Son tan fuertes tus miradas,
elegantes y estudiadas.
Yo soy sólo un adolescente, pero entraré en tu mente
pisando fuerte, pisando fuerte.
Compartiendo las miradas
con las luces apagadas.
Empiezo a sentirme yo mismo, a sentirme más seguro
pisando fuerte, pisando fuerte.
ALEJANDRO SANZ
A media tarde, en casa de los Castro
Ana espera impaciente en su cuarto a que empiece la RPU, Reunión de Princess Urgente. Aún está castigada sin salir, sin Internet y sin móvil, pero nadie le dijo que no pudiera invitar a sus amigas a su casa, así que los Castro no han podido ni rechistar.
La primera en llegar ha sido Estela, como un torbellino y con su máscara de teatro en el bolso. Se muere de ganas de saber qué es lo que le pasa a su amiga Ana.
Ésta, como buena anfitriona, ya lo tiene todo preparado. Ha encendido las velas, bajado las persianas y puesto todos los cojines de la cama en el suelo para que las chicas estén cómodas. El ritual consiste en que todas se sienten en círculo, con sus objetos fetiche en el centro, se cojan de las manos y se cuenten sus secretos más íntimos.
Ana siempre pone su diario; Silvia, su primer oso de peluche; Estela, una máscara de teatro, y Bea, la pulsera de plata de su madre.
—Princesa, ¿me vas a contar lo que te pasa? Me tienes muy preocupada —le pregunta Estela a la benjamina mientras se sienta en el suelo y coloca bien la máscara.
—Prefiero hablar cuando estemos todas —contesta ésta, muy seria.
—De acuerdo.
Estela respeta su dolor y entiende que su amiga tiene un problemón de los gordos. Se imagina que tiene que ver con David. «Se les nota muy enamorados. ¿Qué habrá pasado?», se pregunta mientras mira a Ana y nota que ha estado llorando.
Las otras Princess no tardan demasiado en llegar. Primero, Bea, y al cabo de unos instantes, Silvia, que llega justo a la hora en que habían quedado. Ni un minuto más ni uno menos.
—¿Ya estáis todas aquí? Qué puntualidad —comenta Silvia algo decepcionada: es siempre tan puntual que no está acostumbrada a llegar la última.
Se nota que esta RPU es importante. Todas tienen muchas ganas de que empiece. El resto de Princess pone sus objetos dentro del círculo y Estela, como de costumbre, es la primera en hablar:
—Bueno, como parece que tenemos muchas cosas que comentar, propongo que cada una haga un pequeño titular para valorar la importancia de cada tema.
—Tienes razón —dice Silvia, mientras agarra a las chicas de la mano—. Parece que hoy tenemos para rato.
—Yo estoy bastante feliz. Algunos problemillas con el grupo de música, pero nada importante. Cosas de artistas —les cuenta Estela, que le quita importancia a su discusión con Marcos.
Las Princess se quedan calladas y se miran entre sí. Se entienden sólo con la mirada, pues la conexión que hay entre ellas es brutal. Es el momento del turno de Bea.
—Le mandé un mensaje a Pablo preguntándole si aún me quería, y a la tarde siguiente tenía una banda de tunos en la puerta de mi casa que, aparte de cantarme una canción de amor, me dieron esto.
Bea saca un sobre con una carta y la deja en el centro del círculo.
—¡Ahh! —gritan las demás al unísono. Bea ha soltado una bomba de las buenas, pero saben que deben dejar hablar a las demás antes de hacer ningún comentario. Le toca el turno a Silvia.
—La cena con Sergio fue genial, pero no sé si me quiere. Os la tengo que contar todo con pelos y señales.
Llega el momento más esperado. Ana, que no puede contener la emoción, les dice entre sollozos:
—Mi padre nos vio a David y a mí enrollándonos en el parque, y dice que ha ido a la policía. Me enseñó un papel amarillo y no sé si eso quiere decir que lo ha denunciado o que…
—¿Cómo? —pregunta Silvia, incrédula. Les suelta las manos a sus compañeras y se acerca a consolar a Ana—. Voto por empezar la RPU por Ana —insta a las Princess con una mirada.
—Esto me parece muy fuerte —comenta Bea mirando a Estela.
—Un momento. ¿Mi hermano sabe algo de esto? —pregunta Silvia, con una preocupación sincera.
—No, no tiene ni idea. Me da miedo decírselo —confiesa Ana—. Le dije que no me molestara este finde porque tenía que estudiar. También le dije que se me había roto el móvil.
—Pero ¿cómo va a denunciar tu padre a David? ¿Qué estabais haciendo exactamente?
—Nada, sólo nos besábamos. Te lo prometo.
—Pero no lo pueden denunciar por besar a una chica. ¡Es absurdo! —exclama Estela con firmeza.
—Estoy castigada sin salir, sin Internet… Y eso de la policía… me parece taaan fuerte —explota Ana, esta vez con un llanto mayor.
—Perdona, pero lo único que quiere tu padre es asustarte, princesa —la consuela Estela bajito, por si al hombre le diera por escuchar detrás de la puerta—. Créeme, es imposible que denuncie a David. ¡IM-PO-SI-BLE!
—Tú no conoces a mi padre. Y lo que más me fastidia es que ahora tendré que ver a David a escondidas, como si fuera una delincuente. ¡No es justo!
—¿Me lo dices en serio? ¿Vas a dejarte dominar por tu padre? —pregunta Bea.
—Pues claro, ¿qué quieres que haga? A ti todo te parece muy fácil porque tus padres molan, pero los míos no.
—Lo primero que tienes que hacer es hablar con David —dice Silvia—. Yo le puedo adelantar algo, pero tú tienes que solucionar este marrón, y lo primero es decidir si quieres seguir con él o no.
—Claro que quiero, pero no es fácil. —Ana rompe a llorar de nuevo.
Estela se acerca a ella, la abraza muy fuerte y le dice:
—Tranquila, princesa, todo saldrá bien; encontraremos una solución. No llores. —El grupo de chicas se ha quedado algo taciturno. Estela intenta reconducir la reunión—. ¿Os parece que pasemos a Bea mientras pensamos en cómo solucionar lo de Ana? —pregunta mirando a las demás.
—Me parece bien —responde la anfitriona bajito, limpiándose las lágrimas de la cara y dejándose achuchar por su amiga.
—A ver, Bea, ¿qué es eso de Pablo? ¿No tenías ya el tema olvidado? —pregunta Estela, que sigue liderando la reunión.
—Sí, pero el otro día me dio el bajón y la lié parda con mi preguntita. Y ya os he contado cuál fue su respuesta a mi mensaje: me mandó a la tuna para que me cantara una canción de amor a la puerta de mi casa. Pero lo más fuerte no es eso, sino la carta.
—Por Dios, léela —pide Estela impaciente.
—A ver si me ayudáis a descifrarla —responde su amiga—, porque no entiendo nada.
Bea abre el sobre, saca la carta y lee lentamente.
Buenos días, bella dama:
Mientras trabajo en mi taller, recibo noticias tuyas que me alegran. Te voy a ser sincero. Es la única forma que tengo de expresarme contigo. El «juego del silencio» ya se terminó, y creo que un nuevo juego va a empezar ahora. Te escribo de mi puño y letra para que veas que tengo buenas intenciones, y que mi amor por ti es grande. Sabes que eres la mujer a quien más he querido en mi vida y, aunque parece que como pareja no funcionamos, tenemos una conexión especial.
El juego que te propongo esta vez va más allá de lo mental. Es más físico. Creo que ha llegado la hora de que avancemos un poco y nos conozcamos más. El romanticismo es muy bonito, pero lo es más cuando traspasa las palabras y llega hasta el corazón, aunque, para poder tocarlo, tengo que entrar en tu cuerpo. ¿Me dejarás?
Todas rompen a reír. Saben que Pablo está hablando de sexo, pero parece que Bea no lo ha entendido.
—A ver, ¿qué es lo que no entiendes de esa carta? —le pregunta Silvia mientras suelta una pequeña carcajada y mira los ojos azules de su amiga.
Bea repite el trozo que dice:
—«Aunque parece que como pareja no funcionamos, tenemos una conexión especial». ¡¿Qué es esta mierda de frase?! —grita, enfadada.
—En eso te doy la razón. No mola nada —afirma Ana.
—Un momento, pero ¿tú quieres volver a salir con Pablo? ¿Quieres que sea tu novio otra vez? —le pregunta Estela directamente.
—No lo sé, no lo sé… Estoy hecha un lío, no sé qué quiere de mí. Me confunde.
—Pues yo creo que está más que claro. Lo que quiere es… ¡sexo! —grita Estela.
—¡¡¡¡Ssssssht!!!! —Ana hace callar a las chicas—. ¿Estáis locas? ¿Queréis que mi padre os mate? —Al ver la cara de terror que han puesto todas las Princess, Ana no puede evitar soltar una carcajada. Todas las chicas se echan a reír automáticamente.
—Princesa, si eso sirve para que sonrías un rato, me pongo a gritar como una loca —le responde Estela con ternura y dándole un beso en la mejilla.
—Venga, no nos desviemos del tema —dice Silvia, reconduciendo la reunión. Luego se dirige a Bea—: La pregunta es obligada: ¿tú quieres… hacerlo?
El silencio invade la habitación. Todas las chicas miran fijamente a su amiga, y esperan que ésta responda con sinceridad.
—No, y ése es el tema. Chicas, me da mucha vergüenza decir esto pero… —Bea hace una pausa, suspira y suelta su mayor secreto—: No soy virgen. Pablo y yo lo hemos hecho más de una vez.
Las Princess alucinan. ¿Cómo puede ser que Bea haya guardado un secreto como éste? Siempre comentaban que la única que se había estrenado era Estela, y no se podían imaginar que Bea también lo hubiera hecho. Era cierto que nunca había dicho que fuera virgen, pero como tampoco había dicho lo contrario, todas daban por supuesto que lo era.
—¿En serio? ¿Y cómo fue? —pregunta Ana muy interesada.
—Fue muy romántico, lo hicimos… en el portal 101.
—¡El portal 101! —exclama Estela—. Qué fuerte, nunca habría imaginado que conocías el secreto del portal.
—Pues ya ves —contesta Bea, emocionada—. Tampoco tú nos habías contado nada. Qué guay.
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —pregunta Silvia mirando a Ana.
—Sí, que alguien lo explique. ¿Portal 101? Nosotras no sabemos qué es eso —la secunda la otra.
—Chicas —susurra Estela mirándolas—, os voy a contar uno de los secretos mejor guardados entre la chicas que ya practicamos el sexo. Pero me tenéis que prometer que no se lo contaréis a nadie. Jamás. La gracia de este portal es que lo conoce muy poca gente.
—Prometido —contesta Silvia.
—Lo prometo —dice Ana, que está fascinada y por unos instantes no piensa en su problema.
Estela se pone en plan actriz, y les narra la historia del portal 101.
—No se sabe exactamente quién fue el primero en descubrirlo, pero el caso es que en el número 101 de una calle, cuyo nombre no revelaré de momento, hay una finca muy grande y recia del siglo XIX donde vive gente muy rica. Como todas las fincas de ricos, tiene una portería maravillosa. No sabemos si es un regalo de los dioses, si los porteros son Cupido, o si el lugar está encantado, pero el caso es que por la noche la portería se queda libre y la puerta está siempre abierta.
—Ay, qué miedo —suelta Ana.
—Qué dices, es una autentica monada. Hay un sofá, una cama y una cocina pequeñita. Parece la casa de los Pitufos. Todo está en el mismo espacio.
—Las reglas, Estela —la interrumpe Bea con gesto cómplice—. Cuenta lo de las reglas.
—Quien quiera utilizar el portal debe observar cinco reglas de oro. Primera: no puedes coger nada de la nevera ni de los armarios. Segunda: no puedes utilizar las sábanas de la cama. Debes llevar las tuyas. Tercera: está prohibido encender las luces. Y con velas… ¡todo es más romántico! La cuarta: hay que irse al amanecer. Y la quinta: debes mantener el secreto.
—Muy bien, ¿y qué pasa si yo me lo estoy montando con mi chico y aparece alguien? —pregunta Silvia preocupada, pues ya se está imaginando allí con Sergio.
—Espera, que todavía no he contado lo más importante —dice Estela en tono misterioso—. Os he dicho que la puerta está abierta, ¿verdad? Eso es siempre y cuando no haya nadie, porque hay un pestillo dentro.
—Se puede cerrar por dentro, pero no por fuera —apunta Bea—. Es genial.
—¡Qué fuerte! —dice Silvia—. Y qué romántico, también. ¡Me encanta!
—Bueno, pues allí fue donde hice el amor por primera vez con Pablo —sentencia Bea—. Fue muy bonito. Nos llevamos sacos de dormir, y las velas para iluminar un poco, y nos pasamos media noche abrazados después de hacerlo. Ésa es una de las cosas que más me gustaban de Pablo. Cómo me abrazaba. Me llenaba tanto… Lo echo de menos.
—No, amiga, no te confundas —le aclara Estela—: Echas de menos el tener novio y el hacer el amor con alguien. No a Pablo.
—¿Vosotras qué creéis, chicas? —les pregunta Bea a las demás, pues espera que digan lo contrario.
—Que Estela tiene razón —dice Silvia mientras mira a Ana, quien asiente con la cabeza.
—¿Y tú, Silvia? ¿Ya has hecho el amor con Sergio? —le pregunta Bea.
Silvia suspira, se pone muy seria y dice:
—Me parece que ha llegado el momento de que os cuente mi cena romántica con Sergio.
Dos días antes en casa de Silvia
—Está buenísimo. ¿Lo has hecho tú? —le pregunta Sergio, admirado.
—Sí… —miente Silvia—. ¿Te gusta?
—¡Uaa! —exclama el chico—. ¡No sabía que cocinaras tan bien!
—A mi madre le chifla la cocina… y me enseña todo lo que hace.
Sergio alza su copa de vino.
—¡Brindemos! —dice. Silvia coge su copa también—. Por ti y por mí… Por nosotros.
La pareja bebe mientras se mira a los ojos. Se nota que los dos están algo nerviosos. Silvia siempre había soñado con ese momento. Brindar con su novio como si fueran una pareja de película.
Durante la cena hablan poco. No es que no tengan cosas que decirse, pero esta situación es nueva para los dos. El silencio no es malo cuando lo compartes con tu pareja. El silencio sólo es malo cuando quieres romperlo y no sabes cómo hacerlo.
—De postre… ¡Tengo una sorpresa! —dice Silvia mientras se levanta para ir a la cocina, de la que regresa con un paquete de pastelería.
—¡Silvia! ¿También has comprado un pastel?
La chica sonríe mientras desenvuelve el paquete con dulzura. La sorpresa llega cuando termina de abrirlo y ven un pastel pequeño de color rosa y en forma de corazón. Sergio no puede evitar echarse a reír. A Silvia se le suben los colores.
—Bueno… En realidad, lo ha comprado mi madre… —se justifica ella.
—No pasa nada. Es un pastel hortera, pero a lo mejor está buenísimo. ¡Tu madre sí que sabe cómo quedar bien!
Silvia sonríe.
«¡Si Sergio supiera lo bien que sabe quedar mi madre realmente, y que todo esto lo ha preparado ella!».
Al rato, la pareja ya está sentada en el sofá con las copas de vino. La prueba de la cena se ha superado con éxito, pero ahora viene la mejor parte. Lo que los dos han estado esperando. La mejor parte del romanticismo es esa en la que una comparte la intimidad más simple con su pareja. Estar a su lado tranquilamente sin que nadie te moleste.
Silvia se ha levantado a poner música chill out en su teléfono móvil para estar más relajados. El chico la espera en el sofá con la copa de vino. Silvia está encantada. Parece una escena sacada de una película súper romántica ambientada en Nueva York. Con paso elegante, la chica se acerca y se sienta con él en el sofá.
Los dos corazones laten con fuerza, y eso que aún no se han tocado. El sofá es mucho más cómodo que el banco del parque, y sienten que ése es un gran momento de intimidad.
—¿Cómo estás? —pregunta Sergio para romper el hielo.
—Bien…, bueno… algo nerviosa. —Silvia bebe de su copa.
—Sí… Yo también lo estoy.
—¿Por qué será? Quiero decir… Nos conocemos desde hace algún tiempo, y yo siempre estoy muy cómoda contigo… —reflexiona Silvia en voz alta.
—Creo que esto es nuevo para nosotros. Ya sabes… Siempre quedamos en el parque o en el bar, y las veces que has estado en mi casa siempre corría mi primo por allí… De alguna manera, se puede decir que ahora estamos solos tú y yo.
—Ya… Pero esto no está mal, ¿no?
—Para mí es perfecto. —Sergio se acerca a ella lentamente. Sus labios se acercan y empiezan a besarse. Silvia está muy sofocada, y los besos son cada vez más intensos. Parece que la cosa va en serio.
En la cabeza de Silvia no deja de repetirse un pensamiento: «¡Por favor, dime que sí, que me quieres!». Para ella ya ha llegado el momento de que pongan palabras a sus sentimientos. Sergio está cada vez más atrevido. Acerca una mano al pecho de la chica. Ella le deja hacer. De pronto Sergio se quita la camiseta y Silvia reacciona apartándose un poco. No es que tenga miedo ni nada de eso, pero es la primera vez que un chico llega tan lejos con ella.
Sergio nota que Silvia está algo tensa.
—¿Piensas lo mismo que yo? —le pregunta con mucha delicadeza.
A Silvia se le iluminan los ojos.
—¿Lo mismo que tú? —pregunta esperanzada.
—Sí… —responde el chico mientras la mira a los ojos.
—A ver, di… —susurra ella.
«¡HA LLEGADO EL MOMENTO! ¡LO VA A DECIR! ¡LO VA A DECIIIIIIR!».
Sergio toma aire y Silvia piensa: «Te quiero, te quiero».
Entonces los dos dicen al unísono:
—¿Lo hacemos?
—Te quiero.
En la RPU
—¡¿Y qué pasó?! —le pregunta Estela a Silvia, gritándole.
—Nada. No lo hicimos. Es que… ¡no me dijo que me quería!
—Menuda noche —sentencia Ana. Y luego añade, preocupada—: Yo nunca pienso en hacerlo con David. ¿Creéis que soy rara?
—La verdad es que Sergio lo entendió —prosigue Silvia su relato—, pero dejamos de enrollarnos en aquel momento, y no me dijo que me quería. Siento que la he fastidiado.
—Lo mejor será que te lo quites de encima lo antes posible —apunta Estela—. Pero no te hagas la loca. ¿Hasta dónde llegasteis realmente?
—Eso, eso. Queremos detalles —la secunda Bea.
—Pues nada… Nos tocamos un poco —dice Silvia avergonzada.
—¿Arriba o abajo? —pregunta Estela.
—Bueno, él más a mí que yo a él —responde la interrogada.
—¿Y no notaste que la cosa se le puso…?
—¡Basta! —la corta Silvia—. Ya me siento mal por no haber querido llegar hasta el final. No me presionéis más.
—Claro que no —dice Ana, que alucina con la conversación que están manteniendo las Princess.
—Pues yo creo que hay que esperar a estar muy enamorada. Yo lo estaba de Pablo y por eso no me arrepiento, pero no lo he podido hacer con nadie más —suspira Bea.
—¡Es que eres una romántica! —dice Estela.
—¿Podemos volver al tema de Ana? —pregunta Bea, que no quiere volver a hablar de ella y sus emociones.
—Sí, mejor —dice Silvia mientras mira a la pequeña—. Yo creo que tienes que hablar con David y decidir entre los dos qué haréis.
—Tienes razón. Pero ¿cómo? —pregunta Ana, desesperada.
—Déjamelo a mí —responde Silvia—. Yo os monto una cita secreta, y antes le pongo al corriente.
—Y róbale a tu padre ese papel amarillo que te enseñó. Es importante saber si de verdad lo ha denunciado, o si sólo quiere asustarte —dice Estela muy seria.
Ana ve a las Princess tan unidas para ayudarla que no puede evitar volver a llorar. Todas tienen sus problemas, pero está claro que el suyo los supera todos. Sus padres son demasiado estrictos y ella, que siempre ha sido muy buena niña y ha sacado las mejores notas; ella, que nunca ha hecho nada malo ni se ha metido en líos, no se merece que sean tan duros.
Se suena la nariz y pregunta:
—¿Alguien ha traído un portátil? Necesito escribir en el blog.
—¡Sí, yo! —exclama Estela—. Y tiene la contraseña WiFi memorizada de un día que vine, ¿te acuerdas?
—¿Me permitís un minuto? —pregunta Ana mientras se levanta, coge el ordenador que le ofrece su amiga y se sale del círculo que forman las Princess. Suspira, se sienta al escritorio y escribe, llorosa, su última entrada en el blog de Blancanieves.
Nueva entrada:
Injusticia
La vida es injusta, dirán algunos. Yo lo afirmo rotundamente. Muchas veces nos pasan cosas por nuestra culpa, porque todo lo que hacemos tiene consecuencias. Pero algunas veces no podemos decidir. Y si tú no decides, la consecuencia no es culpa tuya. Como por ejemplo, tu familia.
Los amigos los escoges, pero la familia no.
¿Qué pasa si no te gustan tus padres? Sé que lo que estoy diciendo es muy fuerte, y que igual parezco una insensible, pero en realidad es todo lo contrario. Soy demasiado sensible para soportar a los padres que me han tocado. A menudo pienso que no soy su hija. Me veo tan extraña, tan diferente… Mi abuela Julia sí que era buena conmigo. La echo mucho de menos. A ella sí que la reconocía cuando me miraba a los ojos. Por desgracia, con mis padres no me pasa lo mismo. Y me parece muy injusto. Siento escribir esta entrada tan negativa, pero espero que si algún seguidor se siente igual que yo, me pueda dar algún consejo. Yo quiero a mis padres… Claro que los quiero, pero siento que no soy yo misma cuando estoy con ellos. Mi vida se ha convertido en un evitar discusiones y, para no discutir, pues ya no digo nada. Ahora tendré que mentir para ver a mi príncipe, y eso no me gusta nada. Quiero ser yo de verdad, y gustarles así a mis padres. ¿Qué puedo hacer para que me acepten tal y como soy?
Firmado:
Blancanieves