Junco en el agua o sorda piedra herida,
sólo sé que la tarde es ancha y bella,
sólo sé que soy hombre y que te amo.
DÁMASO ALONSO
Las ocho y cuarto
Marcos y Estela están literalmente aterrados. Hace tres horas que están en la tele. El chico anda muy callado. Alucina con la experiencia. Los han tratado como a estrellas de rock. Los han ido a buscar en coche y, antes de entrar al edificio, les han proporcionado unas acreditaciones para moverse por los estudios. Después, una mujer con el pelo castaño, los dientes hiperblancos y un moreno uva de color chocolate, se ha presentado como la secretaria de producción del programa. Se llama Mamen-«Cualquier-cosa-que-necesitéis-me-lo-decís-a-mí.-¿De-acuerdo-chicos?». También les ha contado el plan.
—Ahora iremos a la sala VIP. Allí conoceréis al resto de artistas que participarán en el concurso. Son muy majos, ya veréis. Pero primero pasaremos por el plató, y así os cuento un poco cómo irá la cosa. ¿Conocéis el programa?
Marcos es incapaz de responder a la pregunta, pero por suerte Estela es fan y asiente con una gran sonrisa.
Una vez en el plató, Mamen les cuenta cómo se desarrollará el programa. Los chicos la escuchan mientras estudian el espacio. El plató es inmenso. Los techos son altos y negros, y están repletos de focos. Hay una grada reservada para el público, caben unas cien personas. Y el escenario es espectacular.
Cuando han llegado había unos diez técnicos preparando todo el material. Tres de ellos se ocupan de las cámaras. Dos más andan subidos a unas escaleras inmensas, colocando focos, y el resto revisa el cableado y despeja el plató.
Estela se fija en el escenario. Es todo azul, y lo suficientemente espacioso como para que los artistas canten y bailen. Al fondo tiene una gran pantalla, y en un extremo hay una mesa muy grande con tres sillas para los miembros del jurado.
—Vosotros seréis los últimos. Como estaremos en directo, veréis que todo va muy rápido. El presentador os llamará, y vosotros saldréis por este lado. Marcos, tú saldrás con la guitarra y la conectarás en el mismo escenario. Estela, si te limitas a cantar te pondremos un taburete y un micro de mano, que también traerás contigo.
—Yo también canto… —dice Marcos tímido.
—Bien, pues te pondremos un micro inalámbrico.
Mamen es una mujer hiperactiva. Apunta todo lo que necesitan los chicos en una libreta llena de anotaciones que lleva consigo. Parece imposible que se le escape nada.
Después de la visita al plató recorren largos pasillos, y llegan a la sala de espera. Por dentro, la televisión parece un laberinto. Los chicos andarían totalmente perdidos si no fuera por Mamen.
—El programa empieza a las nueve. Estad preparados. Dentro de un rato paso a buscaros.
Han pasado por lo menos tres horas desde entonces, y aún siguen en la misma sala con el resto de artistas.
Marcos y Estela se han puesto en un rincón y han empezado a ensayar su canción. Los otros participantes están haciendo lo mismo, y ellos no van a ser menos. Son cuatro grupos los que compiten. Hay unos que cantan a capella con estilo gospel, otros que van vestidos de negro a lo emo, un chico que hace beat box con la boca, y ellos, que parecen unos hippies comparados con los demás.
Estela y Marcos aprovechan para escuchar los estilos musicales de sus competidores. Todos son buenos, muy buenos, pero nuestra pareja tiene algo que les falta a otros, y que se llama «magia». O eso es lo que creen.
Son las ocho y cuarto, y todos empiezan a impacientarse. Están cansados de ensayar su actuación una y otra vez, y sienten los nervios a flor de piel. A todos les han dicho lo mismo, así que esperan.
Con el paso de las horas, Estela se ha ido tranquilizando. Se ha relajado mientras recorría las instalaciones de la tele, pisaba el plató y conocía a sus competidores. Por el contrario, Marcos está serio y rebotado. Ha entrado con la sensación de que era una estrella de rock y ahora se siente como un tertuliano de uno de esos programas de telebasura.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —le pregunta Estela, posando la mano en el hombro del chico.
—No, Estela, estoy bastante rayado. La espera me está matando.
—Tranquilo, que vendrán a por nosotros —lo anima ella.
—Eso ya lo sé…, pero me siento mal… Me siento manipulado, ¿sabes? Uno más… Sólo les importamos para rellenar un espacio en la tele, y ya está…
—¿Y qué más da, Marcos? Ésta es nuestra oportunidad para mostrar a la gente lo que sabemos hacer.
—Sí, puede que tengas razón. —El chico mira al suelo, pensativo. Estela le aprieta el hombro con la mano. Si por ella fuese, le daría otro beso, pero no se atreve. Le ha encantado que él la besara en ese momento de crisis, pero no se ha repetido, ni han hablado de ello.
De pronto entra un chico en la sala. Lleva unos cascos enormes en la cabeza, un walkie talkie colgado del cinturón, y una libreta como la de Mamen.
—Hola, chicos. Soy el asistente de producción. Sentimos la espera. En seguida pasaréis a la sala de maquillaje, pero primero quiero haceros unas preguntas. A ver… tú. —Señala con el dedo al chico del beat box—. ¿Cómo quieres que te presentemos? Quiero decir, tu nombre artístico.
—Mi nombre real es Óscar López, y mi nombre artístico es SuperBeat López —responde el chaval.
Todos ríen en la sala. ¡Es muy original!
—Ahora vosotros. —El asistente mira a los emos.
—Nosotros somos Jennifer, Mauro y Julio. Nos llamamos Car Machacón.
—Un nombre duro; sí, señor —afirma el asistente apuntando en su libreta—. ¿Y vosotros?
Es el turno del coro de gospel.
—Jorge, Luis y Juan —responde uno de los miembros, señalando a sus compañeros—, y ellas son María Rosa, Penélope y Cristina. Nos llamamos Madame Sound.
—Muy bien. Listo. Me faltáis… vosotros —dice el asistente dirigiéndose a Marcos y a Estela, que se miran sorprendidos. ¡No tienen nombre!
—Nos llamamos Atreyu —contesta el chico de repente.
—No, nos llamamos Princess —responde Estela, casi al unísono.
—A ver, o Atreyu o Princess —plantea el asistente.
El dúo se mira. Han tomado decisiones distintas. Pero se sonríen. Estela mira a Marcos y propone, con dulzura:
—¿Te parece bien que nos llamemos Princesa Atreyu?
Marcos asiente. Ese nombre tiene magia, como ellos. Estela se lo confirma al asistente. Cuando éste lo apunta en su libreta, Estela agarra fuerte la mano de Marcos.
—Bien, pues el grupo Princesa Atreyu serán los últimos en actuar y en pasar por maquillaje. SuperBeat López, acompáñame.
El primer participante recoge sus cosas y sigue al asistente de producción.
Marcos empieza a estar realmente nervioso. Es la primera vez que Estela lo ve así: pálido y sudoroso. Pensaba que él podía permanecer calmado ante esa clase de situaciones. Es un chico que se ha curtido en el escenario de la calle, que es muchísimo más duro que cualquier otro escenario del mundo.
—¿Estás bien? —le pregunta. Pero a Marcos no le da tiempo a responder, pues aparece Mamen.
—Muy bien, chicos. Se nos ha echado el tiempo encima. Todos a maquillaje. Los que tengáis vestuario, cambiaos y venid conmigo.
Estela y Marcos obedecen. El chico se encuentra realmente mal. No sabe muy bien qué le pasa. Le duele un montón la barriga, algo raro en él. No enferma casi nunca. Suele tener una salud de hierro, pero el dolor que siente en el estómago es espantoso.
En el bar Piccolino, a la misma hora
Ana mira el reloj, y se sube a un taburete de la barra. David la ayuda.
—¡UN MOMENTO DE ATENCIÓN, POR FAVOOOOOR! —Todo el bar dirige la mirada a Ana, que coge aire para hablar en público—. SON CASI LAS NUEVE DE LA NOCHE, Y HOY ES UN DÍA MUY ESPECIAL POR MUCHAS RAZONES. LA PRIMERA ES EL CUMPLEAÑOS DE BEA, Y LA SEGUNDA… HAY DOS PERSONAS QUE DEBERÍAN ESTAR AQUÍ ESTA TARDE…
—¡Sancho Panza y la mujer barbuda! —Miguel interrumpe el discurso de Ana y consigue que la mayoría le rían la gracia.
—NOOOOO… SON ESTELA Y MARCOS… ¡QUE VAN A CONCURSAR EN UN PROGRAMA DE LA TELE! ¡PROPONGO QUE PONGAMOS LA TELE Y LOS ANIMEMOS DESDE AQUÍ!
La noticia ha sorprendido a todos, sobre todo a Bea, quien, con tanto ajetreo de personas y felicitaciones, no se había percatado de la ausencia de sus dos amigos.
El dueño del bar enciende el televisor de pantalla plana y busca el canal. Bea habla con Ana.
—¡No lo sabía!
—Ha sido muy repentino. ¡Los avisaron ayer! —le informa ésta.
—¿Y cómo está Estela?
—¡Nerviosa! ¿Cómo estarías tú? —le responde Ana, sonriendo.
Entonces Bea sube al taburete que había utilizado su amiga para dirigirse al personal y exclama:
—¡PROPONGO QUE TODO EL MUNDO QUE TRAIGA MÓVIL LES ENVÍE UN SMS PARA APOYARLOS! QUIENES NO TENGÁIS SU NÚMERO, ¡APUNTAD!
La idea es un éxito y, en cuestión de segundos, la mayoría de los presentes sujetan sus móviles en la mano y, con los dedos, teclean mensajes para su compañera.
En la sala de maquillaje
Por fin llega el turno de Marcos y Estela en la sala de maquillaje. La chica se ha puesto un kimono japonés de color rojo. Él no se ha cambiado. Con tantas cosas en la cabeza no ha pensado en el vestuario. Tampoco es que le importe mucho.
Dos maquilladoras con peinados muy modernos les maquillan con unas pistolas de aire comprimido. Éstas lanzan aire con polvos de maquillaje. Marcos está muy blanco y muy callado. En cambio, Estela se siente muy feliz. Había soñado un millón de veces con vivir una experiencia como esta.
De repente, mientras la maquilladora del chico está ultimando su trabajo, éste siente un gran retortijón en el estómago. Como empujado por un resorte, salta de la silla.
—¿Dónde está el lavabo? ¡Rápido!
Marcos sale corriendo en cuanto las maquilladoras se lo indican. Estela se queda inquieta, mirando la puerta por la que ha huido su compañero.
—No es la primera vez que pasa. No te preocupes, chica —la tranquiliza la maquilladora de Marcos—. Por algún lado tienen que salir los nervios…
Estela calla y asiente. Tampoco se encuentra muy bien ahora. El aire de la pistola de maquillaje le molesta muchísimo. Aunque la están poniendo guapísima. Detrás de ella, una peluquera profesional examina sus rastas y, aprovechando su vestimenta oriental, le propone hacerle un moño.
—Un peinado al estilo oriental te quedará estupendo, ya verás… —comenta la mujer, sin ni siquiera mirarla a los ojos. Eso molesta a Estela.
—No, no, no… Quiero el cabello suelto, natural, así, con mis rastas. Tal y como he venido.
—Como quieras. Tú misma.
Marcos vuelve a los cinco minutos. Estela comprueba aliviada que ha recuperado el color.
—¿Estás bien? —confirma ella, mirando a su compañero por el reflejo del espejo.
—Sí, es que no podía aguantar —responde el muchacho, avergonzado. Luego se dirige a la chica que le estaba maquillando—. Perdón… y gracias.
—No os preocupéis, que todo va a salir bien —contesta la maquilladora comprensiva, pues entiende a la perfección los nervios de los chicos y, como ha dicho, no es la primera vez que ocurre algo así.
Entonces el móvil de Estela empieza a sonar repetidamente. Son mensajes entrantes. Marcos la mira extrañado. La chica busca en el bolsillo de su kimono. Tiene ¡dieciocho mensajes no leídos! Los abre de uno en uno. Son los mensajes de la gente del Piccolino. Todos son de apoyo y ánimos, y algunos incluyen fotos de la fiesta. Estela se las enseña a Marcos, quien no puede creer la que se ha montado en el bar.
—Ya te dije que habría sido mejor que fuéramos allí… —responde él, resoplando.
—¿Te estás echando atrás? —le sonríe Estela burlona—. Cagueta…
El chico se toca la barriga. ¿Es que van a volver los retortijones?
—Creo que… ahora vuelvo… —Se levanta de la silla de maquillaje por segunda vez. La maquilladora sonríe a Estela.
—Está cagado… —comenta ésta, muerta de risa.
—Ay, los nervios… —responde la maquilladora—. ¿Tú estás bien?
—¿Yo? No me puedo ni mover…
Mientras, en el bar Piccolino
—¡¡¡CALLAAAD, ESTÁ A PUNTO DE EMPEZAAR!!! —Ana, atenta al televisor, quiere dirigir la atención hacia el programa para que todos disfruten del evento televisivo del año. ¡Una amiga no sale por la tele todos los días!
Silvia está sentada a la barra. Sin querer, piensa en la noche que pasó con Nacho en el Labrador. Estaba sentada en la misma posición, pero ahora se siente mucho mejor consigo misma.
Sergio se acerca a ella. La chica mira su cerveza con limón para evitar el contacto visual, pero el chico lo tiene muy claro.
—¿Tienes un momento? —le pregunta.
—Es que ahora va a empezar…
—Será sólo un momento, Silvia, créeme. —El chico la mira fijamente a los ojos—. Estaré en la terraza. Te espero allí, ¿vale?
Ella ni confirma ni desmiente. Sergio se marcha.
«¿Qué hago? —piensa Silvia mientras busca a Bea con la mirada. Su amiga está sentada junto a Miguel. Ambos están investigando las funciones de su nuevo móvil—. Voy a ver qué le pasa, pero como Bea me vea, me mata…». Silvia se levanta del taburete.
—Guárdame el sitio. Voy al baño y vuelvo —le dice al chico que tiene al lado. Está intentando guardarse las espaldas. Si sus amigas preguntan por ella, al menos el chaval sabrá qué responder, aunque sea una mentira.
Con aire despreocupado, Silvia se desliza entre el gentío para no llamar la atención. Cuando sale del bar busca en la terraza, pero no hay nadie.
—¡Shhhht! —Sergio la llama desde la esquina. Silvia camina hacia él lentamente. «¿Qué querrá? ¡Por Dios, qué nervios!».
—Dime… ¿Qué quieres? —Silvia es directa.
Sergio parece nervioso. Apenas se aguanta con las muletas.
—Nada… Bueno, sí… ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? —Ella asiente—. Pues desde ese día que no he dejado de pensar en ti.
Silvia no dice nada. Los dos se quedan en silencio.
—¿No dices nada? —pregunta el chico.
—¿Qué esperas? —Silvia se muestra tensa—. ¿Quieres que me arroje a tus brazos?
Sergio no sabe qué decir, respira hondo y prosigue.
—Vale… De acuerdo… Tampoco es eso… —se excusa. Busca las palabras precisas en su interior—. Mira… Te voy a ser sincero… —Se nota que el chico está haciendo un gran esfuerzo—. Siempre se me ha dado muy mal ligar y esas cosas. Conocí a Bea por el Messenger, porque me cuesta un montón entrarles a las chicas. Soy muy tímido, aunque no lo parezca. Me pongo nervioso, no sé qué decir, hablo por hablar… —Silvia se siente reflejada en lo que dice Sergio—. El día en que te conocí pensaba que eras Bea… y, cuando me dijiste que no lo eras, me relajé… y bueno…, me gustaste desde entonces.
Silvia no se lo puede creer. ¿Sergio se le está declarando en la fiesta de Bea? La chica se toquetea el cabello nerviosa. Eso sí que no se lo esperaba. ¡A ella también le gusta Sergio desde el primer día! Y ahora no sabe cómo encajar esa declaración. El chico la mira con sus ojos brillantes. Silvia le devuelve la mirada. Sergio acerca su cara lentamente. Silvia está muy nerviosa. Es como si estuviese viendo la luna y, de pronto, el astro se acercara para besarla. Cuando está a pocos centímetros, Silvia da un paso atrás.
—Así no, Sergio; Bea es mi amiga. Está justo ahí, en el Piccolino, y esto está mal.
El chico mira el suelo.
—Silvia, Bea y yo no estamos… digamos… que muy bien. Lo de mi accidente me ha hecho ver que, en realidad, ella no es para mí.
—Entonces ¿por qué estás con ella? —pregunta la chica, desafiante.
—No quería cortar con ella antes de su cumpleaños. También pensé que quizá esta fiesta lo arreglaba todo. Qué tontería, ¿verdad? De hecho, hace una semana que no nos hablamos. ¿No te has dado cuenta? Soy el único de la fiesta a quien no ha saludado.
Silvia suspira. Siente que el tiempo de conversación se está agotando, porque seguro que sus amigas en el bar la echan ya de menos.
—Creo que… ahora no es momento de hablar de esto. Te agradezco tu sinceridad, pero yo así no puedo… —La chica mira hacia el bar—…, y debo volver dentro, con mis amigas.
Silvia está segura. Hace lo correcto. Puede parecer paradójico. La chica lleva mucho tiempo esperando el gran beso y, ahora que tiene la oportunidad, y con el chico de sus sueños, la deja escapar. De alguna manera, está siendo fiel a sus principios. Un día se dijo que no sacrificaría jamás el amor por la amistad con las Princess, que siempre han estado allí para apoyarla en los peores momentos, y con las que ha compartido las mejores risas y los momentos más maravillosos de su vida, y hoy está cumpliendo con lo prometido. Aunque le duela en el alma, sabe que está haciendo lo correcto y, en el fondo, aunque sienta una punzada en el corazón porque Sergio le gusta de verdad, eso la hace sentir bien.