Capítulo 30

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

MIGUEL HERNÁNDEZ

Sábado noche

De vuelta en casa y después de ducharse y haber cenado una sopa de verduras riquísima que ha hecho su madre, Estela se relaja en el sofá dispuesta a pasar una noche de sábado tranquila. Por primera vez en muchos fines de semana no quiere salir. Mira la agenda del instituto y, como siempre, tiene un montón de tareas pendientes. Con tanto ajetreo emocional ha dejado de un lado sus estudios y ¡eso no puede ser! ¡Debe estudiar algo! No nos equivoquemos, ella nunca ha sido una estudiante que destaque por sus buenas notas. Siempre ha sido más bien de aprobado justo. Pero la chica tiene remordimientos. Le gustaría estar al día de todo, de las lecturas y los deberes del instituto, de las escenas del teatro, de sus relaciones…

Pero ella no es tan organizada como Silvia, que se hace una lista de prioridades prácticamente para todo lo que hace. Estela es más instintiva; resuelve siempre lo primero que le causa más engorro. En este sentido es como un bombero: primero apaga el fuego y después limpia la zona de escombros. Pero lo que Estela no sabe es que si mantuviese la zona libre de escombros no habría fuego que apagar. Son distintas maneras de ver la vida.

Ahora mismo la prioridad es Leo. Llevan unos días sin verse y Estela siente la necesidad imperiosa de hablar con él, decirle algo así como: «Leo, ya no te quiero. Me voy de tu vida. Espero que seas feliz. Dejo las clases de interpretación. Lo nuestro ha ido demasiado lejos… Espero que lo comprendas, estoy sufriendo por algo que sé que nunca podré tener. Adiós, Leo».

La chica busca el nombre de su profesor en la lista de contactos del móvil. Llama tres veces pero Leo no contesta. ¡Con lo que le ha costado decidirse y ahora el hombre no se digna ni a contestar el teléfono! Por suerte vivimos en una sociedad bien comunicada. Si falla la primera opción siempre se puede recurrir a una segunda: Internet. Y si no, el clásico «cara a cara» también resulta muy práctico y muchas veces es lo más eficiente. Diciéndoselo en persona correría el riesgo de volver a dejarse engatusar por él (Leo es muy manipulador), pero le encantaría poder hacerlo y decírselo todo de frente, aunque fuese llorando, da igual.

«En fin, si Leo no contesta le enviaré un correo», piensa mientras abre su sesión. Teclea su dirección de correo electrónico y su contraseña a la velocidad del rayo. Busca entre sus contactos y, cuando empieza a escribir a Leo, se le abre una ventana en el rincón de la pantalla. ¡El profesor se ha conectado!

Estela se deja llevar por su instinto y acerca el cursor en el recuadro donde aparece conectado su profesor.

Estela dice: Ey

Aprieta «Enviar» y espera una respuesta que no llega.

Estela dice: Te he llamado

Debajo del nick de Leo aparece el texto:

Leo está escribiendo…

Estela suspira, sabe que le espera una larga conversación. Su corazón se acelera. Es evidente que Leo es el causante directo de su ansiedad.

En ese mismo instante

Silvia recibe un SMS. Antes de leerlo piensa en que a lo mejor es de alguna de las Princess dispuesta a salir un rato, es sábado por la noche y no estaría mal ir a dar una vuelta, aunque sea por el centro.

La sorpresa mayor llega cuando ve que el SMS lo ha enviado Nacho: Tengo entradas para un concierto. Te apuntas?? Nacho.

Silvia alucina. Nacho tiene su teléfono porque un día se lo dio David, por si no se localizaban, pero nunca le había dicho nada. ¿Será hoy su día de suerte? Silvia le contesta: Me lo dices a mí o se lo dices a David? Nacho no tarda ni treinta segundos en contestar: A ti… Te recojo en media hora? La chica ni se lo piensa y contesta: OK. Hasta ahora!

Es increíble cómo cambian las cosas. Ayer Silvia estaba llorando porque quería una oportunidad y hoy mismo como por arte de magia se la plantan en sus narices. ¿Será el calcetín del amor que le habrá dado suerte? Nacho no es un chico que destaque por su belleza pero es simpático, amigo de su hermano, lo ha visto muchas veces por casa y hoy en el desayuno ha pasado algo entre ellos dos. Silvia no sabe el qué, pero algo ha pasado seguro.

La chica se encierra en su cuarto, sólo dispone de media hora para prepararse y quiere estar despampanante. Lo primero que hace es quitarse el calcetín del amor de Crespo. Ya le ha traído la suerte que necesitaba. Además, Silvia quiere ponerse unos botines ajustados, y ese calcetín es de deporte; la combinación quedaría horrible. Al final, la chica elige este conjunto: botas de caña alta negras con un poco de tacón, minifalda y medias negras, un jersey de algodón de color lila y un abrigo negro de invierno que le llega hasta las rodillas. El maquillaje es sutil. Algo de colorete en las mejillas, sombra de ojos azul marino y brillo de labios incoloro con purpurina.

—¡Mamá, salgo un rato! —grita Silvia desde su habitación.

—Muy bien, cariño. ¡No llegues tarde! —le responde su madre, que se acerca al dormitorio de su hija—. ¿Con quién vas?

—Con Nacho. Vamos a un concierto y volvemos.

La madre da su consentimiento, y Silvia la besa en la mejilla y sale de la habitación. David, cuyo cuarto está junto al de su hermana, sale de éste como una flecha directo a la chica.

—¿Con quién has dicho que ibas a salir? —le pregunta.

—Con Nacho. ¿Pasa algo?

David se queda mudo y observa a Silvia, que está delante del espejo poniéndose unos pendientes dorados de aro ancho.

—¿Y vas a ir vestida así?

—¿A ti qué te parece? —contesta su hermana sin dejar de mirarse al espejo.

—Vigila a Nacho, que tiene las manos largas y va muy salido, yo te advierto… Y si además te vistes como un zorrón…

—¡Oye! Que a ti te guste ir tirado y vestir siempre con vaqueros o ropa de gimnasio no quiere decir que una no pueda lucir como quiera. —Silvia es tajante.

Okey, hermanita, yo ya te he avisado.

Silvia hace caso omiso de la advertencia de su hermano. Es más, le entra un cosquilleo en el estómago. ¿Puede ser hoy la noche mágica? ¿Puede que hoy la besen por primera vez?

Mientras, en casa de la madre de Sergio

Bea hace compañía a su chico. Están tumbados en el sofá mirando una película de acción estadounidense, donde los tiros sobrevuelan las cabezas de los protagonistas y el mundo depende sólo de ellos y de una bomba atómica múltiple que debe ser desconectada.

Sergio, con la cabeza apoyada en el regazo de Bea, que le acaricia el pelo con las yemas de los dedos, está medio dormido. La película ha empezado hace unos diez minutos y ella ya tiene claro que se va a aburrir soberanamente. Le gustan las comedias románticas en las que la pareja protagonista se conoce de manera fortuita y se odian a primera vista, pero luego se enamoran y, por mucho que se empeñen en ocultarlo y mentirse a sí mismos, al final acaban por admitir lo que sienten. Pero, en este caso, quien elige es el enfermo.

De pronto suena su móvil. Bea lo saca del bolsillo para responder.

—¿Quién es? —pregunta Sergio soñoliento.

Ella no responde. En la pantalla del móvil lee ¡PABLO!

—¿No lo coges? —dice el chico, que vuelve a cerrar los ojos.

«¿Qué hago? —piensa ella—. ¡Si lo cojo, Sergio se olerá algo, seguro!». Mientras, la melodía pop de su móvil sigue sonando.

—Bea, ¿estás dormida? —insiste Sergio, dándole un golpecito en el brazo.

—No, no… —responde la chica, al mismo tiempo que respira hondo y acerca el móvil a su oreja.

Si Bea quería ver una película romántica, la está viviendo en carne y hueso. ¿Qué pensaría Sergio si supiera que Pablo, su ex, quiere hablar con ella un sábado por la noche? Bea se va a arriesgar. Aprieta el botón de «Responder» y cierra los ojos con fuerza. Se oye una música de piano de fondo y en unos segundos aparece la voz de Pablo que sigue con el juego:

Mensaje en una botella. Hubo un hombre enamorado de una princesa inaccesible que cansado de buscarla decidió tirar un mensaje al mar para que el destino se lo hiciera llegar.

Los años pasaron y ese hombre no recibió respuesta hasta que un buen día esperando divisó una botella arrastrada hacia la orilla por las olas. Era la misma botella que había tirado años atrás, con el mismo mensaje intacto. El hombre lo leyó en voz alta:

«Quería decirte desde hace mucho tiempo que te extraño, que no sólo te quiero sino que te amo. Espero a la orilla del mar a que regreses aunque pasen cientos de años. Los sentimientos que albergo en mi corazón nunca cambiarán porque son fuertes y únicos y son solamente para ti, mi princesa».

Dice la leyenda que cuando el hombre acabó de leer su mensaje ya era viejo y dos lágrimas le brotaron de los ojos. Entonces una mano le tocó la espalda. Era la princesa, que había ido a pasear por esa orilla y, al fin, oyó su mensaje de amor.

Bea escucha cómo Pablo cuelga el teléfono. La chica pasa de escuchar el sonido del piano y el cuento de su ex novio al ruido ensordecedor de una triste película de acción. Suspira. Tiene sentimientos encontrados.

—¿Quién era? —pregunta Sergio sin mucho interés.

—Nadie… No era nadie —responde Bea automáticamente, y se siente algo culpable.

Poco después

Estela lleva un rato conversando por chat con Leo. Por más que lo haya intentado convencer, su profesor dice que no puede quedar con ella esta semana. Estela está alterada y hace rato que ha decidido contarle lo de la regla, ya sea por chat o por código Morse.

Leo dice: No te pongas así…

Escribe él después que Estela le haya dicho que no irá a la próxima clase de interpretación.

Leo dice: Te estaremos esperando todos.

Estela dice: He dicho que no, Leo. NO VOY A IR MÁS!!!

Leo dice: Pues te lo vas a perder. Había pensado en ti para la próxima obra de teatro que voy a montar…

Estela dice: Me da igual Leo. Tú lo que quieres es otra cosa… para mí no eres un profesor de teatro de verdad.

Leo dice: Me ofende usted, querida.

Estela dice: Aunque me hables al estilo medieval. Adiós, Leo.

Leo dice: Vamos, princesita, sabes que te amo. ¿No me digas que tú no me quieres?

Estela dice: Sí, puede que te quiera un poco. Pero me quiero más a mí.

Estela cierra la conversación y dirige el cursor a sus contactos, para bloquearlo. Después abre Facebook, y también lo borra de sus amigos. Al hacerlo, cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. «¡Lo he hecho! ¡Lo he hechooo!». Acaba de romper su relación con Leo. Sabe que lo va a echar de menos y que, en momentos de debilidad, sentirá que lo ha perdido todo, pero también va a ganar en calidad de vida y, sobre todo, en salud. Las náuseas han desaparecido de golpe.

Cuando la chica cierra el ordenador no puede evitar pensar en Marcos. Es como si su corazón ya estuviera libre de peajes para amar y ser correspondida. Sin darse cuenta, canturrea la canción que han estado ensayando por la mañana. Se siente feliz. Hacía días que no canturreaba por casa, y eso, tratándose de Estela, significa que está encontrando su camino, aunque siga sin venirle la regla.