Capítulo 7

Es que me gusta tu cara, me gusta tu pelo,

soñar con tu voz cuando dices te quiero.

Me gusta abrazarte, perderme en tu aroma,

poder encontrar en tus ojos el cielo.

CHAYANNE

Viernes por la tarde, casa de la familia Rivero

La familia Rivero no es de esas familias que sólo están unidas cuando pasan desgracias: Más bien todo lo contrario. Hoy es el día en que Sergio y Silvia celebrarán su cena romántica, y todos van a colaborar para que sea un éxito. David tiene entradas para un concierto. No va con Ana porque había quedado hace tiempo en ir con un colega de la uni. Sus padres aprovecharán para salir también y celebrar su velada romántica particular.

Quien más se ha sacrificado en toda esta historia de amor es Dolores Rivero, la madre de Silvia, que ha preparado una cena de película. Su hija ha llegado de clase con ganas de cocinar, pero la mujer, aún con el delantal puesto y manchado, ya lo tenía todo prácticamente listo.

La madre parece más nerviosa que la hija, y le ha querido dar una sorpresa. Dolores parece entusiasmadísima, y espera expectante la reacción de Silvia al ver todo lo que ha preparado. La chica está tan impactada que es incapaz de cruzar el umbral de la puerta de la cocina.

—¡Mamáaaaa! —exclama en tono cariñoso—. ¡Quería ayudarte!

—Eso ahora es lo de menos. Tenía tiempo y… ¡todo debe ser perfecto! —contesta su madre, que está supernerviosa, emocionada y entusiasmada con la cena de su pequeña. ¡Su primera cena romántica! Coge a su hija del brazo, abre la nevera y le muestra todas las delicias que ha elaborado con tanto amor—. De primero tienes ensalada de queso de cabra, mousse de salmón y crema de calabaza con sésamo.

—Vale —contesta en voz baja Silvia, que atiende a su madre y está tan nerviosa como ella. ¡No sabe qué decir!

—De segundo he preparado… —La madre se interrumpe, y no tarda en rectificar—: «Has preparado» solomillo de cerdo con salsa de manzana. El solomillo se sirve frío, y la salsa la calientas en el micro justo antes de servir. Te he cortado ocho trozos, que están en ese tupper. Espero que sea suficiente.

Silvia asiente con la cabeza mientras piensa si colará que ella ha cocinado tantas delicias.

—¿Me escuchas, hija? Estate atenta, que esto es importante —le pide la mujer, que nota que su hija está medio ausente.

—Sí, sí, en el tupper y la salsa al micro —contesta Silvia.

—No lo calientes todo, que no quedará bien, ¿entendido? Sólo la salsa.

—Sólo la salsa —repite la chica, como si fuera una aprendiz de cocinera.

—A ver, ¿qué más, qué más…?

—¡El postre! —grita el padre desde el salón.

«Pero ¿será posible? —piensa Silvia—. ¡Qué cotilla, escuchándolo todo!».

—¡Es verdad, gracias! —grita la madre a su vez.

«Madre mía… ¡están histéricos!».

—Aquí lo tienes —dice Dolores mientras saca de la nevera un paquete de pastelería—. Lo siento, no me ha dado tiempo de cocinarlo, pero os va a encantar.

—Siempre puedes sacar el papel, ponerlo en un plato y decir que llevas una semana con la receta —se burla su hermano.

Silvia está tan nerviosa que no sabe cómo reaccionar. Mientras su madre se pone guapa para salir y su hermano no para de chinchar, ella se queda inmóvil, en medio de salón. «¿Falta algo?». Los nervios la tienen atacada. Entra en el baño, se mira en el espejo y se da cuenta de lo que falta. «Dios mío, estoy hecha un cuadro. No me he cambiado, no me he duchado, y voy con la misma ropa que he llevado todo el día. ¿Qué me pongo?». Se mira en el espejo y se recoge el pelo con la mano probando diferentes peinados.

—Tranquila, hija. Te pongas lo que te pongas, estarás preciosa —la anima su padre mientras le da un beso en la cabeza como cuando era pequeña.

—¡Paco, ya estoy lista! —oye gritar a su madre, que debajo del delantal ya llevaba la ropa que había elegido para salir.

—Adiós, mamá. ¡Gracias por todo! —le agradece Silvia, y le da un beso.

—A la una estaremos de vuelta. ¡Disfruta!

—Y sobre todo, ¡portaos bien! —apunta el padre, mientras sale por la puerta y le guiña un ojo.

—Buf… ¡Por fin! Creía que no se largarían nunca —susurra Silvia, quien se tumba, aliviada, en el sofá.

Son las nueve de la noche. Tiene treinta minutos para ducharse, vestirse, poner la mesa y encender velas. Todo tiene que quedar perfecto.

En el mismo instante, en casa de Ana

Ana todavía está encerrada en su cuarto y sin saber qué hacer. Su padre sigue con la amenaza de la denuncia a David, y ella no sabe cómo actuar. No le ha dicho nada a su príncipe ni a las Princess, ni lo ha escrito en su blog. Parece que se haya quedado sin fuerzas y que sólo pueda tumbarse en la cama y lamentarse. Está triste, muy triste, y todo le parece muy injusto. «Alguna cosa horrorosa habré hecho en otra vida, porque si no, no me lo explico». Sus padres están en el comedor viendo la tele, como de costumbre, y ella no tiene manera de conectarse ni a Internet ni a nada. Bajar al ciber es peligroso, seguro que la pillan y le cae otra bronca de las buenas. «Únicamente me queda una solución —piensa—: coger el iPad de papá». Es difícil, porque el hombre vive enganchado a él, pero hay un momento del día en que no lo usa: durante la cena. Ana lo tiene claro. Cuando estén todos sentados a la mesa, dirá que le duele la barriga, cogerá el iPad de su padre y se encerrará en el baño. «Sólo serán unos minutos», se dice.

Quince minutos más tarde, en casa de Silvia

Vestida y maquillada a la velocidad de la luz, Silvia se encuentra sentada de nuevo en el sofá, pero esta vez con la mesa puesta y las velas encendidas. Lleva un vestido rojo de noche. Es uno de esos vestidos que te compras un día y nunca encuentras el momento de ponerte. Está muy guapa, pero se siente muy rara. Al final se ha decidido por llevar el pelo recogido. Está nerviosa porque hay una cosa que la inquieta, y es el hecho de que Sergio aún no le haya dicho «Te quiero».

«¿Cuando pasa eso? —se pregunta—. ¿Quién tiene que decirlo primero? ¿Tres meses es pronto o tarde?».

Para dejar de darle tantas vueltas al tema, decide abrir el ordenador y entrar en el chat. Su sorpresa es inmensa cuando se da cuenta de que las chicas están conectadas. Todavía faltan unos minutos para que llegue Sergio, y hablar con ellas la relajará.

Silvia: Hola chicas. :-)

Bea: Hola! Tengo k contaros muchas cosas!

Silvia: Ahhhh. Estoy atacada!

Estela: Tu cena romántica! Cómo lo llevas?

Silvia: Muchos nervios. Esperando…

Ana: Chicas, tengo poco tiempo y os tengo que contar algo muy importante.

Bea: K ocurre?

Ana: :-(

Silvia: Ana, no me asustes. K ha pasado?

Ana: No os lo puedo contar por chat. Hay que hacer una RPU.

Silvia: Reunión de Princess Urgente! mañana mismo

Estela: Mañana tengo ensayo

Ana: Bufff. No sé si podre aguantar.

Silvia: Por favor, qué nervios

Bea: Bueno, pues yo tengo también novedades. Como os he dicho al principio de la conversación

Silvia: No te enfades, Bea

Bea: No, es que parece que a nadie le importa lo que me pase

Estela: Está claro k estamos todas muy sensibles. K alguien ponga fecha y hora.

Ana: Domingo tarde en mi casa. Estoy castigada.

Bea: Ok. Os necesito, Princess

Silvia: Y yo. Os quiero

Estela: Bye bye

Silvia: @dios

Ana: Mua.

En ese momento, en casa de Ana

Ana sale del baño, deja el iPad en el comedor, entra en la cocina y se sienta sin decir nada. Su padre la mira de reojo, como si supiera que su hija ha estado tramando algo. Ella engulle las lentejas de su madre sin rechistar.

Minutos más tarde, en casa de Silvia

Suena el timbre. Silvia se prepara, respira hondo y abre la puerta intentando disimular su ansiedad. Su sorpresa es enorme al ver que no hay nadie detrás de la puerta.

—¿Hola? —pregunta, un poco asustada.

Entonces aparece el jack russell de su vecino Marcos, que entra como una bala y empieza a saltar y a lamerle el vestido.

—Para, Atreyu, ¡no! ¡Paraaaa!

—¡Hola, vecina! Pensaba pedirte que me acompañaras a pasear al perro al parque, pero creo que no vas vestida para la ocasión.

—Marcos, ¡qué inoportuno! Pensaba que era Sergio. Estará al caer —le cuenta ella mientras se sacude el vestido.

—Ya veo que lo tienes todo preparado. Vaya, qué cantidad de comida —dice el chico, que agarra al perro del collar para controlarlo y que no se coma nada.

—Sí, me he pasado toda la tarde cocinando —miente Silvia—. Venga, ¡largo!

—Me gustaría ayudar. ¿No te falta nada? ¿Tienes condones? —pregunta Marcos, que ríe, pues sabe que eso pondrá todavía más nerviosa a Silvia.

—¡Marcos! Yo no soy de ésas —contesta ella, cayendo en la trampa.

—¿Ah, no? Pues nadie lo diría… Con la velas, la comida, este vestido sexy

—En serio, no pienso hablar contigo de esto. Fuera —le ordena a Marcos, y lo empuja hacia la puerta.

Atreyu lanza un ladrido como si dijera: «No nos has dejado ni un minuto y no me has dado ni un premio». Y es que está acostumbrado a que Silvia lo malcríe con algo de comer siempre que la visita.

—¡Adiós! —se despide la chica bruscamente, mientras mira la hora en el móvil y vuelve a abrir la puerta.

—Adiós, vecina, pásatelo bien. —Marcos se marcha sonriendo.

Silvia mira lo bonita que está la mesa y piensa que su amigo Marcos tal vez tenga razón. A lo mejor Sergio interpreta la cena de otra manera y lo quiere «hacer» hoy. ¡Hacer el amor! Ella es virgen y no está preparada. «Sólo llevamos tres meses. Ni hablar», se dice.

Vuelve a sonar el timbre. ¡Esta vez sí! ¡Es él! Su príncipe, con su chaqueta de cuero, una camisa negra ceñida, una botella de vino en la mano, y su sonrisa… ¡Y qué sonrisa!

—¡Guau! —dice Sergio—. Estás preciosa.

La agarra de la cintura y le da un delicioso beso en los labios. Y Silvia, para sus adentros, no puede parar de repetir: «Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero…». En sus pensamientos lleva mucho tiempo confesándole a Sergio que lo quiere, pero nunca se ha atrevido a decirlo en voz alta. Quizá ésta sea la noche… Ojalá…