Capítulo 29

Te quiero como gata boca arriba,

panza arriba te quiero,

maullando a través de tu mirada,

de este amor-jaula

violento,

lleno de zarpazos

como una noche de luna

y dos gatos enamorados

discutiendo su amor en los tejados,

amándose a gritos y llantos,

a maldiciones, lagrimas y sonrisas

(de esas que hacen temblar el cuerpo de alegría).

GIOCONDA BELLI

Sábado por la mañana

Parece mentira lo rápido que transcurren las semanas. Uno no se da cuenta y pasa de los temidos lunes al bendito sábado por la mañana a una velocidad abrumadora. Silvia se queda echada en la cama unos minutos más, pensando en ello. Adora los fines de semana. Sin horarios, sin presiones, y con dos días para disfrutar al máximo de su tiempo libre, aunque debe dedicar parte de ese tiempo a estudiar.

Remolonea un poco antes de levantarse. Es una cosa que le encanta y ¡a quién no le gusta! Se abraza a su cojín rojo corazón. Uno que tiene bracitos y que le gusta especialmente, porque imagina que quien la abraza es un chico. Se relaja y sigue pensando.

Lo primero que le viene en mente es su amiga Estela. Ayer viernes se encontraron después de clase con las Princess y volvieron a tocar el tema. Almorzaron todas juntas en un bar cerca del instituto y resolvieron que Ana es una crac, tenía razón en todo. La ansiedad de Estela es una manera de manifestar su inquietud por todo lo que está viviendo. Hay gente que libera la tensión yendo al gimnasio, hay otro tipo de gente que la descarga viendo películas por Internet y comiendo pizzas congeladas, y hay otras que lo somatizan, como Estela. «Ver para creer».

Después piensa en Bea y Sergio. Aunque se siente algo confusa, está contenta. Por una parte, por fin, ha podido recuperar la amistad con Bea. Su amiga es muy testaruda y, cuando se trata de chicos, le cuesta cambiar de opinión. Pero Silvia lo ha conseguido. Después está Sergio… Sergio… La chica suspira, agarrada a su cojín. No evita fantasear un poco con él. Deja volar su imaginación y ve retazos de lo que sería estar con él: una vuelta en moto, un grafiti dedicado… La sonrisa del chico aparece con toda claridad ante ella y Silvia suspira. Pero es demasiado responsable e interrumpe esas fantasías que no la llevan a ninguna parte levantándose de la cama inmediatamente. «Basta, esto no puede ser», se dice.

Como cada sábado, sigue su ritual de higiene en el baño: depilación de piernas a lo bruto; es decir, con cuchilla de afeitar. Aunque los pelos le crezcan más fuertes, la sensación de tener las piernas lisas y frescas sin sufrir no tiene precio. Luego, ducha y mascarilla para el pelo. Aún con la toalla enredada en la cabeza y el albornoz rosa puesto, vuelve a la habitación. Entonces, algo en el suelo llama su atención: es el calcetín de Crespo. La chica esboza una sonrisa. «¿Me lo pongo o no me lo pongo? Igual me da suerte». Decidida, se lo pone. Para ella, ese calcetín es el símbolo del amor.

Sale de su habitación preparada para que todo el mundo le grite: «¡Guapa!». Viste jersey gris de cuello vuelto ancho y, debajo de éste, un top de color negro con unos brillantes que dibujan la palabra Black; tejanos de pitillo y calza unas deportivas. Lleva el pelo bien planchado recogido con una pequeña diadema de color negro. Es un look premeditado: después de desayunar quiere ir a dar una vuelta por el centro comercial, y ya se sabe que en los centros comerciales es de ley ir bien arreglada.

Al entrar en la cocina se encuentra a su hermano David con su amigo Nacho. Están hablando de fútbol. Silvia mira a su hermano sonriendo. Sabe que ayer David quedó con Ana y cuando ve un chupetón en su cuello no puede evitar toser para esconder una pequeña sonrisa. Su hermano se da cuenta de que Silvia lo ha visto, aunque lleve el cuello del polo subido para disimularlo. David no suele llevar así este tipo de prendas.

Nacho mira a Silvia mientras toma su café con leche descafeinado. Ella se siente observada. Mientras David habla con su amigo, la chica nota cómo este último no le quita ojo. Al principio se siente algo incómoda, pero después se mira en el reflejo de la ventana y ve que realmente está guapísima. Y claro, le sube la autoestima, se siente más segura y también se muestra más sonriente. Se prepara su zumo de naranja con todo el estilo que pueda tener una persona que exprime naranjas.

—Tu hermana sí que se sabe cuidar —dice Nacho a David, mientras Silvia da un sorbo al zumo.

—Pues claro, tío, es una chica —contesta David—. Ellas siempre se cuidan más que nosotros… Y son más limpias… Son tan diferentes de nosotros que a veces pienso que son de otro planeta.

Nacho se ríe.

—Oye, David —sonríe Silvia burlona y con cierta picardía, intentando caer en gracia a Nacho—, ¿cómo te fue ayer con tu extraterrestre personal?

—¿Qué?

—Bueno, yo tengo mis dudas acerca de si era una extraterrestre o una vampira… Aunque una cosa sí está clara: ¡ese chupetón que llevas en el cuello sí es de otro planeta! —Silvia le guiña el ojo a su hermano, que se sonroja de golpe. Nacho, sorprendido, se lanza al cuello de su amigo.

—¡No me digas! ¡A ver! —exclama. David se esconde el chupetón con la mano—. ¡Tío, esto no me lo habías contado! ¡Qué pasada! ¿Con quién ha sido?

David se pone nervioso y toma su café de un trago para no tener que hablar. Pero su amigo no tiene prisa y espera a que termine, interrogándole con la mirada.

—No es nadie, no tiene importancia… —David se levanta dando por zanjado el tema. Antes de salir de la cocina, se dirige a su amigo—: Espérame aquí que recojo mis cosas y nos vamos, ¿vale?

—Vale…, ¡E. T.! —ríe Nacho. Entre chicos, a veces no hace falta comentar ningún detalle de la noche anterior: con una simple marca en el cuello basta para fardar con los amigos.

—Hombres… —murmura Silvia, aunque lo suficientemente alto como para que la oiga Nacho.

—Hombres, ¿qué? —contesta el chico.

—Nada, he dicho «hombres» y ya está —responde ella, que no esperaba que él dijera nada.

Los dos se quedan en silencio. Silvia no sabe qué decir. Nota que Nacho de pronto está algo tenso. Mueve la pierna izquierda arriba y abajo como si estuviera nervioso antes de empezar un examen. Esto es habitual en los chicos. Se muestran como gallitos con sus amigotes pero cuando están con una chica a solas, se les bajan los humos. Nacho, aunque sea mayor que ella, no es una excepción.

En cambio, Silvia se siente tranquila con él; al fin y al cabo, es su casa, su cocina, y está tomando su zumo de naranja. Tiene la situación controlada, y además, aunque parezca una tontería, se ha puesto el calcetín de Crespo. ¿Será por eso que Nacho está pendiente de ella?

En ese mismo instante

Bea se acaba de levantar. A diferencia de Silvia, lo primero que hace Bea al levantarse es encender el ordenador y revisar el correo y Facebook. Es consciente de que no es una buena costumbre, que está demasiado pendiente del ordenador. A veces tiene la sensación de estar esperando un mensaje divino, como si estuviera a punto de recibir un gran premio de alguna lotería que, por supuesto, no llegará nunca.

A veces bromea con sus amigas sobre que está enganchada a la red. No sólo pasa muchas horas delante de la pantalla sino que a veces siente la necesidad de levantarse en seguida de la cama al despertar únicamente para abrir el correo.

En su bandeja de entrada tiene un mensaje nuevo de alguien que no conoce. En el asunto pone: «Hola!!».

Bea lo abre, esperando encontrar el típico mensaje de spam, pero no: lo que lee la deja patidifusa.

Hola Bea:

Soy Pablo, sí, «tu» Pablo. Como ves, he cambiado de dirección de correo electrónico. Ya sabes, uno se va haciendo mayor y, sin darse cuenta, conserva una dirección que con el paso del tiempo se vuelve ridícula.

Pensé en no cambiarla; al fin y al cabo, me la abrí cuando estaba contigo. Pero ahora he decidido cambiarla por cuestiones laborales.

A partir de ya… éste es mi correo personal. Por eso te escribo, para que así no perdamos el contacto. Cosas de la vida, tu padre también lo tiene. ¡Ahora es mi cliente!

Un besooooo!

P de Pablo.

Aunque ya ha terminado de leer, Bea sigue con la mirada fija en el mensaje que le muestra la pantalla. Le da al botón de responder. Pero responder ¿qué? Por el tono del mensaje y el SMS de esta semana, está claro que el chico quiere retomar el contacto con ella. Pero ¿con qué intención?

Bea piensa una respuesta, pero no le sale nada. Tiene la mente en blanco, como la pantalla. De repente le invaden los recuerdos y siente cierta melancolía. Con Pablo sentía que su corazón le salía del pecho, y una alegría desbordante. Es el único chico que la ha hecho sentir especial ¡para toda la vida!

No es que ahora tenga dudas pero, inevitablemente, no deja de comparar su relación actual con Sergio con la que tuvo con su ex. Pero ¿qué le puede contestar?

Después de unos minutos barajando posibilidades, Bea coge su móvil. Al fin y al cabo es otro tipo de comunicación.

Hola, he recibido tu email. Guardado en contactos. Gracias!!

Bea lo envía sin pensar. Por teléfono, el mensaje implica más urgencia, porque siempre llevas el aparato contigo. Con el ordenador es diferente. Bea ha abierto la comunicación con Pablo de otra manera. ¿Será el inconsciente?

En algún lugar de la ciudad, al mediodía

Silvia está de camino al centro comercial. No tiene prisa y anda distraída mirando escaparates. No tiene necesidad de comprar nada pero nunca le falta la curiosidad. Al pasar por una tienda de instrumentos le viene en mente Marcos. Coge el móvil del bolso y busca el nombre del chico en su agenda de contactos. Llama. Él sólo tarda dos tonos en responder. El chico no hace mucho que se ha despertado.

—Te quería contar una cosa —dice Silvia—. He hablado con Estela sobre el tema que me comentaste.

—Ah, ¿y? —Marcos parece interesado.

—Creo que no debes preocuparte, no es nada… Estela anda un poco estresada entre las clases del insti y de teatro… Eso es todo.

—¿Estás segura?

—Sí, tranquilo.

—Ahora he quedado con ella para ensayar… ¿Le comento algo?

—Yo creo que no hace falta. Tampoco es cuestión de hacer una montaña de todo esto…

—Si tú lo dices… ¡Espera un momento! —Marcos deja colgada a Silvia un pequeño instante al teléfono—. ¡Estela acaba de llegar! ¡Qué coincidencia!

—Vale, pues te dejo. ¿Nos vemos luego y paseamos a Atreyu juntos?

—Claro, nos damos un toque. ¡Es una suerte que seamos vecinos!

—¡Sí!

—¡Chao!

Marcos cuelga. Silvia respira aliviada y continúa su paseo. Le agrada pensar que sus amigos se preocupan los unos de los otros. Además, pensándolo bien, Marcos le pega muchísimo a Estela. ¡Los dos son artistas! «A ver qué pasará…», se dice Silvia justo antes de entrar en el centro comercial.

En ese mismo instante

Estela sube lentamente la escalera a casa de Marcos. No parece muy feliz. Marcos, que la espera en el rellano, se percata de ello. Piensa en Silvia y en lo que le ha dicho.

La chica le da dos besos y un pequeño abrazo y, sin que él le diga nada, se dirige directamente a su habitación.

Marcos la sigue a lo largo del pasillo, y le pregunta:

—¿Cómo estás?

A lo que ella responde, sin detenerse ni mirarle para contestar:

—Bien… Algo cansada, pero bien.

El chico anda a la expectativa. Estela llega a su habitación, abre la puerta, entra y deja el abrigo y la mochila en el suelo y, sin pedir permiso, se tira en la cama.

Marcos la mira. No sabe qué significa todo aquello. ¿Es sólo que está cansada? ¿Estará enfadada con él por haber hablado con Silvia?

—¿Quieres ensayar? —pregunta en un susurro.

—Psí… —responde Estela sin mucho entusiasmo—. Podemos cantar esa canción, la última que hiciste, aquella que le dedicaste a… Silvia.

Marcos reflexiona antes de contestar. Quiere encontrar la respuesta adecuada:

—Es simplemente una canción para una gran amiga… Eso es todo.

—Ya… Una amiga…

—Sí, ¿por qué no? Es la primera persona que he conocido aquí… y se merece una canción. —Marcos se calla y la mira con los ojos entrecerrados—. ¿Estás celosa?

—¿Yo? ¡Qué va!

—Por si te sirve de algo, no me gusta Silvia. Bueno, me gusta como amiga… ¡Somos vecinos! No me digas que te estás comiendo el coco por una tontería así…, ¡por una canción que no significa nada!

Estela bosteza como si no le importara, pero no puede evitar sonreír para sus adentros. La actitud de Marcos parece creíble y a Silvia ya la conoce, es buena, nunca daría cancha a Marcos sabiendo que él le gusta. Lo que le pasa es que le gustaría que él tuviera algún detalle especial con ella, como la canción que escribió para Silvia. ¿No comparten ellos algo especial? Entonces ¿no se merece ella también una melodía?

—¿Me escribirás una canción algún día?

Marcos sonríe. La verdad es que ya está haciendo una pero, si se lo dice, no sería ninguna sorpresa.

—Puede que algún día. Te lo tienes que ganar… —El chico le guiña un ojo, y ese simple gesto consigue despertar una sonrisa en la chica que, como empujada por un muelle, se levanta de la cama y dice:

—¡Venga, manta! Vamos a ensayar esa dichosa canción.

Marcos le devuelve la sonrisa y, sin decir nada, coge la guitarra y toca los primeros acordes.

Les espera un rato en completa sintonía con la música.

Poco después

Bea sabía que enviando un SMS a Pablo cabía la posibilidad de abrir la veda a un cruce de mensajes por el móvil, y así ha sido. El chico le ha enviado algunos mensajes divertidos del tipo: K tal tu mañana? o Sé feliz! :D que Bea ha respondido mientras hacía sus quehaceres matutinos en casa.

Pero en este momento ha recibido un mensaje algo más especial. Una propuesta de juego. Cuando Pablo y ella estaban juntos, lo hacían a menudo. Esta vez, su ex le ha propuesto un juego muy inusual con unas reglas poco corrientes: Yo te llamo y tú te limitas a escuchar. Si eres tú la que me llama; yo sólo escucharé. Quien llama, habla. Quien habla, cuelga.

Es la manera que tiene el chico de establecer una comunicación más real con Bea, que hasta el momento ha sido reacia a mantener el contacto con él. A ella le parece divertido. «¿Por qué no?», se dice. Además, si no le gusta lo que dice Pablo, interrumpe el juego y cuelga. Tampoco está para tonterías.

Bea le envía un SMS con un simple y seco OK. En seguida recibe una llamada de Pablo. Bea deja el móvil sonar unos cuantos tonos, sólo para divertirse un poco más, y ponerlo algo nervioso, pero al final lo coge. Al principio, Pablo calla también, pero cuando habla, surgen de sus labios las palabras más hermosas:

Me gustaría decirte muchas cosas,

cosas como: «Te echo de menos»,

«tienes unos ojos preciosos»,

«dame un abrazo».

Te lo digo cada día,

aunque no estés,

aunque sé que no estarás.

Eres como el silencio. Estás pero no estás.

Eso me gusta porque todo lo que me gustaría decirte

lo susurro en silencio y lo pienso al callar.

Pablo cuelga. Bea se queda pasmada. ¡Qué poema tan bonito! ¡Y qué voz, casi no la recordaba! Bea se queda pensando. «¿Será que Pablo intenta conquistarme con uno de sus juegos?». En realidad a Bea le encantan esos juegos porque le hacen sentir más viva, llena de magia. Entonces piensa en Sergio, él nunca ha tenido un detalle romántico así.

La chica no tarda ni veinte minutos en devolver la llamada. Cuando él atiende, le vuelve esa sensación pasada de cuando estaba enamorada de él y se pasaban hablando por teléfono eternamente. Ahora, con Sergio, no es así. Su novio no es de hablar mucho por el móvil.

Pablo espera; Bea lee el escrito que se ha preparado:

Me gusta, me gusta lo que dices, pero no lo entiendo. Pues yo no soy silencio. Estoy aquí, y mi corazón al segundo llama a la puerta de mi pecho. Ya ves, querido Pablo. Yo también sé hacer poesía. Aunque no entienda tus intenciones y aunque no entienda tu juego.

Bea cuelga, ¡la ha clavado! «¡Olé, olé y olé! ¡Qué bien me ha quedado!».