Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
[…] tu mismo olor, y tu manera
de sonreír.
ÁNGEL GONZÁLEZ
En el Club
Ana y Estela, sentadas a la barra, no pueden parar de mirar a David y a sus amigos. Bueno, la verdad es que están más centradas en esa misteriosa chica que no deja de mariposear cerca de David. Desde que se lo ha llevado a la pista de baile, no lo ha dejado solo ni un segundo.
—Que no tengo nada que hacer, Estela, que seguro que esa chica está enrollada con David —se lamenta Ana.
—Pero bueno, ¿es que vas a tirar la toalla antes de presentar la batalla? Ni hablar. Lo que necesitas es una cerveza que te suba el ánimo, ya verás… ¡Otra cerveza, Pedro, que mi amiga se nos duerme!
—¡Marchando dos cervezas para las chicas más guapas del local! —exclama el camarero, y le guiña el ojo a Estela.
—Estela, que sabes que el alcohol me sienta fatal.
—Hija, no seas muermo. Que por un par de birras no te va a pasar nada. Bebe y piensa en cómo vamos a poner celoso a David.
Estela tiene un plan. Lo primero es conseguir que su amiga Ana se relaje lo suficiente como para convencerla de ir a la pista a bailar; cuando David la vea moverse, el resto será pan comido. Ana no es consciente de que tiene un cuerpo de escándalo. El Club está lleno de moscones, y seguro que alguno acudirá a buscar «temita».
Cuando las chicas se han terminado las cervezas, el simpático camarero les planta un par de chupitos encima de la barra.
—Invita la casa.
—Uy, no, no, no. Yo paso —dice Ana.
—Como quieras —responde el camarero—. Pero es licor de melocotón. Un digestivo. No te puede sentar mal.
—Cierto —le secunda Estela.
Ana suspira, los mira a los dos y dice:
—Está bien. Voy. —Y se traga el chupito de un sorbo—. ¿Vamos a bailar, Estela?
—¡Yuju! —grita su amiga—. ¡Allá vamos!
—¡A pasarlo bien, chicas! —les grita el camarero.
Al principio, el plan de Estela parece funcionar a las mil maravillas. Ana empieza a estar más desinhibida y a reírse, salta a la pista y no deja de bailar. Estela, que baila junto a su amiga, la observa admirada: Ana no es consciente de lo bien que se mueve y de cuántas miradas atrae. Sí; entre ellas, la de David. Estela se fija en él, y se da cuenta de que el chico, aunque intente disimular, no para de mirar a su amiga.
También se cumple la predicción relativa a los moscones: tienen varios a su alrededor. Ana sigue bailando, sin ser consciente de la atención que ha generado entre los chicos. Uno de ellos le toma la mano para bailar. Ana le sonríe. «¡Bien por Ana!», piensa Estela antes de dirigirse a los servicios.
—¡Te dejo sola, princesa. Pórtate bien, que voy al baño! —le grita Estela al oído.
Ana asiente con la cabeza sin dejar de bailar, mira al chico que está frente a ella y se acuerda de las palabras de Estela: «Dale celos a David». Así que baila con el chico, continúa sonriéndole, y deja que se acerque cada vez más a ella, hasta el punto de que se cogen de la cintura.
Parece que todo va bien hasta que Ana empieza a marearse. Entre el calor, el baile y el chupito tiene la sensación de que va a caer en cualquier momento. Entonces se para y respira un poco.
—¿Estás bien? —le pregunta el chico.
—Sí, sí… ¡Me he mareado un poco con tanta vuelta! —se ríe ella.
—¿Quieres que salgamos un rato para que te dé el aire? —pregunta él.
—Vale, sí, me sentará bien, gracias.
Ana no es nada consciente de que el plan de Estela está funcionando a la perfección. Al otro lado de la pista, David observa como su querida Ana se marcha con un desconocido. «Y van agarrados de la mano… ¿Quién será este tipo?», se pregunta intranquilo.
Unos minutos más tarde, fuera del Club
Ana está sentada en la acera, entre el Club y la churrería. Inspira y espira hondo. El chico que la ha acompañado la tiene abrazada, y su cara está apoyada en la de Ana. «Si se volviera un poco, podría besarla», piensa, pero no quiere esperar a que ella se decida, así que le coge la cabeza, gira la cara de Ana hacia él y la besa directamente. La Princess se deja besar. Está tan mareada, y tiene tantas ganas de que David la bese, que se deja besar por un desconocido para sentir que la besa el propio David.
—Eh, tú, ¿se puede saber qué haces? —suena una voz a lo lejos. A Ana le cuesta abrir los ojos—. Déjala en paz.
—¿Y tú quién eres, su ángel de la guarda? —responde el chico que acaba de besarla.
—Tu peor pesadilla, como no te largues de aquí —responde la voz.
El chico que acaba de besar a Ana se mide con su adversario: el muchacho que lo reta parece más fuerte que él. Además, uno de sus amigos anda cubriéndole las espaldas, así que lo mejor es que no se enfrenten.
—Vale, vale; tranquilo, Terminator… Pero si es tu novia, átala más en corto —le suelta, antes de salir huyendo.
—¡Capullo! —grita el otro.
Ana sigue mareada. Tiene la cabeza apoyada en la pared de la churrería.
—Ana, ¿estás bien? —murmura la voz en un tono más suave y preocupado.
La chica nota una mano que le roza la mejilla. Eso consigue que abra los ojos. Y entonces se da cuenta de que su salvador es… ¡David!
—Estás borracha.
Ana lo mira, pero no responde.
—Vamos, que te llevo a casa.
Ana balbucea.
—Estás tan borracha que no puedes ni hablar —dice el chico.
Ana se avergüenza. Pero, a la vez, se alegra. Se siente como una princesa rescatada por su príncipe. En ese instante aparece Nerea, la chica con quien David estaba bailando dentro del Club.
—David, ¡estás aquí! Te he estado busc… —Se interrumpe al ver a Ana abrazada al chico—. ¿Qué haces?
—Nada, es la amiga de mi hermana, que la ha pillado gorda. Voy a llevarla a casa.
—Hay que ver con las niñatas —comenta Nerea—. No saben ni beber.
—¡YO NO SOY UNA NIÑATA! —grita Ana a modo de respuesta, pero Nerea ya ha vuelto a entrar en el Club. Entonces, Ana se dirige a David—: Yo no soy una niñata…
—Ya lo creo que lo eres —le contesta el chico—. Mírate.
—No soy una niñata —repite Ana—. Ya verás…
Y, al decir eso, se abalanza sobre él y lo besa. La iniciativa coge a David por sorpresa, pero luego le devuelve el beso a Ana y, por último, se zafa de ella.
—Estás borracha —le dice, con un tono muy tierno.
—Estoy borracha, y creo que me gustas —responde Ana. Y, al decir eso, vuelve a inclinarse hacia el chico, para volver a besarlo.
—Para, Ana.
—No, para tú —contesta ella—. Para tú. Déjame.
—Te voy a llevar a casa.
—Ya sé llegar yo sola, gracias. —Ana vocaliza fatal.
—En el estado en el que estás, lo dudo.
—Deja de decirme lo que puedo o no puedo hacer. ¡Deja de decirme que estoy borracha! —se exalta Ana.
La gente que se apelotona a la entrada del local se vuelve hacia ellos. David mira a su alrededor.
—¿Qué pasa?, ¿te avergüenzo? ¡Que te den! ¡Que te den, David, que te den! ¡Déjame! ¡Que me dejes, te digo! —Ana intenta largarse, pero David la sujeta fuerte del brazo. Ana solloza—. Déjame, déjame…
David la abraza con delicadeza y, antes de darse cuenta de lo que está haciendo, la chica se separa violentamente de él y vomita.
—No se hable más: es hora de que alguien te lleve a casa —sentencia Estela, que al salir del local en busca de Ana había permanecido a una distancia prudencial de la pareja, observando discretamente la escena, antes de decidirse a intervenir—. Nos vamos a casa andando, a ver si se te baja la borrachera un poco. Conociendo a tus padres, seguro que te esperan en casa con el alcoholímetro —bromea.
David se aleja sin despedirse de Ana.