Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando con silenciosa voz.
NICOLÁS GUILLÉN
Lunes por la tarde, en la casa de Marcos
Marcos ha limpiado y ordenado su habitación porque no quiere que Estela se lleve una mala impresión de él. Es la primera vez que lo hace desde que se han mudado, pero lo que él no sabe es que a la chica le da un poco igual. El desorden es una cosa que tienen en común. Si Marcos viera su habitación la entendería, porque parece una de esas tiendas de mercadillo donde toda la ropa está apilada en un montón desordenado.
Marcos y Estela se han sentado en el centro del cuarto. El chico, con su guitarra en el regazo, rasga los primeros acordes de una vieja canción que compuso hace dos veranos. Estela escucha muy atenta.
—¿Te gusta?
—Sí, mucho… ¿Tiene letra? —Marcos busca entre sus libretas una hoja vieja y arrugada. Es la partitura de la canción. Está llena de borrones. La muchacha la mira como si fuese un pergamino viejo. Su amigo vuelve a tocar la canción canturreando por encima. Estela le sigue, intentando afinar.
«No suena nada mal —piensa él, mientras canta y oye la segunda voz de Estela que se mezcla con la suya—. Tiene muy buen oído: aún no ha escuchado toda la canción y parece que se la sepa». Estela se concentra en el sonido de la guitarra y la voz de Marcos, y su mirada navega por la partitura. La verdad es que está disfrutando un montón. En momentos así se siente realmente libre, sin la necesidad de pensar en nada. Sólo la música y ella.
La tarde transcurre lenta. Los chicos han entrado en un bucle muy especial. Como en una especie de burbuja en cuyo interior se oye música. Estela coge una maraca de la colección de instrumentos del chico, y eso ayuda a dar un poco de ritmo a la melodía. Marcos, entusiasmado por el giro inesperado que ha tomado la canción gracias a la intervención de la chica, enseña a Estela todas las canciones que ha compuesto, y las cantan una a una. La muchacha agradece ese gesto de confianza… ¡Son unas diez canciones! ¡Qué majo! Por momentos, sus voces parecen una sola, que es capaz de todo. Estela también improvisa, y la verdad es que no se le da nada mal.
Cuando ella cierra los ojos para coger el tono de las canciones, Marcos aprovecha para mirarla. Ante él hay otra persona muy distinta de la que conoció en el parque. Sus rastas le parecen diferentes, incluso su mirada, su voz y cada uno de sus gestos cuando canta.
A Estela le pasa un poco lo mismo. Ha descubierto que, en realidad, el vecino de Silvia es una persona tierna y sensible. La trata con cariño. La chica siente que existe cierta compenetración entre ambos. Sin embargo, en algunos momentos, mientras canta, no deja de pensar en Leo, en su Leo. Tiene en común con Marcos el que ambos son apuestos y sienten pasión por el arte: el profesor, por el teatro, y el chico, por la música.
La única diferencia es lo que le hacen sentir. Para Estela, Leo representa el ídolo. El mero hecho de tener la oportunidad de escucharle la hace sentir especial. Pero ése es también el problema: ella es muy expresiva, y necesita a alguien con quien poder hacerlo. Y, sobre todo, ¡Leo está casado! Y, para una persona como Estela, a quien le encanta saltarse las normas, es muy fácil enamorarse de lo prohibido.
A lo mejor es demasiado pronto para predecir que la Princess más rebelde se esté enamorando de Marcos, pero lo que sí es real es que los dos tienen una conexión artística increíble.
El chico ha ido al baño y al rato vuelve con unas croquetas caseras y unos refrescos para merendar. Tiene la intención de aprovechar para hacer un pequeño descanso.
—Las ha hecho mi madre —comenta sobre la comida—, y son las más buenas del mundo.
—No, gracias —rechaza Estela.
—¿No?
—Es que no tengo hambre.
—¿No tienes hambre? —repite él, sorprendido. ¡Él es una lima!
—No…
—¿A qué hora has comido? ¡Son casi las ocho y media!
—¡No tengo hambre! ¿Vale?
El chico deja el plato junto a Estela, que está sentada en el suelo. Este cambio de humor lo ha cogido por sorpresa. La muchacha se da cuenta de inmediato.
—Perdona… Yo no…
—Da igual. No tienes hambre, eso es todo; no pasa nada.
Pero sí que pasa. Estela se siente mal. Las croquetas huelen de maravilla, pero tiene el estómago cerrado. Observa cómo Marcos saborea una con los ojos cerrados y, como si fuese un acto de magia negra, la ansiedad se apodera de la chica.
—¿Estás bien? —pregunta él, que ya se ha comido la croqueta y la mira preocupado.
—Me siento rara…
—¿Qué te pasa?
Estela mira a su alrededor y, sin poder evitarlo, de repente dos lágrimas se dejan caer por sus mejillas y hacen que se le corra el rímel.
En ese mismo instante
Bea está a punto de acabar los deberes. Le ha costado concentrarse. La visita al hospital no ha sido nada especial. Sabe que Sergio está aturdido por el accidente, pero esperaba algo más de alegría por su parte.
La tarde se le está haciendo interminable. Piensa en volver al hospital pero el horario de visita ya ha finalizado. Tampoco tiene tiempo para llamar a ninguna amiga, y lo único que puede hacer es ver alguna película, o la televisión, o navegar por Internet. Como tiene el ordenador en la habitación, elige conectarse en la red. Siempre sigue la misma rutina: primero abre su programa de música favorito para escuchar música, después lee el correo electrónico, revisa Facebook y, si tiene tiempo y se acuerda, también echa un vistazo al blog de Ana.
Desganada, abre Facebook. No tiene ningún mensaje, y sólo noticias de invitaciones horribles de juegos online. Entonces dirige el cursor al chat y ve a Pablo, su ex novio, con una foto nueva. Le pica la curiosidad, y entra en su muro. Fisga en su álbum de fotos y ve una foto de ellos dos cuando aún eran novios.
Le invaden los recuerdos. La red de redes sirve para establecer conexiones con la gente, pero cuando la conexión se pierde, como es su caso, la embiste una inevitable ola de sensaciones. Mira su estado y… ¡¿Qué?! ¡¿Pablo tiene una relación?! Una relación con… ¡¿Bea?! No puede ser… ¡Su ex novio no ha cambiado su estado de Facebook! ¿Será posible? ¿Es dejadez, o puede que aún sienta algo?
Bea se decide. Le enviará un mensaje pidiéndole explicaciones.
Hola, Pablo:
Sé que ya hace mucho tiempo de lo nuestro. Pero hoy, no me preguntes por qué, he entrado en tu álbum de fotos y nos he visto a los dos en esa fiesta de San Juan en la playa.
Entonces, llámame curiosa , he mirado tu estado, y me he llevado una gran sorpresa al ver que sigues teniendo una relación conmigo. Puede parecer una tontería, pero te pido por favor que lo cambies.
Espero que estés bien.
Un abrazo,
Bea
Respira aliviada. ¡Lo ha hecho! Pablo fue uno de esos novios que la volvieron loca, pero también aprendió mucho de él y de esa relación. Después de esa historia de amor, se dijo a sí misma que nunca jamás volvería a tropezar con la misma piedra.
Se enamoró locamente de él y puso todas sus esperanzas en esa relación. Se entregó al máximo. Él la animó a confiar y creer en el amor. A no tener miedo. «Se puede tener miedo de todo, pero nunca del amor», le decía siempre Pablo. Y Bea se entregó tanto que jamás pensó que aquella historia podría salir mal. Veía al futuro padre de sus hijos, se imaginaba de viejecita junto a él, e incluso habían hablado de los nombres que pondrían a sus bebés. Estaban enamorados y eran felices. Pero un día, sin que ella se lo esperara, Pablo la dejó. Le rompió el corazón, y convirtió a la dulce Bea en esa chica que a veces se muestra orgullosa y dura. Una desconfiada. Fue un golpe duro, y tardó mucho en superarlo. Cuando piensa en él, incluso ahora, le invade una enorme tristeza en su interior. Rabia, confusión y pena. Se sintió culpable durante mucho tiempo pensando que había hecho alguna cosa mal. No podía entender cómo podía Pablo preferir estar solo antes que con ella. Con lo mucho que ella le quería. Si, aun queriendo tanto a alguien, éste te deja, es que no estás haciendo bien algo.
El mensaje que le acaba de enviar será la primera noticia que Pablo tendrá de ella en muchos meses.
Poco después
Marcos no sabe cómo socorrer a Estela. Hace unos minutos que no deja de llorar. Es la primera vez en su vida que una chica se pone a llorar delante de él. «¿Habré hecho algo mal?». Le da mucho corte acercarse a ella. ¿Qué debe hacer? ¿Abrazarla? Pero ¿qué le pasa?
Estela se seca las lágrimas y le sonríe:
—Lo siento… Yo no quería…
—Mmm… Tranquila… Te entiendo… —Y el chico se repite: «¿Te entiendo? Pero ¿qué he dicho? ¡Qué cagada! ¡Pero si no entiendo nada!».
Estela le agradece su comprensión.
—¿Sabes qué me pasa? —le susurra.
—¿Qué…?
—No se lo dirás a nadie, ¿verdad?
—No… Di…
—Que hace días que no como demasiado…, y…
—¿Y?
—Pues que el otro día vomité…, y…
—¿Y?
«Pero ¿por qué estoy repitiendo lo que dice ella?», piensa Marcos mientras fuerza una sonrisa.
—Marcos… En serio… Tengo mucho miedo… Bueno, ya sabes…, de tener problemas con la comida y eso…
El chico la escucha atento. La mira a los ojos, le coge la mano y le dice:
—¿Has ido al médico?
—No…
—¿Y desde cuándo te pasa?
—Sólo hace unos días… —responde Estela, intentando que no parezca tan grave.
—¿«Sólo» unos días? Y… tú…, tú… ¿te ves gorda?
—¿Por qué lo preguntas? ¿Me ves gorda? —responde ella, algo a la defensiva.
—Eh, eh…, que sólo quiero ayudar… Te lo decía porque yo te veo normal; de hecho estás un poco delgada para mi gusto, pero normal…
—Pues no sé… Gorda, lo que se dice gorda no me veo… Bueno, está esto… —Estela se toca los cachetes, y los dos se ríen.
—¡Eso lo tienen la mayoría de las chicas! ¡Algunas más y otras menos! Además, dime si te gustan esas modelos que parecen esqueletos y andan como zombis pensando que están superbuenas porque llevan vestiditos horribles y caminan por una pasarela de moooda… de moooda. —Marcos anda por la habitación moviendo la cadera exageradamente, imitando las modelos profesionales con un toque payaso mientras va cantando—: Estoy a la moooda… porque yoooo estoooy a la moooda… Moooda…
Estela no puede parar de reír, se coge el estómago con las manos porque le parece demasiado. El chico también se ríe, se acerca a ella y le da un achuchón.
—Tú qué vas a ser una vomitona… ¡Tú lo que eres es una llorica!
Estela se hace la ofendida entre risas, coge un cojín y le pega en la cabeza. Marcos se defiende con las manos.
—Eh, no te pases… —se ríe el chico—. Además, ahora tendrás que pasar la prueba de fuego.
—¿La prueba de fuego?
—Sí. Ahora mismo vas a coger una croqueta de mi madre y te la vas a comer… y después veremos qué pasa…
Estela mira a Marcos con admiración. ¡Ese chico se preocupa realmente por ella! Además, lleva razón. Así que, aunque no tiene mucho apetito, coge una croqueta del plato.
—Si después del primer bocado salgo corriendo al lavabo…
—Estela, no vayas por ahí… —la interrumpe él, serio.
—… ¡sabremos que esta croqueta es de bacalao!
Marcos ha caído de cuatro patas. Se ríe y, para devolverle la jugarreta a su amiga, esta vez es él quien le da con todo el cojín en la cabeza.
—Déjate de coñas y come.
Estela degusta las maravillosas croquetas de pollo de la madre de Marcos. ¡Están buenísimas! El chico mira a Estela, complacido.
—¿Lo ves?
Estela se sonroja y coge otra croqueta.
—¡Tú come también, que te voy a dejar sin ninguna! —le sonríe.
Pero Marcos tiene otros planes: quiere mostrarle la canción que está componiendo, la que empezó pensando en Silvia, a quien se la quería dedicar. Le canta las dos primeras estrofas y lo deja ahí: si siguiera cantando aparecería el nombre de su vecina en alguno de los versos siguientes, y eso le da vergüenza y, de algún modo, al estar con Estela, también le incomoda.
Ella la escucha con la boca abierta.
—¡Es preciosa! ¿La puedo cantar contigo?
Martes por la tarde
Hace rato que Silvia ha llegado a casa después del instituto. Después de comer como una reina (un arroz caldoso buenísimo que ha hecho su madre), ahora está en su cuarto barajando las posibilidades que da de sí la tarde.
Como es una chica ordenada, lo primero que hace es una lista. Es una costumbre que tiene cuando se siente algo ansiosa.
OPCIONES:
1. Estudiar (empezar por biología y acabar con matemáticas)
2. Siesta + Estudiar
3. Estudiar un rato y llamar a Ana para dar una vuelta, después acabar los deberes
Silvia se detiene para releer las tres primeras opciones. Hay algo que no la convence. La siesta está bien siempre y cuando no sea más de media hora. Cuando se despierta de una siesta maratoniana se levanta de muy mal humor.
Después están los deberes. Los dichosos y aburridos deberes. No es que a Silvia le aburra estudiar. Todo lo contrario; conociéndola, los va a hacer igualmente, aunque tiene ganas de hacer algo nuevo… pero ¿qué?
Silvia da la vuelta al papel y apunta:
LISTA DE LISTA
La «lista de lista» se la enseñó su madre para que se organizara mejor. Una cosa es la lista de prioridades que una debe o quiere hacer, y otra es una lista de esas cosas que uno sabe que le gustaría hacer pero que no debe dejar que se antepongan a las verdaderas obligaciones. En la «lista de lista» también se pueden poner cosas fantásticas como si tu vida fuera una película de ciencia ficción.
1. Pintar de color rosa el techo del cuarto y cambiar la distribución de los muebles
2. Comprar mucho algodón y hacer un peluche gigante
3. Preparar una cena de gala para la familia
La chica se da cuenta de que, aunque las opciones le parecen divertidas e irreales, no dejan de ser cosas que puede hacer en casa. En casa… Como si no hubiera un mundo fuera. No nos engañemos, Silvia lleva un rato barajando una posibilidad que le cuesta afrontar. ¿Será capaz de escribirla en su lista?
La chica se queda pensativa. Deja la lista encima de la cama y repasa la agenda para ver qué tareas tiene. Si tiene muchas hará una cosa y si no… «Creo que voy a cometer una locura», piensa.
Poco después, en el hospital
El pobre Sergio continúa en cama. Pero se le nota más contento. Ha hecho caricaturas de las dos enfermeras que le atienden, así como muchos esbozos abstractos, y se ha ganado la simpatía de toda la planta del hospital.
Además, hoy le han dado una buena noticia. ¡Podrá irse a casa en tres días!
Su madre lo tiene todo preparado para que su «niño» vuelva a casa. A Sergio no le gusta nada la idea de estar en casa de su madre después de haberse independizado, pero la necesidad de que lo ayuden en la rehabilitación es evidente. Y, si algo sabe el chico, es dejarse cuidar. ¡Sobre todo, por su madre!
Hoy también ha recibido la visita del director de la escuela de dibujo. Se ha mostrado muy comprensivo y le ha dicho que se tome todo el tiempo que requiera para recuperarse. Sergio ha agradecido mucho el gesto. Y es que el director de la escuela es muy exigente y perfeccionista, el típico jefe que siempre parece estar enfadado y que sólo tiene un «no» por respuesta. De hecho, el chico lo respeta tanto que, al verlo entrar en la habitación, ¡ha hecho ademán de levantarse!
Tras la marcha del «jefe», se ha sentido aliviado, y también alegre. Es muy bonito sentir que la gente te tiene tan presente en momentos difíciles. También ha recibido muchas llamadas de amigos a quienes había llegado la noticia del accidente.
Y, aun así, los días en el hospital son tan eternos que, cuando no es hora de visita, el chico tiene todo el tiempo del mundo para pensar, leer, ver películas, navegar por Internet…
Ahora está sentado en la cama, haciendo un dibujo. La pierna no le hace tanto daño como por la mañana. Se oyen dos golpes suaves en la puerta, pero Sergio está tan concentrado en sus garabatos que no los oye. La puerta se abre, y el chico sigue sin advertir una presencia en la habitación.
—¿Hola?
Sergio se asusta tanto que da un respingo y clava el lápiz en la hoja.
—¡Silvia! —exclama al levantar la mirada y ver a la chica—. ¡Qué susto!
La muchacha está de pie en un rincón de la habitación. Lleva una pequeña maceta de margaritas.
—Perdona, no quería asustarte… —se excusa ella, y le ofrece las flores.
—¡Ahhh! ¡Qué dolor! —Sergio se toca la pierna, tiene la cara algo desencajada por las punzadas—. No te preocupes… Pasa…
—Te he traído un regalo. —Silvia deja la maceta en la mesita auxiliar—. He pensado que te alegraría…
—Gracias… no te esperaba… —El chico se peina con la mano. El dolor va remitiendo.
Silvia lo observa. Se lo había imaginado de otra manera. Con la pierna escayolada atada a una polea, con la cabeza llena de vendas y heridas por todas partes, como en las películas. Pero la realidad es que Sergio está muy mono. Sin afeitar, algo despeinado y con un estuche con los lápices y hojas con dibujos de colores en su regazo… ¡Es como si fuera un niño pequeño! Eso enternece un montón a Silvia. ¡Le encantan los niños!
La chica se acerca a él.
—¿Qué dibujas? —pregunta, mirando los dibujos.
—Nada… Tonterías para pasar el rato.
—¿Éste está acabado? —Silvia señala un dibujo de una puesta de sol preciosa.
—Sí, este dibujo representa la puesta del sol el día que tuve el accidente… Me la perdí… —El chico le sonríe.
Silvia coge el dibujo y sus ojos reflejan la admiración por su arte. Sin pensarlo busca en el estuche del chico. ¡Qué suerte, hay cinta adhesiva!, la muchacha no lo duda ni un segundo: cuelga el dibujo en la pared que hay frente a la cama.
—Bonito cuadro —sonríe el chico. Y luego, ofreciéndole todos los dibujos a Silvia, añade—: Me gusta la decoración.
Ella distribuye encantada todos los dibujos por las paredes de la habitación acatando las directrices del paciente.
—Un poco más a la derecha… Céntralo. No, súbelo un poco…
Ahora, en las paredes de la habitación hay colgados unos diez dibujos abstractos que, en su conjunto, forman una extraña nube de colores.
Para observar mejor la obra de Sergio, la chica se coloca junto a él.
—Siéntate —dice el chico dejándole algo de espacio en la cama—. Desde aquí se ve mucho mejor.
Ella accede. ¡Están en la misma cama! Sus brazos se tocan.
Al principio Silvia está algo incómoda: su brazo izquierdo está apresado entre su cuerpo y el del chico. La mejor manera para sentirse bien cómoda es… ¡rodear con su brazo el cuerpo de Sergio!
—¿Qué ves? —pregunta él, con la mirada fija en sus dibujos, como si ella no se hubiera movido.
—Mucho color… Parece una montaña…
—Yo veo como una cara…
—¡Es verdad! ¡Una cara! —responde Silvia fascinada.
De pronto alguien entra en la habitación. Los chicos se vuelven hacia la puerta y… Sorprendida, Silvia abre los ojos de una manera desmedida. Bea permanece inmóvil en el umbral, con la mano aún en la manija. Los tres permanecen en un silencio breve que sienten interminable.
«¡Tierra trágame!», piensa Silvia, y entonces se levanta de la cama.
—¡Hola, Bea! —saluda el chico al tiempo que su compañera de juegos se pone en pie.
—Hola. Hola, Silvia —responde Bea, mirando fijamente a su amiga mientras se quita la chaqueta, muy seria.
—He…, he venido a ver… lo y… estábamos… —tartamudea la otra.
—Me da igual, Silvia.
Si fuera un avestruz, ahora mismo Silvia metería la cabeza bajo tierra. Nota que su amiga está enfadada y se siente como si le hubiera puesto los cuernos. «Lo mejor será explicarse —piensa—. Hacerle entender».
—Bea, esta tarde he pensado en pasarme por el hospital para…
—Ya. —La otra no quiere oír excusas.
—Bueno, pues nada, yo ya me iba —se despide Silvia, derrotada.
El ambiente en la habitación es irrespirable. Silvia sólo quiere irse y dejar sola a la pareja. Sin hablar, y mirándola fijamente todo el rato, Bea espera que se ponga la chaqueta… Está más que claro que cree que sobra alguien en esa habitación. Silvia se despide de Sergio sin acercarse a él y darle dos besos. Cuando se dirige a Bea para dárselos, como tienen por costumbre las Princess, su amiga le aparta la cara.
Silvia se va de la habitación con el corazón en un puño. En cambio, Sergio está más tranquilo. Sabe que su novia tiene un ataque de celos, pero también sabe que no ha hecho nada malo. Además, Silvia no había ido sólo para verlo sino para preparar la fiesta sorpresa del cumpleaños de Bea.
—¿Te parece bonito?
—¿El qué? —responde el chico.
—Pues todo esto… ¿Qué me estás ocultando, Sergio? —Bea cruza las manos como si fuera una profesora de secundaria a punto de echar una bronca a sus alumnos.
—Ya lo verás… —El chico le guiña un ojo, para intentar que ella sonría.
—¿Ya lo veré? —Bea no entiende esa respuesta, ni se la esperaba.
—Sí. Ven aquí, que quiero darte un achuchón. —Sergio abre los brazos—. ¡Y alegra esa cara, que me han dicho que saldré dentro de tres días!
Bea se acerca malhumorada. El chico le da un abrazo con tanta fuerza que la deja sin respiración.
—¡Ay! ¡Me haces daño!
—No te enfades con Silvia. Somos amigos, ¿recuerdas? Ha venido un rato… ¡No me prohibirás que tenga visitas! ¡Estar aquí es de lo más aburrido!
—Noooo, no es eso… Lo único es que me lo podría haber dicho.
—Ya sé que sois amigas, pero no tenéis por qué contaros lo que vais a hacer siempre, ¿no?
Bea entra en razón aunque no deja de estar algo mosqueada con la iniciativa de Silvia.
Poco después
Silvia camina lentamente hacia su casa. «Esta vez sí que la he liado bien…». Está triste, pero no porque Bea se haya enfadado con ella, ni porque haya sido incapaz de intimar más con Sergio.
Lo que la apena es reconocer que ¡siente tanta envidia de Bea y Ana! Ella también quiere tener novio. ¡Quiere una relación con alguien especial! ¡Alguien que la cuide y la enseñe a besar! También está un poco cansada de complacer a los demás y derrochar tanta amabilidad para… ¡Nada! Parece que siempre acaba siendo la amiga perfecta, pero nada más.
Sin quererlo, ha entrado en una espiral de negatividad. Se siente fatal consigo misma. Ha ido a ver a Sergio con la excusa de la fiesta de Bea. ¿Se puede ser más ruin? «¡Te lo mereces, por tonta! A partir de ahora seré sincera conmigo misma». Silvia recapacita. Aún tiene tiempo de arreglar la situación. A partir de mañana empezará a organizar la mejor fiesta de cumpleaños de Bea, con o sin Sergio, porque está más que claro que este chico ya está pillado.