Capítulo 23

Mis deseos igualmente

que por divina te admiten,

como a deidad te veneran

y como a deidad te piden…

… a la primavera hermosa

que en tus mejillas asiste,

en siempre floridos mayos

goce perpetuos abriles.

CALDERÓN DE LA BARCA

Lunes por la mañana

Sergio se despierta dolorido en la cama del hospital después de haberse pasado la noche sumido en un sueño profundo. Abre los ojos, se siente confuso. Intenta moverse, pero le duele todo el cuerpo. Poco a poco toma conciencia de dónde está y de qué le ha pasado.

Con un gran esfuerzo y ayudándose de ambas manos, levanta la sábana para descubrir el cuerpo envuelto en una bata de cuadros. Tiene la pierna derecha cubierta de vendas blancas y cuando intenta moverla un poco, le asalta un dolor insoportable.

Sergio se vuelve a recostar, respira hondo y clava la mirada en el techo. Le entran ganas de llorar. Está asimilando lo que ha pasado, aunque aún está desorientado. Es de esa clase de personas que rara vez enferman; de hecho, ni siquiera conoce a su médico de cabecera, y la última vez que pisó un hospital fue cuando nació una prima lejana, y lo hizo por puro protocolo familiar.

Son casi las nueve y media de la mañana cuando entra en la habitación una enfermera de unos cuarenta años. Sergio la mira, callado; ella recibe su despertar con una gran sonrisa y le acerca una bandeja con comida. El chico le responde con timidez mientras la mujer arregla un poco la cama para que esté más cómodo y dispone la bandeja cerca de él.

Se abre la puerta de nuevo, y entran su madre y su primo. Al verlo despierto, se dirigen tímidamente hacia él con una sonrisa triste. Su madre le acaricia el pelo con los ojos vidriosos. Manu le coge la mano derecha. Y ambos hablan a la vez. Están nerviosos y, en realidad, aunque no callan, no saben qué decir. En la habitación se respira una mezcla de alegría, compasión y temor por lo que podría haber pasado.

Sergio no tiene demasiadas ganas de hablar. Su madre le cuenta que estuvo cinco horas en el quirófano, y que es normal que se sienta cansado. También le cuenta cómo sucedió todo y el susto que se llevaron en un monólogo de casi veinte minutos.

Para Sergio es como si le contasen una película de la que él es el protagonista pero de la que no recuerda nada. Se siente como si, de alguna manera, todo volviese a funcionar después de una larga hibernación.

Con mucha lentitud, come sin ganas la gelatina roja que le han preparado para desayunar mientras su madre le da el parte médico.

—Te has fracturado la pierna por tres sitios. Los médicos te han puesto una placa de hierro en el interior y han dicho que tienes para unos tres meses de rehabilitación. También han dicho que has tenido mucha suerte.

Sergio suspira tras la sentencia de su madre; se mira las manos, las abre y las cierra.

—Tienes razón. He tenido mucha suerte. Mis manos están bien. Aún puedo pintar.

La habitación se queda en silencio. Su madre y Manu observan los gestos del muchacho. Lo que acaba de decir no parece propio del Sergio a quien conocen, sino de un hombre cansado y mayor. Su madre le sonríe. Es normal que se digan esa clase de cosas cuando uno ha sufrido un accidente. De hecho, suele pasar; después de tener un accidente, uno no sabe muy bien lo que debe decir, porque los hechos hablan por sí solos.

Manu rompe el silencio, y abre un maletín de cuero negro.

—Mira lo que te he traído. Los médicos nos han dado permiso, y creo que te será de ayuda. Es el mío y te lo dejo… —Manu le sonríe mientras abre su ordenador, lo enciende y lo pone en la mesita de noche.

Sergio mira a su primo y, con la voz ronca, le dice:

—Gracias primo, tú siempre piensas en todo.

Al mediodía, al salir del instituto

Las Princess se reúnen en la puerta del instituto, formando un corrillo con las mochilas en el centro. Escuchan atentamente a Bea, quien les cuenta aturdida la noticia del accidente. No tiene mucha información al respecto. Sólo sabe que, aunque el accidente ha sido grave, su novio se encuentra bien.

Bea se pone a llorar desconsolada. Ana no tarda en abrazar a su amiga. Estela se acerca también y le pone la mano en el hombro para consolarla. La única que no se mueve es Silvia, quien, después de recibir la noticia, ha quedado demasiado impactada como para mover ningún músculo. Es incapaz de reaccionar. Sergio no se presentó a la cita por culpa de un accidente. ¿Quién tiene la culpa de un accidente? Si lo pensamos con frialdad, es evidente que Silvia no tuvo la culpa, pero aun así no puede evitar sentirse muy mal, puesto que él había quedado con ella.

Bea sigue llorando; Silvia siente el dolor de su amiga pero, por primera vez en su vida, ¡es incapaz de decir nada! Las lágrimas le caen por las mejillas. Son lágrimas como las de Bea, pero las suyas tienen un origen muy distinto.

Ana la mira y se percata de cuán desencajada tiene la cara. Entonces Silvia se abalanza sobre las chicas, y las une a todas con un gran abrazo. Bea se siente querida y muy apoyada.

—Gracias, Princess, no sé qué haría sin vosotras…

—Estamos aquí para lo que haga falta, ya lo sabes. —Ana intenta calmarla con sus palabras.

—Pues ya os he dado la buena noticia… Me voy para el hospital. Después os llamo.

Bea deshace el abrazo, se pone la mochila y pide un taxi. Las chicas la observan en silencio.

Silvia sólo tiene ganas de irse a su casa para seguir llorando.

Poco después, en la habitación de Silvia

Aún no se puede creer lo que ha sucedido. Ni tampoco sabe cómo actuar ahora. ¿Qué debe hacer? Su primer impulso es encender el ordenador y conectarse al chat. Puede parecer ilógico, e incluso absurdo. Si no se ha atrevido a contarles lo que siente a sus amigas, ¿a quién se lo va a contar? ¿A un desconocido de la red?

Revisa sus amigos conectados en Facebook, Ana está entre ellos y… ¡Sergio también! Silvia no da crédito a lo que está viendo. ¿Puede que el chico se dejara encendido el ordenador antes del accidente? Por puro instinto, hace clic en el nick de Sergio y se abre una ventana de chat en blanco. Decide escribir la típica pregunta de comienzo:

Silvia dice: Estás ahí?

La chica no quita el ojo a la pantalla cuando, en apenas unos segundos, aparece otro texto en la ventana:

Sergio está escribiendo…

Las pupilas de Silvia se dilatan. ¡Sergio está en el chat!

Sergio dice: Hola

Silvia dice: Sergio, eres tú?

Sergio dice: Sí, estoy en el hospital.

Silvia pega un brinco de la silla y grita con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Si está en el hospital con un ordenador es que se encuentra bien!

Silvia dice: Y cómo te encuentras?

Espera respuesta, pero ésta no llega.

En el mismo instante, en el hospital

Bea ha entrado en la habitación 301. Es la hora de comer, por lo que la madre y el primo de Sergio no se encuentran allí. Se acerca a su novio y lo abraza, llorando. El chico la consuela estrechándole fuerte la mano. Después, cierra el ordenador para que ella no descubra con quién estaba chateando. Aunque, a su parecer, si lo descubriese no debería pasar nada (porque es normal que la gente quiera saber cómo se encuentra uno después de lo sucedido), algo le obliga a escondérselo a Bea.

La chica se lo come literalmente a besos, y lo acribilla a preguntas:

—¿Y qué pasó? ¿Te acuerdas de algo? ¿Te duele? ¿Cuánto tiempo debes estar con la pierna así? ¿Y la moto?

Sergio responde cada una de las preguntas con frases muy cortas.

—No me acuerdo de nada. Dicen que me caí solo, la pierna me duele mucho, pero me dan calmantes. Dicen que tengo para unos tres meses, y la moto está bien, pero creo que la voy a vender. Es una moto vieja y ahora estaré mucho tiempo sin poder llevarla.

Bea escucha las respuestas simples y desganadas de un Sergio abatido. Puede parecer una tontería, pero ella esperaba llegar al hospital y cuidar a su chico, esperaba que la hubiera recibido con una gran sonrisa después del susto. Pensaba que se alegraría tanto cuando ella entrase por la puerta después de su última charla que le diría que la quiere y que la ha echado mucho de menos y que se equivocó y que en realidad no necesita ningún espacio, tan sólo estar con ella. Después de todo, ¡ella ha temido tanto por su vida! Pero la realidad es diferente.

El paciente no está muy comunicativo. Tras unos momentos de silencio, Bea se levanta de la silla y echa un vistazo a lo poco que hay que ver en una habitación de hospital. Sergio, que ha cerrado los ojos por el dolor que le provoca la hinchazón de la pierna, tiene la gran suerte de estar solo en una habitación doble con una ventana con vistas a un parque.

La chica mira por la ventana, por hacer algo. Piensa en que, aunque se empeñe, su relación con Sergio no va viento en popa. Cuando se vuelve, ve el ordenador. Sería una buena idea ver algunos vídeos divertidos, o jugar a algún juego para distraerse mientras su novio descansa.

En el preciso instante en que Bea coge el ordenador, Sergio abre los ojos y ladea la cabeza en busca de la chica.

«Si lo ve, casi mejor», piensa Sergio, esperando una reacción de ella que no se hace esperar.

—Estabas chateando con Silvia… —susurra la chica, sin nada de ímpetu.

—Sí, me acabo de conectar y me ha preguntado cómo estoy.

—No sabía que chateabas con ella…

—Ella nos presentó formalmente. También puedo ser su amigo, ¿no?

—Sí, si yo no digo nada. —Bea intenta tener una actitud conciliadora al respecto. Siente que Sergio ha tenido mucha suerte y, como cualquier persona que visita a un enfermo en un hospital, siente que la vida es muy frágil, y que más vale ser comprensivo que ponerse celoso por una tontería.

De todas formas, se le han pasado las ganas de navegar por Internet y darle conversación a Sergio. Entiende que el chico no se encuentra muy bien, además habla un poco raro, como si estuviese dormido. Aún se le notan los efectos de la anestesia y el paso por el quirófano.

La Princess se sienta a su lado y le da la mano, Sergio la toma y cierra los ojos. Bea lo mira y le acaricia el brazo con dulzura. Al poco rato, el chico se duerme y ella decide marcharse para dejarlo descansar. Sale contenta, tiene la sensación de que mejorará rápido.

Cuando Sergio se despierta, no ve a nadie en la habitación. Ladea la cabeza buscando a Bea, y piensa que ha ido al baño, pero tras unos minutos de espera deduce que se ha ido. Con las pocas fuerzas que tiene coge el ordenador de la mesita y ve la ventana del chat abierta y recuerda que la visita de su novia había interrumpido su conversación con Silvia.

Sergio dice: Eo?

En el mismo instante, en la habitación de Silvia

Entra un mensaje. Silvia, que está intentando echar la siesta, se levanta rápidamente de la cama al oírlo. ¡Es Sergio!

Silvia dice: Hola de nuevo!

Sergio dice: Perdona por haber tardado tanto, es que ha venido Bea a verme…

Silvia se avergüenza. Se siente superculpable por lo que le ha pasado al chico (después de todo, el accidente ocurrió la tarde en que se habían citado) y si, además, Bea se entera de que sigue en contacto con su novio, puede ser el fin de una gran amistad.

Silvia dice: Bea es muy buena

Sergio dice: Sí, lo es

Silvia dice: Sabes que dentro de poco será su cumpleaños?

Sergio dice: Pues no, no lo sabía.

Silvia tarda algo en contestar. Ahora más que nunca, quiere medir sus comentarios. Si por ella fuese, le preguntaría mil y una cosas del accidente, pero no lo quiere atosigar. Y, aunque siente que éste no es el mejor momento, también le gustaría hablarle de lo que siente por él. Así pues, decide suavizar la situación y pensar en cosas bonitas y alegres.

Silvia dice: Creo que propondré a las chicas que le montemos una fiesta de cumpleaños y, si vienes, de paso celebramos tu recuperación.

Sergio dice: Buena idea. Pero si hacemos una fiesta debe ser sorpresa

Silvia dice: GUAY!!!! Con globos!!!!

Sergio dice: Pastel…

Sergio dice: Regalos!

Silvia está contenta. Nota a Sergio animado y con ganas de hacer cosas. ¡Y Bea se merece una fiesta a lo grande! Después de lo que ha pasado siente que, aunque le guste ese chico, es mejor respetar a su amiga y su relación para evitar conflictos. ¡No puede dejar perder a una amiga como Bea!

Sergio dice: Oye si quieres puedes venir a verme… y así lo preparamos todo.

Silvia duda.

Silvia dice: Vale, pero si quieres también lo podemos hacer por chat.

Sergio dice: No quieres venir a verme?

Silvia lee esta última frase queriendo, más que nunca, descifrar su significado. Pero está decidida a no dejar que sus sentimientos se interpongan entre Bea y ella.

Silvia dice: No es eso, pero me siento un poco culpable por lo que te ha pasado… y sólo quiero que tú estés bien, que Bea esté bien y que los dos estéis bien. Lo digo en serio.

Silvia ha intentado dejárselo lo más claro posible. No quiere seguir jugando a algo que sabe que puede acabar de manera muy peligrosa.

Sergio dice: Tú no tiraste la moto Silvia, pero te entiendo.

Silvia dice: Gracias.

Sergio dice: Lo de venir a verme lo decía porque me temo que estaré muchas horas solo en esta habitación e Internet no es lo mismo que en carne y hueso.

Silvia reflexiona. Lo que quiere es que Sergio se ponga bien, ¿no? Así que contesta:

Silvia dice: De acuerdo, prepararé una pequeña lista de cosas e iré a verte para preparar la fiesta

Sergio dice:

Silvia se siente más aliviada. Le ha podido decir la verdad a Sergio, aunque le sigue pareciendo un chico de lo más encantador. Ya no se siente culpable, y lo de la fiesta le parece una muy buena idea para superar todo esto.

Sergio se desconecta. Aún no han quedado, pero los dos saben que el chat los volverá a unir pronto.