Yo, yo no me doy por vencido,
yo quiero un mundo contigo.
Juro que vale la pena esperar, y esperar un suspiro,
una señal del destino,
no me canso, no me rindo, no me doy por vencido.
LUIS FONSI
Martes por la mañana
Son las ocho menos diez de la mañana y Marcos está esperando a Estela en la puerta del instituto. Después de lo sucedido ayer, su corazón vuelve a latir enamorado. Saca su libreta y apunta unas frases, inspirado en lo vivido ayer, cuando improvisó unos versos para ella en la terraza. Tiene la idea de componer una canción que refleje la inquietud que se siente cuando se espera la respuesta de otra persona.
Concentrado, escribe:
Salías de tus clases, quedamos en el parque,
tú estabas triste y te agarré la mano.
Me reflejaba en tus lágrimas, tú ya no me mirabas
cuando me decías que ya no me querías.
Y me perdí en las entrañas de una ciudad gris
buscando un mapa del tesoro para llegar a ti.
¡Dime que sí!
El chico deja la mirada perdida, buscando más versos. Lo que acaba de escribir no es lo que ha vivido con Estela en realidad, pero le servirá para reflejar lo que quiere expresar en su nuevo tema.
—¿Pensando en los pajaritos? —le dice la chica, que lo sorprende abrazándolo por detrás.
—Buenos días. ¿Cómo has dormido?
—Genial. Estoy feliz gracias a ti. —Estela le da un cariñoso beso de buenos días—. ¿Vamos?
—No, espera un momento. —Marcos la coge de la mano y ella se sonroja—. Se me ocurre algo mejor… Si eres capaz de saltarte la primera clase, claro…
Estela lo mira de soslayo con una sonrisa.
—¿Tienes una sorpresa preparada para mí?
—Bueno, más o menos —le contesta él—. No sé cómo saldrá, pero quiero intentarlo. He tenido una idea.
Ahora la sorprendida es ella, que sigue al chico dos calles más allá del instituto.
—Es aquí —dice él, y se detiene delante de un banco.
—¿Aquí? —pregunta ella extrañada.
—Sí. —Marcos comprueba la hora. El banco abre a las ocho y cuarto. Dentro de quince minutos.
Estela sacude la cabeza.
—Marcos, no entiendo nada… ¿Qué hacemos aquí?
Justo entonces, el chico se pone firme ante la visión de un hombre trajeado que se acerca, dispuesto a entrar en la oficina.
—Buenos días, Florencio —lo saluda el muchacho.
—¡Hombre, Marcos! ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en clase?
Estela está descolocada. Si mal no recuerda, Florencio es el «amigo» de la madre de Marcos, y a éste no le caía nada bien.
—El profesor está enfermo —miente el chico—. La cuestión es que queríamos hablar contigo de una cosa.
—¿Pasa algo? —Florencio muestra curiosidad.
—Tenemos un problema, y he pensado que nos podrías ayudar. —Marcos toma aire—. Verás, ella es mi novia Estela. —Florencio aprovecha para presentarse amablemente a la chica y le da un par de besos—. Resulta que estamos recaudando fondos para el viaje de fin de curso y hemos estado vendiendo entradas para una fiesta, pero hemos perdido el dinero, y nos preguntábamos si…
—Un momento, un momento —interrumpe Florencio—. ¿Lo habéis perdido? ¿Qué ha pasado?
—Me lo han robado —dice Marcos, ante la mirada sorprendida de Estela.
—¿Te lo han robado? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Has ido a la policía? —El hombre se muestra preocupado.
—Bueno… En el parque… Ya sabes… había mucha gente… —Marcos intenta excusarse, pero está claro que miente. Incluso se ha sonrojado.
—Fui yo —declara Estela.
—¿Cómo? —Florencio no entiende nada.
—Yo era la encargada de vender las entradas y, como en mi casa no vamos nada bien de dinero, le di el dinero a mi madre.
—Y ahora le debemos el dinero al instituto —termina Marcos por ella, ya del todo sincero—. Y como tú trabajas en un banco, me preguntaba si nos dejarías pedir un crédito para pagarlo.
Florencio observa a la pareja y suspira hondo. Entiende que Marcos ha recurrido a él porque no sabía a quién hacerlo. Pero el pobre chico no sabe que, en los tiempos que corren, es muy difícil pedirle un crédito al banco. Aunque se trate de un importe muy pequeño para tratarse de un crédito, los chicos no tienen ingresos.
—¿Lo sabe tu madre? —pregunta el hombre, mirando a Estela.
—Sí que lo sabe, pero si hice eso fue porque ella no tiene el dinero. Mi profesor me ha cubierto, y ahora se lo debo a él.
—Y yo pensaba que, como trabajabas en un banco…, pues… —se justifica Marcos.
Florencio mira a uno y a otra, y piensa unos instantes. Es un buen hombre y, siempre que puede, está dispuesto a ayudar a los demás.
—Yo estoy buscando un trabajo para poder pagarlo —comenta Estela.
—Y yo canto en la calle para ayudarla —le sigue Marcos.
—Está bien, está bien —sonríe el hombre, y le pone al chico una mano en el hombro—. Debéis saber una cosa: el que yo trabaje en un banco no quiere decir que pueda conseguir que os den un crédito. Como sois menores, vuestros padres deberían avalaros. Pero… podemos hacer otra cosa. —Florencio saca una tarjeta de crédito de su cartera y la introduce en el cajero. Tras introducir su pin, insta a Marcos a marcar el importe—. El crédito os lo doy yo a título personal, y con intereses.
—¿Intereses? —pregunta Marcos.
—Sí. Los intereses… Mi interés es que hayáis aprendido la lección. ¿Lo podréis pagar? —responde el hombre, entregándole el dinero.
Marcos lo coge y le sonríe.
—En el fondo, no eres un tipo tan malo como pensaba —dice.
—Ni tú un chiquillo rebelde que no sabe dar la cara —le responde Florencio con gesto cómplice.
El chico lo mira fijamente y a continuación le ofrece la mano.
—Siento si he estado borde en casa. Supe que eras un buen hombre para mi madre desde el primer día. Pero es que resulta muy duro ver que le ha encontrado un sustituto a mi padre…
—Nadie sustituye a nadie, Marcos. Pero te entiendo, y espero que no me estés diciendo esto porque ahora os acabo de hacer un favor. Lo habría hecho igualmente. Sé lo que es pasar apuros económicos: trabajo en un banco, ¿sabes?
Estela le agradece su amabilidad con un abrazo, y la pareja se marcha, cogidos de la mano. Estela saldará las cuentas con Toni.
Los dos se sienten muy agradecidos a Florencio. Sobre todo, Marcos: está aliviado porque ha confirmado que su madre está con alguien que merece la pena.
Antes de entrar en el instituto, la chica se detiene y mira a su novio.
—Gracias —dice.
—Tú en mi lugar habrías hecho lo mismo —le contesta él.
—Te pienso pagar con intereses. —Estela le guiña el ojo.
Más tarde, en la plaza de la Libertad
Silvia, sentada como siempre a su mesa favorita del bar de la plaza, espera a que su príncipe salga de la academia de pintura donde da clase. No se han visto desde la última vez que él la pintó. La RPU le fue muy bien. Si algo le dejaron claro las Princess es que la primera vez que lo haces con alguien debe haber amor, y ella está locamente enamorada de Sergio, y está segura de que él la quiere. Coge el móvil y surfea por «Favoritos» mientras espera, entra en el blog de Blancanieves y se le ocurre una idea. Pero antes de llevarla a cabo, tiene que hacer una consulta.
Yasmin
En línea
Guapa, estás?
Blancanieves
En línea
¿qué pasa?
Yasmin
En línea
Necesito que me hagas un favor.
Blancanieves
En línea
¿?
Yasmin
En línea
Me dejas escribir un post en tu blog?
Blancanieves
En línea
¡Pues claro! Sabes que el blog de Blancanieves es de todas.
Yasmin
En línea
Yupi! Gracias. Un beso
Blancanieves
En línea
Mua.
Silvia cierra el WhatsApp y comprueba la hora. «Sí, todavía faltan veinte minutos para que salga». Saca una libreta y un boli de la mochila, y empieza a escribir.
Nueva entrada:
Amor de gato
Sé que suena muy mal si digo que me siento como una gata en celo, pero es así. Tengo muchas ganas de estar con mi chico, pero a la vez tengo mucho miedo. Envidio a los animales que no piensan en esas cosas y se dejan llevar por el instinto, pero también me dan pena porque parece que no aman como nosotros. ¿O quizá sí? A lo mejor, los que les damos pena a ellos somos nosotros. Yo de pequeñita tenía un gato. Se llamaba Byakko, que significa «tigre blanco» en japonés. Yo lo quería y él me quería. La relación era muy fácil. No nos planteábamos tantas cosas, ni yo me comía tanto la cabeza para gustarle. Un día leí un poema que Alejandro Jodorowsky escribió cuando se murió su gato, y que decía lo siguiente:
¿Qué te enseñaba tu gato?
Él era lo que él era
y no lo que yo quería que él fuera.
Me enseñó la fidelidad a mí mismo.
Y eso es exactamente lo que me gustaría que fuera el amor: que el otro te acepte tal y como eres. Me gustaría lanzarme a tus brazos. Me gustaría seguir queriéndote eternamente, y me encantaría hacer el amor contigo. Pero ¿cómo sabré cuándo es el momento perfecto? Tengo ganas de besarte, de amarte, de abrazarte y de acariciarte. Tengo ganas de sentirte del todo, y tengo ganas de ti. Pero me da terror decepcionarte. Me da terror que dejes de quererme, me da pánico perderte. Y también pienso que, si no lo hago, te perderé igual.
A lo mejor ésta no es la mejor forma de decir las cosas, pero ahora mismo me ha parecido la más fácil. El blog de Blancanieves es el blog de todas las Princess, y estoy segura de que más de una princesa se encuentra en la misma situación que yo.
Te quiero y quiero que me quieras.
Como yo quería a mi gato.
Como mi gato me quería a mí.
Sin pretender que dejara de ser yo misma.
Nos queríamos incondicionalmente.
Éramos fieles.
A nosotros mismos.
Tú marcaste nuestro amor en un billete. Le diste un valor infinito, y eso no tiene precio.
Un billete de diez euros con «SS» escrito dentro de un corazón. Si alguien lo encuentra, que sepa que ese billete vale mucho más que diez euros. En realidad, no tiene precio.
Firmado
Yasmin
«¡Buff! ¡Me ha salido de golpe! Sin pensarlo. A saco. Si me doy prisa, me da tiempo a colgarlo antes de que salga Sergio», piensa.
Más tarde, en casa de los Castro
Es casi la hora de cenar, y Ana no puede evitar canturrear mientras pone la mesa. Está tan contenta que no puede dejar de sonreír. Mientras coloca los platos y corta el pan, su padre la mira con desconfianza y le susurra a su madre:
—Rita, ¿sabes qué le pasa a la niña, que está tan contenta?
—Ni idea, pero déjala. Mejor que ría que no que llore, ¿verdad?
—No sé. Lleva muchos días sin decir ni mu, y mírala. Es extraño.
—¿En qué estás pensando, Paco? —pregunta Rita, que conoce a su marido y sabe por dónde van los tiros.
—¿No habrá vuelto con…, cómo se llamaba, David? —murmura él.
Ana, que lleva todo el rato oyéndolos cuchichear, se imagina que están hablando de ella, y decide anticiparse y sorprenderlos.
—Tengo algo importante que deciros.
—¿Has vuelto con el chico? —le suelta el padre a bocajarro, muy impaciente.
—No. Para nada. Es otra cosa —miente la Princess.
—Entonces, ¿de qué se trata? —pregunta Rita preocupada, y se sienta a la mesa.
—Ya he decidido lo que quiero estudiar y a qué universidad ir —dice la chica con firmeza.
Ana ha conseguido que sus padres le presten toda su atención: ahora escuchan lo que ella cuenta, sin perder detalle.
—Sabéis que siempre he sido muy buena estudiante, he sacado buenas notas y estoy convencida de que no tendré problemas para escoger ni universidad ni carrera. Mi sueño es ser escritora, pero no hay ninguna carrera en la que te enseñen a hacerlo. Lo más parecido es la filología. He pensado que lo más inteligente sería estudiar otro idioma y, teniendo en cuenta los tiempos que corren, el inglés es fundamental. Así que filología inglesa sería una buena opción. Podría dar clases, hacer traducciones, y escribir… Hay muchas salidas. Y en todos lados exigen un buen nivel de inglés.
—Me parece muy bien, hija. ¿Verdad, Paco?
—Sí —responde éste, que mira orgulloso a su hija. ¡Por fin su pequeña se ha centrado en lo que realmente importa!—, y por el dinero no te preocupes. Por suerte no nos falta, eres hija única y podemos pagarte la universidad que consideremos oportuna.
Ana respira hondo, los mira, sonríe y dice:
—Tengo una propuesta, a ver qué os parece. Mi idea sería entrar en una universidad inglesa. —La chica advierte las caras alarmadas de sus padres—. Sí, son más caras, y también habría gastos de estancia, pero he mirado algunas becas y, con mis notas, lo podría intentar. ¿Cómo lo veis? Quería hablarlo con vosotros antes de empezar todo el papeleo.
Los padres se miran, dubitativos. Por un lado, se sienten muy orgullosos de ella, porque demuestra que tiene muy presente su futuro y le importa su formación. Pero eso es algo que no se puede decidir de buenas a primeras en un minuto, sin pensar. Lo tienen que discutir a solas.
—Hija, ¿nos dejas a tu padre y a mí comentarlo un momento?
—Sí, claro —dice Ana—. Me voy a mi cuarto. Avisadme cuando la cena esté lista.
La chica sale del comedor y se queda escuchando detrás de la puerta. No es la primera vez que lo hace, y nunca la han pillado. La primera en hablar es Rita, que teme que su marido se oponga a los deseos de su hija, como de costumbre.
—Paco, antes de negarte en banda, piénsalo bien: podría ser una buena oportunidad para la niña.
—Pero ¡qué dices, Rita! ¡Si me parece genial! ¿No te das cuenta? Así la tendríamos controlada y separada del chico ese de las narices. Seguro que se lo quitaría de la cabeza.
—Eso no lo había pensado —dice la madre—. Es otra forma de verlo.
—Pues todos contentos. Llama a la niña y que empiece a buscar universidad.
Detrás de la puerta, Ana llora de emoción. Se siente fuerte y valiente, y sus padres han caído en la trampa como dos inocentes. Es una pena que no pueda confiar en ellos y decirles la verdad, pero si ésta es la única forma que tiene de ser libre y feliz, no la va a desaprovechar. Se aleja corriendo de puntillas y se encierra en el lavabo para mandarle un SMS a David:
Misión cumplida. Te quiero.
Más tarde, en casa de Silvia
Silvia, encerrada en su habitación, piensa que si no le dice nada a Sergio, éste no va a leer su entrada. Es un blog muy visitado, sobre todo por chicas, y su novio se ha pasado toda la tarde con ella y no hace ni una hora que se han separado. Si quiere que su chico entre en el blog, se lo tendrá que decir. Entra en Facebook para comprobar si está conectado.
Silvia: Hola?
Sergio: Hey! Qué pasa, no puedes vivir sin mí? Jaja
Silvia: Jajaja
Silvia: No. Que te quería decir una cosa.
Sergio: Ha pasado algo?
Silvia: Sólo que tengo una sorpresa para ti
Sergio: Hummmm… De qué se trata?
Silvia: Puedes entrar en el blog de Blancanieves?
Sergio: Sí, espera.
Silvia: No. Te dejo. Léelo y luego me llamas Ok?
Sergio: Ok.
Silvia cierra la pantalla de su portátil con unos nervios increíbles. Tiene tantas dudas que ahora no sabe si la sorpresa le va a gustar. Hacer las cosas sin pensar es tan poco propio de ella que está un pelín arrepentida.
«¿Y si no le gusta? ¿Y si no me entiende? ¿Y si piensa que soy tonta?».
Se tumba en la cama, se agarra a su cojín de corazón y espera…
«Leer ese post no le puede llevar a Sergio más de dos minutos», se dice.
La angustia aumenta. Diez minutos más tarde, su móvil sigue mudo, y el chat de Facebook, sin mensajes.
«¿No lo habrá leído aún o no le habrá gustado? Tranquila, Silvia, sólo han pasado diez minutos».
Dos horas más tarde, la cosa empieza a ser preocupante de verdad. Silvia ya ha cenado, se ha metido en la cama y no se atreve ni siquiera a mandar un WhatsApp a su chico. Cierra los ojos llorosa, pensando que tal vez haya perdido a su amor para siempre. A lo mejor ha entendido mal la metáfora del gato. Igual Sergio es alérgico a los gatos.