Capítulo 38

Por ti sería capaz de derramar la sal,

de recoger las huellas de tu caminar, sería capaz.

Sería capaz de despegar, capaz de continuar.

Sería capaz de desgranar el mar.

Sería capaz de abandonar, capaz de remontar, sería capaz.

Sería capaz de hipotecar mi voz.

Lo que, lo que tú quieras soy.

Una patria, una frontera,

o el soldado al que le ordenan disparar.

Lo que tú quieras soy.

ANTONIO OROZCO

Noche del sábado

¡Por fin ha llegado la gran noche de la fiesta! Son casi las nueve y media y el local del centro cívico está listo para el gran evento que todos los estudiantes han estado esperando. Será una gran noche. El objetivo de la fiesta no sólo es recaudar fondos para el viaje de fin de curso, sino también para que los estudiantes se relajen un poco antes de los temidos exámenes.

Estela se ha pasado toda la tarde ayudando a montar el escenario y el sonido para que todo salga perfecto.

En un rincón hay una pequeña barra con un montón de vasos de plástico al lado de una enorme olla que contiene por lo menos veinticinco litros de ponche rojo. También hay un surtidor con un barril de cerveza sin alcohol, y hay otros tres de repuesto que ha donado el dueño del Piccolino para ayudar a los estudiantes.

El local también tiene acceso a un pequeño patio interior con tres palmeras, y sillas y mesas metálicas. Toni ha puesto unos pequeños focos iluminando los árboles para darle un toque mágico. Se nota que disfruta como un niño preparando la fiesta y ayudando a sus chicos a guardar un bonito recuerdo de su último año de instituto.

Desde el interior del local se puede oír a la muchedumbre que está esperando a que abran las puertas. Todo el mundo se prepara y se dirige a su puesto: habrá un chico en la barra sirviendo el ponche y la cerveza, el DJ está ya listo en el escenario con sus vinilos y empieza a pinchar algo de música para dar la bienvenida. Estela espera junto a la puerta para romper las entradas y vender algunas de última hora. Todos esperan a Toni, quien comprueba que ya son las nueve y media para dar un silbido, apagar las luces generales del local, de modo que sólo queden las de ambiente, y gritar:

—¡¡QUE EMPIECE LA FIESTAAAAA!!

Estela abre las puertas. ¡No se puede creer la cola que se ha formado!

—¡Tranquilos, tranquilos! ¡Habrá sitio para todos! ¡Los que tengáis la entrada, enseñádmela! —dice, gritando casi, mientras un montón de manos ansiosas se levantan y le enseñan sus entradas.

Toni está apenas a unos metros de Estela, supervisando que los estudiantes entren en orden. No es casualidad que permanezca detrás de la chica. Él también ha sido joven, y sabe que un profesor ejerce más autoridad. Quedarse allí es una manera de decirles: «Eh, chicos, os lo podéis pasar bien, pero con control». Y tiene razón: en cuanto lo ven, la prisa que tenían los alumnos para entrar se desvanece.

Estela está en su salsa. Rompe entradas, devuelve el cambio, y saluda a sus compañeros con una sonrisa. Toni, que ve las ganas que le pone, piensa que la chica se merece una recompensa. Y es que Estela ha trabajado duro toda la tarde para que todo saliera bien. «Esto se reflejará en la nota final. Es buena chica, y su aprendizaje este curso no ha sido sólo académico», piensa. Sabe que Estela siempre anda entre el suspenso y el aprobado, y tanto su actitud para resarcirse de su mala acción como su buena disposición durante estos días inclinarán la balanza a su favor.

Por fin llega la primera Princess, Bea. La acompaña Miguel. Estela, sorprendida, salta de alegría y abraza a sus dos amigos. La cola se detiene durante un instante.

—¡Estáis muy guapos! —exclama.

Ambos llegan hechos un pincel. Miguel, con el cabello estudiadamente despeinado y esmoquin negro, camiseta blanca con una calavera roja debajo y zapatillas deportivas blancas en lugar de zapatos, está impresionante. Por su parte, Bea lleva el pelo recogido y un vestido azul con zapatos a juego de tacón medio.

—¿Y tú? —le pregunta Bea a la taquillera.

—¿Yo, qué?

—No te has arreglado.

Estela se mira y se pone las manos en la cabeza.

—¡Es verdad! ¡Se me ha olvidado cambiarme! Lo tengo en el guardarropa.

—Así también estás muy guapa —dice Miguel, guiñándole el ojo.

—¿Estás intentando ligar conmigo, vaquero? —pregunta Estela, y se ríe.

—A lo mejor, pequeña —responde Miguel con una sonrisa seductora.

—¡Oyeee! Si lo haces así de bien ahí dentro, ¡te auguro un gran futuro esta noche!

—¿Necesitas ayuda? —los interrumpe Bea, consciente de la larga cola que espera para entrar.

—No, no te preocupes. Pasad y cuando termine con esto me cambio y me uno a vosotros.

Poco más de media hora después, ya no cabe ni una alma en el local. No era obligatorio arreglarse, pero hay mucha gente que se ha vestido de etiqueta. Aunque hoy no sea fin de curso, los estudiantes saben que ésta será una fiesta muy especial.

Al poco rato, en el mismo lugar

Silvia acaba de entrar y coincide con Bea en la barra. Lleva vaqueros, una camisa blanca con escote de pico y unas manoletinas también blancas. A ellas se les une rápidamente Ana, que está increíble con ese vestido negro sin mangas y cuello Mao que ha elegido para la fiesta.

—Pensé que vendrías con David —le sonríe Silvia.

—Está en la entrada, hablando con unos amigos —responde su amiga.

—¡Felicidades! Ya sabemos que habéis vuelto —dice Bea, muy cariñosa.

Ana sonríe y se muerde el labio.

—Yo también sé que estás con Toni…

—¡Y Estela ha vuelto con Marcos! —grita Silvia, feliz.

—Da gusto estar así, ¿verdad? —pregunta alguien a sus espaldas. Todas se vuelven: es Estela, con un look muy roquero de camiseta lila muy ajustada y pantalones de vinilo negro. Besa a Silvia y añade—: Me alegro por ti. Seguro que eres una leona.

Las Princess miran a Silvia extrañadas. Su amiga se ha puesto roja como un tomate.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Ana, inocente.

—¡Noooooo! —exclama Bea sonriendo, que intuye por dónde van los tiros.

—Sí. Ésta lo ha hecho con Sergio —confirma Estela—. ¿No se lo habéis notado?

—¡Pero si no se lo he dicho a nadie! —exclama Silvia.

—Intuición femenina. Lo he sabido en cuanto has entrado por la puerta.

En ese momento las interrumpe el camarero. Por fin han llegado al final de la cola. Las Princess piden ponche. Silvia decide invitar a sus amigas, que le agradecen el gesto. La chica paga con un billete de veinte, y el camarero le devuelve los doce euros del cambio en dos monedas de un euro y un billete de diez. Silvia saca su monedero para guardarlo y, al doblar el billete, se da cuenta de que…

—¡¡¡ES EL BILLETE DE CORAZONES DE SERGIO!!! —grita entusiasmada mientras levanta el billete con la mano. Luego dice orgullosa—: El amor no tiene precio.

—Ésta es una señal en toda regla —admite Estela.

Al otro lado de la sala

Miguel se lo está pasando en grande. Está más chistoso que nunca. Inexplicablemente, anda rodeado de compañeras del insti que le preguntan por su página web, que su grupo ha presentado esa mañana en clase.

Todo el mundo ha alucinando con la idea de los post it y de escribir sus sueños. Pero lo que más les ha fascinado es la simple idea de hacer tus sueños realidad, y gratis. Miguel ha empezado la exposición del trabajo con una bella presentación:

—Si pudierais hacer realidad los sueños de una persona, aunque fuera un desconocido, ¿lo haríais?

»Bienvenidos a la web www.ideafeliz.com. Un lugar virtual donde tú pones tu sueño, un lugar donde habrá un genio que lo hará realidad.

La exposición de la web ha dejado a todo el mundo maravillado y, por primera vez en su vida, Miguel ha sentido que era el protagonista. Su popularidad ha subido como la espuma. Miguel ha dejado de ser el gran desconocido de la clase.

Por eso, algunas chicas se han acercado a él para conocer un poco más al chico de la mente maravillosa. Tanta atención le hace sentir importante, y se imagina que es como el creador del mismísimo Facebook.

Entre todas las chicas que lo han felicitado y preguntado por su proyecto hay una que parece especialmente interesada. Miguel se acaba la cerveza y decide ir a por otra a la barra. La chica se ofrece a acompañarlo. Miguel no quiere dejar pasar esta oportunidad:

—¿Y tu nombre, belleza, era…? —pregunta.

La chica lo mira y levanta una ceja.

—Carolina… Ya lo sabes, Miguel —responde.

—Carolina. Tan bonito como tú.

La chica sonríe, divertida. Le parece una señal de que tiene luz verde.

—¿Te gustaría salir conmigo?

—¿Así? ¿Pim, pam? El que me encante tu web no quiere decir que quiera ligar contigo —le contesta ella.

—Pues tú te lo pierdes, nena.

—Ni que estuvieras borracho… —se ríe la chica.

—Ahora que lo dices, un poco… Con ésta, me habré tomado cinco cervezas.

—¿Y todas de ese barril? —pregunta Carolina.

—Pues claro.

—Pues que sepas que no llevan alcohol. —La chica no puede parar de reír. Miguel, que guapo lo que se dice guapo no es, pero a quien no le falta el sentido del humor ni la capacidad de reírse de sí mismo, exclama:

—¡Estoy teniendo mi primer efecto placebo!

—¿Efecto qué? —pregunta Carolina.

—Es un concepto médico —explica él—. Es cuando te tomas algo y piensas que te va a producir unos efectos que en realidad no existen. Por ejemplo, te dan una pastilla para que te cure el resfriado, y la pastilla en realidad sólo es un caramelo, pero tú te curas igual porque te has creído que te curarías si te la tomas.

Carolina lo mira divertida.

—Oye, ¿por qué no te he conocido antes?

Miguel se ríe. La chica sigue a su lado y lo mira con una gran sonrisa y la cabeza ladeada. Va por buen camino.

—¿Nos tomamos otra, a ver si nos emborrachamos un poco más? —pregunta él.

—Vale, quiero saber si el efecto placebo es tan divertido como dices —acepta Carolina con complicidad.

—Acabas de hacer mi sueño realidad —dice Miguel, después de guiñarle un ojo.

En ese mismo instante

Toni

En línea

Estás preciosa esta noche.

Cenicienta

En línea

Tú también estás muy guapo

Toni

En línea

Me muero por besarte.

Cenicienta

En línea

Y yo también.

Toni

En línea

Si te digo una cosa ¿no te vas a enfadar?

Cenicienta

En línea

Haz la prueba

Toni

En línea

Creo que me estoy enamorando de ti.

En cuanto lee el mensaje, Bea ha tenido que apoyarse en la espalda de Ana.

—¿Qué te pasa? —dice ésta mientras mira el móvil de su amiga—. ¡Oooh! ¿Le vas a contestar?

—¿Que si le voy a contestar? Fíjate bien y aprende —responde Bea, y le guiña un ojo.

Toni está a un lado del escenario, ayudando a colocar los instrumentos para el concierto. Bea se dirige a él con paso firme. Está a punto de hacer la primera locura de su vida.

Sin decir nada, se acerca y, sin que le importe que la sala esté repleta de gente que charla y baila al compás de la música del DJ, lo besa agarrándolo del jersey ante la mirada atónita de quienes están alrededor, que gritan por la sorpresa.

Poco después

Sergio aparece en la fiesta, y lo primero que hace es buscar a Silvia. Coincide con su chica en que se ha decidido a vestir unos pantalones vaqueros, que combina con una camisa con motivos naranja y cuello de diseño italiano, y unos botines marrones.

—¿Todo bien? —pregunta Silvia, que lo nota intranquilo.

—Me siento un poco raro… —contesta Sergio, tímido.

—Oye, no tienes por qué quedarte si no te apetece. No pasa nada, lo entiendo. Es una fiesta de instituto —lo justifica Silvia.

—No, no, en realidad… —El chico suspira—. ¿Podemos salir afuera un momento?

—Ahora va a empezar el concierto y no me lo quiero perder.

—Vale —contesta él, cabizbajo.

La chica lo mira preocupada.

—¿Qué te pasa? —insiste.

—Ven conmigo afuera y te lo digo. —Silvia lo mira desconcertada e intranquila—. ¡Y así me lo quito de encima de una vez!

Acto seguido, Sergio coge a su chica de la mano y se la lleva afuera sin que ella pueda rechistar.

En el mismo instante

—Ana, ¿tienes un momento?

La chica no se puede creer que Crespo tenga la poca vergüenza siquiera de acercarse a ella.

—Lo nuestro se ha acabó, no quiero numeritos —le responde seria.

—Sólo te pido que me escuches un minuto. Por favor —suplica él. Ana se cruza de brazos, está dispuesta a escucharle un minuto, ni más ni menos—. Bueno… Quería decirte que aún te quiero.

—Vale ya, Crespo… —lo interrumpe Ana.

—No, no, déjame terminar. ¡Lo siento! ¡Lo siento de veras! He sido un estúpido, y entiendo perfectamente que no me quieras ni ver. Pero lo que pasó el otro día entre nosotros… me ha hecho reflexionar y ver que debo cambiar de actitud. Pienso cambiar, ¿me oyes? Para que me des una segunda oportunidad. —Ana niega con la cabeza—. Vale, me lo he ganado. Al menos, perdóname.

—No hay nada que perdonar. Lo pasado, pasado está. Olvidado. De verdad.

—¿Podemos ser amigos? —pregunta el chico con sinceridad.

Ana suspira.

—¿No has leído mi último post? Dejemos pasar un tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce, ¿vale?

—Vale. ¿Sin rencores? —pregunta él.

—Sin rencores —contesta Ana.

David aparece detrás de la chica y mira a Crespo, desafiante. Éste, que capta la indirecta, se marcha.

—¿Que quería ése? —pregunta David, algo celoso.

—Nada —responde Ana, y le ofrece el primero del millón de besos que le dará esta noche a su chico—. ¿Vamos a buscar un poco de ponche antes de que empiece el concierto?

—Claro —responde él, que la coge de la mano y se dirige a la cola.

Justo entonces, las luces del escenario se iluminan, y Estela y Marcos aparecen con su grupo. El bajista conecta su instrumento al bafle, y el batería se sienta al mismo tiempo que ajusta el pedal del bombo a sus pies. El DJ detiene la música y les da la señal de «Ok». En la sala sólo se oyen algunos murmullos que crecen cuando Toni aparece en el escenario.

—Sí, hola, hola, ¿se me oye? —El profesor prueba el micro—. Buenas noches a todos. En primer lugar, quiero daros las gracias por venir. Debo deciros que hemos superado las expectativas en cuanto a recaudación, y ¡vamos a hacer un viaje increíble! —Todos los estudiantes vitorean al unísono, de alegría—. Quiero agradecerle personalmente a Estela, que ha sido una de las principales organizadoras, todo su esfuerzo. ¡Un fuerte aplauso para ella! —La chica, algo avergonzada porque no cree que se merezca ese halago, hace una reverencia ante el público, que la aplaude con gritos y silbidos—. Este último año será largo y duro. Os aconsejo que estudiéis mucho para obtener una buena nota final… ¡y suerte en los exámenes! —Los alumnos lo abuchean. ¿A quién se le ocurre hablar de exámenes en una fiesta?—. Está bien, está bien. Os dejo ahora con Marcos y Estela y su grupo, que se llama… —Toni se queda en blanco y le susurra a Estela, aunque puede escucharlo toda la sala porque sigue con el micrófono pegado a los labios—: ¿Cómo se llama?

La chica mira a Marcos, y éste al resto de su grupo. En los últimos días han estado tan concentrados en los ensayos que se han olvidado de decidir un nombre.

—¿Qué decimos? —susurra Marcos, que le da la espalda al público. Tanto el bajista como el batería se encogen de hombros—. ¿Os parece bien el nombre de mi perro?

Aunque no sepan ni cómo se llama, sus compañeros asienten para no perder más el tiempo.

—Nos llamamos Atreyu. Es mi perro, nuestra mascota —dice Marcos al micro, guiñando el ojo a Estela.

—Pues con todos vosotros… ¡ATREYU!

Toni se marcha del escenario con los primeros aplausos. Una luz cenital enfoca a Estela y a Marcos, situados en el centro del escenario.

—Buenas noches —saluda Estela, nerviosa—. La primera canción que vamos a cantar es inédita, Marcos la compuso hace tan sólo unos días, y está dedicada a todas aquellas personas que necesitan respuestas, pero a las que no les basta cualquier respuesta… La canción se llama Dime que sí.

Marcos dibuja los primeros acordes con la guitarra, después entra el bajo y, a continuación, la batería. Marcos y Estela cantan a dos voces, ante los oídos maravillados de la audiencia.

Dime que sí, y no faltarán flores en tu jardín.

Dime que sí, y te prometo una estrella con tu nombre,

una canción preciosa y una caricia sutil.

Espero que las margaritas se equivoquen

y el poso del café dibuje un corazón, si puede ser el mío,

que busca tu oído para decirte algo sencillamente bonito.

Salías de tus clases, quedamos en el parque,

tú estabas triste y te agarré la mano.

Me reflejaba en tus lágrimas, tú ya no me mirabas

cuando me decías que ya no me querías.

Y nos despedimos sin ni siquiera una caricia,

un adiós o un beso en la mejilla.

A lo mejor no lo sabes…, pero tú me das la vida.

Quizá ya lo sabes…, que me inspiras.

Las cosas como son.

Y me perdí en las entrañas de una ciudad gris

buscando un mapa del tesoro para llegar a ti.

Pensando…

Dime que me quieres.

Dime que no quieres.

Dime que te atreves.

Dime que sí.

Fuera del local

—¡Sergio, me estás asustando! ¿Me puedes de decir qué te pasa?

—Que te quiero y, después de… ya sabes, no puedo estar sin ti. ¡Eso es lo que me pasa! —Sergio besa a la chica como si fuera la última vez que pudiera hacerlo.

—¿Y por eso te pones así y me pides que salgamos afuera? —pregunta ella mientras le sonríe y le acaricia el pelo.

—Es que… he estado pensando, Silvia. —El chico hace una pausa—. Sé que llevamos poco tiempo juntos, pero tú sabes que lo nuestro fue un flechazo, es como si mi vida estuviera escrita en un libro donde tú también sales, y los dos fuéramos los protagonistas hasta el final.

—Eso es muy bonito. —Silvia lo escucha con atención.

—Esta tarde he estado pensando… —El chico vuelve a callar. Silvia lo mira expectante—. Quiero que me respondas a una pregunta. ¿Quieres…? —El chico se arrodilla y se aclara la voz.

La chica se tapa la boca con las manos y acaba la frase por él:

—¿Casarme contigo?

Sergio se sorprende, y se levanta rápidamente.

—No, casarme no, no, no… Quería… saber si te vendrías a vivir conmigo cuando cumplas los dieciocho.

—¿Y por qué te has arrodillado? —se ríe Silvia.

—¡Joder! —exclama Sergio nervioso—. ¡Porque no sabía cómo hacerlo!

Silvia no para de reírse al verlo tan atolondrado, y él, cuando ve lo ridícula que ha sido su puesta en escena, se contagia también de sus carcajadas. Pero poco a poco la risa va disminuyendo. Silvia debe contestar a la pregunta. Sergio vuelve a ponerse serio y, tal vez debido a la brisa ligera que les trae la canción que están cantando Marcos y Estela, el chico agarra de la mano a Silvia y, con cariño, le dice:

—Dime que sí.