Pues sobre aquello volviendo
del sentir que te decía,
sabrás que te estoy queriendo
ya hace tres años, María.
JOSE MARÍA GABRIEL Y GALÁN
Sobre las ocho y media, más o menos
Ana y Bea llegan juntas a casa de Silvia. Aunque Silvia y Bea están dispuestas a colaborar y dejar de lado su rencilla por el bien de su amiga Estela, se respira algo de tensión en el ambiente. Las chicas se encierran en la habitación de Silvia. La persiana está bajada y, en el centro del cuarto, hay una vela roja prendida.
Las chicas se quitan los abrigos y los dejan encima de la cama. Sin casi mediar palabra, se sientan en el suelo formando un triángulo que rodea la vela, en el centro, como si fuese un ritual de brujitas buenas. Silvia hace ademán de coger las manos de sus compañeras para empezar la Reunión de Princess Urgente. Ana le da la mano, pero Bea se resiste.
—Al grano, por favor. —Parece que Bea está harta de tanta pantomima made in Princess.
—Marcos me ha llamado, y dice que Estela…
—Eso ya lo sabemos, Silvia —responde Bea, a la defensiva.
—Bien, pues si ya sabemos el tema que hay que tratar… ¿Qué hacemos? —Ana intenta relajar el ambiente.
Las tres Princess se quedan pensativas, y dejan que un gran silencio se cierre sobre la habitación. Las tres miran fijamente la vela, como si les tuviera que dar alguna respuesta. Es un asunto muy peliagudo. Los trastornos alimentarios no son ningún juego de niños. Están muy preocupadas por Estela.
En silencio, cada una busca una posible solución. Ana resopla y mira a Silvia.
—¿Llamamos a un médico? —comenta.
—Venga, por favor… —responde Bea en un tono bastante maleducado.
—Oye, no te pases… Al menos es la única que ha dicho algo con sentido —le planta cara Silvia, harta de la actitud de su amiga. Empieza a estar un poco cansada de su mal carácter. Lleva unos días intentando que Bea la perdone, y ésta no sólo hace caso omiso sino que, ante una situación tan grave como la de Estela, que debería hacer que dejaran sus rencillas a un lado, se presenta en su casa y se comporta de esa manera tan desagradable. «Por ahí sí que no paso», se dice.
—Claro, Silvia. Vamos a llamar al médico ahora mismo y le decimos: «Hola, señor médico: Tenemos una amiga que creemos que está enferma pero no lo sabemos muy bien. ¿Puede usted venir a casa? No, no, señor médico, en casa no está la enferma, sólo estamos nosotras, sus amigas… ¿Puede venir, por favor? Es urgente…». —Bea se ríe de su ocurrencia. Le ha parecido un comentario muy lúcido.
Silvia la mira incrédula. «No puedo más —se dice—. Está insoportable».
—Pero ¿qué te pasa? —Silvia pasa al contraataque.
—Nada —responde ésta, mirando al techo.
—Nada no, ¡te lo digo en serio! ¿Yo qué te he hecho? —insiste Silvia. Está resuelta a llegar hasta el final. Se da cuenta de que si no arregla de una vez por todas el problema que tiene con su amiga no van a poder ponerse de acuerdo y solucionar el asunto de Estela.
Ana observa a ambas. Silvia está mirando fijamente a Bea, que le esquiva la mirada. Por primera vez Bea está siendo confrontada abiertamente por una de sus mejores amigas y parece muy nerviosa. Mueve los pies y no sabe adónde mirar. Ana no puede aguantar tanta presión. Cada segundo que pasa parece una eternidad y Bea no quiere responder a Silvia.
—Yo pienso que Estela debe…
—Ana, ¡un momento! —Silvia interrumpe el comentario de Ana con la mano. Está decidida: ahora o nunca—. Bea, ¿me puedes contestar, por favor?
Ana enmudece. Ella quería evitar esa situación tan embarazosa. Pensaba que hablando de Estela podría calmar los ánimos o por lo menos distraer la atención del conflicto. Pero Silvia va lanzada.
—Da igual… —Bea por fin responde pero no concreta nada.
—Yo creo que no da igual. Si queremos ayudar a Estela primero tendremos que arreglar lo nuestro, ¿no te parece? Porque así no vamos a ninguna parte.
—Silvia tiene razón. —Ana se muestra dispuesta a abrir la caja de Pandora: es la única manera de que sus amigas se reconcilien por fin—. Si te digo la verdad, yo tampoco te entiendo…
—Claro, ¡ahora tú ponte de su parte! —Bea se siente atacada, parece que sus amigas conspiren contra ella—. Sabes perfectamente que Silvia me está intentando robar a Sergio… ¡Y no me digas que no, Silvia!
—Vale, he chateado con él y fui a verlo al hospital sin consultarte, pero no sabía que te lo tomarías tan mal. Además, yo lo conocí en persona antes que tú, ¿o es que no te acuerdas? ¡Y eso fue por hacerte un favor!
—¡Eso es mentira! —salta Bea, enfadada.
—¿Ah, no? —pregunta su amiga, exaltada.
—¡No! ¡Te aprovechaste!
Ana intenta mediar.
—Bea, recuerda que ella lo hizo por ti… ¿Y sabes por qué lo hizo? —Ana deja un silencio para que Bea responda; pero ésta calla, así que Ana prosigue—: Lo hizo porque eres su amiga, no para ligarse a tu novio.
—Bea… Sergio me parece un chico diez, pero sólo somos amigos… y eso no me lo puedes prohibir… He intentado pedirte perdón de todas las formas posibles cuando, quizá, ni siquiera debía hacerlo… porque eres mi amiga… Eres demasiado celosa, Bea, reconócelo. Dime, ¿qué es lo que tengo que hacer? ¿Arrodillarme? —Silvia se pone a llorar.
Ana se acerca a ella y la consuela acariciándole la espalda, y después le da un abrazo. Bea observa a sus dos amigas. Sin poder evitarlo, también brotan lágrimas en sus ojos. Se da cuenta de que Silvia lleva parte de razón: los celos la están cegando.
Silvia se deshace del abrazo: necesita sonarse la nariz. Bea se seca las lágrimas de un manotazo.
—Arreglemos esto, por favor, ya no puedo más… —dice Silvia con tono conciliador—. Y si no puedes perdonarme, mejor lo dejamos, porque yo no puedo seguir así.
A Ana se le encoge el corazón. ¿Será éste el final de las Princess? Con el corazón en un puño, mira a Bea esperando que ésta recapacite y reaccione. ¡Las Princess no pueden dejar de ser amigas! ¡Son un equipo! ¡Casi hermanas!
Bea suspira.
—Está bien —dice—. Hay algo en mí que me dice que tienes algo con Sergio… Una conexión… Vosotras decís que son celos…, pero hay algo que me dice que no…, que la conexión que tienes con Sergio va más allá de mis celos y de mi… relación con él. Pero supongo que no me queda otra que confiar en ambos.
—Gracias —susurra Silvia—. Aunque me muriera por Sergio, yo nunca haría nada.
—Lo sé. —Bea no puede contener las lágrimas—. Soy una estúpida. Sergio me gusta y, con lo del accidente, tengo miedo de perderlo… Tú eres una de mis mejores amigas, no sé cómo he podido dudar de ti…
Bea se acerca a Silvia y se funden en un gran abrazo, lleno de emoción. Silvia solloza. Ahora sí que cree realmente que acaba de sacrificar el amor que siente por Sergio por la amistad que la une a Bea. Sabe que su amiga ya no le guarda rencor, y eso la hace feliz, pero también, entre sus brazos, siente una soledad absoluta. ¿Es que nunca va a vivir un amor? ¿Por qué le priva la vida de ello? ¿Por qué sus amigas sí y ella no? ¿Es que no van a besarla nunca? Los sollozos de Silvia acaban en llanto.
—Vamos, no seas boba —le susurra Bea—. No te pongas así, lo siento mucho, de verdad… Siento ser tan cabezota a veces…
—No, si no es eso… —balbucea la otra hipando—. Es que… ¡nunca tendré novio!
—No digas eso… —intenta consolarla Ana.
—¡Es verdad! Tú estás con David, Bea con Sergio, y Estela sólo tiene que chascar los dedos y… —Silvia se seca las lágrimas—. Todos los chicos me quieren sólo como amiga. Voy a acabar como aquellas solteronas rodeadas de gatos.
—No digas eso, tonta… —la compadece Ana—. Siempre estás ahí para echar una mano a los demás, y eso es buenísimo. Mira, por ejemplo, ahora. Estamos aquí gracias a ti. Estela lo está pasando mal, y sólo tú has sido capaz de reunirnos… Y vamos a arreglarlo gracias a ti. ¡Ya lo creo que lo vamos a arreglar!
—¿Y el tema chicos —le contesta Silvia—, quién me lo arregla?
—Esto no se arregla… —Bea le acaricia el pelo con cariño—. Con los chicos, una tiene que ser paciente. Ya te llegará, no te preocupes.
—Pareces mi madre —dice Silvia con una sonrisa triste—. Siempre me dice lo mismo.
—Pero ¿a ti te gusta alguien? —pregunta Ana.
El silencio se vuelve a apoderar de la habitación. Sin quererlo, Ana ha dado en el clavo. En la mente de Silvia sólo aparece Sergio, Sergio, ¡Sergio! Pero es imposible confesarlo después de lo que ha pasado con Bea. Así que, al final, calla.
Ana y Bea se miran con complicidad: saben que cada cual lidia con su batalla interior de la mejor manera posible, y parece que su amiga sí sufre por amor pero aún no está preparada para compartirlo con ellas. Es la primera vez que Silvia llora ante ellas por un tema relacionado con el corazón. Parece mentira. El amor es uno de los temas recurrentes para las Princess. Para todas ellas, el amor tiene una importancia vital, y ni Ana ni Bea habían dado importancia hasta ahora al hecho de que Silvia no ha tenido ninguna experiencia de ese tipo. Pensaban que ella se lo tomaba con más calma, pero no sabían que en realidad su amiga lo está deseando con todas sus fuerzas.
—¿Quieres el calcetín de Crespo? A mí no me gusta… —Ana sonríe a Silvia.
—¿Quieres que me ponga el calcetín de Crespo? —responde la otra mientras se tapa la boca para evitar soltar una carcajada.
—¿Por qué no? A ver qué pasa… —Ana busca en su mochila y saca el calcetín cogiéndolo con mucho cuidado y sólo con el índice y el pulgar de la mano derecha, como si estuviera sucio. Todas las chicas se tapan la nariz con las manos—. Crespo es guapo, ¿sí o no?
Sus amigas afirman con la cabeza.
—Pues ya está. Si el amor no viene a ti, tú irás a él. Y él es Crespo… —Ana deja el calcetín junto a Silvia.
—Esta estrategia es propia de Estela —susurra ésta a Bea.
—¿Y tú qué crees? Estela me ha enseñado mucho —dice Ana—. Yo siempre he esperado que alguien viniera a mí sin tener que hacer nada. Estela me ha enseñado que si esto no te funciona tienes que ir tú a ver lo que pasa. Y a esto se le llama jugar. ¿Qué me dices?, ¿aceptas el desafío? —la reta, arqueando las cejas, como si fuera la presentadora de un concurso de televisión.
Silvia mira el calcetín. Lo coge. «¿Por qué no? Puede que funcione —piensa—. Y si no, ¡tampoco pierdo nada!». Sin embargo…
—¡Pero a mí no me gusta Crespo!
—¡Da igual! Pero ¿lo encuentras guapo o no? —pregunta Bea.
—Sí…
—Pues no se hable más. No tienes nada que perder. Te vas a poner este calcetín y a ver qué pasa y, como diría Estela, ¡será divertido!
Ana sonríe a Silvia, y esto la anima. Hay veces en que una debe hacer locuras para precipitar los acontecimientos, y nota que su amiga se contiene demasiado. Si Silvia decide apostar, lo peor que puede suceder es que Crespo se muera de vergüenza y le pida que no se lo ponga, nada más. Pero, por lo menos, Silvia habrá puesto algo de su parte para que el amor, ese «ente» tan codiciado, ese Cupido caprichoso, escuche a su amiga de una vez.
Silvia se siente algo mejor: ¡por fin se lo ha contado a sus amigas! Ahora ya saben que no le resulta fácil verlas tan contentas con sus novios, mientras ella sigue sola. Y lo del calcetín es lo de menos, será motivo para pasar un buen rato con las Princess y echarse unas risas con ellas… ¡Una alocada aventura más para el recuerdo! Lo más importante es que ha hecho las paces con Bea, y que sus amigas la han escuchado.
—Bueno, y al final ¿qué hacemos con Estela? ¿Llamamos al médico o qué? —Bea retoma el tema que las había reunido pero esta vez con energía positiva.
—¿Y si hablamos con ella las tres? —dice Silvia.
—No sé, igual se siente presionada, ¿no creéis? —Ana muestra su duda—. ¿Y si la llamamos primero para tantearla?
—Pero ¡¿no la llamaremos todas a la vez?! —responde Bea.
—Pues claro que no, loca. —Ana parece haber cogido la iniciativa—. Yo haría lo siguiente. Silvia, tú llamas a Estela desde aquí. Pones el manos libres. Se lo cuentas todo, más que nada porque Marcos es quien ha hablado contigo. Nosotras nos limitamos a escuchar, pero si necesitas ayuda durante la conversación, te ayudaremos. Podemos apuntarte cosas en un papel. ¿Qué me dices?
Silvia piensa, y luego asiente. Bea parece aceptar el plan.
—Llámala y pregúntaselo como amiga. Es el camino más sencillo. ¡Buena idea, Ana! —resuelve, y levanta la mano para chocar los cinco con su amiga.
Silvia se levanta en silencio y se marcha de la habitación sin decir nada. Ana y Bea se miran.
—Pero ¿adónde ha ido? —pregunta Ana.
Bea no tiene tiempo de responder: Silvia aparece con el teléfono inalámbrico de casa. Vuelve a cerrar la puerta con el pestillo y se sienta delante de ellas.
—Decidme el número. No me lo sé de memoria.
Ana busca en la agenda de su móvil y, en lugar de recitarlo, enfoca la pantalla hacia Silvia, que lo marca en silencio.
—Atentas, que me tendréis que ayudar, ¿vale?
Sus amigas asienten. Al oír el tono de llamada, Silvia se pone un dedo en los labios para pedir silencio a sus amigas, pero no hace falta, permanecen calladas.
—¿Sí? —Oyen responder a Estela.
—Hola, Estela, soy Silvia.
—Ah…, ¿qué haces?
—Poca cosa… Perder el tiempo intentando concentrarme en hacer los deberes, ya sabes.
Estela se ríe.
—¿Qué haces tú? —pregunta Silvia.
—Pues tres cuartos de lo mismo. ¡Qué tarde tan larga!
Ana y Bea se miran. Bea susurra:
—Anda, díselo, ¡dís…!
Ana le tapa la boca. Las tres chicas deben sofocar la risa.
—¿Qué pasa? —pregunta Estela, a quien ha parecido oír algunos ruidos extraños.
—No, nada… —Silvia pega un manotazo a sus amigas.
—¿Silvia? ¿Silvia? ¿Estás ahí?
—Sí, sí… Perdona —responde ésta.
Ana garabatea algo en un papel y se lo pasa a su amiga. Silvia intenta leerlo pero no entiende nada. Ana trata de decírselo moviendo la boca pero sin emitir ningún sonido. Silvia no puede evitar reírse.
—¿Qué te pasa? ¿De qué te ríes?
Silvia no responde.
—Oye, ¿hay alguien más contigo?
Silvia mira a las dos Princess que están con ella en la habitación: una esconde la cara en un cojín y la otra se la tapa con las manos. Le parece una situación muy cómica. ¿Qué debe hacer? A las otras les ha cogido un ataque de risa y ya no le sirven de ayuda. Tendrá que decidir ella qué contarle a Estela, que espera al otro lado de la línea.
—Estela, si te digo la verdad, estoy con Ana y Bea en mi casa…
Al oír sus nombres a las dos chicas se les borra la sonrisa de inmediato. Bea niega con la cabeza.
—Pero ¿qué estás haciendo? —murmura.
—Y por lo visto os lo estáis pasando de maravilla a mi costa, ¿no?
Silvia se pone seria.
—Saludad, chicas.
—Hola, Estela —dice Ana.
—Hola —le sigue Bea.
—Holaaaaa —responde Estela.
—Te hemos llamado por una cosa —le explica Silvia seria, mirando a sus amigas.
—Sí, dime —dice la otra sin ser consciente de lo que está a punto de decirle su amiga.
—Verás… Ejem… No sé por dónde empezar… La verdad es que hemos estamos preocupadas por ti… No queremos que te enfades por lo que te vamos a decir, pero es que últimamente no te vemos bien… Quiero decir que…
—Te vemos muy delgada —le susurra Bea al oído.
—Te vemos muy delgada… y nos preguntamos si estás bien… Porque si hay cualquier cosa, un problema que nos tengas que contar…
—Sólo queremos saber si estás bien —dice Bea guiñando el ojo a Silvia.
—Estamos aquí para lo que sea —añade Ana.
Las chicas permanecen aguardando respuesta. La habitación se queda en silencio. Las tres Princess reunidas escuchan con atención, pero el otro lado de la línea telefónica ha quedado mudo. Estela no dice nada.
—¿Estás bien? —pregunta Silvia. Siguen sin obtener respuesta—. ¿Estela?
Oyen carraspear a Estela.
—Sí, es sólo que… —La voz de su amiga suena temblorosa. Las chicas se miran sorprendidas, Estela es la Princess más fuerte de todas y no están acostumbradas a verla derrumbarse de esta manera—. ¿Me podéis guardar un secreto?
Las tres muestran las palmas de sus manos para que nadie cruce ningún dedo y, sólo entonces, dicen: «Sí».
—Hace días que no me viene la regla y estoy preocupada… Mi profesor de teatro…
—¿Leo? —preguntan todas al unísono.
—Sí. Pues… Ya podéis imaginaros… No os lo conté porque me sentía un poco rara y mal por todo. Aunque en ese momento lo disfruté y era lo que deseaba, ahora no me siento muy orgullosa de ello… Él está casado y, aun así, a veces me envía SMS y nos llamamos… No es que esté enamorada de él, pero sí enganchada. Me sube mucho el ego y la autoestima pensar que un hombre como él, tan mayor y tan inteligente, se fije en alguien como yo. Pero a veces también me siento un poco utilizada. Me llama cuando quiere, me dice que me marche cuando menos me lo espero, sólo me habla de sexo… y eso me provoca mucha ansiedad.
—¿Y has vomitado alguna vez? —Silvia va al grano.
—Sí…, pero no lo he hecho queriendo, ¡os lo juro!
El silencio vuelve a invadir la habitación. Las chicas intuyen que su amiga está llorando al otro lado del teléfono. ¡Ojalá pudieran abrazarla ahora, darle un buen achuchón entre todas para que supiera que puede contar con ellas! Pero Estela sigue lejos, en su casa, al otro lado de la línea, y las chicas no pueden decirle nada. Preocupadas, se miran entre ellas. Bea hace gestos a Ana, señalándola con el dedo para que diga algo que calme a su amiga. Ana es la más reflexiva y pausada, y por eso a menudo es quien encuentra las palabras justas; es especialista en tranquilizar a los demás en los momentos difíciles.
—Estela, escúchame bien —empieza Ana con mucho cariño.
Estela la interrumpe.
—Y el otro día fui a casa de Marcos, y pensó que era bulímica, o lo que sea, por no querer comer una croqueta de pollo, y ¡es horrible, porque Marcos me gusta mucho! Yo no quiero que piense esas cosas de mí pero ¡tampoco puedo contarle la verdad!
Todas las chicas se sorprenden ante la declaración que acaban de oír. Ana asiente como si lo entendiera todo… No cabe duda de que su amiga está hecha un lío.
—Estela, en primer lugar, intenta tranquilizarte un poco. Sólo voy a hacerte una pregunta más, ¿vale?
—Vale —responde ésta, llorosa.
—¿Cuántas veces has vomitado la comida?
—Unas tres.
—¿Y te ves gorda o flaca?
—Normal, Ana, ya lo sabes… Yo siempre he estado delgada ¡aunque tenga un culazo!
Todas las chicas sonríen.
—¿Y con Leo, qué? —insiste Ana.
—Leo es malo, chicas. Es muy buen profesor, pero para mí es malo…
—¿Te sientes acosada?
—Noooo, qué va… Pero estoy muy enganchada. Es como una droga que no puedo dejar, pero lo peor es que él me administra las dosis. Decide cuándo puedo tomarla y cuándo no. Y yo no tengo ni voz ni voto. Es horrible. Cuando no estoy con él, a veces siento esta angustia tan grande en mi interior. Me mareo, se me acelera el corazón y siento náuseas. La verdad es que cuando me dan esos ataques soy incapaz de comer nada. Y luego está esto de la regla… No quiero ni pensarlo.
—¿Quieres que vayamos mañana al médico? —propone Bea.
—No. Bueno, a veces se me retrasa… Así que prefiero esperar un poco… Pero bueno…, al fin y al cabo, estoy bien…
—Si tú lo dices, nos lo creemos —dice Silvia—. Pero recuerda que las Princess estamos aquí para lo que haga falta, ¿vale?
—¡Gracias, chicas! ¿Qué haría yo sin vosotras? Os tengo que dejar, mi madre me espera para preparar la cena.
—Está bien. Te queremos, ¿vale? —dice Ana—. Chicas, ¡a la de tres!
—¡¡¡TE QUEREMOS!!!
—¡Yo también os quiero, Princess! ¡Muas! Gracias por estar a mi lado.
Las tres Princess reunidas en la habitación de Silvia oyen colgar a Estela y se miran.
—Analicemos la situación —resuelve Ana.
—¿Qué piensas? —pregunta Silvia.
—Está muy claro, no tiene bulimia ni nada de eso. Pero vayamos por partes. Estela es nuestra amiga, ¿no? Y como amigas nos lo contamos todo, ¿verdad? Okey, no nos ha dicho lo de la regla ni lo de Leo. En cierto modo, es normal. Pero lo más importante es… ¿cómo nos hemos enterado de que quizá Estela tenía problemas con la comida?
—Por Marcos —responden las otras dos al unísono.
—Exacto: por Marcos. Y también nos ha dicho que él le gusta. Y, a su vez, Marcos le ha dicho a Silvia que Estela tiene un problema… ¿Qué nos dice eso de Marcos?
—¿Que se preocupa por Estela? —tantea Silvia.
—¡Exacto, mi querida Silvia! Y si él se preocupa por ella es porque…
—¡Estela también le gusta! —exclama Bea con alegría.
—Yesssss! —sonríe Ana, con picardía.
—¡Claro! Es verdad. A Marcos le gusta Estela, y no sabía cómo decírmelo… y la mejor manera de hacerlo ha sido contarme todo esto.
—Yo creo que sí —afirma Ana.
—Qué tonta he sido —se compadece Silvia.
—De tonta, nada —la riñe Bea—. Has hecho lo correcto. De todas formas, a partir de ahora estaremos más atentas con ella, por si acaso… ¡Para que luego digan que hay amores que matan! Este Leo no me gusta nada.