Capítulo 16

Después que te conocí,

todas las cosas me sobran:

el sol para tener día,

abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar

otro oficio las auroras,

que yo conozco una luz

que sabe amanecer sombras.

FRANCISCO DE QUEVEDO

Lunes

Como siempre, Silvia es la primera en levantarse. Aunque parezca algo raro, le gusta madrugar y prepararse con calma para ir al instituto. Una vez en el baño, se asea y maquilla sutilmente. No es esa clase de chica que va pintada como un cuadro de Picasso, pero algo de colorete y una pequeña raya en los ojos realza su belleza.

Al salir del baño, no se puede creer lo que ven sus ojos: ¡Nerea está saliendo del cuarto de su hermano! Tiene el pelo despeinado, lleva los zapatos en la mano y, de puntillas, se dirige a la puerta principal. «No puede ser…». Silvia niega con la cabeza. ¿Y su madre no se ha enterado? Hay una regla muy clara en la casa de la familia Ribero, y es tan sencilla como que está absolutamente prohibido que las parejas, y mucho menos los rollos, se queden a dormir en casa.

Silvia no da crédito a lo que ha visto. Su hermano se está pasando de rosca. Por un momento tiene la extraña sensación que no lo conoce; por lo menos, no como antes.

En la cocina desayuna algo malhumorada. Su madre está preparando café y su padre lee el diario soñoliento. Entonces aparece David despeinado y sin afeitar. Su hermana le mira seria y con cara de pocos amigos.

—Para variar, el mundo va de mal en peor —comenta el padre, mientras lee el periódico.

—Pues yo creo que gira como siempre —dice su hijo de manera despreocupada y sirviéndose sus cereales de chocolate.

—¿Y tú qué sabrás del mundo? No tienes ni idea —replica su hermana, furiosa.

—¿Y tú sí, marisabidilla? —le responde éste, con un claro tono de ataque.

—¡Basta! —los riñe su madre.

A Silvia no le gusta que le griten: sobre todo, su madre, después de la conversación que tuvieron. ¡Vaya manera de empezar la semana! Sin decir nada, Silvia se levanta, coge la mochila, permanece de pie oyendo con desgana el discurso de Dolores sobre no pelearse entre hermanos y, cuando ésta da por finalizado el sermón, sale disparada de casa para ir al instituto, aunque sea más temprano de lo habitual.

Media hora después, en el instituto

Suena el timbre que da inicio a las clases y la semana. «Este timbre me pone de los nervios; es horrible: parece que estemos currando en una fábrica», piensa Marcos escondiendo la cabeza, como si eso lo protegiera del sonido que le retumba en los oídos.

En el pasillo, los estudiantes ríen y hablan muy alto; se están contando sus grandes fines de semana. Marcos, como de costumbre, camina solo, y pasa desapercibido. A lo lejos, ve a Estela hablar con Silvia. «¿Les digo algo o paso? ¡No me apetece!». Marcos entra en el baño de los chicos para refugiarse, pero ya es demasiado tarde: Estela lo ha visto.

—¿Pasa de mí? —dice Estela, casi para sí misma, interrumpiendo a Silvia.

—¿Quién? —pregunta ésta.

—Pues ¿quién va a ser? ¡Marcos! ¡Me acaba de mirar y se ha escondido en el lavabo! ¿Será posible? —dice Estela incrédula.

—¿Cómo sabes que se ha escondido de ti? —Silvia supone que su amiga se está montando una película y que, como siempre, exagera.

—Me ha mirado. Me ha mirado y se ha ido directo al baño. Sé cuándo un chico me esquiva y no quiere hablar conmigo. —Estela parece decepcionada.

Mientras, Marcos sigue encerrado en el baño. Se sienta en el váter a la espera de que el pasillo se despeje un poco. Para entretenerse, lee las frases que hay escritas en la puerta. Hay un par que le llaman la atención:

La vida es sueño, y los sueños en sueños se quedan

Nunca se ama bastante si no se ama demasiado

Las escribe en su libreta, sin pensárselo dos veces. Nunca se sabe dónde puedes encontrar buenas ideas para escribir la letra de una canción.

En ese mismo instante, en el pasillo del instituto

Estela se niega a dejar el pasillo, y Silvia se está impacientando. La profesora de historia ya está en el aula y le molesta mucho que los alumnos entren cuando ya ha empezado la clase.

—¡Que no entro hasta que Marcos salga! —se empeña Estela. Su amiga la empuja para que entre en clase—. ¡Que te he dicho que no!

Silvia desiste y entra en el aula con los últimos alumnos. Justo antes de cruzar la puerta mira a Estela, que espera en el pasillo con los brazos cruzados. «Allá ella», piensa.

A la Princess más atrevida no le gusta sentirse rechazada por ningún chico… Marcos parecía especial. Vuelve a sentir una ansiedad poco usual en la boca del estómago. Para paliarla, mira su móvil, esperando encontrar algún mensaje, o algo…, pero no… Es el momento de tomar una decisión. Entrar en el baño de chicos y pedirle una explicación a Marcos o… hacer novillos e irse al estudio de interpretación. Sabe que Leo imparte una clase a primera hora, si corre aún podrá asistir y, por lo menos, podrá sorprender a su amante; seguro que así se siente mejor.

Horas más tarde, a la salida del instituto

Silvia, Ana y Bea están haciendo su corrillo habitual después de clase. Todas se preguntan dónde estará Estela, que aún no ha aparecido. Silvia tiene una teoría que todas escuchan con atención.

—Yo digo que ha hecho novillos con Marcos…

—Eso es imposible —rebate Ana—. Marcos está allí.

Ana señala a un chico que se aleja mochila al hombro.

—A veces me pregunto en qué mundo vive Estela —murmura Bea para sí misma, y mira calle arriba y abajo como si buscara algo.

—¿Estás esperando a alguien? —le pregunta Ana, quien ha percibido lo nerviosa que está su amiga.

—¿Por qué lo dices? —responde Bea, pero sonríe.

—Te noto algo… —Ana no puede acabar la frase, porque Bea sale corriendo hacia un chico que acaba de llegar en moto.

Las otras dos Princess se miran y caminan lentamente hacia ellos. Sergio ha ido a buscar a su amiga.

Silvia ve como el chico se quita el casco azul metálico, y a ella le parece estar viendo un anuncio de colonia: todo sucede a cámara lenta, Bea se acerca al muchacho y le da un beso.

—Os conocéis, ¿verdad? —pregunta Bea volviéndose hacia sus amigas y con una sonrisa de oreja a oreja, radiante de felicidad.

«Nos conocemos más de lo que crees…», piensa Silvia, triste. En el fondo, se siente mal por chatear con él a escondidas de su amiga.

—Pues claro… Hola, Sergio.

Éste sonríe y mira a Silvia, que no sabe dónde meterse. Bea le coge su casco de repuesto, se lo pone y se sube a la moto. Sergio hace ademán de decirle algo a Silvia, pero Bea, en su minuto de gloria, le da a la moto un toquecito con el pie y dice:

—¡Arranca el caballo! ¡La carretera es nuestra!

Sergio, motivado por su comentario, se pone el casco, enciende la moto y arranca con furia.

Las dos Princess ven cómo se ponen en marcha. Bea abraza con fuerza a su novio… ¡Parecen la pareja perfecta! Si durante estos días Silvia había sentido celos, ahora le asalta una rabia desbordante.

—Pues no me ha gustado…

—¿El qué? —pregunta Ana, volviéndose hacia ella.

—Pues todo.

—Oye, como no seas más clara, yo no…

Silvia explota.

—¡Pues esto! ¡Bea haciéndose la chula con un tío a quien ha conocido por Internet! Además, estoy segura de que su moto le gusta más que él.

—No seas así… Tienes razón, ha sido un pelín fanfarrona, pero…

—¿Sabes? Empiezo a estar algo cansada de todo… Quiero decir…, su enfado conmigo, este fin de semana lo tuyo con mi hermano…, que parece tonto… Y después, que Estela venga a rayarme con sus movidas, y luego hace novillos y chao, ya puede una preocuparse por ella, que le da igual, no dice ni mu… Y mientras tú y yo esperando a que nos pase algo… ¡Siempre esperando a que nos pase algo!

Ana mira a su amiga y le da un fuerte abrazo. No entiende exactamente esa explosión de Silvia, pero intenta infundirle ánimos. De pronto, Silvia se deshace del abrazo para abrir su mochila, sacar un folio en blanco de una carpeta y escribir con furia en él.

—Pero ¿qué haces? —Ana está intrigada.

—Espera… —Silvia continúa escribiendo algo que, por sus movimientos de muñeca, parece grande. Cuando acaba, guarda de nuevo la carpeta y se coloca otra vez la mochila. Decidida, levanta el folio con las dos manos.

—¿Qué has escri…? —Ana alucina cuando lo lee:

¡ABRAZOS GRATIS!

Automáticamente, se pone a reír muerta de vergüenza, y a Silvia también se le escapa la risa.

—Silvia… Ahora me recuerdas un montón a Estela.

—Pero yo no soy Estela. Soy Silvia Ribero y pienso ir hasta mi casa con este cartel. Vi un vídeo de un chico que lo hacía.

Es un acto de locura, pero funciona: un anciano se le acerca y le da un abrazo. Ana no duda en sacar el teléfono móvil y grabarlo.

Después del anciano, se le acerca una madre con su hijo, un albañil que andaba muy salido y el portero de una finca. Ana no da crédito a lo que ve, ni Silvia a lo que siente. Es la primera vez en su vida que está haciendo algo que se escapa de la norma. Es cierto que en su día vio un vídeo de Internet donde salía un chico con un cartel similar al de ella y, aunque se dijo a sí misma que debía probar aquello, nunca pensó que lo haría de verdad.