Viene, me digo siempre. Bella y nocturna, digo,
y está a mi lado y viene. Y en la noche descanso
junto a su pecho, al borde de su pecho, al remanso
de su cálida sombra sirviéndose de abrigo.
ELVIO ROMERO
Sábado noche
Si hiciésemos una encuesta a nivel mundial y preguntáramos a la gente qué noche de la semana prefieren, seguro que ganaría la noche del sábado. Es la noche más perfecta de la semana, por muchas razones, aunque la principal es que el domingo es festivo para casi todo el planeta.
Para la mayoría de gente joven, la noche del sábado es vital. Es la noche de la esperanza, la noche en que siempre pasa algo, la noche que se recuerda durante la semana siguiente. Es la noche de conocer gente, amigos, la noche de la aventura y, cómo no, del bailoteo antes ensayado en la habitación.
Silvia está preparadísima y muy contenta. Hace demasiados sábados que no tiene ganas de salir, o que sale sin ganas, pero el SMS de Nacho le ha abierto las puertas a algo que estaba esperando desde hace tiempo. La chica siempre ha fantaseado con salir un sábado noche con un chico, ir a bailar o al cine y después… besarse hasta las cuatro de la madrugada en el parque, donde queda con las Princess, y pasar al día siguiente por el mismo parque, ver el banco vacío y pensar: «Ayer estuve en ese banco con mi amor… ¡El banco es el único testigo!».
Le tiembla todo el cuerpo sólo de imaginarlo. Silvia aprieta los puños y los dientes. Está tremendamente nerviosa, en el buen sentido. Tiene ganas de pasárselo bien. Tiene ganas de que alguien la cuide y esté por ella. ¡Tiene ganas de BESAR y que la BESEN! Pero debe calmarse.
La chica está en una pequeña plaza, a veinte minutos de caminata hasta su casa. Está esperando a Nacho y, como es habitual en ella, llega cinco minutos antes. Estos cinco minutos le parecen eternos. Silvia repasa mentalmente la situación en la cocina por la mañana. Está segura de que ha pasado algo entre ella y el chico. Algo…, pero no sabe muy bien lo que es.
¡Nacho! ¡Cómo no se había fijado antes! La chica no deja de pensar en él como si fuera ese jersey tan caro que has visto en las rebajas pero que no tenías dinero para comprar y que, ya en casa, no dejas de visualizar porque lo quieres. ¡Lo quieres!
La espera se le hace cada vez más incierta. «Tranquila, va a llegar», se dice la chica mientras mira la hora en el teléfono móvil.
—Guapa, ¿tienes fuego? —Un chico con una gorra de hip hop amarilla, cargado con un collar dorado acabado en un dólar con diamantes blancos (de plástico) y unos pantalones anchos caídos, se le acerca con un andar un poco vacilón.
—Mmm… No —responde Silvia tímidamente; inconscientemente, sujeta el bolso contra su vientre.
—¿Y estás sola? —Parece que el chico tiene ganas de conversar pero a Silvia le inquieta. Además, casi no frecuenta esta zona, aunque esté cerca de su casa. Eso quiere decir que no le es nada familiar, ni tampoco conoce a la gente. Si en este mismo instante le dijesen que está en otra plaza de otra ciudad, no tendría más remedio que aceptarlo.
»Oye, ¿se te ha comido la lengua algún gatito? —El chico insiste, pero parece inofensivo.
—No. Estoy esperando a un león —responde ella segura de sí misma.
—¿Un león? ¿Y no prefieres un tigre? —le sonríe el chico con sensualidad.
—Tú no eres un tigre —contraataca ella—. Los tigres no llevan una gorra amarilla como ésa.
El chico, sorprendido, se quita la gorra.
—¿Y ahora, mejor? —Parece que va a por todas.
—Ni mejor ni peor. —Silvia se está defendiendo bien. La conversación le calma los nervios que habían aparecido durante la espera. Además, el chico no es nada más que un ligón de parque, se le nota a mil leguas que tira la caña a todas, y que rara vez pesca algo.
A lo lejos, ¡por fin!, ve llegar a Nacho. Silvia se alegra y le hace una señal con la mano. Nacho le responde con una sonrisa.
—Bueno, supongo que ya ha llegado tu león —dice el desconocido.
—Sí, ahí viene, y vigila que es muy territorial. —Silvia le sonríe. El galán hace ademán de irse con una despedida al estilo rap moviendo las manos y poniendo cara de: «Eh, nena, estoy aquí cuando tú quieras que esté aquí».
Nacho se acerca a Silvia, le da dos besos y sigue con la mirada al chico que hablaba con ella, que se aleja.
—¿Quién era?
—Nadie —responde la chica—. ¿Dónde es el concierto?
—¿El concierto? ¡Ah, sí! ¿Qué te parece si primero vamos a tomar algo? Conozco un bar que está muy bien y ponen música y eso.
—¿Es para mayores de edad?
—Sí, pero tranquila, que yo te cuelo. Si te preguntan por el carné, di que te lo has dejado en casa. Eso siempre funciona.
Silvia sonríe. Nunca ha entrado en un bar para mayores de dieciocho, y eso la hace sentir importante. Pero tampoco deja de inquietarle un poco. Si la descubren, es muy probable que quede como una niña, y esa idea no le gusta demasiado. Sobre todo, delante de ¡su primera cita!
—Tranquila, nunca piden los carnés, y si los pidiesen, harán la vista gorda contigo.
—¿Por qué?
—Pues porque estás guapísima.
Silvia baja los ojos y nota como le suben los colores. ¡Nacho le acaba de decir que está guapa! Es la primera vez en su vida que un chico le dice una cosa así y en el estómago siente mariposas. Le recuerdan al día que subió en la moto de Sergio. Rápidamente espanta esos pensamientos de la mente, como si quisiera olvidar de golpe que una vez se enamoró del novio de su mejor amiga.
La pareja camina unos diez minutos por diversas callejuelas. Hablan de muchas cosas, se les nota algo nerviosos. «Tú habla para que no parezca que estás nerviosa», se dice Silvia mientras piensa en multitud de temas de conversación. Todo para evitar ese típico silencio tenso que, al fin y al cabo, significa que uno no está cómodo con la otra persona.
Por fin llegan al bar. Es un bar con nombre de perro: Labrador. Es un local algo oscuro pero, por suerte, no hay nadie en la entrada, por lo que Silvia respira tranquila. El bar es muy alargado y tiene una gran barra al lado derecho. Las pocas mesas que hay están ocupadas.
—¿Nos sentamos a la barra? A mí me gusta sentarme ahí —comenta Nacho.
—Yo no me he sentado nunca a una barra… —dice sinceramente Silvia.
—Siempre hay una primera vez para todo, ¿verdad?
Silvia asiente con la cabeza. El chico tiene toda la razón. Siempre hay una primera vez para todo pero… «¿Cuándo llegará mi primer beso?», piensa la chica mientras deja la chaqueta en un gancho que está a la altura de su taburete.
—¿Qué quieres tomar? —pregunta Nacho.
—No sé… ¿Qué hay?
—De todo… ¿Quieres un cubata?
—¿Un cubata? —Silvia alucina, no porque no sepa lo que significa un cubata, sino porque nunca se ha tomado uno ella sola. Como máximo, un chupito o una clara.
—Sí. Yo voy a tomarme uno. Si no te apetece, puedes tomar algo más suave.
—Bueno, me gustan las claras.
—Pues eso está hecho.
Se les acerca un camarero con muchos tatuajes. También tiene toda la cara llena de piercings. Parece que es amigo de Nacho porque se saludan efusivamente con un fuerte apretón de manos.
Nacho y Silvia hablan durante más de una hora. En el transcurso del tiempo el bar se va llenando de gente con unos looks muy diferentes a los del Club. El ambiente está cada vez más cargado y la música suena tan fuerte que tienen que chillar para entenderse. Aunque Silvia se siente cómoda y «mayor» por estar la noche del sábado en un local tan oscuro y ensordecedor, preferiría un lugar más tranquilo. ¿Quizá en el banco del parque?
Algunas personas saludan a Nacho. El chico los atiende con una cortesía y amabilidad extremas. Silvia se da cuenta de que cuando él está a punto de acabar su cubata aparece el camarero y se lo rellena. Ella aún no se ha terminado su clara y el chico lleva tres cubatas.
—Oye, Nacho, ¿por qué te sirven todo el rato sin que lo hayas pedido? —dice la chica, casi chillando.
—¡Porque el camarero es mi primo! —le responde gritando a su vez en la oreja de Silvia.
—¿Y el concierto?
—¿Qué concierto? —responde él.
Silvia se hace la sorprendida porque cree que Nacho le está tomando el pelo: el típico jueguecito de hacerte creer que no vas a ir a un sitio para después desmentirlo. Un juego muy tonto, pero que muchos chicos utilizan para sacar una sonrisa a las chicas. Silvia decide continuar con lo que ella piensa que es una artimaña.
—Sí, el concierto. Hemos quedado para ir a un concierto, ¿recuerdas?
Nacho sonríe como si ella le hubiese contado un chiste buenísimo.
—¿Qué pasa? —dice la chica.
A él, la pregunta le da risa. Llegados a ese punto, Silvia no entiende muy bien su reacción, pero cuando ve que su primo le pone otro cubata empieza a entenderlo.
—¿Por qué no te tomas otra cerveza o lo que quieras? —Nacho da un sorbo a su copa y asiente con la cabeza al ritmo de la música que suena por los altavoces de ese tugurio.
—No… Va en serio… —insiste Silvia.
—Sí, yo también lo digo en serio. Tómate otra copa, y después vamos.
Silvia accede a las órdenes de Nacho. «Al fin y al cabo, es sábado, y puede que el concierto empiece tarde», piensa. Entonces aparece el camarero y le sirve otra clara, la mira y después le guiña el ojo a su primo. Ese gesto no gusta nada a Silvia. Le parece que le han hecho una encerrona.
El bar está ya abarrotado de gente, y Nacho se le acerca cada vez más con la excusa de que no tiene espacio. Aunque Silvia se siente invadida deja que él se acerque. Llegado el momento, Nacho le dice algo en la oreja, algo que Silvia no logra entender. Debe de ser algo muy gracioso porque él no para de reírse. Silvia intenta entenderle pero no puede, así que se acerca un poco más a él para mitigar el ruido del local y escucharle mejor… Entonces Nacho acerca su cara a la suya y, poco a poco, acerca sus labios a los de la chica…
Silvia nota a Nacho muy cerca. Su olor, su barba, su mejilla, el alcohol… «¿Va a ser éste el momento? —se pregunta—. ¿Va a ser éste mi primer beso?». Y, sin que tenga tiempo a reflexionar, Nacho la besa. Es un medio beso, porque él la besa a ella, pero Silvia sólo se deja besar, deja que los labios del chico rocen los suyos pero es incapaz de devolverle el beso. De hecho, casi al instante de rozarle la piel, Silvia retira la cara en un acto reflejo que deja al chico más que sorprendido.
Silvia no está contenta con el comportamiento de su cita. Ella no se lo imaginaba así en absoluto. No es que sienta que le ha faltado al respeto, simplemente no le gusta la manera en que se le ha acercado el chico. Silvia tiene la sensación de que no es la primera vez que ha engatusado así a una chica, y odia sentirse otra más.
Entonces Nacho lo intenta de nuevo pero esta vez de manera descarada. Acerca sus labios a Silvia: ella lo esquiva de nuevo con un gesto de la cara. Este movimiento de cabeza es conocido como el «movimiento de la Cobra» en la jerga de los chicos. La «Cobra» consiste en que una chica evita el beso de un chico moviendo la cabeza como una serpiente.
Silvia se pone más nerviosa. La actitud de Nacho no le está gustando nada pero, sin saber por qué, es incapaz de reaccionar como debería y pararle los pies; sólo es capaz de seguir sonriendo para no quedar mal.
—¿Vamos al concierto o qué? —pregunta exasperada.
—No hay concierto, Silvi… Pero aquí se está muuuuy a gustooo, ¿nooo?
«Lo que me faltaba», piensa ella mientras recoge sus cosas. Eso sí que es faltarle al respeto.
—¡Me has mentido, Nacho!
—¿Y qué querías que hiciera? ¡En la cocina me estabas pidiendo a gritos que te besara!
—Pero ¿qué estás diciendo? —Silvia no lo puede creer.
—¡No te hagas la mojigata ahora! —Nacho la rodea con fuerza con los brazos, pero la chica se libera de él dándole un pequeño empujón. Se pone el abrigo y se marcha rápidamente de ese bar del que no recuerda ni el nombre (¡ni ganas de acordarse!).
Vuelve a casa con paso decidido. Está realmente decepcionada y lo que es peor, engañadísima. No deja de pensar en todas las acciones de Nacho: la amistad con su hermano, su comportamiento en la cocina y la actitud tan burda en el bar. Hay que ver cómo cambian las personas según dónde estén.
Cuando le quedan menos de cinco minutos para llegar a casa, Silvia intuye algo y se vuelve. Agudiza la vista y ve en la lejanía una silueta que está al final de la calle. ¡Es Nacho!
—¡Silvia, ven! ¡No me dejes solo, por favor! ¡TE QUIEROOO!
La chica se asusta y echa a correr. No le gusta nada todo eso. Se siente como Caperucita, y Nacho es, evidentemente, el lobo malo. Cuanto más corre la chica, más deprisa va él.
—¡Déjame en paz! —grita ella, a quien el miedo atenaza cada vez más.
No tarda ni un minuto y medio en recorrer el camino a casa, que suele llevarle cinco minutos. Ha corrido cuanto ha podido con sus botines de tacón. Nerviosa, abre el portal de su casa. Sube la escalera corriendo y, al llegar a casa, se encierra rápidamente en su habitación.
David está en casa y ha oído el portazo. Mira el reloj. «Qué extraño, aún es temprano», piensa.
—Silvia, ¿estás bien?
—¡Déjame! —llora la chica, sin querer abrir la puerta de su habitación.
—Silvia, ¿qué ha pasado?
Aún desde el otro lado de la puerta, su hermana responde sollozando:
—Tenías razón… ¡Nacho es un imbécil!
Al oír el nombre de su amigo en boca de su hermana, al oírla llorar de esa manera, no puede evitar que la rabia se apodere de él.
—¿Qué te ha hecho? —pregunta encendido, entrando en la habitación aunque ella no le haya dado permiso—. ¡Dime! ¿Qué te ha hecho?
Silvia, a quien aún le dura el susto, continúa llorando. Su hermano se sienta junto a ella en la cama y le pasa el brazo por la espalda. La chica apoya la cabeza en su pecho y, entre sollozos pero algo más tranquila, se lo cuenta todo. David se indigna y se enoja mucho.
—Esto no acabará así… —El chico ha dictado sentencia. Tiene unas ganas irreprimibles de romperle la cara a quien hasta ese mismo instante había sido su amigo. ¿Cómo se ha atrevido a hacerle eso a su hermana?
—También ha sido por mi culpa, David —murmura Silvia—. Tú me has avisado y yo, que sólo quería pasarlo bien, no te he hecho ni caso… No sé, y después, al encontrarme en esa situación… me he asustado, eso es todo… Por favor, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte… Por favor.
David abraza fuerte a su hermana.
—¿Estarás bien?
Silvia asiente. Él la mira, la besa en la mejilla y sale de la habitación. La chica se queda un rato mirando al vacío, triste, luego resuelve que lo mejor es darse una ducha caliente para que lo que queda del susto desaparezca por el desagüe.
«Suerte que mamá no se ha enterado de nada», piensa antes de quedarse dormida.
Domingo por la mañana
Son las once y media y Silvia aún no ha salido de la habitación. Aunque hace rato que se ha despertado, se ha quedado surfeando por Internet. Sigue en la cama, con el ordenador en el regazo y su cojín rojo con forma de corazón a su lado. Ese viejo cojín la acompaña siempre en los buenos y malos momentos. Le gusta abrazarlo cuando se siente sola y notar que, en cierto modo, con esos minúsculos bracitos de peluche, el cojín le devuelve el abrazo.
Su familia ya anda trasteando por la casa. Oye abrirse la puerta del cuarto de David. Y unos pasos. Alguien marca un número de teléfono en el fijo.
—¿Nacho, eres tú? —Al oír la voz de su hermano, a Silvia le da un vuelco el corazón y abraza su cojín—. Tío, ¿de qué vas? ¿Cómo que de qué hablo? Ayer mi hermana me lo contó todo. La llevaste al Labrador, ¿verdad? ¡Eso es un tugurio! Y después ¿es cierto que la seguiste hasta casa? —David hace una pausa, parece que Nacho se está explicando—. Mira, te lo diré una vez y sólo una vez: si tocas a mi hermana, te las verás conmigo, ¿entendido? No, no, no me vengas con excusas… ¿Lo entiendes o no? —David vuelve a callar esperando confirmación de Nacho—. Entonces todo claro. ¡Ah!, y otra cosa: procura no cruzarte en mi camino porque, de momento, ¡no te quiero ni ver!
David cuelga el teléfono y Silvia, desde su habitación, no puede evitar ahogar su llanto en el cojín.
Unos instantes después
David vuelve a su habitación. Está algo exaltado. Ha defendido a su hermana y daría lo que fuera para que ella estuviera bien. Aunque Nacho siempre bromeaba con lo de que las chicas eran como los kleenex y David había presenciado algún que otro ataque directo de su amigo a alguna chica en el Labrador, nunca hubiera imaginado que sería capaz de tratar así a su hermana. ¿O en el fondo sí lo sabía? ¿Por qué, si no, advirtió a su hermana? Sea como fuere, ahora sí que le ha quedado claro qué clase de amigo tenía.
David se siente tenso, necesita desahogarse con alguien y piensa en Ana, la dulce y comprensiva Ana. Echado en la cama, la llama. En menos de veinte minutos su novia ya está al corriente de todo. Él le cuenta que Silvia está muy triste y que siente pena por ella.
A Ana no le hace falta que le repitan que una de sus amigas está en apuros para acudir en su ayuda.
—Oye, tengo una idea —le dice a su novio—. ¿Le puedes preguntar a tu madre si podemos hacer una fiesta de pijamas en tu casa?
—Ana… ¿tú crees?
—Ahora mismo llamo a las Princess y que cada una convenza a sus padres. Si nos presentamos de sorpresa por la tarde y nos quedamos a dormir con ella seguro que le levantaremos los ánimos.
—Dicho así, suena bien, sí.
—¿Se lo puedes preguntar a tu madre? Dile que no le diga nada a Silvia, ¡que queremos que se lleve la sorpresa!
—Ella estará encantada, ya lo sabes.
—Pues ¡hecho! ¡Voy a llamar a las chicas! ¡Ah!, y David…
—¿Sí?
—¡Te quiero!
Ana cuelga el teléfono, emocionada por la sorpresa que le espera a Silvia y por lo que acaba de confesarle a su chico. Por su parte, David se ha quedado con una sonrisa boba y el teléfono aún pegado a la oreja aunque su novia haya colgado. ¡Tiene a la mejor chica del mundo! Esta tarde, cuando lleguen las Princess, la cogerá de la mano un momento sin que las otras se den cuenta, la arrastrará por el pasillo hasta su cuarto y, sin que ella lo espere, la besará. Y entonces, David se da cuenta de una cosa: si las chicas hacen una fiesta de pijamas en casa, eso quiere decir que… ¡Ana y él pasarán toda la noche bajo el mismo techo! ¡¡¡Uuuhhhhh!!!
Al cabo de un rato
En menos de una hora, las Princess están avisadas y en pie de guerra. A Estela le encanta la idea y sus padres ya le han dicho que sí. A Bea le ha costado un poquito más pero en cuanto ha conseguido el consentimiento paterno se ha animado a preparar la bolsa.
La madre de Silvia, que no sospecha nada del estado de su hija y de la «Operación Rescate» puesta en marcha por sus amigas, también ha confirmado que las chicas pueden pasar la noche en casa. Aunque ha dejado muy claro que nada de trasnochar, pues el lunes las Princess deben madrugar para ir a clase.
En su habitación, ajena al plan urdido por todos, Silvia espera a que pase el domingo y, con él, su desengaño.
A media tarde
Las Princess han quedado en el parque. Ana, Bea y Estela se han citado un poco antes de que llegue Silvia, para ponerse al día de lo sucedido. Han escondido sus mochilas detrás de unos matorrales para darle una sorpresa.
La cuarta Princess aparece con cara larga. Sus amigas tienen sentimientos encontrados: por un lado están contentas por lo de la fiesta de pijamas pero, por el otro, al ver el ánimo de Silvia, su entusiasmo decae.
Pasan las dos horas siguientes sentadas en su banco escuchando atentamente a Silvia relatar su historia. Cuando ésta acaba, se abre un debate en torno a los chicos. Silvia, que al contar su noche con Nacho ha pasado por todos los estados posibles (el de incredulidad: «¡Y va y me dice que no hay ningún concierto!»; el de espanto: «Y yo corría y corría porque ¡pensaba que me iba a hacer algo!», y el de rabia: «¡Que se vayan todos a tomar por…!»), acaba incluso por reírse de sí misma.
—¡Tendría que haberme ido con ese rapero feo con los pantalones caídos! Al lado de Nacho era de lo más romántico…, y, además, por nuestro aniversario ¡seguro que me regalaría un collar con un dólar super molón con varios brillantes!
Las Princess sonríen. Parece que, poco a poco, y tras compartir las penas con las amigas, el ambiente se ha distendido. Es entonces cuando Ana aprovecha:
—Silvia… ¡Te hemos preparado una sorpresa!
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—Cierra los ojos. —Silvia sigue las órdenes de Ana que, alzando las cejas y dirigiendo la mirada hacia las mochilas, da a entender a sus amigas que las saquen de su escondite. Estela se levanta del banco y las lleva.
—¡Ya puedes abrir los ojos! —dice Ana, sonriente.
Silvia los abre y ve las tres bolsas ante ella.
—¿Queréis ir a la biblioteca en domingo?
—Noooooo… —dice Estela—. ¡Esta noche hay fiesta de pijamas en tu casa!
—¡Tenemos permiso! —exclama Bea mientras Ana afirma con la cabeza.
—¿Y la mía? ¿Os habéis olvidado de la mía? —pregunta Silvia preocupada.
—¡Todo arreglado! —la tranquiliza Ana contentísima—. ¡Tu madre también lo sabe!
Silvia está tan contenta que suelta alguna que otra lágrima. ¡Es precisamente lo que necesitaba! Ana la abraza, después Estela se les une y al final Bea cierra sus brazos alrededor de todas.
«¡Tengo las mejores amigas!», piensa Silvia, feliz.
Poco después
Silvia y sus amigas llegan a casa. La madre de la primera ha hecho bocadillos para cenar, así les resultará más fácil comer en la habitación, que ha dejado preparada con un colchón extra en el suelo y sábanas y un montón de cojines para que las chicas celebren una señora fiesta de pijamas.
Las chicas están maravilladas de lo acogedor que la madre de Silvia lo ha dejado todo y, en menos de un minuto, ya se han puesto el pijama y discuten qué película van a ver.
—Mamá… ¿te he dicho ya que te quiero? —dice Silvia orgullosa y plantándole un beso a su madre.
Su madre, Dolores, sonríe y, antes de cerrar la puerta tras de sí, advierte con dulzura:
—No vayáis a dormir tarde, que mañana hay que madrugar.
La madre las deja solas. Las chicas están muy alegres. Estela y Bea repasan las películas de Silvia e intentan ponerse de acuerdo en su elección. Ana enciende el ordenador de Silvia, se siente inspirada.
—¡Acabo de tener una gran idea! —exclama. Sus amigas callan para que siga contándoles—. ¿Por qué no escribimos en mi blog?
—Pero si es tu blog… —comenta Bea.
—Por eso mismo. Propongo que cada una escriba un trozo. Será nuestro primer escrito juntas.
Las chicas aceptan la idea encantadas. ¡No podrían estar más unidas!
Nueva entrada:
Amistad (escrito a ocho manos)
Ocho manos son las que escriben.
Son las manos y los dedos de cuatro amigas.
Cuatro corazones amigos.
La amistad es lo mejor que hay, es un sentimiento muy parecido al amor. ¡De hecho entre amigas también hay amor! ¿Y qué es el amor?
Una pesadilla
Estela
Una bendición
Ana
Algo nuevo por descubrir
Silvia
Algo difícil de encontrar
Bea
El amor es también la amistad que nos une a las cuatro. Amigas para siempre
Firmado:
Las Princess