Regálame tu risa,
enséñame a soñar.
Con sólo una caricia
me pierdo en este mar.
Regálame tu estrella,
la que ilumina esta noche,
llena de paz y de armonía,
y te entregaré mi vida.
PABLO ALBORÁN
A la mañana siguiente
Silvia lleva todo el día sin noticias de Sergio. Entra cada dos por tres en el blog de Blancanieves desde el móvil para ver si Sergio ha escrito algo ahí, pero nada. Aunque la entrada ha tenido muchísimas visitas y hay muchos comentarios, no hay ni rastro del chico. Lo más increíble es que a todo el mundo le ha sorprendido muchísimo el asunto del billete de amor, e incluso la gente pone comentarios con las iniciales de sus amados y un corazón.
Anónimo
Qué bonita idea lo del amor y el dinero. Es verdad. El amor no tiene precio.
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Olga
Algunos amores… ¡sí que nos salen muy caros! jejeje
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Alberto
Yo, como hombre que soy, pienso que las mujeres siempre necesitáis más tiempo para eso. Si te quiere, esperará. EA.
Eva, esto va por ti.
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Sonia
ST.
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Mayra
MF.
Responder
Toni
Yo estoy soltero y como me amo mucho a mí mismo, ahora mismo bajo a comprar el periódico con un billete marcado con mis iniciales TS (Toni Sánchez).
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«Todo el mundo habla del amor, del billete, de los corazones…, pero ni rastro de Sergio», piensa Silvia desolada.
En el cuarto de Bea, a primera hora de la tarde
Bea deja pasar la tarde mirando por la ventana, pensativa. Desde que sus padres se han separado, la chica tiene momentos de soledad como éste, algo melancólicos, en los que contempla el mundo que la rodea.
Un pájaro pasa revoloteando entre los edificios y aterriza en un balcón; una mujer tararea mientras tiende la ropa; las sombras de los edificios que, según avanza el día, se acortan o alargan; el vibrar del cristal sucio de su ventana cuando arrancan los coches después de que el semáforo de la calle cambie a verde… Bea inspira profundamente y gira la cabeza. Su habitación está muy desordenada. Las estanterías están llenas de polvo, tiene un montón de ropa limpia por doblar desde hace dos semanas y su escritorio está repleto de apuntes mezclados, y eso no puede ser.
Si ahora un fotógrafo tuviera una cámara mágica y fotografiara su habitación, podría titularla: «Metáfora de la vida sentimental de Bea». Y es que el estado de su corazón, como su cuarto, es un caos.
«¿Cómo puedo sentirme feliz así?», se pregunta, plantada en medio del dormitorio y viendo el desbarajuste que hay en él.
En principio, que su cuarto esté desordenado y su cabeza esté hecha un lío por los chicos no tendría por qué guardar una relación directa, pero como por algún sitio hay que empezar a resolver cosas, decide ponerse manos a la obra.
«Ha llegado el momento de ordenar todo esto», se dice mientras pone un CD con música tranquila en la minicadena. Su método de limpieza va de menos a más. Empieza recogiendo lo más superficial. Un calcetín por aquí, un cojín en el suelo, y vaciando la papelera. Después se adentra en el fantástico mundo de sacarles el polvo a las estanterías. A continuación ordena sus apuntes y limpia el escritorio. «¿Cómo puedo llevar tantos días así?», se pregunta, al tiempo que barre la habitación y saca de debajo de la cama un amasijo de pelos y polvo del tamaño de una pelota de tenis.
En menos de dos horas ha dejado la habitación más limpia que las de los hoteles de cinco estrellas. Después de ponerse al día con su cueva, Bea se siente mucho mejor. De todas maneras, falta algo. Sí, ha ordenado su habitación. Pero queda lo más importante. «Ahora voy a ordenar el resto», se dice, conectando el ordenador.
El primer objetivo es Pablo. Con él vivió un amor increíble, pero eso fue en el pasado. Bea quiere ponerle el punto final a esta historia que, según ella, no la lleva a ninguna parte. Su ex es un chico maravilloso que seguramente la quiera con toda su alma, pero por desgracia no la hace ni volar, ni soñar, ni sonrojarse cuando le lanza algún piropo. En pocas palabras, ya no está enamorada de él.
La chica prende una vela, la coloca en un pequeño cuenco de cristal encima de su escritorio, abre su correo electrónico y escribe un mensaje:
Hola, Pablo:
La verdad es que no sé muy bien cómo empezar este correo. Últimamente he pensando mucho en nosotros. Has estado a mi lado para alegrarme en todo momento, y además pienso que tienes una imaginación increíble que no me deja de sorprender.
Eres una persona fantástica, y quiero que sepas que una parte de ti vive y vivirá para siempre en mi corazón. Supongo que ahora estarás pensando algo así como: «Qué mal rollo. ¿Qué me quiere decir ésta con todo esto?».
Que sepas que me ha costado mucho tomar la decisión. Y si lo escribo en un e-mail no es porque ya no quiera verte nunca más ni nada de eso. Si lo escribo es porque si te tuviera delante sería incapaz de contarte todo lo que siento como lo estoy haciendo ahora. Fíjate, ahora mismo estoy llorando como una boba.
Lo que te quiero decir es que te quiero mucho, pero creo que lo nuestro… Lo nuestro no puede continuar. El otro día, en la terraza del Piccolino me di cuenta de que estamos en momentos distintos. Tú te comportaste como si fueras mi novio, y no me gustó. No te ofendas, pero ahora mismo necesito centrarme en mi vida. La separación de mis padres me ha marcado profundamente. No es que ya no sea la misma Bea romántica de siempre, pero… No sé, Pablo, lo siento. Siempre estarás dentro de mi corazón y, pase lo que pase, te prometo que jamás dejaré de quererte, pero no puedo estar contigo.
Para mí no es fácil.
Un abrazo,
B.
La chica le da al botón de enviar y mira la vela blanca. A continuación pone otra velita, ésta de color verde, en otro cuenco de cristal, y la enciende.
«Ésta va por ti, Miguel».
Sentada delante del ordenador, empieza a escribir otro correo electrónico:
¡Hola, Miguel!
¿Cómo estás?
Bueno, el motivo por el que te escribo este mensaje es que quería decirte una cosa. El otro día, cuando estuve en tu casa, me lo pasé genial. Pienso sinceramente que conectamos muchísimo hablando y ¡eres un gran amigo!
Cuando me quedé frita en tu cama, agradecí un montón que no me despertaras y me dejaras dormir allí. ¡Mi familia ni se enteró! Cuando estoy contigo me olvido de mis problemas, ¿sabes? Recuerdo que esa noche, cuando salí de entrenar del gimnasio, pensé: «¡Qué guay, ir a casa de Miguel!», y en tu casa me daban igual la web y el insti. ¡¡Tienes una capacidad enorme para hacerme sentir a gusto!!
Pero entonces pasó. Me quedé dormida y tú… bueno… pues me besaste.
Fue muy tierno, no quiero que me malinterpretes. Pero creo que en ese momento rompimos una frontera que yo no sé si quiero traspasar. Sé que estás muy pendiente de mí, y el otro día en la cama entendí que, a lo mejor, lo que yo comprendí por amistad tú lo confundías con otra cosa. Y me siento extraña por esto. Me entiendes, ¿no?
Quiero que sepas que te quiero mucho y deseo continuar siendo tu amiga. Espero que no te tomes a mal lo que te estoy diciendo. De alguna manera lo digo de corazón.
P. D. ¡Me muero de ganas de ver la página web!
Bea envía el mensaje y suspira. Siente que enviando esos correos no sólo ha sido honesta con los chicos sino que también se ha sincerado consigo misma. Si los dos e-mails anteriores han sido algo duros, el siguiente tiene otro cariz. La chica prende una última velita, esta vez de color rojo. Una vela por cada chico que le ha demostrado amor estas semanas.
El tercer mensaje, por WhatsApp, es para Toni:
Cenicienta
En línea
Me besaste en la biblioteca y desde entonces… no puedo parar de sonreír :-)
Me vuelves loca.
Los mensajes bomba no tienen por qué ser muy largos; de hecho, suelen ser más bien cortos, concisos e impactantes. Justo como una bomba al estallar. La chica no se corta y lo envía. Ahora sí puede respirar aliviada.
Pablo no ha tardado ni un segundo en contestar. Su e-mail también es corto:
¿Nos vemos ahora?
Bea resopla. Si le ha mandado un correo es precisamente porque no quiere verlo. Pero Pablo no se conforma, quiere una explicación más clara. La chica coge el teléfono y le envía un mensaje para que reciba su respuesta al instante.
Cenicienta
En línea
En media hora estaré en el parque.
Inmediatamente, Pablo le responde con un «Ok».
Miguel tampoco se demora en su respuesta.
Hola, Bea:
Me ha gustado mucho leer tu e-mail. Cuando saliste de casa te noté un poco rara… y pensé que estarías enfadada conmigo.
Tienes toda la razón en lo que cuentas. La única diferencia es que yo no me siento confundido. Sé lo que siento, y sé que me gustas desde el día en que te conocí.
Pero por otro lado, también entiendo que si no ha pasado nada más (y entiendo que no pasará nada más) es porque yo busco algo en ti que tú no ves en mí, ¿verdad?
Quiero aprovechar para decirte que llevo un año enamorado de ti. Que el día en que fuimos al cine me hiciste superfeliz. ¡Hacer el trabajo del insti contigo para mí ha sido increíble!
Ahora te leo e intento entenderte. No me resulta fácil ponerme en tu piel. Yo no soy un chico que tenga mucho éxito con las chicas, eso es evidente, ni tampoco he tenido muchas amigas como tú.
Lo que quiero decirte es que no quiero perderte como amiga. Es verdad que me gustaría tenerte como novia, pero si no puede ser… ¡prefiero no perderte!
Y lo dicho… Cuando quieras, te enseño la web. ¡Ha quedado muy chula!
¡Un beso con cariño!
Miguel
Bea lee el mensaje y decide no contestarlo. El siguiente paso será ver a Miguel y darle un buen abrazo, porque su comprensión se lo merece. La chica mira el reloj y se prepara para la cita con Pablo. Mientras se maquilla, le llega otra respuesta:
Toni
En línea
Tú me vuelves más que loco. A las siete salgo del insti. ¿Quedamos?
Cenicienta
En línea
Estaré en el bar de enfrente esperándote ;)
Más tarde, en el parque
Pablo y Bea llegan al parque a la vez. Sus caras no reflejan la alegría habitual cuando se ven. Pablo lleva el mono de trabajo.
—No tengo mucho tiempo —se excusa él, a quien aún le quedan unas horas de jornada laboral. Bea calla. El chico, con las manos en los bolsillos, suspira—. ¿No tienes nada más que contarme? Creo que me merezco la verdad.
Una leve brisa de viento pasa entre la pareja. Bea debe contestar a esta dura pregunta.
—Sí, lo siento. Lo siento, Pablo. Siento haberte dicho lo que sentía por e-mail y no a la cara, pero es que, frente a frente, no sabía si iba a ser capaz —reconoce la chica con tristeza—. Supongo que el otro día te diste cuenta de que… me gusta mi tutor.
—Me lo imaginaba, pero no quería creerlo. Necesitaba oírlo de tu boca —contesta el chico, a quien las primeras lágrimas le ruedan por las mejillas—. Gracias por decirme la verdad. Y nos vemos pronto, ¿vale?
Bea asiente. Él le ofrece la mano, y ella le responde con un abrazo que él acepta, estrechándola contra sí con fuerza. Sus cuerpos cierran lo que en su día empezaron con la misma acción, pero esta vez el sentimiento es de tristeza. Sin embargo, y como le pasó con Sergio, Bea sabe que está haciendo lo correcto, y eso alivia algo el dolor que siente.
El chico se suelta lentamente.
—Tengo que volver al trabajo.
Bea asiente entre lágrimas, Pablo le acaricia la mejilla un segundo antes de irse y dejarla sola en el parque. La chica se sienta en un banco. No ha ido al gimnasio ni ha salido a correr diez kilómetros pero, emocionalmente, está agotada.
Observa a los niños que juegan alegres y a la gente que pasea. A lo lejos ve una figura que le resulta familiar. No tarda mucho en reconocer a Miguel. Probablemente se dirija a casa. De manera instintiva, lo llama. Él la saluda con la mano, esboza una sonrisa y se acerca a ella.
—¿Cómo estás? —pregunta Bea.
—Bueno… Te he enviado un e-mail. ¿Lo has leído?
—Sí.
—No te preocupes, que se me pasará.
La chica sonríe.
—Muchas gracias —dice—, eres un verdadero amigo.
—Ya. —Él sonríe resignado.
—No sé… Si te apetece… podríamos ir un día de esta semana al cine —propone Bea, que desea más que nada en el mundo recuperar la amistad del chico, volver a sentirse cómoda a su lado y que todo sea como antes.
—¿Sí? ¿Tú crees que estaría bien?
—¡Sería lo mejor! Me encanta ir contigo al cine, de verdad.
—Pero no como una cita…, ¿verdad?
—No, como amigos.
—Hecho —accede el chico—. Aunque a nadie le hace daño que yo me imagine que es una cita.
—Miguel… —se ríe Bea.
—Como amigos, una cita como amigos… ¡Malpensada! A ver si va a resultar que te lo tienes un poco creído…
Bea y Miguel se miran, se sonríen y se abrazan. Se tienen mucho cariño y quieren que su amistad salga reforzada de este bache. Bea se siente muy feliz por haber recuperado a alguien tan importante: su mejor amigo.
Siete de la tarde, en el bar frente al insti
Cuando Bea llega, Toni ya la está esperando delante del bar. A la chica se le iluminan los ojos en cuanto lo ve. No se atreven a darse un beso, ni siquiera en la mejilla. Están delante del centro y, además, aún deben hablar. Los dos saben que van a tener que hablar de muchas cosas; sobre todo, de cómo llevar la relación. Deben tener mucho cuidado para que la gente no descubra su historia de amor y empiecen las habladurías. Les será difícil: cualquiera que preste atención se dará cuenta de lo enamoradísimos que están el uno de la otra. No hay más que fijarse en cómo se miran.
—¿Damos una vuelta? —pregunta Toni.
Al rato de andar callejeando sin rumbo, Bea, tentativa, se atreve a cogerle la mano. Él aprieta con fuerza la suya.
—Éste es tu último año —dice él.
—Sí.
—Así que sólo es cuestión de unos meses.
—¿Unos meses para qué? —pregunta ella.
—Para que dejes el instituto y no tengamos que esconder lo nuestro. Soy tu profesor, ¿recuerdas?
Bea se detiene y lo mira.
—Acompáñame.
Se le ha ocurrido una idea loca pero genial. Tira de su mano, y lo arrastra unas calles más allá hasta un edificio. El portal 101.
—¿Dónde estamos? —pregunta Toni con curiosidad.
—No preguntes y entra.
Dicho esto, echa las caderas para hacia y se pega a él, que reacciona dándole un beso apasionado. La pareja se une en un amor loco, un amor que para muchos es prohibido, pero que para Bea y Toni se traduce en una explosión de besos, caricias, deseo, placer y… mucha felicidad.
Más tarde
Bea llega a su casa después de una tarde larga y apasionante. Cuando entra en su habitación y la ve tan ordenada, recuerda cómo empezó todo. «Misión cumplida», piensa, dejando el bolso en el suelo y echándose en la cama contenta y feliz.
Ha resuelto todas sus preocupaciones. Por fin ha cerrado su historia con Pablo, ha aclarado la situación con Miguel y… ¡ha conseguido el amor de Toni! El mero hecho de pensar en él hace que en sus labios se dibuje una sonrisa.
Acostada en su cama, aún puede sentir su olor en la ropa. La chica se abraza a sí misma, complacida. Hacía tiempo que no se sentía tan bien, tan a gusto, tan en paz. Se queda dormida encima de la colcha, sin percatarse de que, en su escritorio, sólo permanece prendida una vela: la roja. La que ha encendido para Toni continúa alumbrando tenuemente la habitación. Es una luz cálida, la luz que necesitaba Bea para continuar su camino y hacer realidad sus sueños.