! Me despisto un momento, y te lías con las bebés de instituto.

—No te pases, Nacho. Ya te he dicho que me besó ella. Una de sus amigas vino y se la llevó a casa. Yo no sabía qué hacer. Además, ¡es amiga de mi hermana!

Se oye un pitido en el bolsillo de su pantalón. ¡Ana le ha enviado un mensaje! Concentrado, se dispone a abrirlo cuando, por detrás y por sorpresa, Nerea lo aborda en un ataque de alegría descontrolada. David la sube a caballito y dan un par de vueltas riéndose. El móvil sale despedido y cae al suelo. David baja a Nerea y le da un beso en la mejilla.

—¡Estás loca! —le dice, mientras busca el viejo móvil con la mirada.

Cuando lo recoge, ve que el mensaje de Ana se ha borrado. No le da mucha importancia. «Seguro que era un mensaje de disculpa, el típico que dice que estaba tan borracha que no sabía lo que hacía, y que nada de lo que dijo es verdad —piensa—. O a lo mejor no… ¡A lo mejor no se arrepiente de nada!». David está indeciso. Al final, decide que, si ella quiere algo, que llame. Después de lo sucedido, se muere de vergüenza. «¡Si se entera mi hermana, me mata!», piensa.

Minutos más tarde, en el parque

—¿Vosotras creéis que lo ha recibido ya?

—Hija, no seas impaciente. Díselo tú, Estela.

—«Hija, no seas impaciente» —repite Estela, bromeando.

Bea se acerca a Ana, quien mira inquieta el móvil.

—Ya sabes que después de lo que ha pasado, si le envías un mensaje, debes tener paciencia. Pero seguro que te responderá.

—¡Todos los chicos lo hacen! —añade Estela sonriendo.

Ana no dice nada. «Ojalá me diga que sí».

En ese mismo instante, en el bar Milano

David está en la barra, esperando turno para pedir unos refrescos mientras mira el móvil; está esperando otro mensaje de Ana. Qué mala suerte. ¿Cómo se habrá borrado?

En la mesa, Nacho le habla rápido a Nerea. Antes de que David se siente con ellos, debe contarle todo lo que sabe, pues a Nerea le gusta David, y Nacho es su cómplice.

—¿David te ha dicho que Ana lo besó? ¡Pero si yo no vi nada! Además, no me lo dijo.

—Seguro que le dio corte. Ya conoces a David. Es un poco reservado con estas cosas. Seguro que fue la situación del momento.

—Debemos hacer algo —le susurra a Nacho.

—¿El qué?

—No lo sé. David está a punto de llegar. ¡No le cuentes que me lo has dicho!

—¿Estás loca?

—¡Que viene! Disimula…

Nerea le guiña el ojo a Nacho. David llega con un par de refrescos. Se vuelve hacia la barra para coger el último y una bolsa de patatas. La chica aprovecha su ausencia.

—Esa niñata se va a enterar. Si se acerca a David, nos veremos las caras, ya te digo. ¡Qué se ha creído!

—¿De qué habláis? —dice David acercándose a la mesa y mirándolos con curiosidad.

Nacho le cubre las espaldas a su amiga.

—Nada, el profesor de química de Nerea, que está como una cabra.

David no tiene ni idea, pero ni idea, de lo caro que le va a costar ese beso.