Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena
o iracundo como órgano impetuoso;
Te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes.
LUIS CERNUDA
Viernes por la tarde
Ésta ha sido una semana llena de lecciones para todos. Marcos se ha dado cuenta, por fin, de que si confía en sí mismo, los demás también lo harán. Se siente más integrado en el grupo de las Princess y empieza a ver a Estela con otros ojos. Ana, aunque sigue angustiada y sin entender demasiado bien cómo alguien como David prefiere a Nerea antes que a ella, también ha aprendido algo: amar de verdad lo hace a uno afortunado. Estela lleva cinco días volcada en Leo. Han tenido sus sesiones de cibersexo habituales y han ensayado muchísimo. Aunque no se puede quitar a Marcos de la cabeza, Leo la tiene como hipnotizada. Es como una adicción muy difícil de dejar. Silvia no puede dejar de pensar en su hermano y en Ana. Está dispuesta a descubrir el porqué del malentendido que ha habido entre ellos. Por eso monta una reunión en el Milano con las chicas, su hermano y Nerea. No sabe muy bien cómo, pero Ana y su hermano tienen que acabar juntos.
Poco después, en el Milano
Los primeros en llegar son Bea y Sergio. Llevan una semana sin verse, y Bea anda nerviosa pero también con ganas de exhibirlo delante del resto de Princess para acallar rumores. Ambos se sientan, pillan sillas para todos y se piden una cerveza. Ella está contenta y relajada hasta que aparece Silvia. Eso le recuerda la última conversación por chat que tuvo con Sergio.
—Hola, chicos —saluda la recién llegada, quitándose los cascos y dejando la bolsa encima de la mesa—. ¿No ha llegado nadie más?
—¿No tienes bastante con nosotros? —contesta Bea.
Por suerte, Silvia no percibe el tono defensivo en su voz, distraída como está llamando a Estela y a Marcos, que acaban de entrar en el bar.
—Qué bonita la parejita —bromea Bea con ellos.
—Nos hemos encontrado por casualidad —aclara Marcos.
Lo que no sabe el chico es que a Estela no le van las casualidades. Más bien, las provoca ella. Se ha tirado veinte minutos escondida detrás de un árbol cerca del Milano y, cuando lo ha visto pasar, ha salido disparada. Han estado charlando de música durante el resto de trayecto, y la verdad es que Marcos ya no se siente tan apabullado con ella, y Estela no siente tampoco la necesidad de montar tantos números para llamar su atención. Ambos se han mostrado muy cómodos. Parece que se están haciendo amigos.
Todos llegan en cuestión de segundos. Todos, menos Ana. «Mira que como no venga», piensa Silvia. Parece que todo marcha a la perfección. David y Nerea están en la mesa de al lado; la universitaria está tan enganchada a su hermano que parece una lapa. El bar está a tope y no cabe ni un alfiler.
Mientras, en el parque
Ana deja de escribir en su libreta, mira la hora y se da cuenta de que llega tarde. Le da pereza ir al Milano y que Nerea la vuelva a humillar, pero por otro lado necesita ver a David. «Cómo puedo estar tan colgada por un tío que pasa tanto de mí…», se lamenta.
Cuando llega al bar, lo primero que divisa es la mesa donde están todos. En efecto, David y Nerea se sientan juntos, y están al lado de Silvia. Bea está junto a Sergio, y Estela, con Marcos. «Y yo, ¿dónde narices me siento yo?». De repente, le entran unas ganas tremendas de salir corriendo. Se queda plantada en medio del bar, como paralizada. La voz de Estela la despierta antes de que pueda decidirse y huya de ahí:
—Ana, princesa, ¡estamos aquí! —le grita desde la otra punta.
Ana disimula, como si no los hubiera visto antes, y se dirige hacia la mesa. Sigue sin saber dónde va a sentarse. Se siente un poco colgada. Silvia se da cuenta, y en seguida encuentra una solución para su amiga.
—Tranquila, yo te consigo una silla —la anima, levantándose y cogiendo una que tiene detrás—. La ponemos aquí. Ven.
Ana intenta pasar por en medio de las dos mesas y, sin querer, tira con la mochila una de las cervezas encima de Nerea. Al darse cuenta, se pone tan nerviosa que se vuelve, pierde el equilibrio y se cae… ¡encima de David!
—¡Pero niña! ¿Qué haces? —la increpa Nerea.
—Lo siento, yo… —dice aturullada, sin poder levantarse. Se muere de vergüenza. El bar está tan lleno que parece cosa del destino, y Ana está encajada entre David y la silla. No se puede mover, y Nerea está fuera de sí.
—¡Este jersey era nuevo! ¡Lo has hecho adrede, mosquita muerta! —chilla, al tiempo que arranca todas las servilletas del servilletero e intenta secarse el jersey.
—¡Oye, no te pases! Mi amiga no haría nunca eso adrede —la defiende Estela.
—No, tu amiga sólo manda mensajitos tontos a los novios de los demás —suelta Nerea, sin darse cuenta de que estas palabras la acaban de delatar.
David se levanta de golpe, lo que obliga a Ana a levantarse también.
—¿De qué mensajes hablas? Yo no he recibido ningún mensaje de Ana.
—¿Cómo que no? —pregunta ésta desconcertada.
Entonces David recuerda el día en que se le borró un mensaje de Ana.
—Bueno, recibí uno y lo borré por error, pero sólo fue uno. ¿Me mandaste más?
Ana mira al chico acongojada.
—¿Qué decía? —pregunta él. Mira a Ana e insiste—: En serio, Ana. No he recibido ningún otro mensaje tuyo.
Ana tiene lágrimas en los ojos.
—¿Qué pasa aquí? ¿Me lo puede explicar alguien? Porque yo no entiendo nada y…, y… —La chica solloza.
—¿Lo ves? Una niña, mira cómo se pone por una tontería. Déjalo ya, vámonos. ¿Cómo puedes estar pendiente de esta «tontalaba»?
Silvia la acusa con el dedo y exclama:
—¡Lo sabía!
Nerea mira temerosa a la hermana del chico que le gusta.
—No sé de qué estás hablando —intenta excusarse.
—A ver si esto te refresca la memoria —le dice Ana, fuera de sí. No puede creer que Nerea, por mucho que compita con ella por el amor de David, haya sido capaz de hacerle tanto daño. Saca el móvil del bolsillo y lee—: Déjame en paz, niñata tontalaba.
—No sé de qué me hablas —insiste Nerea.
—Basta, Nerea. Estás haciendo el ridículo.
David está muy serio. No se lo va a perdonar nunca.
«Qué miedo, me recuerda a papá», piensa Silvia.
—Márchate —prosigue el chico apenado, con voz de hielo—. Es lo mejor que puedes hacer.
En medio de este espectáculo, Sergio le susurra a Bea:
—¿Siempre montáis estos números, o es porque he venido yo?
—Ya sabes —le responde Silvia, que, aunque el chico haya murmurado bajito, lo ha oído—, «el mundo es un escenario». —Y le lanza una mirada cómplice.
Sergio se la queda mirando y le devuelve el gesto. Silvia no aparta la vista. Bea se queda algo mosca con ese juego de miradas. Si supiera que han estado chateando a sus espaldas, le daría un infarto, ¡y entonces sí que se montaría un espectáculo de aúpa!
Pero la escena que en esos momentos se está representando no se ha acabado todavía. David mira a Ana a los ojos y le dice:
—Yo nunca te llamaría tontalaba. Deberías saberlo.
—Ahora sí que lo sé. Lo siento mucho por haber dudado de ti —le confiesa ella, con los ojos llorosos.
—Yo sí que lo siento. Empecemos desde cero, ¿vale?
—Vale… —contesta la chica, sin saber muy bien qué significa eso. ¿Vuelven a ser… sólo amigos?
—¿Que decía tu primer mensaje? —le pregunta él.
La mesa permanece en silencio observando a la pareja como si estuvieran en el cine viendo una comedia romántica.
Ana se decide. Saca su móvil del bolso y lee en voz alta:
Siento lo del beso y si quieres me gustaría mucho quedar contigo para contarte mi punto de vista.
—¿Te puedo contestar ahora? —le pregunta David.
—Por favor —contesta ella.
El chico coge su teléfono y escribe. Al instante se oye pitar el teléfono de Ana: mensaje recibido. Ana sonríe, temerosa también de leerlo. David espera. Ana lee: Yo no lo siento para nada. Entonces, él acerca su mano al rostro de Ana, le aparta el pelo de la cara y, de la forma más tierna posible, la besa.
Después del beso, Ana lo mira y dice:
—Abrázame fuerte.
Todos deciden que ha llegado el momento de dejar solos a los enamorados e irse a cenar. Silvia se retira a casa. Se despide de todos y comenta que hoy le apetece ir al cine sola.
—¿Qué vas a ver? —le pregunta Sergio, intrigado.
—Aún no lo sé. —Ella le sonríe—. Me pasaré por el Texas, las que suelen echar no están mal. ¿Vas a casa, Marcos?
—Sí, vamos. Pienso pasarme la noche componiendo. Ése es el plan que me apetece —contesta su vecino, sonriendo. Antes de marcharse, le guiña un ojo a Estela, a quien el gesto sorprende gratamente.
Sergio observa cómo Silvia sale del bar. «¿Por qué la sigo siempre con la mirada?», se pregunta con miedo a responderse. Bea se pone el casco, dispuesta a irse también. Mientras Sergio y ella salen en busca de la moto de éste, se pregunta qué emociones le esperarán esta noche. Al subir al vehículo, abraza bien fuerte al chico y se deja llevar. Le gusta cerrar los ojos e imaginar por dónde la lleva, qué camino ha escogido, qué calles cruzan. De repente, se detienen. Bea abre los ojos y se da cuenta de que su novio la ha llevado a casa. No entiende demasiado bien cuál es el plan. «Igual quiere conocer a mi madre». Entonces Sergio se sincera:
—¿Te importa si esta noche no hacemos nada? Estoy cansado, y necesito un poco de espacio.
—¿«Espacio»? ¿Qué quieres decir? —pregunta la chica con recelo.
—Que hoy me apetece estar solo.
—Bueno, como quieras —responde ella, rebotada—. Pero no entiendo a la gente que prefiere estar sola que con alguien que le gusta.
—Si te dijera que tengo que trabajar, ¿te quedarías más tranquila?
—Pues sí —contesta Bea con algo de retintín.
—Pues esta noche necesito pintar. Llevo días sin hacerlo.
—¿Eso es un trabajo?
—No. Eso es mi vida. Me duele que no me entiendas.
Sergio coge la moto y deja a Bea con la palabra en la boca.
En el Texas
Silvia ya se ha comprado la entrada y las palomitas, y está en la tercera fila esperando que empiece la película. Se siente muy bien. Ir sola al cine le gusta muchísimo. La ayuda a concentrarse y de alguna manera se siente independiente. Está feliz por su amiga Ana, y sigue pensando que Bea y Sergio no pegan ni con cola. El cine está bastante lleno. Casi todos son grupitos y parejitas. Pocas personas van solas. Se vuelve y observa a la gente, fantasea con que conocerá a un chico guapo que también habrá ido solo al cine, y que se enamorarán. Hay una pareja de ancianos, un grupito de treintañeros, dos familias, otra parejita, y un chico que se parece a Sergio. «¡No puede ser!», piensa Silvia, y se encoge en su butaca intentando esconderse. «¿Será posible que Sergio se haya venido al cine… por mí?», se pregunta.
No se lo puede creer. No tiene claro si es su imaginación que le ha jugado una mala pasada, o si Sergio era realmente el chico de la fila siete.
Se va a pasar toda la película con un nudo en el estómago.
Mientras, en el Milano
Ana y David siguen sentados a la misma mesa, y no paran de hablar. Por fin se han relajado y parece que la diferencia de edad ya no les importe. Han desaparecido los miedos, los malentendidos y, lo que es más importante, Nerea. Están todo el rato cogidos de la mano y no pueden evitar besarse cada dos por tres. Besos eternos que saben a gloria. «Se nota que David es mayor. ¡Qué bien besa!», piensa la chica.
«Qué bien huele…», piensa a su vez él, mientras la besa en la cabeza de una forma muy cariñosa.
Ana no escribe todavía su nueva entrada, pero lo hará cuando llegue a casa.
Nueva entrada:
Enamorada
No sabría dar con la clave del amor, pero una cosa tengo clara: la confianza y la paciencia son muy importantes. Si tienes una corazonada y confías en que alguien te ama, es que te ama. No hay más. Y las personas que se aman tienen que estar juntas. La vida es complicada, y a veces los malentendidos pueden destruir el amor. Pero si tienes paciencia, todo se pondrá en su lugar. Me siento enamorada, y lo digo sin miedo y en voz alta, porque estoy enamorada de alguien que también lo está de mí. Parece una obviedad, pero no es así. Lo más difícil en el amor es amar y ser correspondido. Y, para ser correspondido, no hace falta preguntar. Con sentir, ya basta. Y yo lo siento.
¡Lo siento muchísimo!
Lo siento dentro de mí. Lo siento. Siento el amor. Qué bien estar enamorada. Por fin, estoy en paz.
Firmado:
Blancanieves
Unas horas más tarde, en casa de Silvia
Lo primero que hace Silvia al llegar a casa es conectarse a Facebook. Está intrigadísima y se muere de ganas de saber si el chico misterioso era Sergio o no. En cuanto se conecta, el chico ya está en el chat.
Silvia dice: Hola
Sergio dice: k tal? kmo a ido el cine?
Silvia dice: Bien, la peli malilla pero me he relajado, que es lo k kería.
Sergio dice: Bueno, tampoco era tan mala no?
Silvia dice: Eras tú!!!
Sergio dice: jajaja, sí, me has visto. Qué vergüenza. Pensarás k estoy colgado.
Silvia dice: xq no me has dicho nada?
Sergio dice: Me ha dado corte…
Silvia dice: komo se te ha ocurrido ir al cine a ver la peli?
Sergio dice: La verdad es k fui a verte a ti.
Silvia no está segura de si lo que el chico acaba de escribir es una broma o no, así que ella bromea también. En realidad, no quiere pensar que sí puede haber algo de cierto en lo que ha dicho Sergio.
Silvia dice: jajajaja… No me lo creo.
Sergio dice: En serio. Te mueves mucho cuando miras una película, y por lo que parece te entra frío después de comer xq te has puesto la chaqueta. Ah!, y llevas gafas…
Silvia dice: Sí, llevo gafas para leer. Si no imposible ver los subtítulos! Qué fuerte!
Sergio dice: Estás guapísima con gafas… Tan guapa que ya ves, no he podido quitarte la vista de encima.
De repente, nadie escribe en el chat. Los dos saben que lo que están haciendo no está bien. No, no está bien.
Sergio es quien lanza la pregunta:
Sergio: Te aptc k kdemos un día?
«Pues claro que me apetece —piensa Silvia—. Pero este chico va un poco a saco, ¿no? ¡Está saliendo con una de mis mejores amigas!».
Silvia dice: Y k pasa con Bea?
Sergio dice: Sí, tb me gustaría que habláramos de ella.
Silvia dice: No sé si hacemos bien Sergio. Bea es mi amiga.
Sergio dice: Por favor… mañana por tarde?
Silvia dice: Dónde?
Sergio dice: Doy clases de dibujo cerca de una placita que se llama plaza de la Libertad
Silvia dice: Qué bonito nombre. A k hora sales?
Sergio dice: A las 20.00.
Silvia dice: pues a las 20.15 en la plaza
Sergio dice: Perfecto. Nos vemos el lunes y hablamos.
Silvia dice: De acuerdo. Adiós
Sergio dice: @dios :-)