Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
JAIME SABINES
Viernes noche
David está en su habitación, estudiando, y sus padres han ido a pasar el día con unos amigos del trabajo. Es el día perfecto para descansar de la tensión acumulada. No le apetece nada salir. Ni al Club ni al Milano. Hoy toca tranquilidad. La ausencia de sus padres se nota en la casa, que está más silenciosa, y uno tiene la sensación de ser un poco más libre.
Silvia también está en casa, pero es como si no lo estuviera; se halla concentrada, repasando los apuntes del insti y haciendo los deberes. Puede parecer un plan algo aburrido para un viernes por la noche, pero lo cierto es que ella goza de una calma y de un ritmo de estudio que se notarán en las notas finales. De pronto mira el móvil. Tiene ocho llamadas perdidas de Ana. Había dejado el móvil en silencio. No espera ni un segundo y la llama. ¿Le habrá pasado algo grave? Ana no es de esa clase de personas que te llaman obsesivamente si no contestas al teléfono.
—Hola, Ana. He visto que me has llamado. ¿Estás bien?
—¡Silvia, por fin! —contesta su amiga, algo alterada.
—¿Qué te pasa? —pregunta Silvia, con curiosidad.
—Hoy, te acuerdas, en el parque… ¡El iPad! ¡No sé si me lo he dejado en el parque o en el Piccolino! ¿Recuerdas qué hice con él? —Ana parece desesperada. Si lo pierde, le va a caer una buena.
—¡Noooo!
—He llamado a Bea y no me contesta, y Estela está todo el rato comunicando… Oye, que debo colgar. ¡Mi padre acaba de llegar a casa! ¡Adiós!
Ana cuelga el teléfono y Silvia se queda en silencio. Su amiga parecía muy preocupada, pero no le ha pedido ayuda. «Si me necesita, volverá a llamar», piensa, y pone una canción de Maná para volver otra vez a sus estudios.
Mientras, en casa de Ana
«Por favor, que no vaya a buscar el iPad…».
Ana vuelve a coger el teléfono con las manos sudorosas. Estela sigue comunicando y Bea… ¡por fin, da señal!
—¿Sí?
—Bea, ¿eres tú?
—Pues claro que soy yo. ¿Quién iba a ser, si no?
—Oye, que te quería preguntar una cosa…
—Sí, lo tengo yo —se adelanta Bea, con cariño.
—¿Que tienes el qué? —pregunta Ana a media voz, con la esperanza de que su amiga le dé la respuesta que quiere oír.
—Tu iPad, despistada…
—¡Oooh! ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Estaba desesperada!
—Te lo habías dejado aquí, en el bar. Estaba en tu silla, pero como te has marchado tan rápido…
—¿Puedo pasarme por tu casa a recogerlo? —pregunta Ana, ansiosa—. ¡Mi padre ya ha llegado, y lo primero que suele hacer es leer la prensa en el iPad!
—Es que no estoy en casa —responde Bea, entre susurros—. Es que… ¡estoy con Sergio aún! Te tengo que dejar, me he levantado de la mesa para hablar contigo, y empieza a mirarme raro. ¡Cambio y corto!
Ana se queda un poco decepcionada. Ha cogido el iPad para que la cita de Bea saliera adelante, y ahora sus amigas no la ayudan y le va a caer encima una bronca descomunal. Y entonces, en ese preciso momento, lo que Ana más ha temido: la voz de su padre.
—Ana, ¿has cogido mi iPad? No está en su sitio…
—Sí.
Ana está muerta de miedo.
—Te tengo dicho que no me gusta nada que juegues con mi iPad. Es muy valioso y se puede romper.
Ana no sabe qué responder… Al final opta por decirle casi la verdad:
—Papá…, yo… se lo he dejado a Bea…
Menos de un minuto después, Ana está de vuelta en la habitación, castigada sin salir todo el fin de semana y, lo que es peor, sin Internet.
Mientras oye a su padre refunfuñar por toda la casa, intenta aceptar el fin de semana en cautiverio: «Habría sido peor si no lo hubiese encontrado, así que no te quejes».
Un poco más tarde
Ana sigue en su habitación, malhumorada. Ha hojeado la mayoría de las revistas viejas que guarda en su cuarto y tiene la cabeza como un bombo. Abre la puerta. Sus padres están viendo la tele en el sofá, y algo se le remueve por dentro. El iPad es lo de menos. Deambula por toda la casa algo inquieta. Llega a la cocina y abre la nevera pero no le apetece nada. En realidad le urgen unas ganas incesantes de estar con David y hablar con él, quiere que, por lo menos, le dé una explicación del mensaje que le ha enviado.
A decir verdad, se ha planteado la posibilidad de enviarle un tercer mensaje, pero no tiene saldo. De pronto se le ocurre algo. Se viste y se pone mona: una minifalda roja, chaqueta negra y botas de lluvia.
—¡Mamá, voy a darme un baño! —grita Ana desde la puerta de su cuarto. Al oír el «Está bien» de su madre, sale de éste y cruza el pasillo hasta la puerta de entrada, que abre con cuidado.
«¡Perfecto! —piensa Ana—. ¡Estoy decidida!».
En casa de Silvia
Llaman al timbre. David se apresura a abrir la puerta. Silvia, que ha levantado la cabeza de los libros para oír algo, entiende, tras un silencio largo, que debe de ser algún amigo de su hermano.
Nerea sigue empeñada en que David la ayude a estudiar toda la tabla periódica de los elementos. ¿Alguien se lo cree? Lo ha llamado hace veinte minutos y se ha autoinvitado a su casa, con el propósito de estudiar. David no ha sabido decirle que no. Si no pudo hacerlo en el bar Milano, cuando Nerea lo ha vuelto a llamar le ha sido imposible.
La pareja se dirige a la habitación de David. Detrás de ella, él la observa: Nerea está imponente, con una chaqueta larga y negra.
Nada más entrar, la chica deja la mochila al lado de la cama, se quita el abrigo y lo deja en la silla de estudio, y se echa en la cama. Lleva un minivestido de color verde que quita el aliento.
—Yo suelo estudiar en la cama. Si lo hago en la silla, acabo teniendo dolor de espalda —comenta Nerea, con una sensualidad poco habitual.
David se siente algo incómodo. ¡Le han vuelto a tender una trampa en su propia casa! ¡Esta vez no tiene escapatoria! Está más que claro que Nerea va allí con el objetivo de ligárselo descaradamente.
—¿En la cama? Quiero decir: ¿en mi cama? —responde nervioso.
—Pues claro, tonto, ¿dónde va a ser, si no…? Mira, yo me pongo en este lado y tú te pones en este otro y me preguntas. A mí me va bien cerrar los ojos, ¿vale? Así que no hagas nada que yo no haría… —sonríe ella, coqueta.
—Lo haré… Digo, no, claro… —David traga saliva.
—Si quieres, también puedes poner algo de música. Pero tranquila. Me relaja un montón estudiar con música.
Nerea se levanta; ve a David algo tenso. ¡Es como para estarlo! Nerea ha aparecido como una leona. Ha impregnado la habitación de perfume de mujer, y el chico se siente algo incómodo. Nerea, que se ha situado a pocos centímetros detrás de él, acerca las manos al cuello de David y empieza a masajeárselo.
—Nerea, creo que yo no… Quiero decir…, que me siento algo extraño con todo esto… Hace mucho calor en la habitación, ¿no crees? —El chico se levanta con decisión y abre la ventana. Fuera está lloviendo a raudales.
—¿Tienes miedo? —pregunta Nerea, algo pícara.
—¡No! —exclama David con un golpe de voz—. No… Quiero decir… Verás, Nerea… Tú y yo somos amigos, ¿verdad?
—Pues claro —afirma ella.
—¡Eso es! Tú lo has dicho, somos amigos, no somos…, cómo decirlo… —El muchacho busca una palabra que no sea «novios» pero que se le parezca.
—Novios. Lo puedes decir, David, que no soy tonta. —Nerea empieza a intuir adónde quiere ir a parar el chico.
—Novios, ¡eso es!
Ambos se quedan callados. Nerea mira fijamente a David, que no sabe muy bien cómo continuar.
—Te entiendo… No te preocupes… Pensaba que… —Nerea se desarma.
—Me caes muy bien, de veras. Yo… es que ahora… no me siento demasiado preparado… sí. —Por fin, David le expresa lo que siente.
—Oye, me voy a casa… —La chica juega su última carta.
—Te puedes quedar si quieres… Es sólo que… —Su compañero no sabe como continuar.
—¿Te refieres al sexo? —pregunta ella, siendo muy directa. Es lo mejor cuando alguien duda.
—Sí… bueno… sí… yo no lo hubiese dicho mejor —se excusa él mirando al suelo.
—Ven aquí, tontolaba. —Nerea le da un abrazo—. Es normal que estés nervioso. Las primeras veces suelen ser horribles —comenta, y aprovecha para abrazarle más fuerte y presionar su pecho con el del chico.
El viento fresco se cuela por la ventana y la abre aún más. David sale de entre los brazos de Nerea y la cierra. Los ánimos parecen más calmados. En apariencia, su amiga se va a quedar para estudiar en serio. La muchacha abre su mochila, saca los apuntes y se vuelve a echar en la cama. Ha perdido una batalla pero no la guerra. Todavía es pronto y tiene toda la noche para convencer a David. Sólo le tendrá que dar algo más de confianza y no comportarse como una actriz de película.
En ese mismo instante en la misma casa
El timbre vuelve a sonar. En su habitación, Silvia piensa: «Será otro amigo de David». Al rato, vuelve a sonar el timbre. La chica se extraña. Cuando su hermano espera a amigos responde rápidamente al interfono. Esta vez decide ir ella y ver quién es.
—¿Sí?
—Soy yo…
Silvia conecta la cámara del interfono.
—¿Ana?
—Ajá —responde su amiga, con un deje de timidez.
—¿Bajo o subes? —pregunta Silvia extrañada.
—Bueno, la verdad es que venía a hablar con tu hermano.
Silvia observa por un segundo la imagen de la cámara. Parece que su amiga está decidida, pero, toda empapada, tiene una pinta…
—Un momento, Ana, voy a ver.
Silvia se dirige a la habitación de su hermano y entonces llama.
—¿David?
Éste responde desde la habitación, pero sin abrir. Aun así, Silvia abre la puerta con confianza, esperando encontrar a David con alguno de sus amigos. Y cuando entra… ¡ve a su hermano con Nerea, leyendo apuntes en la cama!
Silvia se sorprende tanto que cierra rápidamente la puerta. Nerea se ríe. Ojalá la hermanita de David haya creído lo que no es, porque eso facilitaría las cosas. David se levanta de la cama y abre la puerta de su habitación. Su hermana sigue delante de ésta, plantada en el pasillo.
—¿Querías algo? ¿Quién ha llamado al interfono? —pregunta.
Silvia duda.
—No, nada.
«Y yo que creía que éste iba a ser un día tranquilo», piensa Silvia.
Vuelve al interfono y, al descolgarlo, llaman a la puerta. La chica no puede dar crédito. ¡Ana!
—Hola, Silvia… —Ana se presenta calada hasta los huesos—. ¿Está tu hermano?
Silvia coge la mano congelada y mojada de su amiga, y la abraza.
—Estás empapada…
—Sí… —Su amiga sonríe con tristeza.
Silvia la conduce a su habitación sin soltarla de la mano. Al cruzar el pasillo, se acercan al cuarto de David. Se oye algo de música.
¿Será Silvia capaz de explicarle a Ana lo que ha visto en la habitación de su hermano?