¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos.
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reírme tanto…
JUANA DE IBARBOUROU
Tres, dos, uno… ¡Estamos en el aire!
—Buenas noches y bienvenidos a… «¡TU SINTONÍA!», el concurso de nuevos talentos musicales para elegir la canción de cabecera de nuestros nuevos programas. Sí, sí, ¡lo han oído bien! En este concurso descubriremos la banda sonora de las que vienen a ser las caretas de los programas. Lo que en la televisión llamamos: ¡LA SINTONÍA!
»Los concursantes sólo tendrán una oportunidad para demostrar su talento. El jurado dará su valoración, y ustedes también podrán votar desde casa. Llamen al número que aparece en pantalla, o voten a través de la web del programa. El grupo ganador de hoy pasará a la gran final. Y, una vez en la gran final, la canción elegida será la melodía de la nueva serie de moda, y su autor recibirá un premio en metálico de… ¡cinco mil euros!
»No sé si ustedes se habrán fijado en que hemos empezado sin música de entrada. Hoy los concursantes lucharán no sólo para llegar a la final sino tambien para ser los autores de… “¡TU SINTONÍA!”.
Entre bambalinas y junto al resto de artistas, Marcos y Estela escuchan el monólogo de bienvenida del presentador del programa. Los concursantes se miran los unos a los otros. El líder del grupo de los emo parece el más indignado de todos.
—¿Sólo una oportunidad? —exclama.
El presentador continúa con la presentación del programa:
—Todos los concursantes han compuesto una canción. ¡Los espectadores deberán votar! ¡Así de sencillo! «¡TU SINTONÍA!», ¡el concurso más corto que jamás se haya realizado en televisión! ¡Media hora y listos! ¿Preparados? ¡Empezamooos!
—Que tontería de programa… ¿Dónde me has metido, Estela? —se lamenta Marcos, con gesto agrio.
«¡Tu Sintonía!», es uno de esos programas concebidos para rellenar huecos en la tele. Son programas cortos que cumplen una función muy clara: entretener al público para que no cambie de canal antes de que empiecen la película o el programa estrella de la franja nocturna. Nos hallamos ante un programa «chicle».
Marcos tiene algo de razón cuando piensa que la idea del programa es absurda. Las televisiones tienen su propio equipo de músicos que trabajan para ellos haciendo las caretas de las noticias, el tiempo o cualquier programa que les venga en gana. Además, él siempre se ha opuesto al televisor, desde que tiene uso de razón. Considera que existen mejores formas de ocio como leer un libro o aprender a tocar algún instrumento, por ejemplo, la guitarra.
Minutos antes
Hay una gran expectación en el Piccolino. Parece como si estuvieran viendo la final de la Copa del Mundo de fútbol. Tras escuchar la introducción del presentador de «¡Tu sintonía!», muchos de los comentarios se asemejan a lo que, en el plató, piensan Marcos y el resto de concursantes. Que el programa no vale nada. Aun así, salen dos compañeros de clase y, por ello, están dispuestos a seguir con la vista fija en el televisor: van a animarlos hasta la muerte.
Ana es de las más emocionadas. Ella sabe más que nadie que salir en la televisión es el sueño dorado de Estela desde hace mucho tiempo. Es triste, pero en su casa no valoran su faceta artística, y Estela cree que si consigue salir por la tele y hacerse famosa, la van a querer más. Es absurdo, pero mucha gente piensa así: si sales en la tele, eres alguien.
Silvia se sienta al lado de Ana. Está algo seria, abrumada por lo que le acaba de pasar con Sergio.
—¿Dónde estabas? —le pregunta su amiga, sin despegar el ojo de la tele.
—En… el servicio —contesta Silvia, dubitativa.
—Ah, es que hace rato que no te veo.
—Sí. Una se pierde con tanta gente… Toda una fiesta, ¿no crees?
—Ya te digo.
Bea se acerca y se sienta con ellas. «Por favor, que no me haya visto hablando con Sergio… Por favor», piensa Silvia, que se encorva al notar la presencia de su amiga.
Ana despega los ojos del televisor para mirar y sonreír a la recién llegada, y la nota algo tensa.
—Bea, ¿todo bien? —pregunta.
Su amiga aprieta los labios. Parece enfadada. Silvia traga saliva.
—Bueno… Me siento algo rara… Sergio ha venido a la fiesta —se explica, esperando que las chicas la entiendan.
—Pues claro que ha venido —responde Ana, sin comprender lo que quiere decir Bea.
—Ya. Pero es que aún no nos hemos saludado —confiesa la otra.
—¿Cómo? —pregunta Ana atónita.
Silvia, que sigue la conversación, confirma entonces que lo que le ha contado el chico es verdad: parece que las cosas no marchan nada bien entre la pareja.
—Lo que oyes. Sergio y yo llevamos una semana sin hablarnos. No os dije nada porque creí que era una tontería…
Silvia prefiere no decir nada. Si se hiciera la sorprendida, estaría mintiendo a su amiga. Y ya se siente lo suficientemente mal por ocultarle que Sergio se le ha declarado y que a ella, aunque le haya rechazado, ¡en realidad él le gusta!
—Bea, ¡nos lo tendrías que haber contado! ¡Sabes que siempre podrás contar con nosotras! —exclama Ana, y acaricia la mano de su amiga.
—Lo sé. Pero, chicas… ¿Os puedo confesar algo? —Bea hace una pequeña pausa. Sus amigas la escuchan con atención. Silvia se teme lo peor. Algo así como: «He descubierto que a él le gusta otra y, cuando me entere de quién es, la mato»—. Creo que Sergio ya no me gusta. No estoy enamorada de él. Durante toda esta semana en que no nos hemos llamado, no me ha importado en absoluto. ¿No creéis que si estuviese enamorada de él estaría dolida, al menos? De alguna forma, siento que él ya no me desea. ¿Y cómo voy a querer a alguien que no me desea?
La confesión de Bea deja boquiabiertas a las dos chicas. Qué gran verdad ha dicho. Esperamos que la pareja de nuestros sueños sea guapa, alegre, divertida, inteligente…, pero a veces nos olvidamos de lo más importante: que nos quiera y nos desee. Sin eso, nada tiene sentido.
Bea se ha liberado por fin de algo que le quemaba por dentro y que luchaba por expresar. En ese momento le gustaría poder volver al parque para sentarse en el banco de las Princess y contarles con detalle todo lo que le ha pasado y lo que ha sentido esta semana, pero como sabe que el programa está a punto de empezar y que deben estar pendientes de la actuación de Estela, les habla deprisa para ponerlas rápidamente en situación. Ana no se lo esperaba, y Silvia… tampoco.
—Sergio es un buen chico, lo sé, pero tenemos gustos muy diferentes. Y hoy ha venido a la fiesta y…
—En realidad, la ha organizado él —comenta Ana.
—¿En serio? —dice Bea resoplando—. No entiendo nada. No sé si es que me quiere, o simplemente es buena persona. ¡No sé qué decirle! ¡Ayudadme! Me siento tan culpable…
Silvia se queda boquiabierta. Eso sí que no se lo esperaba. Pero ¿qué debe hacer? Podría decirle: «No te preocupes, he hablado con él hace un rato y me ha dicho que en realidad le gusto yo. No sufras. Disfruta de tu fiesta» y solucionarlo en seguida, hacerlos felices a todos. Pero ¿sería realmente un alivio para Bea o, por el contrario, lo sentiría como una traición?
—Tranquila —dice Ana en voz baja—. Estamos contigo.
—No sé cómo se lo va a tomar… Me da miedo —murmura Bea, triste—. ¿Tú qué piensas, Silvia? ¿Qué hago? Me ha preparado la fiesta y yo ni siquiera le he dirigido la palabra.
La aludida se encoge de hombros para dar a entender que no tiene ni idea. Debe entender la mezcla de sensaciones que corren por su interior antes de decidir qué camino tomar. Por un lado, se siente feliz, porque tiene vía libre con Sergio, pero por otro lado, tampoco cree que pueda decirle la verdad a Bea, aunque ésta le asegure que ya no siente nada por el chico, y eso la inquieta.
—Creo que deberías hablar con él —resuelve Silvia. Y piensa: «Es lo mejor que puedo aconsejarte. Lo siento, Bea».
—¡QUE EMPIEZAAAA! —Miguel alza la voz. El programa está a punto de continuar. Ana, Silvia y Bea se agarran fuerte de las manos.
Minutos después, en la transmisión en directo de «¡TU SINTONÍA!».
Estela y Marcos escuchan la interpretación de los otros grupos, la valoración de los jueces y los resultados de las votaciones del público. SuperBeat López ha estado extraordinario. Ha hecho un montón de sonidos con la boca, y el público ha alucinado tanto que le ha dado una puntuación bastante elevada: 8,3. El jurado no puntúa de momento, tan sólo opina. A Marcos le sorprenden sus comentarios después de cada actuación. Desde su punto de vista, el jurado no tiene demasiado criterio musical, y lo único que pretenden es destrozar la moral de los artistas y crear polémica para que el programa consiga audiencia. Para el chico, un artista se hace y no se juzga.
El grupo de los emos ha salido en segundo lugar. Car Machacón ha obtenido la puntuación más baja del público: 7,5. Sin embargo, el jurado ha sido más indulgente. Les han dicho que la suya era una apuesta muy arriesgada y que eso les había gustado. Marcos sonríe a Estela.
—Supongo que es arriesgado por la ropa que llevan —susurra.
Car Machacón tienen una estética muy singular. Van todos vestidos de negro, llevan pulseras de pinchos, la cara pintada de blanco y los labios de negro. La verdad es que dan miedo, y su música… también. ¿Será por ese motivo que el jurado ha dicho que es una apuesta arriesgada?
El tercer grupo es el de gospel. Sus voces aterciopeladas calan hondo y la letra es preciosa. Estela se emociona un montón, igual que el público, que les da la máxima puntuación: 9,1. Pero el jurado los machaca de mala manera.
Para que nos hagamos una idea, el jurado está compuesto por un hombre mayor con una camiseta fucsia con la que intenta quitarse años, un joven con gafas de pasta y pelo despeinado de peluquería fijado con gomina, y una chica morena a la última moda que vendría a ser la versión remasterizada de Mamen, la secretaria de producción. Los tres son medio famosos de la tele, pero no tienen ni idea de música. Sólo saben dar su opinión con una buena y sarcástica retórica pero, al fin y al cabo, es lo que se espera de ellos: que se expresen con gracia y den chispa al programa con sus comentarios lúcidos (que, evidentemente, ya están preparados). Vamos, hacer de críticos: alguien que parece saber perfectamente cómo se deberían hacer las cosas pero que no sabe hacerlas.
El hombre mayor ha dicho lo siguiente a Madame Sound:
—Muy bien, chicos —los felicita—. La verdad es que no me lo esperaba… ¿Por qué no vais a la iglesia de mi barrio a cantar? ¡Yo iría todos los días!
El público se ríe; el grupo resiste estoico la tontería que acaba de soltar el miembro del jurado. Después le toca el turno a la chica:
—Cantáis muy bien, sí. La letra es correcta. Pero ¿no creéis que está muy visto? —El grupo no sabe qué contestar, pues cantan lo que les gusta—. Debéis usar vuestra creatividad, chicos. Si usáis la voz a capela, es decir, al desnudo, también podrías cantar desnudos, ¿no? ¡Eso sí que sería lo nunca visto!
Surge un murmullo del público. La chica mira a sus compañeros, el hombre mayor asiente con la cabeza y le guiña el ojo. El tercer miembro del jurado, sin embargo, anda distraído tomando apuntes. Será el siguiente en hablar:
—Bufff… Esto me ha recordado al coro de mi colegio… que, por supuesto, cantaba mucho mejor que vosotros. Desafináis, chicos, desnudos o con ropa, desafináis. Alguien os lo tenía que decir, lo siento.
Marcos y Silvia son los siguientes. Al chico no le gusta nada la actitud prepotente del jurado. Cobran para desbaratar los sueños de aquellos artistas que se presentan al programa con una ilusión.
—Lo sé —intenta tranquilizarlo Estela—. Yo tampoco me esperaba esto. Son estúpidos —dice, refiriéndose al jurado—. Pero ahora ya no hay marcha atrás, así que vamos a salir, cantamos lo nuestro lo mejor que podamos y nos marchamos, ¿vale?
Marcos no responde. Estela cree que anda concentrado, preparándose para salir al plató, pero eso es porque no lo conoce lo suficiente. No tiene ni idea de lo que le está pasando por la cabeza…
Mientras tanto, en el Piccolino
Todo el bar es un gran coro. Se oyen aplausos y gritos de ánimo y también algunos abucheos dirigidos al jurado. El Piccolino está que arde. Es como si todos los reunidos ahí fueran a cantar en el concurso: hay muchos nervios, si bien nadie ha tenido que salir al baño a toda prisa, como le ha ocurrido a Marcos.
El presentador sale al escenario para dar la bienvenida al último grupo. Viste traje chaqueta negro y calza deportivas para darle un toque informal y guay al atuendo. La gente del bar se ríe a mandíbula batiente cuando lo hace el presentador: tiene los dientes tan blancos como sus zapatillas y eso les parece muy gracioso. Ana escribe una pequeña nota en su bloc: «La figura del presentador en la tele es peculiar. A veces, los presentadores de la tele parecen personas sin alma. Pero son personas, al fin y al cabo. ¿Por qué no se muestran tal y como son? Así se ahorrarían comentarios de la gente… Claro que igual así se quedaban sin trabajo».
—¡Bueno, bueno, bueno! —El presentador se frota las manos y ofrece su mejor sonrisa a la cámara—. Ya estamos llegando a la recta final. ¡Demos un fuerte aplauso al último grupo de la noche! ¡CON TODOS USTEDES, PRINCESA ATREYU!
En el bar, la gente se vuelve loca. Cuando Ana, Silvia y Bea se ponen en pie, todo el bar hace lo mismo. El silencio es total. No se oye ni el vuelo de una mosca. Todos escuchan atentos cómo el público de la tele aplaude, mientras la cámara se centra en el escenario. De pronto aparecen Marcos y Estela, cogidos de la mano. Todo el bar prorrumpe en aplausos y gritos de ánimo.
—¡VAMMMOOOOOS!
Silvia, Bea y Ana hacen un breve corro para comentar.
—¿Ha dicho que se llaman Princesa Atreyu? —pregunta Bea, sorprendida, para asegurarse.
—¡Han cogido nuestro nombre y el del perro de Marcos y han hecho un mix! —exclama Bea, sonriendo.
—¡¡¡ME ENCANTAAAA!!! ¡VAMOS, MARCOS! ¡VAMOS, ESTELAAAAA! —Silvia grita todo lo que dan de sí sus pulmones.
—¡Niña! ¡Baja un poco el volumen, que tú no vas a cantar…! —la regaña el dueño del Piccolino.
Algunos ríen la gracia del hombre, y Silvia se ruboriza. Esta vez se ha pasado de verdad, pero también ella necesitaba descargar la tensión de la tarde.
El minuto de gloria
Es muy difícil explicar qué se siente cuando te subes por primera vez a un escenario y sabes que todo el mundo está pendiente de ti. Marcos camina por delante de Estela. La chica sonríe, está con él y no le importa nada más. El público deja de aplaudir, Marcos conecta su guitarra y Estela se sienta en el taburete que han dejado preparado para ella con mucho glamur.
Marcos le da el tempo:
—Un, dos…, un, dos, tre…
Estela lo interrumpe con la mano. Parece que quiere decir algo.
—Esta canción se la queremos dedicar a unas personas muy especiales para nosotros… —Mamen y el asistente de producción se miran entre sí con cara de: «¡La chica se ha vuelto loca!»—. Son las Princess: Silvia, Ana y, en especial, Bea, porque hoy es su cumpleaños, y seguro que nos está viendo. Esta canción va para ellas, y esperamos que la disfruten con nosotros.
A Marcos le ha encantado lo que acaba de pasar. Nada más empezar, su compañera se ha saltado las normas de la tele, y eso es lo que él necesitaba para animarse. La magia que hay entre los dos surge cuando improvisan, y Estela no podría haber improvisado mejor. Sin decirse nada, sólo con un cruce de miradas, el chico empieza a introducir el tema con la guitarra. «No hay prisa», piensa él. Y, sin necesidad de que él le dé la entrada, Estela empieza a cantar en el momento justo:
Abrázame fuerte
Qué bonito era cuando me decías al oído,
que me querías para toda la vida.
Y yo te respondía con versos y canciones
en la noche, la noche infinita.
Pero todo pasa,
y con ella la noche, los versos y el amor
que se diluye en el aire
y se mezcla con todos mis sueños.
Y a veces me encuentro durmiendo en el tiempo,
te miro a los ojos y te digo al oído
que tanto te quiero, que tanto te quise,
que casi me pierdo.
Muchas veces me pregunto
si el mundo cuando gira todo lo olvida, todo lo olvida.
Y cuando cae la noche también se caen esos versos
que contigo un sentido tenían.
Uoo uo uoo
Y a veces me encuentro durmiendo en el tiempo,
te miro a los ojos y te digo al oído,
abrázame fuerte, abrázame fuerte,
abrázame fuerte como amigos,
abrázame fuerte y nada más…
Abrázame fuerte, abrázame fuerte…
Uoo uo uoo…
Y entonces, Estela silba dulcemente al compás de los acordes de la guitarra. La chica acaba emocionadísima. Sus ojos brillan, y abre las manos y saluda como una gran artista. El público arranca a aplaudir y se pone de pie.
En ese mismo instante, en casa de Marcos
Marieta está en el sofá e, incapaz de contener las lágrimas, deja que éstas caigan a borbotones. Emocionada, abraza a Atreyu que, ajeno a todo, duerme como un lirón. Su hijo sale en la televisión y ha cantado de maravilla. Se siente orgullosa de él, y también de su vida. En ese instante se da cuenta de lo que han pasado juntos desde la muerte de su marido, y se dice a sí misma que vale la pena continuar adelante. La vida te puede quitar muchas cosas, pero también te regala momentos que no tienen precio.
En el Piccolino
Todos se han puesto de pie para aplaudir como si estuvieran en el mismo plató de televisión. Silvia, Ana y Estela lloran emocionadas. La canción les ha maravillado. Una canción de autor, sutil y sencilla, que consigue acariciarte el alma. Tras los aplausos, se hace el silencio. El bar está con el corazón en un puño: espera las valoraciones del público y del jurado.
En directo desde el plató
El presentador se interpone entre Marcos y Estela.
—Coincidirán conmigo, queridos televidentes, en que acabamos de escuchar una gran canción. ¡Vamos a ver, pues, si el público de la sala opina lo mismo! ¡Señoras y señores, es hora de votar! Cojan sus mandos y aprieten un número del uno al diez. Uno si no les ha gustado nada, que lo dudo mucho, y diez ¡si les ha parecido brillante!
Los asistentes al programa hacen uso de sus mandos y votan.
—Nuestro sistema informático realizará la media de todos los votos —recuerda el presentador—. Y el resultado es… —Mira con intriga la pantalla que tiene detrás esperando la puntuación—… ¡9,1!
El público asistente aplaude su propia votación y Estela abraza a Marcos emocionada.
—Ahora vamos a escuchar lo que opina nuestro jurado. ¿Estáis preparados, chicos?
Marcos aprieta la mano de su compañera. Ella lo mira y le sonríe para infundirle tranquilidad.
—Bueno —toma la palabra el hombre de la camiseta fucsia—, debo reconocer que sois una pareja muy particular. Cuando habéis salido al escenario, habéis conseguido que me picara la curiosidad: os habéis presentado uno vestido de calle y la otra de medio japonesa con un vestido barato… En fin…, que no me habéis dejado indiferente, y la canción no ha estado mal, pero ¿sabéis qué es lo que me ha sorprendido? El nombre. Princesa Atreyu no os pega nada, y me parece una elección terrible.
Marcos mira al hombre con frialdad. Le importa un comino lo que diga. A Estela el comentario la ha impactado más, pero aguanta impertérrita. No le dará el gustazo de ver que sus palabras le hacen daño.
—Hacía tiempo que no escuchaba una canción acompañada sólo de guitarra, como los cantautores de siempre —se pronuncia la única mujer del jurado—. Me ha recordado cuando era pequeña e iba de campamento. El monitor se parecía a ti… —añade señalando a Marcos.
—Campamento… Estoy de acuerdo —la interrumpe el último miembro del jurado en intervenir—. También coincido en que Princesa Atreyu es un nombre horrible. Y la canción se puede mejorar. Pero chicos, creo que tenéis algo. No sé… ¿Magia? O es que quizá el aura que percibo es… ¿de superioridad? ¿Pensáis que porque vais de este rollo sois mejores que los otros? —El joven había empezado bien, pero la coletilla final sobraba. Les ha lanzado una pregunta, y quizá no espera que la pareja responda; de hecho, Estela se ha quedado de piedra al oír el comentario. Pero Marcos se va a tomar la libertad de responder. ¿No era una pregunta? ¡Pues obtendrá su respuesta!
—¿Magia? —dice—. No lo sé. Nosotros cantamos porque nos gusta cantar, pero no somos magos… Supongo que habrá gente a quien le guste nuestra música y gente a quien no… Para gustos, colores.
—Sí, sí, eso lo sabemos todos. Pero tu respuesta no responde a mi pregunta… —le reta el joven jurado.
—Es que no voy a contestar esa pregunta. Si afirmas que nos creemos mejores que los otros… será porque es lo que piensas tú, ¿no? Porque, que yo sepa, nosotros no hemos abierto la boca, tan sólo hemos cantado.
El público prorrumpe en aplausos. Le ha hecho jaque. El joven contraataca.
—Ya. Entonces ¿podrías contarme cómo conseguís esa «magia»?
Marcos suspira.
—Lo que acabamos de hacer no es magia —explica—. Lo que acabas de presenciar en el escenario es «conexión», y es fruto de muchos ensayos y confianza. Pero si quieres saber lo que es magia, te lo puedo enseñar.
—Adelante —dice el chico vacilando a Marcos. Cree que el concursante quedará en ridículo.
Marcos se queda callado durante un instante, luego se acerca a Estela y, sin que nadie se lo espere, y menos aún ella, la besa en los labios. La chica no sólo se deja besar sino que le devuelve el beso. Un verdadero beso de amor ¡delante de todo el país! El público enmudece de repente, para aplaudir a rabiar pocos segundos después. La cámara enfoca al jurado. Los tres están con la boca abierta.
—Muy bien, muy bien. —Surge el presentador de improviso—. Después de este acto tan…, digamos…, dulce… ¿qué mejor que ir a publicidad para tomar el aire que nos ha quitado este momento tan intenso? Y después ¡el veredicto final! ¡No se vayan ni cambien de canal! ¡Hasta ahora!