Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
MANUEL ACUÑA
Bar Milano
En el Milano se respira muy buen ambiente para ser lunes. El bar está prácticamente lleno, el torneo de futbolín está en marcha y reina un clima de competición y cordialidad.
La mesa donde están las chicas parece la más sosa de todas.
—No te preocupes, Nerea es estúpida… —susurra Silvia al oído de Ana.
Ana no contesta. Hace rato que tiene muchas ganas de llorar, pero lucha para no hacerlo, y resiste. No tiene por qué aguantar todo eso… Pero algo le dice que se quede. ¿Para demostrarle a David su fortaleza? ¿O que le importa poco?
Estela acaba de llegar a la mesa con otra ronda de claras.
—A ésta invito yo —dice orgullosa de sí misma, y bien alto, para que Marcos la escuche.
Todo el mundo celebra su llegada con algunos aplausos espontáneos. Marcos acepta la invitación. Es el que está más callado de la mesa. Observa atento todo lo que pasa. Le entran ganas de participar en la conversación. David se sienta junto a él. A Marcos le parece un chico muy correcto o, dicho de otra manera, un repelente. Además, es mayor que él, viste camisa de cuadros blancos y azules, lleva todos los botones abrochados y, evidentemente, va bien peinado y huele a colonia.
Marcos no suele codearse con chicos así. Para él son gente demasiado práctica y sin magia, con pocas cosas que contar, que parecen muy seguros de sí mismos cuando, en el fondo, resultan personas más bien débiles.
También mira a las chicas y observa sus gestos y miradas. Parecen muy unidas. «Se nota que se conocen bien y que son buenas amigas».
—¡Un momento, un momento! —Silvia acalla a toda la mesa—. Ha llegado el gran momento en que Estela nos va a contar dónde ha estado cuando ha hecho novillos.
—¡Noooooo! —exclama rápidamente la aludida.
—¡Vamos, no te cortes! Si lo cuentas, yo contaré adónde hemos ido Sergio y yo… —comenta Bea.
«Ésta siempre se lo lleva todo a su terreno —piensa Silvia, que no tiene ganas de oír cómo relata su amiga las maravillas de su noviazgo—. ¡Yo, yo, yo! ¡No puede dejar de hablar de ella!».
—¡Acabo de tener una gran idea! —exclama Estela, que intenta zafarse de contar los pormenores de su desaparición—. ¿Por qué no jugamos al juego de «Yo nunca-nunca»?
—¡Síiiiiiii! ¡Votos a favor! —la apoya Silvia, que levanta la mano con energía.
—El «Yo nunca-nunca» no, Silvia… —comenta David, que sabe el porqué del entusiasmo de su hermana, y por dónde quiere ir ésta.
—¿De qué se trata? —pregunta Nerea, con un tono claro de desconfianza.
Marcos continúa callado, porque también se ha preguntado lo mismo que Nerea, pero ella ha sido más rápida. A todas las Princess parece hacerles mucha gracia la propuesta de Estela.
—El «Yo nunca-nunca» es un juego muy sencillo —explica Silvia—. Uno dice, por ejemplo: «Yo nunca-nunca he llevado un jersey rosa con topos azules horrible»… —Todas las chicas ríen—. Entonces, si alguien ha llevado alguna vez un jersey rosa con topos azules…, sin decir nada, bebe un sorbo de su copa. —Estela bebe de la suya—. ¿Lo veis? Ahora todos sabemos que Estela ha llevado un jersey horrible.
—Qué interesante… —dice Nerea, bajito. No las tiene todas consigo.
A Marcos le pasa igual, pero es incapaz de oponerse a las chicas.
—¿Empezamos? —Silvia parece llevar la batuta del juego y, aunque David no quiere jugar, parece que nada puede frenar a Silvia.
—Empiezo yo —dice Estela—. Yo nunca-nunca… he conocido a ningún chico por Internet, ni he acabado saliendo con él. —Silvia, Estela y Ana gritan descontroladas—. ¡Bea, a beber!
Bea, sonrosada, da un sorbo de su bebida. Bea no se lo puede creer. A decir verdad, se siente como si volviera a tener quince años. ¡Y eso que está a punto de cumplir los dieciocho!
—Yo nunca-nunca… —Es el turno de Nerea. Todo el mundo calla—… me he enamorado de alguien cuando ya sabía que no tenía nada que hacer…
La universitaria lanza una mirada maliciosa a todo el mundo. Hay un segundo de silencio. ¡A Nerea no le basta con derrotar a Ana! ¡Ahora la quiere machacar!
Silvia mira a Nerea.
—Esa pregunta es absurda —le contesta.
—¿Por? —la insta Nerea.
—Pues porque todo el mundo se ha enamorado de alguien inaccesible… —Silvia se queda en silencio y coge su vaso. Acto seguido, todos los presentes en la mesa cogen los suyos y beben. Todos menos Nerea, a quien la jugada no le ha salido bien.
—Ahora voy yo. —Turno de Ana—. Yo nunca-nunca… he sido infiel a mis sentimientos.
—¡Muy bien, Ana, me gusta! —sonríe Estela, y bebe la primera, seguida de sus otras dos amigas.
Marcos también bebe casi por obligación. Es nuevo en el grupo, y les sigue el rollo a las chicas. Observa y no habla demasiado. Le hace gracia ver cómo se comportan las Princess, aunque ese juego le resulte si no demasiado infantil, sí algo peligroso como para participar. Además, tiene la sensación de que el que las chicas hayan decidido jugar a eso no es baladí.
—Esta pregunta también es absurda —se defiende Nerea, que, al igual que David y Marcos, no ha bebido.
—No, no es absurda… Este juego sólo es absurdo cuando todas las personas beben… porque eso quiere decir que el «Yo nunca-nunca» que se ha planteado es una verdad universal —le responde Estela con lucidez, a lo que añade, con un punto de malicia y rentintín—: Los universitarios sabéis lo que es una «verdad universal», ¿no? Porque, si no, te lo explicamos.
Marcos se queda fascinado con la soltura de Estela, la manera con que planta cara a Nerea (que a él también le empieza a caer francamente mal, con sus aires de superioridad) y defiende a sus amigas.
—Me toca. Yo nunca-nunca… —Silvia reflexiona—… he escrito una carta en la que declaraba mis sentimientos a alguien. Un momento, quien dice una carta dice una poesía, una canción, o un cuento… Todo menos un SMS o una conversación por chat, ¿de acuerdo?
Toda la mesa se queda pensativa, recordando si alguna vez han hecho algo de lo que menciona la chica. Marcos se sobresalta. «¿Puede que Silvia escuchase la canción que compuse para ella?», piensa, mientras espera a que alguien beba para beber también. En unos segundos, Ana y Estela cogen sus vasos, así que el chico aprovecha para hacer otro tanto.
—¡Uuh! ¡Qué románticos! —exclama Nerea, que bebe la última.
—¡Mientes! —dice Silvia señalándola con el dedo.
—¿Yo? —dice la universitaria dejando el vaso en la mesa.
—¡No se puede hacer trampa! —se empeña la otra.
—¿Y cómo puedes saber si miento? —la desafía Nerea. No quiere que la descubran.
—Bueno… Es lo que yo pienso… Has sido la última en beber, y te has esperado demasiado…
—¡Momento de votar! —la ayuda Estela, lanzando una propuesta al aire—: Que levante la mano quien piense que está mintiendo.
En un santiamén, todas las chicas levantan la mano. Marcos hace lo propio; al final, este juego le está gustando y… David los sigue y levanta la mano con timidez. Nerea se ruboriza.
—Este juego, como ves, parece de niñatas, pero no lo es —le suelta Silvia—. Bueno… ¿De quién es el turno ahora?
—¡Mío! —Es Bea—. Yo nunca-nunca… ¡me he desnudado delante de una persona del sexo contrario!
—Quieres decir un novio o rollo, ¿no? —pregunta Estela con los ojos encendidos.
—Claro, compartir vestuario con chicos en los talleres de interpretación no cuenta… —responde Bea. Las Princess ríen con ganas—. Va, ¿quién bebe?
Éste parece ser un momento clave del juego porque toda la mesa se queda muda y quieta, y en algunas mejillas aparecen las marcas de un ligero rubor. A lo mejor, a los ojos de los demás, quien beba puede parecer un vivalavirgen, pero quizá si no beben, unos mojigatos.
La primera en beber es la propia Bea. Estela la sigue tímida. Todos se sorprenden cuando Ana bebé también.
—No estarás mintiendo, ¿verdad? —le suelta Nerea, con ganas de meter cizaña.
—No. —Ana parece convincente.
—Los hermanos o primos no cuentan, Ana, ¿verdad, Bea? —vuelve Nerea a las andadas, que no quita ojo a la más pequeña de las Princess.
—¡Uy, pues es verdad, que eso no lo hemos especificado!… Así que los primos y hermanos tendrán que valer, si fuera el caso —dice Bea, en claro gesto de desprecio hacia la universitaria.
Silvia se ha quedado mirando su vaso, abstraída. Ese asunto le toca la fibra. ¡Aún no ha besado a nadie, y sus amigas ya hablan de desnudarse delante de un chico!
—¿Estás bien? —le susurra Ana.
Silvia se recompone, como si la hubiesen despertado de golpe de un sueño.
—¿A quién le toca ahora? —Silvia mira directamente a Marcos, quien le evita la mirada—. Marcos… —dice bajito.
—Déjalo ya, Silvia. —David sale en defensa del chaval, pero no porque crea que el chico lo esté pasando mal sino porque sabe perfectamente que, después de Marcos, le tocará a él, y no le apetece nada seguir con el juego.
—Eso, ¡Marcos, te toca! Y tú, David, atento, que te toca después… —Estela ha hablado.
¿Qué preguntará Marcos? Tiene la mente en blanco. Todo el mundo espera impaciente. El chico se pone nervioso. Desde que ha llegado al bar no ha podido abrir la boca para comentar nada, y ahora, de repente, es su turno, y todo el mundo está pendiente de él.
El chico inspira profundamente. Parece que ya sabe qué preguntar.
—Yo nunca-nunca… —Marcos se interrumpe. ¿Qué le pasa? Todos esperan, expectantes. Hay un silencio sepulcral en la mesa—. Yo nunca-nunca… Yo nunca-nunca he tocado una canción en público.
Todos callan sin excepción. Y entonces, Marcos aprovecha el silencio para sacar rápidamente a su «pequeña» de la funda. Estela y Bea aplauden el gesto, emocionadas. El chico se cuelga la guitarra al cuello y, sin pedir permiso a nadie, ni en la mesa ni en el bar, se sube a la silla y, lentamente, toca una de sus mejores canciones.
Todo pasó como siempre, tan deprisa.
El amor tiene mil caras
y, por lo visto, yo no lo sabía.
¿Dónde quedan ahora
las risas en las calles
y las caricias a la luna?
Los primeros versos logran que se haga el silencio en todo el bar. ¡Hasta el encargado, que está detrás de la barra, parece aceptar que alguien toque en directo! Marcos se detiene, y observa cómo la gente lo mira con ojos relucientes. Empieza a tocar otra vez, con nuevos acordes; rasguea la guitarra para ponerle ritmo al asunto. La canción cambia a un tono rumbero muy bailable.
La gente empieza a batir palmas. Estela se anima y se pone a bailar al lado de la mesa. Silvia no se corta un pelo y la sigue. Ana y Bea hacen lo mismo. En tan sólo unos instantes, casi todo el bar se pone a bailar la rumba de Marcos.
Y si te digo ven conmigo.
Ven y cógete el abrigo,
fuera hace un viento frío.
No hay nada que me separe de mis amigos.
Mientras baila, Silvia mira a sus amigas; las ve felices, y eso, a su vez, la hace feliz a ella.
Nerea no baila: hoy le han ganado la batalla, y no soporta que haya tanta alegría a su alrededor. Ana y David se miran. El chico tiene ganas de bailar, pero algo se lo impide. Ana le sonríe pero, en realidad, está abatida.
Cuando Marcos acaba, todo el bar se deshace en aplausos.
—¡Chico, te invito a lo que quieras! —grita el encargado, contento y emocionado, recordando buenos tiempos.
Estela no lo puede evitar y, cuando Marcos baja de la silla, lo abraza con fuerza. Algo le dice que el chico ha hecho un gran esfuerzo, y eso se merece una recompensa.
El chico le devuelve la muestra de cariño con un espontáneo beso en la mejilla. Estela se queda de piedra. Le viene a la mente su Leo…, su Leo… Es como si el beso de Marcos hubiese valido por mil besos de Leo…