Capítulo 4

Me muero por conocerte,

saber qué es lo que piensas,

abrir todas tus puertas

y vencer esas tormentas que nos quieran abatir,

centrar en tus ojos mi mirada,

cantar contigo al alba,

besarnos hasta desgastarnos nuestros labios.

ÁLEX UBAGO

Lunes por la mañana

Todo el mundo recuerda el primer día de curso, pero no a todos gusta de la misma manera. Están los que odian ese día y quieren que pase lo más rápido posible, y después están los que lo viven con mayúsculas. Si hiciéramos un estudio sociológico, el noventa y cinco por ciento de la población se decantaría por la segunda opción… aunque el cien por cien tiene un nudo en el estómago justo antes de entrar por la puerta.

Se respiran los cotilleos en el ambiente. ¿A quién no le gusta saber quién repite curso y quién ha pasado por los pelos? ¿O el morbo del nuevo o la nueva? ¿O el típico feo que de repente se ha vuelto guapo?

La gente habla con frenesí y con un tono más alto de lo normal. Las Princess se encuentran en su nueva clase, dos pisos más arriba. Marcos ya está en el aula con Estela, sentados ambos encima de la mesa del profe. Han llegado más temprano de lo habitual.

—Caramba, Estela —dice Ana nada más llegar—, pareces otra.

—Es que… soy otra —responde Estela en tono pícaro y saltando de la mesa.

Marcos se tapa la boca con la mano para reírse. Sabe perfectamente que a Estela no le gustan este tipo de comentarios. A ella le encantaría que la gente aceptase sus cambios como algo nuevo e inaudito, algo digno de concederle los honores que se merece, y no como la nueva tendencia o un disfraz. ¿Y quién no ha pasado por esto? Es muy diferente conocer a alguien con el cabello ya teñido de lila que… ¡al revés! Cuando se cambia tanto hay que aceptar el riesgo de que te critiquen.

—Pues a mí me gusta —sonríe Silvia.

—Es cierto: pareces otra —añade Bea.

—Supongo que ya ha llegado el momento —dice Estela haciéndose la interesante—. Estoy segura que muchas pensaréis que me he vestido así porque es el primer día de insti y todo eso. Pero no. —Las chicas se miran entre ellas y aguantan la pausa dramática que hace Estela antes de soltar la bomba—: ¡Hoy tengo un casting para una serie de televisión!

—¡¡Uuuuaahhh!! —exclaman todas las Princess.

—¿Y por qué no me lo habías dicho? —pregunta Marcos, incrédulo.

—Porque no quería condicionarte —responde Estela, segura de sí misma—. Son cosas de los actores. Tú no lo entenderías.

—Pues yo pensaba que a un casting no hacía falta ir disfrazado. En todo caso, si te cogen ya te disfrazarán ellos, ¿no? —Marcos acaba de dejar en evidencia a su novia sin saberlo. A ella no se le ocurre nada que decir.

—Es verdad. Mi hermana fue un día a un casting para un anuncio de colonia, e iba bien normal —comenta Bea.

—A ver, que yo me entere… De todos los aquí presentes, ¿quién tiene un casting en la tele? —pregunta Estela, algo a la defensiva.

—Tú, Estela, tú —contesta Ana en seguida para intentar calmar los ánimos.

—¿Y alguien de aquí ha hecho un casting alguna vez? —vuelve a preguntar Estela.

—¡Nooooo! —responden todos a coro, para evitar discutir.

—¿Entonces? Éste es mi trabajo. ¡Y es mi vida! ¡Y a quien no le guste, que se aguante!

—Estela, no te pongas así. No lo decíamos con mala intención —intenta mediar Marcos.

—Vale, pero entonces no habléis de lo que no sabéis. Es que tenéis unos piquitos de oro, ¿eh? Joder.

Las Princess y Marcos se sorprenden ante la desmesurada reacción de su compañera. Todos saben que tiene mucho carácter, pero para ser el primer día de clase, la chica se ha pasado de la raya. Nadie sabe qué decir. Se crea un silencio incómodo en el grupo. Por suerte, ¡salvados por la campana!, suena el timbre y todos se dirigen a sus asientos. Silvia se acerca a Ana y le dice:

—Estela se ha pasado un poco, ¿no crees? —Ana asiente con la cabeza. Marcos ha oído el comentario de Silvia y, aunque esté de acuerdo con ella, no le ha sentado bien que sus amigas critiquen a su chica a sus espaldas.

«En cuanto pueda, le tendré que decir a Estela que se calme… Esto no puede ser», piensa para sí.

La primera clase

Este curso va a ser especialmente duro porque es el último antes de ir a la universidad. Todos los alumnos saben que dependen de sus calificaciones para que su futuro tenga buenas posibilidades.

El aula huele a detergente para suelos, y las mesas están limpias. Todo el mundo elige un sitio para sentarse. Un profesor a quien nadie conoce cruza puntual la puerta. Es un chico joven y decidido. Unos treinta y pocos años. Viste con pantalones vaqueros y lleva abiertos dos botones de la camisa. Lleva barba de dos días, y sus gafas de pasta negra le dan una apariencia muy intelectual. Parece simpático.

—¡Buenos días a todos! Me llamo Toni. —El profesor escribe su nombre en la pizarra—. Antonio Reyes, según mi DNI, pero me podéis llamar Toni. Soy vuestro tutor y profesor de matemáticas. Como sabéis, éste es el último año que estaréis aquí. El año que viene a esta hora muchos de vosotros estaréis en la universidad, o haciendo algún módulo de formación profesional, o trabajando, o puede que en el paro. Todo dependerá de vuestra actitud. —En la clase se percibe cierto nerviosismo—. Es muy importante que os concentréis desde el primer día, que seáis puntuales y que si tenéis algún problema no dudéis en hablar conmigo. Será un año largo, y os tendréis que aplicar en todas las asignaturas. Es importantísimo que no decaiga la moral. ¿De acuerdo? —La clase no responde—. ¿Entendido?

Un chico sentado en primera fila levanta la mano.

—¿Sí? —pregunta el profesor.

—No quisiera parecer grosero, profesor, pero tiene la bragueta abierta.

Toda la clase irrumpe en murmullos. Algunos se ríen, y todo el mundo dirige la mirada a la bragueta del profesor, que permanece estático sin mirar si el alumno tiene razón.

Ana se vuelve hacia Bea.

—¿Ése no es Crespo?

—¡Sí! —le responde su amiga.

—Pues sí que ha cambiado, ¿no? —comenta Ana.

—Tiene la mala leche de siempre —añade la otra.

—¡¡SILENCIO!! —El profesor da el primer grito del curso—. Escuchadme bien; sobre todo tú, amiguito —prosigue, señalando a Crespo con el dedo—. Puedo ser muy simpático, o me puedo convertir en vuestro peor enemigo. Si estoy aquí es para que aprendáis, y para guiaros en el difícil camino que supone saber qué queréis ser en la vida. No pienso tolerar ningún comentario despectivo hacia mí ni hacia vuestros compañeros y compañeras. Aquí se viene a aprender y, si no, os podéis ir a vuestra casa. Por cierto, ¿cómo se llama el graciosillo de la clase?

—Crespo —responde el aludido.

—Lo siento, pero te ha tocado. Una falta de respeto es un punto menos en la nota final de los parciales. Para aprobar deberás sacar un seis en lugar de un cinco.

Toda la clase murmura. Crespo se sonroja. Ha metido la pata hasta el fondo. Quería hacerse el gracioso y lo único que ha conseguido es que el profe lo haya fichado desde el primer día.

—Este profe me gusta —susurra Ana.

—A mí me da miedo —le contesta Estela, susurrando a su vez.

—Lo podríamos apodar Míster Respeto —propone Silvia.

—Chicas… Creo que me he enamorado.

Todas las Princess se vuelven hacia Bea, sorprendidas. A la chica le brillan los ojos, y no puede dejar de mirar al nuevo tutor.

Una hora más tarde

Al final de la clase, prácticamente todas las chicas están enamoradas del nuevo profesor. Es divertido, atento, guapo… y, encima, impone. Lo tiene todo. Pero claro, Míster Respeto no podía dejar marchar a la gente del aula sin darles alguna sorpresa. Suena el timbre y, antes de que todo el mundo salga por la puerta, el profesor da un grito:

—¡Chicos y chicas, un momento de atención! Antes de iros, que cada uno coja un papel que encontrará dentro de esa caja que hay encima de mi mesa. Cada papel tiene un dibujo, que se repite en tres papeles. Esto quiere decir que, además del vuestro, hay dos papeles más que tienen el mismo dibujo que el vuestro. Tenéis que encontrar a los dos compañeros cuyos dibujos coincidan con el vuestro, y juntos haréis un trabajo en grupo.

—¿Y en qué consiste el trabajo? —pregunta una de las alumnas.

El profesor saca un montón de papeles de su maleta y exclama:

—¡Chico, ponte en la puerta y que nadie salga sin uno de éstos! Aquí encontraréis las normas del trabajo —aclara el profesor, dándole todo el tocho de papeles a uno de los alumnos y saliendo por la puerta sin mirar a atrás—. Hasta mañana, chicos.

La clase entera enloquece para coger el papel de la caja. Es muy divertido. Hay dibujos de todo tipo. Un pastel con velas, una motocicleta, un corazón, un signo de interrogación y hasta un perro. «Está claro que con este profe nos lo vamos a pasar bien», piensa Bea emocionada, abriendo su papel como si fuera una galletita de la suerte.

—¡Es un corazón! —grita alegre.

Su amigo Miguel se acerca a ella corriendo. Como está algo rellenito, llega resoplando.

—¡Yo también, yo también! —grita exaltado.

—Tú también ¿qué? —pregunta Bea—. Respira, Miguelito, que te mueres, hombre —se ríe.

—¡Yo también te quiero, Bea!

—Pero ¿qué dices, loco?

—Mira esto. —Miguel le planta el papelito que le ha tocado delante de los ojos—. ¡Tengo un corazón!

Los dos se ríen a carcajadas. Miguel es tan divertido y tan listo que hacer el trabajo con él es lo mejor que le podría pasar a Bea.

—Ahora nos falta un corazón más. ¿Cómo lo encontraremos? —pregunta la chica.

—Ni idea. El profe no ha dicho nada de cómo encontrar a tu media naranja. Pero… tengo una idea —dice Miguel, y deja la mochila en el suelo—. Voy a probar una cosa. —Entonces, se sube encima de la mesa y se pone a cantar—: «¡Tengo el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegríaaaaa!».

Todos se ríen y, a los dos segundos, una mano con un corazón se levanta entre la multitud. La cara de decepción de Miguel es inevitable. Se trata del chico a quien más odia en la clase. Gamberrete, guaperas y nada trabajador: Crespo.

Bea, que ve la que le viene encima, intenta quitarle hierro al asunto con un poco de humor:

—¡Dos hombre para mí! ¡Qué bien! —dice, en plan seductora.

—Sí, el gordo y el flaco. Qué ilusión —suelta Crespo, despectivo.

—Eso de gordo lo dirás por ti, ¿no? Este año te veo más rechoncho —contesta rápidamente Miguel, que estará regordete, pero a inteligencia y rapidez mental no lo gana nadie.

—Si yo estoy rechoncho, tú eres una albóndiga con patas.

—Qué bien, me encantan las albóndigas.

Bea intenta poner un poco de paz.

—Chicos, chicos… Un poco de calma, que así no vamos a poder trabajar, ¿vale?

Bea, mira su corazón y suspira. «Esto tiene que ser una señal. Presiento que este año, por fin, voy a encontrar el amor», piensa mientras mira cómo sus dos corazones no paran de pelear.

Más tarde, en el parque

Ana y David se sientan en el banco donde suelen quedar las Princess y contarse sus secretos. En el mismo banco donde Silvia y Sergio se besaron ayer. La pareja se lleva unos cuantos años; además, Ana es de las pequeñas de la clase, así que no todos ven bien esa diferencia de edad. Pero se quieren, y eso es lo que importa. David no sólo es el príncipe de Ana, sino que también es el hermano mayor de Silvia, hecho con el que su novia está más que encantada. Se enamoraron en el curso anterior y les costó reconocer que se querían, sobre todo a David, a quien le daba corte salir con una chica tan joven, hasta que se dio cuenta de que Ana es mucho más madura de lo que parece. Y ella descubrió que, aunque juegue con ventaja, un chico de veintiún años puede tener las mismas dudas, nervios y celos que uno de diecisiete. Lo importante es que te quieran.

—Lo tendrías que haber visto. Hablaba con tanta seguridad… —cuenta Ana, toda emocionada—. Y nos hizo un juego con papelitos, y tenías que descubrir con quién hacer el trabajo buscando tu dibujo. ¿Te lo puedes creer?

—¿Cómo no me lo voy a creer, si llevas media hora hablando de ese profesor? —contesta David algo fastidiado de oír tantos halagos de otro hombre.

—¿Me ayudas con el trabajo? Es un poco complicado. Me ha tocado con Silvia y Estela. Qué casualidad, ¿no? Somos treinta en clase, hay cuatro Princess, y coincidimos tres.

—Pues sí que es casualidad, sí; pero lo dices como si no te hiciera ilusión —comenta David, preocupado.

—No, claro que me hace ilu. Sólo que Estela está un poco rara. Ya veo que Silvia y yo tendremos que hacerlo todo. Y sabes que yo no soy muy buena con los números… Me ayudarás, ¿no?

—¿A ti qué te parece? Yo siempre estaré para lo que necesites. Lo sabes, ¿verdad? No soy tan guapo como tu nuevo profesor, pero… —dice David en tono burlón mientras coge a la chica para que se siente encima de él.

—Huy, ¿noto un poco de celillos? —sonríe Ana, a quien le hace ilusión que su novio esté un pelín celoso.

—¿Celos? Ya me gustaría ver si tu profe puede hacer esto. —Y sin decir nada más, acerca sus labios a los de ella y le planta un beso de esos de película. De esos que duran minutos.

Si un fotógrafo los viera desde lejos, les sacaría una foto preciosa. Ella sentada en el regazo de su chico, y él besándola y con las manos acariciándole la espalda. Por desgracia, quien sí los está viendo no es el fotógrafo que inmortalizaría la bonita estampa que se imaginan de ambos en el parque. Y, en consecuencia, la relación de David y Ana comienza a tambalearse desde ese mismo instante, aunque ellos ni siquiera se lo pueden imaginar.