Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
decidme: ¿en qué me detengo?
O vos, ¿en qué os detenéis?
SANTA TERESA DE JESÚS
Momentos después, en casa de Marcos
Marcos ha estado espectacular. Cuando ha besado a Estela, no ha dejado a nadie indiferente. Así es él: sorprendente, provocador y mágico. A su madre casi le da un ataque cuando el chico se ha enfrentado al jurado respondiendo a sus preguntas. Ella sabe cómo es su hijo; no se amedrenta ante nada. Después del beso, la señora Soler se ha puesto a llorar a moco tendido. Y, sin embargo, no ha perdido la sonrisa. El apasionado beso de Marcos le ha recordado al primer beso que le robó su marido. Es un recuerdo bonito y a la vez doloroso. Si el padre del chico estuviera allí, seguro que estaría orgulloso de él.
A la misma hora, en el bar
En el Piccolino la gente no hace más que adular a Marcos. Se oyen comentarios del tipo: «¡Es el tío con más morro que conozco!» y «¡Con lo calladito que parecía en clase!». Las Princess se miran con complicidad. Lo del beso les ha cogido por sorpresa, pero ya se veía venir que esos dos iban acabar así.
Mientras, en el plató
Ahora sólo falta la temible decisión del jurado. Durante los cinco interminables y eternos minutos de publicidad han reunido a los artistas en una sala contigua al plató. Todos coinciden en que los miembros del jurado son unos petulantes maleducados sin criterio. Aplauden la actuación de Princesa Atreyu y se felicitan entre ellos. Estela es la que está más callada. Antes de empezar deseaba que Marcos volviera a besarla y ¡lo ha hecho en directo! ¡Es la cosa más romántica que le ha pasado nunca! Pensaba que era imposible superar a Leo, pero no es así. Eso ocurre casi siempre: cuando te enamoras locamente de alguien, crees que no volverás a amar y que jamás encontrarás a ninguna persona tan guapa, cariñosa y romántica… Y, cuando la encuentras, resulta que ¡es mejor! Ésa es la gracia de enamorarse. Para Estela, ese beso ha sido como una poción mágica que la ayuda a olvidarse de Leo de una vez por todas. Qué payaso. Un tipo egocéntrico y aprovechado que abusa del influjo que ejerce en sus alumnas para ligárselas. Lamentable.
Mamen aparece con su asistente y se dirige a los concursantes.
—¡Chicos, escuchad! Entramos en treinta segundos, y sólo tenemos un minuto y medio para anunciar al ganador. Estad atentos que salimos ¡ya! ¡Ah! Y tú, el de la «magia». —Mamen señala a Marcos—: si la vuelves a liar te las verás conmigo… —Mamen parece enojada y, por el tono de voz, es una advertencia seria, pero el chico le sonríe. El asistente de producción también lo mira amenazante. Marcos no es ningún animal televisivo, es de la raza de la calle, y eso no les gusta en absoluto. En la tele lo tienen todo muy medido y calculado, y si algo se escapa de la pauta y sale fuera de lo normal se ponen muy nerviosos.
—¡Atentos! Estamos en el aire en tres, dos… ¡uno! —A través del megáfono, una voz da la señal para que todo el mundo esté preparado.
El presentador está en el centro del plató, y una maquilladora da los últimos retoques al rostro de éste, que permanece estático, dejándose hacer. Cuando la maquilladora se retira, parece que el hombre vuelva a la vida y sonríe a la cámara.
—Ya estamos con ustedes otra vez. ¡La espera ha valido la pena! El ganador de «¡TU SINTONÍA!», pondrá la música a nuestro programa y pasará directamente a la final. ¿Quién creen que será el ganador? ¡En breve lo sabremos! Pero primero, por favor, ¡un fuerte aplauso para nuestros PROTAGONISTAS! ¡SUPERBEAT LÓPEZ! ¡CAR MACHACÓN! ¡MADAME SOUND! Y… ¡PRINCESA ATREYU!
Los artistas salen a la carrera, saludando al público y colocándose en fila.
—Señores y señora del jurado… ¿Cuál es su veredicto?
La chica se levanta con un sobre en la mano.
—El jurado de «¡TU SINTONÍA!», ha decidido que el artista con más estilo y, por tanto, el autor de la que será la sintonía de nuestro programa es… —La chica abre el sobre con lentitud. Éste es el momento interminable en que cada concursante intenta avanzarse en el tiempo y oír su nombre—… ¡SUUUPERBEAT LÓPEZ!
El público aplaude. Una azafata se acerca al ganador, le ofrece un ramo de flores y lo dirige al centro del escenario, donde el presentador le hace entrega de un pequeño trofeo. Mientras, los créditos aparecen en pantalla a la velocidad del rayo. El presentador sale en primer plano de pantalla.
—Esperemos que hayan disfrutado del programa. Nos vemos la semana que viene a la misma hora. ¡No me fallen! Los dejamos con la nueva careta musical de este gran artista: ¡SuperBeat López! ¡Buenas noches!
Suena la canción elegida. La cámara se aleja del presentador, muestra al resto de artistas felicitando al ganador, y enfoca la grada llena de público que aplaude.
En ese mismo instante, en el bar Piccolino
Como si del final de un partido importante se tratara, la gente se levanta, recoge las cosas y paga las consumiciones. La fiesta toca también a su fin. El resultado del concurso no los ha desanimado. Para ellos, los ganadores son Marcos y Estela, por su canción, porque han dado más espectáculo que los otros y, sobre todo, porque son sus amigos. Pero reconocen que todos los participantes eran buenos y que el ganador también merecía el premio.
—Pues qué pena, la verdad… —comenta Ana, desperezándose.
—No pasa nada… ¡Lo han hecho muy bien! —afirma Silvia.
—Ya, pero ¡me habría gustado tanto que ganasen…! —se lamenta su amiga mientras se pone la chaqueta.
—¿Y a quién no? Todo no puede ser —dice Bea.
—¿El qué no puede ser? —le pregunta Ana.
—Estela y Marcos han ganado en el amor…, ¿o no? —Bea sonríe y deja sin palabras a Ana. La chica tiene toda la razón.
El bar se va despejando poco a poco. Son casi las diez, y muchos de sus compañeros aún tienen que estudiar para mañana. Todos se despiden efusivamente y con alegría. ¡Esta fiesta se va a recordar durante años! Los padres de Bea también se retiran.
—¡Nos vemos en casa, hija! —exclama el padre—. ¡ES MI HIJA!
La homenajeada se pone la mano en la frente pero en realidad ya no le da tanta vergüenza. Su padre está muy chistoso. La madre de Bea agarra a su marido de la solapa de la chaqueta de manera muy cómica para hacerlo callar. Las Princess ríen.
—Tu padre es demasiado —sonríe Ana.
—Y que lo digas… Pero le quiero un montón —responde Bea.
El dueño del bar sigue cobrando las bebidas pendientes. Abatido y cansado, Sergio espera su turno. La fiesta y todo lo sucedido, la pierna y las muletas lo han dejado K. O. Ana lo observa, y se da cuenta de que el chico, que se ha quedado el último en la barra, no está bien.
—Oye, Bea —murmura la chica—, ¿por qué no vas a hablar con Sergio? Lo veo un poco solo, y sigue siendo tu novio.
—No sé, Ana; me da pereza —responde su amiga. De repente, también se siente cansada.
—Recuerda que él tuvo la idea de organizar esta fiesta… Y está aquí. ¿No crees que se lo merece? —Ana quiere que su amiga reflexione y recapacite.
—Tienes razón. Haré un esfuerzo, pero… ¡qué palo! —Bea resopla y recoge sus regalos.
Silvia, presente en la conversación de sus amigas, se despide tan rápidamente como puede. Quiere evitar a toda costa cualquier situación embarazosa.
—Bueno, yo me voy pitando… Mis padres me esperan para cenar y ¡ya sabéis cómo se pone mi madre si llego tarde! ¡Un beso! —Levanta la mano para despedirse. No tiene valor de acercarse a Bea.
—¿Mamá nos espera para cenar? —la detiene la voz de David, a quien sorprende el comentario de su hermana. Le parece raro que su madre los haya citado para cenar, cuando los domingos siempre hay pizza y película, y cada cual hace lo que le place.
—Me lo ha dicho mamá antes de saaaaaaaliiiiirrrrr. —Silvia mira a su hermano con los ojos muy abiertos y arqueando las cejas. Su frase y sus gestos tienen la intención de decirle, en un doble mensaje: «David, me quiero ir y rápido… No me lo hagas más difícil».
David entiende a su hermana a la perfección y decide echarle un cable.
—Ahhh, sí; no me acordaba… Dile a mamá que iré un poco más tarde, ¿de acuerdo?
Silvia se retira. Ni mira a Sergio cuando pasa junto a él. No quiere que nadie perciba nada, ni que entiendan lo que no es. Sergio también hace como que no la ve. No quiere estar ahí; pagará y se marchará.
El chico abona su consumición y, despacio, se dirige a coger un taxi. Bea, que ha ido al baño antes de enfrentarse a la situación, ve que su aún novio no está y le da un vuelco el corazón. Oye una voz muy fuerte dentro de ella que le apremia: «Es ahora o nunca. ¡Hazlo!». La chica sale corriendo del bar y busca al chico. Sergio está cruzando la calle.
—¡Sergio, espera! —La chica corre hasta él. Sergio se vuelve con lentitud—. Te quiero dar las gracias… —dice la chica resoplando—. Ana me ha dicho que has organizado la fiesta.
—Sí, bueno… Felicidades —contesta él.
—Gracias…
—De nada —responde.
Ambos callan, y los envuelve un silencio incómodo.
—Oye…, ¿tienes un minuto? —En realidad, la frase de la chica significa: «Tenemos que hablar», pero planteado como una pregunta suena menos contundente.
Sergio la sigue hasta un banco de piedra frío como el hielo. Se sientan. Bea deja sus regalos a un lado. Está visiblemente nerviosa.
—Dime —comienza él.
—Ya lo sabes, Sergio…
—Ya —responde él con los ojos perdidos en el horizonte.
—Lo siento.
—Sí. —A Sergio se le dan mal este tipo de situaciones.
—Sí ¿qué? —pregunta Bea sin entenderlo.
—Lo nuestro. Porque estamos hablando de eso, ¿no?
A Bea le sorprende que el chico haya sido tan directo y contesta muy seca:
—Sí.
El silencio aparece de nuevo. Sergio mira a la que hasta entonces era su chica. Bea se muerde el labio, como si no supiera cómo seguir la conversación, cómo expresarse.
—¿En qué estás pensando? —pregunta.
La chica le mira y deja salir un hondo suspiro.
—Te voy a ser sincera, Sergio. Me gustas mucho, pero creo que lo nuestro no funciona. —Bea ha sido valiente y honesta, ha enseñado sus cartas y descubierto su corazón.
—¿Y eso quiere decir…? —insiste él, a quien ha dolido la verdad, si bien piensa que la chica tiene razón, e incluso está de acuerdo con ella.
—Que tengo dudas. —Un silencio largo inunda el espacio. El banco donde están sentados parece más frío que antes. Los árboles se convierten en esqueletos y los edificios en puro cemento solitario—. Creo que deberíamos dejarlo.
Sergio sigue en silencio.
En ese mismo instante
El taxi ha dejado a Marcos y Estela en el portal de casa de la chica. Han estado callados durante todo el viaje. Apenas se han dirigido la palabra después de la actuación. Estela está cansada y un poco ansiosa. No sabe muy bien cómo reaccionar. No sabe si Marcos la ha besado sólo para quedarse con el jurado y montar el espectáculo en la tele, o porque la ama de verdad.
Por otro lado, el chico también está algo aturdido por la experiencia. A cada instante que pasa tiene la sensación de que ha obrado mal. Que podría haberlo hecho de otra manera. Durante el trayecto ha repasado mentalmente la actuación por lo menos tres veces. Y cada vez, después de la canción, piensa en las posibles respuestas con las que podría haber sorprendido al jurado.
—Bueno, por fin llegamos… —comenta Estela, con un pie en el portal.
—Sí… —responde Marcos, sin saber qué decir.
—¿No quieres que el taxi te acompañe a casa?
—No, es igual, iré andando. Estela, yo…
—No digas nada. —La chica pone el dedo índice en los labios de su amigo—. No hace falta. Has estado muy bien. Me ha gustado mucho lo que has hecho…, pero la próxima vez me avisas, ¿vale? —Estela está muy cansada, y no quiere broncas. No quiere que Marcos le diga que se arrepiente, que eche a perder el recuerdo de ese beso que, para ella, ha sido inolvidable.
—Estaba pensando en lo mismo… Pero te he visto tan guapa… y los ensayos han sido tan potentes… y… —Marcos no acaba la frase, Estela lo acalla con un beso interminable. Por fin, el momento tierno que ambos tanto deseaban. Sus labios encajan con suavidad. Una brisa tibia les acaricia la cara, y Estela enreda su mano en el pelo del chico. No podemos saber cuánto tiempo dura su primer beso de verdad. Los primeros besos no están sujetos a la temporalidad porque son eternos.
Después de la eternidad, la pareja se sonríe y se funde en un abrazo tierno y cálido. Estela siente como su corazón se expande, y Marcos no se puede creer todo lo que siente junto a ella. Él no se había enamorado nunca. Siente que un cosquilleo le invade desde la punta de los pies hasta la cabeza, como si mil hormigas le recorrieran todo el cuerpo. Se le eriza la piel.
—Me gustas mucho —confiesa, hundiendo la cara en el pecho de la chica.
Como respuesta, ella lo abraza con más fuerza.
—¿Quieres salir conmigo?
Estela aguanta un par de segundos en silencio. Sólo ha oído esta pregunta en las series de la tele, y le parece absurda. Marcos siente cómo el cuerpo de la chica vibra un poco.
—¿Qué pasa? —pregunta, confuso.
Estela no puede aguantar la risa. La mezcla de nervios y lo ridícula que encuentra la frase, aunque le haya encantado oírla, consiguen hacerla reír.
—¿Eh? Nada, nada… Es que… —La chica suelta una pequeña carcajada e intenta evitarla tapándose la boca con la mano—. Perdona, Marcos, no eres tú… Es que… —Estela no puede contener la risa, y estalla en carcajadas.
Marcos la mira, inseguro. Se siente frágil. Estela ya no puede parar de reír. Le ha dado la risa tonta; sí, sufre un ataque de risa y, aunque lo intente, es incapaz de dejar de carcajearse.
—¿Qué? —suelta el chico a la defensiva, deshaciendo el bonito abrazo que compartían.
—Ven aquí, tonto. —Estela se le echa encima llenándolo de besos—. ¡Claro que quiero salir contigo! Sólo que me ha parecido gracioso que me lo preguntaras así, ¡como si fuéramos los protagonistas de una serie de la tele!
—Ya… Soy un patán… —murmura el chico, avergonzado.
—No —le corrige ella—. Eres adorable.
La pareja se mira y, de pronto, empieza a reírse por lo cursi del momento. Para decirse que se gustan y que quieren un compromiso mayor, han recurrido al saber popular de la ficción, sobre todo el de las comedias románticas estadounidenses, en las que sale el típico adolescente indeciso que, finalmente, se arma de valor, se planta frente a la chica que le gusta y le dice: «¿Quieres salir conmigo?». La chica calla durante unos segundos y le hace sufrir hasta que, al fin, consiente. Pero por suerte, el amor es más rico y, por desgracia, también más complejo, y por eso la vida no es como en las películas. Estela y Marcos, que lo saben, se ríen sanamente de ellos mismos.
Poco después
Bea no puede evitar que las lágrimas le recorran las mejillas. Las despedidas siempre son difíciles. A Sergio también le duele.
—¿Por qué lloras? —le pregunta él—. Eres tú quien quiere dejarlo…
—Y tú también quieres dejarlo —responde Bea con voz temblorosa.
—Ya… Por eso. Entonces ¿por qué lloras? Si los dos creemos que es lo mejor para nosotros, en lugar de llorar ¡deberíamos hacer una fiesta! —dice el chico, intentando quitarle dramatismo.
—Sergio, no seas así…
—No, lo digo en serio. A mí también me da pena, pero ahora la realidad es otra. Yo no siento despedirme de ti, Bea. Eres una gran persona y me gusta cómo eres, y creo que he tenido mucha suerte por haberte conocido y que te fijaras en mí, pero ambos sabemos que somos diferentes en muchos sentidos, y creo que si lo dejamos no nos cortaremos las alas, sino que dejaremos que se abran… ¡Hoy es tu cumpleaños, Bea! Puedes empezar de nuevo…
—¡Pues vaya cumpleaños! —solloza la chica.
—El mejor cumpleaños de tu vida…, ¿o no? ¿Has visto cuántas personas había en el bar? Y eso que faltó gente. Mi primo trabajaba pero te manda un beso. —Sergio piensa bien en lo que quiere decir—. Bueno, lo que quería decir es que, a lo mejor, esto es un regalo que te da la vida por tu cumpleaños…
—Puede. —Bea sonríe entre lágrimas. Aunque el momento sea triste, las palabras esperanzadoras de Sergio le hacen creer que quizá sí se abra camino un futuro mejor—. Entonces… ¿hacemos otra fiesta? —ironiza.
—Lo que digo es que no hace falta que lo vivamos como un drama. Pero tampoco vamos a convertir esto en un chiste. Duele, sí, pero hemos compartido un trecho de nuestro camino. Visto así, ¿no te parece bonito?
La chica se queda pensando, mira a su alrededor buscando una respuesta. Se da cuenta de que está representando el papel de la chica que llora a mares para erigirse en la víctima y dar lástima cuando, en el fondo lo que ella quería era que acabara la relación. El llanto es una expresión de dolor, pero el dolor también se siente dentro. Hay muchas personas que no derraman ni una sola lágrima y lo pasan mucho peor que otras que lloran a moco tendido. Sergio es de los que no lloran: muchas veces canaliza su dolor a través de su pintura. Cada pincelada y cada trazo son lágrimas que vienen de su interior. Hay un pequeño dicho que reza algo así como: «Los pintores pintan sus lágrimas en los lienzos, y sus lienzos son sus pañuelos, y sus trazos de colores, sus lágrimas». Así se siente Sergio cuando plasma su tristeza en su arte.
—Sergio… —Bea lo mira a los ojos—. ¿Puedo darte un abrazo?
—Sólo si me abrazas fuerte.
Los chicos pegan sus cuerpos. Sus corazones se despiden, y laten juntos: es el último abrazo como pareja. El viento arrastra unas hojas a su alrededor, se oye una ambulancia en el fondo, y una paloma se acerca a ellos, picoteando unas migajas de pan que hay en el suelo, como si la máquina del tiempo volviera a funcionar una vez más trayendo consigo una nueva época.