No, no me llores,
no me vayas a hacer
llorar a mí.
Dame, dame tu mano.
Inténtalo, mi niña.
Quiero verte reír.
Abrázame fuerte,
ven corriendo a mí.
Te quiero, te quiero, te quiero,
y no hago otra cosa
que pensar en ti…
HOMBRES G
Sábado tarde, en el local de ensayo de Marcos
Marcos abre la reja de su primer local de ensayo. Antes era una tienda de ropa, y los anteriores inquilinos forraron las paredes del almacén de abajo con hueveras para insonorizarlo.
El alquiler es barato porque lo comparte con otros dos grupos. En la puerta que da entrada al estudio hay una hoja donde los grupos apuntan sus horarios. El sábado le toca a Marcos.
El chico entra ilusionado y muy motivado. Enciende las luces de neón. En el local reina un silencio listo para llenarlo de notas musicales. El chico respira hondo. «Aquí me siento libre, sí», piensa mientras saca la guitarra de su funda y la enchufa a un gran amplificador. En el local hay una batería de jazz, tres micros y dos amplificadores grandes para darle rienda suelta a la creatividad. En un rincón también hay un pequeño sofá de dos plazas y una neverita para guardar refrescos.
Hoy es un día muy especial para Marcos. No sólo estrena local de ensayo, sino que además se ha citado con dos músicos, un batería y un bajo, a quienes ha conocido por Internet. Estela está al caer y, cuando vea el local, seguro que se vuelve loca de alegría.
De pronto suena el timbre. ¡El primer músico ha llegado! Desde el vidrio de la puerta, Marcos puede distinguir una silueta altísima.
—Hola, soy Dani, el bajista.
—Hola, yo soy Marcos. —El chico alucina. Dani es un tipo de unos cuarenta años. Es muy alto y delgado. Lleva una camiseta negra con una calavera en el medio. Da un poco de miedo, la verdad.
—¿Holaaaaa?
Marcos y Dani se vuelven hacia la voz, que proviene de la puerta.
—¿Hola? —responde Marcos a su vez.
—¿Es éste el local de ensayo? —pregunta un chico.
—Sí. ¿Quién eres?
—Soy Timo, el de la batería.
Los tres se saludan. El batería es más bajito que Marcos, y debe de tener unos veinticinco años. Marcos los invita a pasar. Los otros no dicen nada pero, por la manera en que les brillan los ojos, Marcos deduce que les gusta lo que ven.
—Bien… pues… gracias por venir —empieza Marcos para romper el hielo—. Como ya os he dicho por e-mail, quiero formar un grupo de música para tocar mis canciones. —Los otros asienten, sonrientes—. Falta Estela, la cantante.
—Lo sé —dice Dani, que saca de la funda un bajo de color rojo.
—Sí, yo también —lo secunda Timo, que se sienta en la batería para empezar lo antes posible—. Yo ya os he visto.
—Y yo —asiente Dani, que conecta el bajo en el ampli.
—¿Cómo? —pregunta Marcos.
Por lo visto, los otros ya los conocían por el programa de televisión.
—Bien, pues entonces… Lo mejor será que empecemos con algo sencillo, ¿no?
Los tres afinan sus instrumentos. El batería hace una demostración de su agilidad con los platillos. Le sigue el bajista, que toca rapidísimo para calentar los dedos. Marcos los escucha con atención. «Son buenos», piensa mientras empieza unos acordes muy tranquilos para que lo sigan.
Poco después
En el local suena una balada preciosa. Están todos muy conectados. Se nota que los tres aman la música porque ¡suena muy bien! Marcos empieza a cantar unos versos que había escrito la noche anterior:
Por la carretera va pasando el tiempo,
donde la verdad es viento,
y tú, y tú y yo seguiremos caminando
sin rumbo y sin destino…
En ese instante llega Estela. Ha entrado sin llamar. Siguen tocando. Ella deja su pequeña mochila en el sofá y los observa. Es la primera vez que entra en el local, pero parece que lo haya hecho mil veces.
Marcos sigue cantando. Le gusta que ella lo vea tocando con los nuevos músicos. Tiene una sensación parecida a la que experimentó cuando se conocieron. Él estaba tocando en la calle, y ella lo admiraba por eso.
—¡EEOOOO! —grita Estela con mala educación y cortándoles totalmente el rollo.
El grupo deja de tocar.
—¡Ey, Estela! Coge un micro. Te presento a Dani y a… —Marcos se acerca a ella para presentarle a sus compañeros.
—Me podrías haber esperado, ¿no? —le corta Estela.
—Estábamos haciendo pruebas de sonido. Suena bien, ¿verdad? —se disculpa el chico.
El bajista se acerca a Estela con algo de chulería y le da dos besos. El batería hace lo mismo, pero parece más amable. La chica les sonríe con una sensualidad poco usual en ella. Marcos se acerca y le da un beso en la boca como para marcar territorio. El chico sabe que los músicos ligan mucho. Si Estela y él hubieran estado solos, a lo mejor no se habrían dado ningún beso. Pero estando con dos desconocidos es mejor dejar las cosas claras desde el principio.
Estela le sonríe y le acaricia el cabello con cariño.
—Seguid, seguid… ¡Lo que sonaba no estaba nada mal!
Dos horas y media más tarde
En el local hace un calor horrible. Han acabado de ensayar, y todos están sudados y cansados. Aunque parezca mentira, sólo han tocado dos canciones en toda la tarde. Las han repetido como treinta veces cada una para aprendérselas bien. Todos parecen muy satisfechos. Estela se echa en el sofá, agotada.
—Qué bien —dice, y se bebe una cerveza casi de un sorbo.
—¡Tíos, sois la bomba! —exclama Marcos, supercontento.
Dani y Timo recogen sus cosas. Marcos se sienta al lado de Estela en el sofá. Todos comentan lo bueno que ha sido conocerse. Entenderse con la música no es nada fácil, y ellos lo han conseguido en una tarde. Aun así, todos coinciden en que queda mucho trabajo por hacer. Pero de momento la moral está bien alta.
Los dos nuevos componentes del grupo se despiden de los dos enamorados, y los dejan solos. Marcos mira a Estela.
—¿Qué… qué te han parecido? —le pregunta.
—Bien. Son muy majos —responde Estela mientras se cobija en el regazo del chico.
—¿Y el local? ¿Te gusta? ¡Creo que es perfecto!
—Sí, no está mal —afirma ella sin voluntad.
—¿Qué te pasa? —pregunta el chico. Estela no dice nada—. Va… Estelaaaa…, que nos conocemos bien. ¿Qué pasa? —insiste, mientras le acaricia la mejilla.
—No sé… Es una sensación extraña. He llegado y estabais tocando sin mí.
Estela recoge sus cosas.
—Un momento, un momento…
El chico se acerca a ella y la abraza por detrás. Ella lo esquiva.
—¡Déjame! —grita.
—Vale, vale. —Marcos levanta los brazos como hacen los futbolistas cuando les pitan una falta que no han cometido. Tras una pausa para reflexionar, le pregunta con dulzura—: ¿Se puede saber qué te pasa?
—¡Pues que me molesta que formes un grupo y tomes decisiones sin contármelo antes! ¡Yo no quiero ser tu corista!
—Oye, que sepas que te estás poniendo un poco insoportable, ¿vale?
El chico se olvida de las buenas maneras. Cree que la reacción de Estela está siendo exagerada.
—¿Insoportable yo? —Estela se pone la chaqueta y coge el bolso—. Que sepas que si no fuera por mí no habríamos ido a la tele, no tendrías este local y no tendrías grupo. Sólo te pido que me tengas en cuenta. ¿Es mucho pedir, eh, cantautor? —se mofa con retintín.
—¡Estela, no te pases! —le advierte Marcos. Pero la chica se dirige a la puerta sin decir nada—. ¡Estela, ven aquí, por favor!
La chica se vuelve hacia él.
—Yo no soy como tu perro Atreyu, que cuando lo llamas viene corriendo.
La puerta se cierra detrás de la chica. Marcos se queda alucinando.
Por la tarde noche, en el bar Milano
Silvia ha quedado con Marcos para tomar algo. Cuando llega al bar, ve que él está en la barra con su perro, que yace sentado a sus pies.
—¡Qué cara llevas! —le sonríe Silvia. El chico parece estar hecho polvo.
—No me hables…
—¿Qué te pasa? —le pregunta ella, seria, poniendo una mano en su espalda.
—¿Sabes? Hoy le he hecho esta misma pregunta a una persona, y casi me muerde. —El chico le da un sorbo a la cerveza—. Es Estela… No sé lo que le pasa.
La chica se sienta en un taburete junto a él. Marcos le cuenta lo sucedido. No pensaba que su novia fuera de esas personas que te dejan con la palabra en la boca cuando hay un conflicto. Y eso le duele. Le duele mucho. Silvia lo escucha con atención e intenta entender a su amiga.
—La verdad es que Estela odia los enfrentamientos.
—Pues no lo parece —contesta Marcos.
—No, en serio, quizá por eso se ha marchado dejándote con la palabra en la boca. No le gusta mostrarse débil.
—Es muy complicada, Silvia. No sé si podré llegar a entenderla algún día.
—Lo que sí es cierto es que, desde que salisteis en la tele, ha cambiado. No sé… Su manera de vestir, de hablar, de dirigirse a las personas… El otro día, en el insti, la vi firmando un autógrafo a una de primero. ¿Crees que era necesario? ¡Es un instituto!
Marcos niega con la cabeza. Lo que ha pasado en el local es muy raro, y eso le preocupa mucho. Además, Silvia tiene razón. Él también se había percatado, pero como a Estela le gusta tanto llamar la atención, no le había dado importancia.
—¿Sabes si todo va bien en su casa? —le pregunta su amiga.
—No lo sé… Creo que sí. No habla mucho de su familia. A veces, de su madre, que siempre está trabajando —dice él. El chico duda—. Esto no pinta bien. Algunas veces pienso que no conozco a mi novia.
—No dramatices. —Silvia intenta calmar los ánimos del chico—. Ya verás como se arregla todo esta noche.
—Oye, ¿y si hablas tú con ella? —dice Marcos muy bajito. Y luego le suplica—: ¡Por favor!
Estela aparece justo en ese momento. Marcos fija la vista en la etiqueta de la botella de cerveza. Piensa que lo mejor que puede hacer es marcharse y dejar que Silvia hable con ella.
—¿Qué pasa, príncipe? ¿No me vas a decir ni hola? —le pregunta Estela.
—Hola —contesta él bruscamente, sin apartar la mirada de la cerveza.
—¿Y cómo estás? —insiste Estela.
—Pues no sé… Dímelo tú —responde él, con ironía—. Te marchas del local dejándome con la palabra en la boca y ahora apareces aquí como si no hubiera pasado nada. No te entiendo, Estela.
—Muy bien, yo tengo toda la culpa, y tú no vas a reconocer nada —responde ella con falsa calma.
El chico se queda pensativo. Es la primera vez que discute con una chica y, además, es su novia. Como no ve otra salida, se levanta precipitadamente del taburete, le da un beso de compromiso a Estela, y se larga con su perro. Pies, para qué os quiero.
—¡Será posible! —se indigna ella—. ¡Encima se hace la víctima!
—Se siente dolido —responde Silvia con suavidad.
—Bueno, da igual, no me entiendes. Me voy a casa… Estoy cansada —le corta Estela.
—Pues si no lo entiendo, explícamelo. Quiero saber qué te pasa —le pregunta su amiga con sinceridad.
—Pues lo que me pasa es que no estoy muy bien con Marcos. Lo adoro y lo quiero un montón, pero a veces tengo la sensación de que hablamos idiomas distintos. El sólo piensa en su música y no valora nada de lo que yo hago. Me juzga y me considera una persona superficial por querer llegar lejos o hacer algo en la vida, y toma decisiones sin consultarme. Es verdad que tengo mal carácter y que a veces utilizo un tono que no es el adecuado, pero esto no tendría por qué quitarme la razón. Como él es tan mono y se lleva bien con todo el mundo, pues para toda la gente yo soy la mala. ¿Verdad? ¿A que piensas que soy la mala? —le pregunta Estela, angustiada.
—No, no eres la mala para nada —responde Silvia con rotundidad—, pero es verdad que tú y Marcos sois muy diferentes… aunque eso no es malo, ¿no?
—No sé. ¿No lo es? —pregunta la otra, dubitativa.
Silvia se queda sin palabras. La relación entre dos de sus mejores amigos se tambalea, y no sabe qué decir para ayudarlos.