Capítulo 2

Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.

Y como yo te amo, los pinos en el viento

quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

PABLO NERUDA

Minutos después, en casa de Silvia

Las fórmulas ya le bailan a David. No da más de sí, lleva toda la tarde del viernes estudiando para el examen de física. Y no es que no se lo sepa, pero le gusta ir seguro a los exámenes. No ha suspendido jamás; de hecho, nunca ha bajado de notable. Su hermana Silvia suele burlarse de él, y lo llama «empollón». Pero ella también se toma los estudios muy en serio. Vendrá de familia.

David consulta el despertador digital que ha dejado encima del escritorio para ir controlando el tiempo: falta media hora para que Nacho se pase a buscarlo y vayan al Club. Han quedado con Nerea y con otros chicos de la facultad.

De pronto, suena un pitido de entrada de un SMS en su móvil. Lo coge y lee:

¿Puedes decirle a Silvia que estamos en el Club? No responde al teléfono. ¡Gracias! Ana.

David relee el mensaje. ¡Ana! Es una de la mejores amigas de su hermana Silvia, pero también es una chica que le gusta mucho. Ella no lo sabe, y David no quiere que lo sepa. «¡Qué ridículo, cómo se reirían de mí esas niñas si supieran que estoy colado por una de ellas! Bueno, colado… Me gusta, pero es una niña. Yo tengo veinte años, y no puedo andar con niñas de dieciséis. No estaría bien. Y encima Ana, que es una más de la familia. La de veces que habrá venido a estudiar a casa con Silvia, y hemos coincidido para merendar; las noches que se habrá quedado a dormir y habremos visto una película los tres juntos…». Aunque David es consciente de que se trata de una historia imposible, no puede evitar fantasear con ella. Muchas veces se queda colgado leyendo un libro de química, y su imaginación vuela pensando en la pequeña Ana y en todas las cosas que tienen en común a pesar de la diferencia de edad.

Los dos son morenos y altos. Los dos son personas serias pero tiernas a la vez y, aunque ella es de letras y él de ciencias, David está seguro de que sería una buena pareja para ella. Pero rápidamente se saca todas esas fantasías de la cabeza y se horroriza de tener esos sentimientos. Es hora de vestirse. Cierra el libro de química y se prepara para la ocasión.

Mientras, en el Club

Ana acaba de enviar el mensaje.

—¿He hecho bien, Estela?

Ana no está segura de lo que acaba de hacer. Se ha dejado convencer por su amiga, que es muy atrevida, pero ella no es tan lanzada y se siente un poco extraña.

—¡Pues claro que sí! —responde Estela con rotundidad—. Lo importante es que sepa que estás aquí.

Sí, ése era el plan. Hoy las chicas se han dividido para llevar a cabo diferentes misiones: Silvia acompañaba a Bea a su cita con Sergio, y Estela acompañaba a Ana al Club para que se hiciera la encontradiza con David. Y, para asegurarse de que el chico supiera que Ana acudiría al lugar, han urdido esa pequeña artimaña de mandarle un mensaje haciendo como que buscaba a su hermana. Al menos, ahora David sabe que Ana va a estar allí. A lo mejor David iría de todos modos, aunque no tuviera ningún interés especial en Ana, sólo porque ha quedado con sus amiguetes de la facu; pero lo que está claro es que si David cambia de plan, entonces Ana… no tendrá nada que hacer.

«Pero David vendrá; claro que vendrá», piensa Estela, a la vez que mira la hora en el móvil con una mano y se muerde las uñas con la otra.

Eso tienen las Princess: se agarran a la esperanza, por pequeña que sea.

Las Princess. Puede parecer un mote de grupo muy infantil, pero los motes de «princesa» las hacen sentir especiales y, al mismo tiempo, las definen bastante bien.

Silvia es Yasmin, ya que es la más morena de todas, y la más lista. Sabe escuchar, y siempre está cuando la necesitan. Su problema es que no sabe pedir ayuda, y le cuesta abrir su corazón y explicar lo que le pasa. Sabe guardar secretos. Es muy honesta, y no miente nunca.

Bea es la más guapa de todas, y por eso se ha quedado con el apodo de Cenicienta. Rubia y con los ojos azules, a veces provoca envidia entre las chicas del instituto. Es deportista y sana. Le gustan las motos, el fútbol e ir en bicicleta por la ciudad. Tuvo un novio llamado Pablo, que le hizo mucho daño, y le cuesta confiar en los chicos. Es de esas chicas que, por desgracia, creen que todos los hombres son iguales.

Estela es Aurora, la Bella Durmiente, por una razón muy simple: es la que desprende más magia de las cuatro. Es la menos guapa, pero la que tiene más personalidad. Le gustan los piercings, los tatuajes y teñirse el pelo. Cada mes lo lleva de un color distinto. Ahora toca rojo y rastas. Es la más atrevida de todas. Es divertida, irónica y muy rápida. Una luchadora nata. Si quiere algo, va a por todas. Por ello, todas las amigas le piden consejo sobre asuntos amorosos.

Y por último está ella, Ana, a quien han apodado Blancanieves por su piel de porcelana, su melenita negra y su dulzura. Muy ordenada, es la más tímida de las cuatro amigas. Joven pero muy reflexiva, escribe un blog que tiene mucho éxito. Sueña con ser escritora de mayor, y está locamente enamorada de David.

Ana está nerviosa. Se ha puesto muy guapa. Más que guapa, sexy. Algo nada normal en ella. Se ha pasado la tarde en casa de Estela sacando ropa de los armarios y maquillándose. Se siente rara. Lleva una minifalda y un escote demasiado generoso para su gusto. Pero la que entiende de hombres es Estela, y su misión es que, por una vez, David no la vea como a una niñata. Que la vea con otros ojos…

«Eso si viene», piensa ella.

En ese mismo instante, en un semáforo de la ciudad

Silvia sigue agarrada de la cintura de Sergio. El cosquilleo que tiene en la barriga no puede augurar nada bueno. No debería sentir eso: ¡es el chico de Bea! Bueno, no es exactamente el chico de Bea todavía, pero va a serlo seguro, en un futuro cercano. Además, ¡no lo conoce de nada! No puede gustarte alguien así, ¡bum!, de repente. ¿O sí que puede? «Mira que como sea esto a lo que llaman flechazo…». No, no, está haciendo una montaña de un grano de arena. Ni flechazo ni nada. Sólo ha sido la impresión que le ha producido la moto, y que él la cogiera. No está acostumbrada a eso. No ha tenido novios. Ni uno. Eso es algo que le preocupa mucho, aunque nunca lo reconocerá en voz alta.

«¿Qué pensaría Sergio de mí si supiera que nunca he besado a nadie, que nunca he dado mi primer beso de amor? ¿Creería que soy una reprimida? ¿Una mojigata, como dice Estela? ¡Qué vergüenza! Pero… ¿por qué quiero aprender a besar ahora? Total, ¡a quién iba a besar! A Sergio no, está claro… Sergio está prohibido. Sergio es el novio de Bea. Bueno, no es su novio. Pero casi. Ni hablar, Sergio no. Entonces, no necesito aprender a besar. No. Pero… ¿cómo besará Sergio?».

—¡Silvia! —dice Sergio, dándole una palmada en el muslo—. Ya hemos llegado.

Silvia despierta de su ensoñación y contesta tartamudeando:

—E-eh… Sí, sí…

—¿Es aquí donde me has dicho? —pregunta él al ver que Silvia está como despistada.

—Sí, sí —responde ella bajándose de la moto.

Mientras, en el Club…

—Ana, no te vuelvas ni te pongas nerviosa —susurra Estela—; David acaba de entrar por la puerta.

Evidentemente, Ana se pone hecha un manojo de nervios en cuanto oye esto.

—¡Me tiembla todo, Estela!

—Tranquila, ¡estás guapísima y, cuando te vea, se va a caer de culo!

—¡La que se va a caer de culo en medio segundo soy yo, Estela! ¡Qué nerviosa estooooooy! —exclama Ana.

—Pues ya se te puede estar pasando, porque viene hacia aquí.

—¡¡¡¿¿¿QUÉEEEE???!!!

—Que te calles ya y te tranquilices, que lo tienes casi detrás.

Sin pensarlo, Ana se vuelve y se encuentra frente a David. Levanta la mano y mueve los dedos en señal de saludo. «Parezco mema», se dice. Él se acerca. La mira y, sorprendido, dice:

—Ana, ¿eres tú? ¿Qué te has hecho?

«Mierda —se dice Ana—, lo sabía, no le gusta».

Con una sonrisa forzada contesta:

—Nada, las chicas…, ya sabes…, siempre nos arreglamos para salir.

—Claro, acostumbrado a verte por casa casi siempre en chándal… —dice el chico sin poder evitar la cara de alucinado.

«Madre mía, está impresionante. Tan impresionante que quita la respiración», piensa él. Y, como no sabe qué más decir, añade:

—No he visto a Silvia, no he podido darle tu recado.

—No te preocupes —responde ella con un hilillo de voz.

—¿Qué? —pregunta David.

Ana carraspea para aclararse la garganta.

—¿Estás bien? —se preocupa el chico.

—Sí, sí; el humo, ya sabes —contesta Ana, haciéndose la loca.

David sonríe. Y aclara:

—Ya no se puede fumar en los locales.

Ana se quiere morir. «David debe de pensar que soy tonta de remate. Lo que daría por estar en casa de Silvia, con mi coleta de siempre y mis mallas». Allí, en el Club y vestida de Estela, no se siente tan segura. Lo que sí se siente es muy niña. Una niña que aparenta ser mayor, pero una niña al fin y al cabo.

—No, bueno, es que… he fumado un poco antes de entrar, y por eso… La garganta —se excusa, señalando su cuello.

—¿Fumas? No sabía que fumaras… No te he visto fumar nunca —afirma David, bastante sorprendido.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí… y sólo han sido un par de caladas —se justifica ella, sin darle importancia.

—Pues no deberías fumar. Créeme. Luego no podrás dejarlo —responde el chico en tono paternal.

Ana no sabe qué contestar pero, por suerte, una voz femenina los interrumpe:

—¿Quién es esta cría? —pregunta una chica que se cuelga del brazo de David.

Éste se vuelve hacia la desconocida y responde:

—Una amiga de mi hermana.

Y, antes de que pueda presentarlas, Nerea (que así se llama la chica) dice:

—Y qué, ¿te vas a quedar a hacer de canguro, o te vienes a bailar conmigo?

David mira a Ana, pero Nerea tira de él hacia la pista. Ana se vuelve de espaldas para que él no vea que está a punto de echarse a llorar. Y no es porque David no la quiera, que también (aunque ella no lo sepa aún), sino más bien porque no se siente ella misma. En seguida le asalta una idea de entrada para su blog, que colgará cuando llegue a casa.

Nueva entrada:

Pequeña

Todos nos hemos sentido pequeños alguna vez, incluso las personas mayores. Yo no creo que sea pequeña, tengo dieciséis años, y mucha gente me dice que soy muy madura para mi edad. Pero a veces hay lugares y personas que me hacen sentir pequeña. No es que ser pequeña sea malo: que ningún niño menor de dieciséis años se me ofenda al leer esto. Lo malo no es ser pequeño, sino sentirse más pequeño de lo que uno es o desearía ser. Hay un montón de parejas que se llevan muchos años. Lo vemos todos los días en la tele y las revistas del corazón, pero ¿qué pasa cuando tu amor te hace sentir pequeña? Y, si no es tu amor, es el ambiente que le rodea. El espacio.

Hoy me he tenido que marchar de un sitio porque me sentía tan pequeña que tenía miedo de no encontrar la salida; suerte que estaba conmigo mi amiga Bella Durmiente, que me ha entregado la llave. Qué necesarias son las amigas. En un momento, ésta me he elevado a la categoría de gigante, como cuando Alicia se vuelve enorme al comerse una galleta en el País de las Maravillas. Igual. Hoy he aprendido algo importante. Las personas nos hacemos grandes y pequeñas con independencia de nuestra edad y, si bien Alicia crecía con galletas, nosotras lo hacemos con autoestima. Si la necesitáis, se la pedís a vuestras amigas, que tienen de sobra. Gracias, Princess, por estar siempre conmigo y darme de comer galletas ricas.

Firmado:

Blancanieves