Capítulo 19

Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.

ALFONSINA STORNI

Casa de Bea. Lunes noche

La casa de los Berruezo está muy solitaria. El padre está de viaje, como de costumbre, y la madre tiene hoy club de lectura.

Nada más llegar, Bea tira el casco encima de la mesa y corre a Internet a buscar a su querido Sergio. Lo ha echado de menos esta tarde.

Sergio dice: Hola

Bea dice: Hola! Acabo de llegar a casa.

Sergio dice: Tan tarde, qué has hecho?

Bea dice: Hemos estado en el Milano jugando al yo-nunca nunca

Sergio dice: Jajaja… Qué monas!

A Bea le decepciona el comentario. Esperaba algo como «Me habría gustado estar contigo», o «Te echo de menos»…

Bea dice: pues ha sido genial. Hemos descubierto cosas

Sergio dice: ¿Como cuáles?

Bea dice: Por ejemplo, que Marcos, el chico nuevo del instituto del que te hablé, canta superbién, que Nerea, ya sabes, es una mentirosa y que Silvia jamás se ha desnudado delante de ningún chico. Bueno, es que en realidad Silvia nunca ha besado a nadie!

Sergio dice: Y qué tiene eso de malo?

Bea tiene la sensación de que Sergio está defendiendo a su amiga. Los celos se la comen por dentro y, aunque no lo piense de verdad, escribe la frase siguiente y aprieta el Enter, mostrándola en la ventana del chat como una bomba.

Bea dice: Será que es una estrecha.

Bea espera sorprender a Sergio con ese comentario, pero la respuesta de su novio la deja a cuadros.

Sergio dice: Pues me parece muy romántico. Significa que no se enrolla con el primero que pasa.

Bea dice: Muy bien, me estás llamando guarra?

Sergio dice: Pero qué dices!

Bea dice: Bueno, yo he besado a más de un chico y eso no significa que no dé valor a los besos que te pueda dar a ti, por ejemplo.

Sergio dice: Que sí… No te enfades, vaaaa…

Bea dice: Es que dices unas cosas…

Sergio dice: Te vienes a cenar a casa? Venga, te invito

Bea dice: Ya, con Manu. Un lunes por la noche. No gracias. No me apetece matar zombis hoy

Sergio dice: Y si te digo que… tengo comida japonesa?

Bea dice: Y si te digo que… antes muerta que comer pescado crudo?

Sergio dice: Pues te sentaría bien, con lo deportista que eres. Pensaba que te gustaba la comida sana

Bea dice: Pues ya ves…

Sergio dice: ¿Una vuelta en moto? ¿Vamos a pintar grafitis?

Bea dice: Perdona, pero no estoy como para pasar la noche debajo de un puente. Mi madre llegará de un momento a otro y me tiene que pillar estudiando. No fuera de casa

Sergio dice: Bueno chica, parece que hoy no doy ni una contigo. Qué te pasa?

Bea dice: Nada…

Bea se siente avergonzada. Sabe que tiene un ataque de celos y que su actitud desmedida está fuera de lugar.

Bea dice: Te dejo, que llega mi madre

Sergio dice: Vale, venga. ¡Alegra esa cara!

Bea dice: Adiós!

Sergio: Una sonrisa?

El usuario Bea está fuera de línea.

En el mismo instante, en casa de los Ribero

Silvia está en su habitación, algo alterada. ¡La tarde en el Milano ha sido espectacular! Pone la radio a todo volumen y baila como si le fuera la vida en ello. Está contenta porque hoy ha descubierto una parte de sí misma que le resultaba desconocida.

Se tira en la cama resoplando; está nerviosa, y tiene la sensación de que ¡es capaz de todo! En un ataque de locura, coge un cojín de su cama y le da un beso, y otro, y otro… Se imagina que es el amor de su vida…

En ese momento, alguien abre la puerta de la habitación. ¡Qué vergüenza! Es David que, harto del ruido y la música, ha decidido ponerle fin. Cuando David ve a su hermana besándose con el cojín no puede evitar romper en una carcajada. Silvia salta del susto; su hermano la ha despertado de su ensoñación romántica y exaltada.

—Ese chico… Marcos… Te ha trastornado la cabeza —le dice mientras entra en el cuarto y baja por completo el volumen de su radio—. Ahora sólo te falta desnudarte delante de… ¡tu cojín! Jajajaja…

—¡Vale ya!, ¿no? —responde Silvia, sentándose en la cama, y contraataca—: ¿Y Nerea?

—¿Nerea, qué?

—Bueno… ¿Dónde la tienes escondida? —Silvia le lanza una indirecta bien directa a su hermano.

—En su casa…, como debe ser —contesta David. Entonces, su voz cambia a un tono más suave para preguntar—: ¿Y Ana?

Silvia no se lo puede creer: ¡David está preguntando por Ana!

—¿Puedo serte sincero? —confiesa el chico, casi en un susurro.

David se sienta en la cama, al lado de Silvia. No parece muy contento y, después de unos días de rebote con su hermana, parece que quiere hacer las paces.

—Silvia, yo… ¿Me guardas un secreto?

Ella respira hondo y se acomoda en el cabezal de la cama con las piernas cruzadas, coge su osito de peluche y lo pone en su regazo.

—Pues claro —responde.

—No sé por dónde empezar… —carraspea el muchacho—. La verdad es… La verdad es que Ana me gusta… Me gusta mucho…

—Ya…, y yo lo sabía desde el día en que vino a casa por primera vez, y tú te sonrojaste… Pero llevas un montón de días haciendo el tonto, y no entiendo algunas de las cosas que has hecho.

—¿Lo sabías? —la interrumpe. Luego hace una breve pausa en la que mira a su hermana—. Y si lo sabías, ¿por qué no me dijiste nada?

—No soy tu celestina, David. Además, a ella también le… —Silvia no está segura de si debe revelar el secreto de su amiga.

—Creo que sé lo que me vas a decir… Un día de fiesta me besó…, pero como iba borracha pensé que quizá…, en realidad… no… —David no sabe muy bien cómo expresarse; sabe que su hermana probablemente esté al corriente, pero necesitaba contárselo.

—Ya… No te enfades conmigo, ¿eh?, pero… ¿Sabes cómo está Ana? ¿No has leído su blog?

David se sorprende. No sabía que Ana escribiera un blog. Su hermana lo mira, piensa. ¿Debe preguntárselo y así salir de dudas? Sí, ya que él ha sacado el tema al preguntarle por Ana, y puesto que están hablando con total sinceridad, lo mejor será que ambos lleguen al meollo del asunto.

—¿Por qué no le respondiste los mensajes? —Silvia hace la pregunta definitiva.

—¿Qué mensajes? —reacciona su hermano.

—David… ¿Eres tonto o sólo lo pareces? —Silvia se pone a la defensiva.

—¡No, en serio! —David se levanta de la cama y saca su teléfono del bolsillo—. Sé que soy algo desastre con el teléfono…, y que a veces no lo cojo…, que se me olvida llamar a la gente… ¡Pero siempre respondo los SMS!

—Pues no lo entiendo. Ana te ha enviado varios mensajes… Yo los he visto, y los he leído, ¡Ana me los ha enseñado!… ¿Tienes amnesia, o qué te pasa?

¿Es capaz su hermano de mentirle de esa manera?

Más tarde, en casa de Estela

Estela llama a Leo. Necesita llamarlo, conversar… Estela quiere mimos. Pero, para variar, Leo no responde al teléfono. En su lugar, le atiende el contestador:

Hola, soy Leo. Si escuchas esto es que estoy, pero no estoy. ¿Dónde estoy? Cuando escuches la señal, déjame un mensaje y, si no tienes prisa, escríbelo en una botella y tíralo al mar. Créeme, me va a llegar igual.

¡¡¡Piiii!!!

Estela no dice nada, y cuelga. Se agobia mucho, y más, después de haber tenido una tarde tan divertida con sus amigas y Marcos. Marcos… ¡Marcos! No se puede quitar de la cabeza la canción de Marcos…

Desanimada, se pone el pijama y se dirige a la cocina. En los fogones hay una olla con espaguetis. Los calienta en el microondas y se los come de pie, en silencio y escuchando el tictac del horrible reloj de la cocina.

No sabe muy bien por qué, pero come más rápido de lo habitual. Piensa que no le gusta nada depender tanto de alguien, y que la historia de Leo no va a ningún lado pero que, aun así, la tiene enganchada sobremanera. ¡Tampoco puede dejar de pensar en él!

Se siente extraña. Tiene mucho calor y le pica todo el cuerpo. No sabe qué le pasa. La cabeza le da vueltas, y está mareada. Como si estuviera borracha pero sin la alegría. Todo se mueve a su alrededor. No se encuentra bien, y empieza a sentir el cuerpo de una forma más intensa. Respira cada vez más rápido, y el corazón se le acelera. «¿Qué me pasa?». Está asustada, y el mareo es cada vez mayor. Tiene una sensación de irrealidad bestial, y está convencida de que va a desmayarse. Sale corriendo al baño y vomita toda la comida. Dos minutos más tarde, ya se siente mejor. El mareo ha desaparecido y el corazón ya no le late tan deprisa como antes pero, por alguna extraña razón, tiene más miedo. Como si estuviera a punto de pasar algo horroroso y ella lo presintiera.