En voz baja decir, amor, tu nombre,
junto a ti, a tus oídos, a tu boca.
Y ser ese animal
feliz que junta sus mitades.
En voz baja o sin ella, muda
la boca revertida a su unidad:
silencio inaugural que a verbo y carne
otorga nueva vida.
PABLO ARMANDO FERNÁNDEZ
Lunes tarde
Estela llega a casa después del instituto. Se siente cansada pero llena de energía. Es como si el lunes hubiese llegado después de unas largas vacaciones en una isla del Caribe. La noche en casa de Silvia ha sido como vitaminas para el alma. Se siente como si le hubiesen sacado un peso de encima.
La semana pasada cortó, por fin, con Leo. No fue una decisión fácil y está muy orgullosa de ello. Pasar la noche con las Princess le ha ido muy bien para coger nuevas energías. Pero cuando se deja a una persona que has querido mucho, aunque sea por decisión propia, una tiene momentos de todo. Ella dejó a Leo, pero tiene la sensación de que él la había dejado mucho antes. Si él la hubiese amado de verdad, ella jamás hubiera roto esa relación. Una relación basada en las palabras. Nunca nadie le dijo tantas veces que la amaba, ni nadie le había escrito tantas poesías de amor, ni le había regalado tantos momentos románticos. Pero no era amor de verdad. Sólo palabras. Y las palabras, como dicen, se las lleva el viento. Para Leo, Estela era un bonito divertimento y, cuando ella se dio cuenta, tuvo que hacer acopio de fuerzas y dejarlo, por su bien. Sufriendo mucho, eso sí. Pero sabía que debía hacerlo: antes de querer a alguien, uno debe quererse a sí mismo.
La chica abre la nevera y toma una manzana. No hay nadie en casa y los sonidos se amplifican. La chica está de pie en la cocina y cierra los ojos para oírlo todo mejor: la nevera, un vecino que tose, un portazo, la cisterna de un váter… Puede parecer una locura, pero si algo la caracteriza es hacer cosas como ésa, buscar siempre lo extraordinario en lo cotidiano, un punto de vista diferente. En el teatro ha aprendido mucho. Esa clase de ejercicios de escucha la ayudan a percibir el mundo de otra manera.
Continúa con el pequeño ejercicio improvisado y coge la manzana y la muerde lentamente, con los ojos aún cerrados. Puede notar el crujido de la carne de la fruta y como su frescor llega a sus labios. Mastica lentamente y nota como todos los pedacitos se convierten en un zumo que refresca su boca. Da un segundo mordisco a la manzana.
Por un momento se le aparece la imagen de Leo. En realidad todo eso se lo ha enseñado él y le encanta. ¿Puede que sea una manera de recordarlo? De pronto siente un vacío en su interior. En efecto, el bajón por el desamor de Leo ha hecho mella en ella.
Aún comiendo la fruta, tranquila, se dirige a su habitación. Ve una de las máscaras que utilizaba en las clases de interpretación colgada en la pared. Otra vez piensa en Leo. La chica se echa en la cama y se deja llevar por los recuerdos. Leo… Leo… Leo… Imposible olvidarse de Leo. Le entran ganas de llamarlo pero ¿qué le diría? Estela empieza a ponerse nerviosa. ¡Lo echa de menos! «Y eso es muy normal —se dice—. Pero debes evitar llamarle o contactar de nuevo con él». Entonces la chica repasa mentalmente todas las cosas que le hicieron sentirse mal hasta recordarse a sí misma por qué tomó la decisión de acabar su aventura con Leo:
1. Está casado
2. No me contesta el teléfono y sólo me llama cuando le conviene / le apetece
3. Me trata como una cría
4. Es mucho mayor que yo
5. Siempre tiene una respuesta para todo
6. ¡Lo quiero! ¡Lo quiero! ¡¡¡LOOOO QUIEROOOO!!!
… pero él no me quiere
Se vuelve para el otro lado de la cama como cuando no puede dormir. Suspira y unas lágrimas caen por sus mejillas mojando las sábanas. Estela ha caído en lo que se podría llamar el «post-amoratorio».
El «post-amoratorio» es parecido al postoperatorio de los hospitales. Después de la operación, los enfermos sufren lo que los médicos denominan el postoperatorio: es la fase en que el paciente se recupera de la operación. La gente que vive este proceso suele sentirse aturdida y dolorida, y esos síntomas pueden durar días, semanas o meses. Un ejemplo reciente es Sergio.
El «post-amoratorio» es lo mismo pero con el amor. Cuando se deja a una persona que has querido mucho se dice que tu amor hacia ella no ha cambiado. Sientes prácticamente lo mismo. Lo único que ha cambiado es que ya no vas a estar más con aquella persona. No vas a tener más contacto o por lo menos no el contacto que tenías antes, pero los sentimientos perduran. Están allí y no se pueden obviar. Duele mucho hacerte a la idea de que esa persona no estará en ese lugar tan especial de tu corazón. Es una especie de vacío que uno tiene que llorar para poder dejar espacio libre para la persona que, en un futuro, ocupe su lugar.
Estela da rienda suelta a un llanto silencioso en su casa libre de gente. Es como si estuviera en un gran desierto donde las personas representan el oasis de agua fresca. Se siente sola y piensa en Marcos. Eso le alegra el corazón. Marcos es su oasis y además:
1. Tiene mi misma edad
2. Le encanta la música
3. Es divertido y raro
4. Me escucha y me comprende
5. Tiene un perro encantador
Después de hacer esa pequeña lista mental sobre el chico, Estela se seca las lágrimas con la manga del jersey. En el desasosiego que la invade le surgen algunas preguntas referentes a Leo y a su estado «post-amoratorio». Son preguntas muy frecuentes que todo el mundo se hace después de dejarlo: «¿Se habrá olvidado de mí? ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿Lo estará pasando mal? ¿Habrá encontrado ya a alguien?».
La chica se levanta de su cama de sopetón. «Eso sí que no —se dice—. Por ahí si que no paso». Estela hace un pequeño ejercicio de autocontrol respirando tres veces profundamente. Quiere evitar a toda costa pensar en cosas que no sabe si están pasando en realidad. Pero lo cierto es que se siente un poco mal consigo misma.
Son casi las cinco de la tarde y le suena el móvil. «¿Será Leo?». No, es Marcos. Su corazón da un pequeño vuelco.
—¿Sí? —contesta frotándose los ojos.
—¡Hola! Mira… Te llamaba por si querías quedar esta tarde. He preparado un pequeño estudio de grabación en mi habitación, y este fin de semana he compuesto una canción pensando en el concurso de la tele.
—¡Qué me dices! —responde la chica sonriendo.
—Sí, bueno… no es de Grammy pero puede quedar resultona.
—¡Eres un crac, Marcos!
—Se hace lo que se puede… Pero ¡aún no la has escuchado!
—Seguro que es buena.
—Entonces, ¿te va bien quedar hoy?
Estela duda unos instantes.
—No, no puedo; tengo teatro.
—Oh, qué lástima… Pues nada, nos vemos mañana y lo hablamos en el instituto, ¿vale?
Marcos se despide de la chica, que también cuelga. Estela se siente rara de verdad. Hay algo que no le encaja en todo esto. ¡Un momento! ¡Pero si no tiene clase de teatro! Le dijo bien clarito a Leo que ya no volverá, y hoy es lunes… ¡Lunes de teatro!
La chica vuelve a coger el móvil y busca a Marcos en sus llamadas recibidas para devolverle la llamada. Los tonos van sonando y, de pronto, salta el contestador con una voz un poco sosa y con pausas muy largas:
Hola, has llamado a Marcos. Ahora no estoy. Deja tu mensaje. Gracias.
Estela se ríe. Es un mensaje muy insulso, pero muy del estilo de Marcos también. Él no es una persona que se deje conocer fácilmente, y su contestador es la prueba de ello. El de Leo, por ejemplo, era más extrovertido y más teatral, pero Estela lo escuchó tantas veces que al final encontraba de lo más falsa toda esa pantomima exagerada. Sí, ¡qué rabia le daba!
Suena el «piiiiiiiiiiiiip». Ahora es el turno de Estela:
—¡Marcos! Soy yo… Sí que voy. Andaba distraída y pensaba que tenía clase… ¡pero no! Me paso alrededor de las seis por tu casa, okey? Cuando oigas el mensaje, si estás de acuerdo, hazme una perdida. Eso quiere decir que sí. Si no, me llamas y vemos, ¿vale? ¡Un besooooo!
Cuelga. Le queda una hora para adelantar los deberes de mañana. Se dirige a su escritorio y deja el móvil encima de la mesa. Lo mira fijamente. Sigue dando vueltas a la cabeza. «¿Lo hago o no lo hago? —piensa—. Lo voy a hacer, y lo hago por mí», se convence. Vuelve a coger el teléfono y busca en sus contactos la letra «L» de Leo.
Eliminar contacto.
La chica toma aire y lo deja ir cerrando los ojos. Aprieta el botón de «Aceptar».
¿Está seguro que quiere borrar el contacto de su lista?
Vuelve a suspirar esta vez pensando cómicamente: «¡Sí que cuesta sacar a Leo de mi vida!», y le da al botón del «Sí».
Contacto eliminado.
Estela mira la pantalla y se queda abstraída en la frase «Contacto eliminado». Le parece una frase curiosa porque, aunque haya eliminado a Leo de su agenda, aún se siente muy ligada a él. Pero, como dijo en su día un sabio:
«La tecnología no entiende de sentimientos aunque el amor es una gran tecnología». Poco después, Estela recibe la llamada perdida de Marcos.
En ese mismo instante
Silvia está concentrada, estudiando. Como Estela y las otras Princess, se siente más ligera de lo habitual. De repente suena el tono de mensaje en su móvil. Silvia lo oye pero hace caso omiso. No es que pase del teléfono y del mundo pero tiene bien claro que si está estudiando sólo responde a las llamadas. Si son mensajes, pueden esperar. Si no, la distraen y empieza a chatear y del móvil al Messenger hay un paso minúsculo.
De pronto vuelve a entrarle otro mensaje. Silvia hace un esfuerzo. Tiene una especie de lucha interna. Sabe que si mira el móvil, perderá la concentración, ¡con lo que cuesta concentrarse! Este segundo tono la inquieta un poco más pero continúa estudiando.
Cuando pasan diez minutos su móvil vuelve a sonar. Silvia se ríe. «Pero ¿qué pasa? Hoy estoy de lo más solicitada, ¿no? Si quieren algo que llamen». La chica ha tomado una decisión.
Al finalizar los ejercicios de inglés repasa la agenda por si le queda algo pendiente. ¿A lo mejor matemáticas? ¡Nooooooo! ¡Ya ha terminado! Con un movimiento rápido coge el teléfono, marca el pin y… ¡Sorpresa! Los SMS eran de… ¿Nacho?
¿Tres mensajes? ¿Qué querrá? Silvia los abre uno por uno.
Silvia estás ahí?
Ey… k siento lo de la otra noche… de verdad… lo siento…
Me perdonas?
Podría contestar, y también podría no hacerlo. Silvia se lo piensa. Es cierto que Nacho se lo hizo pasar mal, la engaño e intentó besarla pero, por lo que dice en los mensajes, parece que está arrepentido de verdad. Una persona no envía tres mensajes casi seguidos a alguien pidiendo disculpas, si no se siente realmente mal.
Silvia decide contestar y escribe: Ok, no te procups. Sta olvidado. Es un buen mensaje. No le está dando coba y tampoco le echa la culpa de lo que pasó. Además, si lo piensa fríamente, gracias a ese desafortunado encuentro las Princess pasaron un domingo de fábula. Silvia se ríe cuando piensa: «Pero ¡si tendría que darle las gracias!».
Poco después
Estela sale de casa. Tiene un trecho hasta la de Marcos y, como le gusta callejear, se toma un tiempo extra aunque tarde un poco más en llegar. Se nota algo cansada. Puede que más de lo habitual. Es normal, el «post-amoratorio» es lo que tiene: cansancio repentino, tristeza por sorpresa, ganas de llorar de golpe y por las cosas más bobas…
La chica se da su tiempo. Se para ante una panadería, entra y pide un cruasán de chocolate. «¡Dos en un día!», piensa mientras recuerda el que se ha comido esa mañana en casa de Silvia. Al salir de la panadería, oye la voz del panadero:
—¡Señorita! ¡Se olvida el cambio!
Estela se vuelve. ¡Había pagado con un billete de cinco euros! Estela regresa a la panadería, recoge su cambio y sonríe pensando en la madre de Silvia y su historia de niña, el panadero y «¡D-D-DO-DOLOOO!». Jajaja… Hay que ver cómo es la vida. ¡Le ha pasado lo mismo!
La tarde está empezando a caer y la luz del sol toca los últimos pisos de los edificios. Estela observa maravillada como la luz brilla en los ventanales de las casas, pues le gusta caminar mirando hacia arriba. Cuando llega a un semáforo se detiene como todos los peatones y cierra los ojos intentando percibir todos los sonidos que le ofrece la calle, los coches, los viandantes…
Hoy se siente más especial que de costumbre. Es como si alguien le hubiera dado alas para pensar libremente, o algo parecido. Pero este tipo de sensaciones tal cual vienen, tal cual se van. Prueba de ello es que, sin darse cuenta, y dejándose llevar por los ruidos y por su vista fija arriba, Estela se encuentra en la calle donde está el estudio de teatro, como si estuviera conectado de manera instintiva a esta ruta.
Se para en medio de la vía algo sobresaltada, y gira sobre sus pasos para deshacer el camino. «Creo que hoy no es mi día», piensa mientras camina en la dirección correcta.
Al cruzar la calle observa a alguien a lo lejos que le resulta muy, pero que muy familiar. ¡Leo! ¡Es Leo! ¡Como siempre llegando tarde al estudio! Camina muy rápido y se dirige al mismo paso de zebra por donde ella se dispone a cruzar. «¡Tierra trágame!». Sus piernas no le responden; el semáforo está a punto de ponerse en verde. Se encontrarán cara a cara. Estela respira profundamente al tiempo que observa a Leo caminar presuroso para aprovechar el semáforo en verde y no tener que detenerse y esperar.
El hombrecillo de color rojo del semáforo lanza destellos, y da paso al hombrecillo verde. Los peatones cruzan el paso, Estela entre ellos. Al otro lado Leo, que camina abstraído por las prisas. El corazón de la chica late tan rápido que podría confundirse con los motores de los coches que están esperando para cruzar.
Leo pasa a escasos metros de ella. No la ha visto. Estela tampoco quería que la viera. Podríamos decir que ese momento es una metáfora de su relación: caminos diferentes que confluyen en un momento y luego siguen cada uno su dirección.
Unos minutos después Estela llega a casa de Marcos, que la espera hace rato. El retraso tampoco ha sido para tanto, ocho minutos, pero el chico está nervioso. Marcos lo tiene ya todo preparado. La habitación está llena de cables. En una silla tiene una pequeña mesa de mezclas. El ordenador está con un programa de edición y hay dos pies de micro colocados para que Estela cante y él toque. La habitación parece un estudio de grabación casero.
—¿Te gusta? —pregunta orgulloso de su despliegue técnico.
—Bueno, si funciona…, guay. Oye, Marcos… ¿Te importa…? Necesito ir un momento al baño.
Pero Estela no le da tiempo a responder y sale de la habitación.
Aunque a Marcos le extraña la actitud de la chica, aprovecha su ausencia para revisar todos los cables por última vez, y asegurarse de que todo funcione bien. Él sabe mejor que nadie que si la técnica falla, la grabación se puede ir al garete.
Pasados diez minutos, Marcos se inquieta. Estela debería haber salido ya del baño. Empieza a sospechar que pasa algo raro. La chica ha mostrado más énfasis al hablar con él por teléfono que viendo todo lo que Marcos ha preparado en su habitación. Aunque él no necesita el reconocimiento de los demás, por lo menos esperaba que Estela, al ver los micros, el ordenador y la mesa de mezclas, aparentase sorpresa o, por lo menos, alegría. Pero no ha sido así.
El muchacho decide ir a ver qué pasa y, con paso sigiloso, se acerca a la puerta del baño. Acerca la oreja a la puerta y oye unos pequeños sollozos. Marcos da dos golpes suaves y pregunta con cariño:
—Estela… ¿Estás bien?
—¿Eh? Sí, sí, estoy bien… Salgo en seguida…
El chico decide esperarla fuera del baño. Cuando Estela abre la puerta, Marcos la recibe con una sonrisa. Ella le devuelve una sonrisa triste.
—No te preocupes, estoy bien; sólo que llevo un día que tela marinera… Y sólo me faltaba esto…
—¿El qué? —pregunta él.
—Cosas de mujeres.
—¿Cosas de mujeres?
—Cosas-de-mujeres —responde Estela, recalcando cada palabra y alzando las cejas. Su amigo no se da por enterado—. Marcos: tengo la regla.
—Ah… —responde él sorprendido con la frescura con que lo dice ella—. ¿Eso quiere decir que no podrás grabar?
—No, Marcos, esto quiere decir que llevo todo el día loca, sin saber por qué, y ahora descubro que es por tú-ya-sabes.
—Pero ¿podrás cantar?
—Pero ¿qué pregunta más tonta es ésa? Cantaré mejor que nunca. ¿Quieres que te lo demuestre?