Capítulo 34

Mil calles llevan hacia ti

y no sé cuál he de seguir.

No tengo tiempo que perder

y ya se va el último tren.

Quizá mostrándote una flor,

o hacer que pierdas el timón,

poner tu nombre en la pared

o amarte en cada atardecer.

LA GUARDIA

Lunes por la tarde

Estela ha salido de casa con las pilas supercargadas. Se ha vestido muy elegante, para lo que es ella. Parece la secretaria de dirección de una multinacional, con zapatos de medio tacón negro, medias y falda gris. Se ha quitado todos los piercings. En la parte de arriba lleva un jersey de cuello de pico de rombos granate y una blusa blanca debajo, y su mejor chaqueta, una de terciopelo marrón que le regaló su madre. Se ha hecho una coleta y se ha puesto clips para aguantar el pelo que aún no le llega, y para resaltar su belleza se ha maquillado con una base que tapa las imperfecciones en la piel y colorete rosa para marcar bien los pómulos. En una pequeña cartera de cuero negro tiene diez currículos impresos con su fotografía y su escasa experiencia profesional.

Ha decidido solucionar el problema del dinero. Hoy no parará hasta encontrar un trabajo de camarera o de dependienta. Cuando sale a la calle, nota como su manera de andar es diferente a la del resto de los días. La ropa le da una presencia que ensalza su autoestima y, por tanto, su brío para resolver el desaguisado.

Su destino es el centro de la ciudad. Allí hay un montón de tiendas. También pasará por el Club. Si pudiera trabajar allí, sería la bomba. Le pagarían por estar en uno de los sitios que más le gusta. Además, escucharía su música preferida y, cómo no, conocería a gente de todo tipo. En cuanto piensa en ello, un gusanito le recorre el estómago.

De camino al local, entra en una tienda de ropa de esas modernas que huelen a perfume y donde la música está puesta a tope. La encargada acepta su currículum con amabilidad y le comunica que ahora mismo no hay vacantes, pero que la llamarán si se abre otro proceso de selección. Estela se marcha contenta de la tienda. Lo está intentando, se está esforzando, y eso tiene que dar sus frutos. Imagina que le dice a su madre que ya tiene trabajo, a Toni orgulloso de ella por devolver el dinero, y a Marcos dándole una segunda oportunidad.

En las siguientes dos horas ha visitado un montón de tiendas, aunque no en todas le han aceptado el currículum. El Club estaba cerrado. Sólo estaba abierta la churrería de al lado, pero Estela no se ve friendo patatas y haciendo hamburguesas para la gente borracha que sale de fiesta.

Hace rato que los zapatos le rozan los talones. Le duele, está cansada y empieza a perder la esperanza. No sólo porque no encuentra nada, sino porque lo que ella desea en realidad es ser actriz. No le importa ayudar a su madre con la limpieza, pero necesita hacer algo más si quiere devolver el dinero: tiendas, restaurantes, empresas de todo tipo… Cansada después de vagar por la ciudad toda la mañana, y sin más currículos que repartir, se sienta en un banco de un parque apartado del centro. Lo primero que hace es quitarse los zapatos y darse un pequeño masaje en los pies. Suspira cansada. En todos los sitios le han dicho que, de momento, no necesitaban a nadie, y que tal vez la llamen más adelante.

Estela cierra los ojos un instante para relajarse. Oye a la gente pasar y hablar, a las palomas levantar el vuelo. El aire le acaricia los pies. A Estela le gusta disfrutar de estos pequeños momentos, momentos en los que está a gusto limitándose a sentir lo que pasa a su alrededor como si fuera un árbol o, mejor aún, una flor.

Entonces, entre la muchedumbre, oye algo que le resulta familiar. Un hilo musical de una guitarra y una voz muy particular. La chica abre los ojos de golpe. «¿Marcos?», piensa, mientras lo busca con la mirada, sin éxito. A continuación se sube al banco y lo ve tocando la guitarra en un rincón del parque donde hay una pequeña terraza. Estela lo observa desde lejos, emocionada y paralizada al mismo tiempo. No creía, ni por asomo, que pudiera encontrárselo en este parque.

Es la primera vez que lo ve desde que discutieron y cortaron de mala manera. Estela decide quedarse en el banco escuchando la música. Marcos canta las canciones de su repertorio, y ella se deja llevar por los recuerdos de esas tardes de ensayos, de sus caricias, de su olor. Vuelve a cerrar los ojos y se sorprende canturreando bajito, siguiendo la voz de Marcos. «Cómo me gustaría cantar con él», piensa. Entonces, un pálpito en el pecho la levanta del banco. Es como si se hubiera tomado unas vitaminas, como si hubiera vuelto la Estela de siempre.

Segura de sí misma, se calza los zapatos y se dirige hacia el chico. Está decidida a recuperarlo o, por lo menos, a intentarlo, aunque no sepa exactamente cómo hacerlo ni esté segura de que le vaya a salir bien.

Un poco antes, en otro lugar de la ciudad

Silvia sale corriendo de su portal. Ana la espera.

—¡Toma las llaves!

—¿Estás segura? ¡No sé si me atrevo! —contesta la pequeña, nerviosa.

—Tú puedes, y lo vas a hacer. —Silvia pone las llaves en la mano de su amiga y la empuja por la espalda hasta el portal.

—¿Y si me dice que no? —pregunta la benjamina con voz temblorosa.

—Todo irá bien, no te preocupes. —Silvia le da un achuchón para infundirle ánimos, y dice—: La llave que tiene los agujeritos es la de casa, ¿vale?

Ana entra con paso lento en el portal y, cuando está llamando al ascensor, mira a su amiga, que está en la calle ofreciéndole una sonrisa de apoyo y le hace la señal de «Ok» con el pulgar.

¿Qué traman? Está claro, ¿no? Recuperar a David, que está encerrado estudiando en su habitación y no tiene ni idea de lo que le espera. Después de comer, ambas han estado chateando por Facebook, pensando en la manera en que la pareja podría reconciliarse. Entonces Silvia ha tenido la idea del millón: aprovechando que sus padres no están en casa, ella podría dejarle las llaves a Ana para que ésta se colara en el piso y darle una sorpresa a David.

A veces las ideas más locas son las que mejor funcionan, y en cuestiones de amor no hay leyes ni normas. Ya en el ascensor, el corazón de Ana retumba como una vieja locomotora. La chica se mira al espejo y se dice que lo más importante es ser sincera. Cuando el ascensor llega al rellano, Ana sale con sigilo y se dirige hacia la puerta de entrada. Le tiemblan las piernas. Mete la llave en el cerrojo y la hace girar. Todo transcurre a cámara lenta. Se oye un clic, y contiene la respiración al empujar la puerta.

El recibidor está algo oscuro, pero ella no enciende la luz. Conoce perfectamente el camino que lleva a la habitación de David. «¡Madre mía! ¡Lo que hay que hacer por amor!», piensa.

Mientras camina por el pasillo, baraja diferentes posibilidades acerca de cómo afrontar la situación una vez tenga al chico delante. Tiene carta libre para hacer lo que quiera. Puede entrar directamente en la habitación de David cogiéndolo in fraganti, o puede entrar en la habitación de Silvia y llamarlo desde ahí para que él crea que es su hermana. Con ambas lo sorprenderá, pero ninguna le satisface. La primera, porque tiene miedo de que David sienta que ella invade su espacio personal y que lo presiona, y la segunda porque, para ser justa, debería ser ella quien se acercase a él, y no al revés.

Está justo delante del cuarto del chico. Ana puede oírlo teclear en el ordenador. Pero lo que Ana no sabe es que David no está estudiando. En realidad está chateando con Marta, ajeno al hecho de que Ana se encuentra a pocos metros de él.

David: No sé cómo lo voy a hacer, pero lo voy a hacer.

Marta: ¡Me alegro mucho de que te hayas decidido! ¡Te deseo lo mejor!

David: ¿Algún consejo?

Marta: Sé sincero y enséñale el blog del juego de la oca. Seguro que le encanta.

David: No sé como agradecértelo. ;)

Marta: Con un gin-tonic bastará.

David: Sólo de pensarlo me pongo muy nervioso.

Marta: Tranquilízate, que todo saldrá bien.

David: ¿Debería llamarla?

Marta: Es una buena idea. ¡Ánimo!

David: Tengo el móvil en las manos. ¡LA ESTOY LLAMANDO!

En ese preciso instante, detrás de la puerta, Ana respira hondo, reuniendo el valor necesario para abrirla. Sólo espera que Estela tuviese razón cuando le dijo en la RPU que David aún la quería.

De pronto comienza a sonar su móvil. Ana aprieta el bolso con todas sus fuerzas contra el estómago para apagar el sonido y que David no lo oiga. Se aleja un par de pasos del cuarto del chico y, con una mano y sin sacar el aparato del bolso, intenta averiguar quién la llama. En la oscuridad del pasillo ve que… ¡es él!

El chico oye como suena un teléfono. Extrañado, se levanta de la silla, aún con el móvil en el oído. Justo en el momento en que él abre la puerta de su cuarto, Ana le da al botón de contestar y, al oír el ruido de la puerta, se vuelve hacia ella. Los dos se miran, impresionados, los teléfonos pegados a la oreja. Ninguno de los dos es capaz de colgar.

Un poco más tarde, en el parque

Estela se ha sentado a la última mesa de la terraza sin que Marcos la haya visto. Está apenas a unos quince metros de él, pero la tapa un grupo sentado unas mesas delante de ella. Ladea la cabeza para ver a Marcos tocar.

No ha tenido el valor suficiente para acercarse más y dejar que él la vea. Ha preferido escucharlo como antes, como cuando se conocieron y él tocaba en la calle y ella lo escuchó por primera vez, a escondidas.

Entonces, de manera inesperada, Marcos empieza a caminar despacio hacia la terraza. Estela tiene el corazón en un puño. Por lo general, el chico no se mueve de su sitio mientras canta, pero ahora se acerca, dando pasitos, hacia donde está ella.

La chica se encoge e intenta esconderse como si fuera una tortuguita para que él no la vea. «¡Ay, que me muero!», piensa. Si se levanta o hace cualquier movimiento, Marcos la verá. Estela está literalmente entre la espada y la pared. El chico acabará viéndola, y ella no tiene mucho tiempo para reaccionar. Entonces, movida por el romanticismo, abre su cartera. Marcos está cada vez más cerca. La chica intuye que no la ha reconocido con ese peinado y esa ropa, pero es inevitable que Marcos la reconozca en cuanto pase frente a su mesa.

Estela saca un papel en blanco de dentro de la cartera, destapa su pintalabios rojo y escribe en el papel. Cuando Marcos está apenas a tres metros, la chica levanta la vista y se encuentra con la mirada impactada de él, que deja de cantar aunque sigue tocando. Es entonces cuando ella levanta el papel en el que ha escrito a toda prisa, en el que el chico puede leer perfectamente, con letras mayúsculas y en rojo carmín:

DIME QUE SÍ

QUE QUIERES VOLVER CONMIGO

Él rasga la guitarra con más fuerza, pero la voz no le sale. Estela le sonríe, aunque no sabe cuál será la respuesta de Marcos. Éste cambia los acordes de la canción y empieza a cantar una melodía que Estela no conoce:

Dime que sí

y no faltarán flores en tu jardín.

Dime que sí

y te prometo una estrella con tu nombre,

una canción preciosa y una caricia sutil.

Espero que las margaritas se equivoquen,

el poso del café dibuje un corazón.

Si puede ser el mío, que busca tu oído

para decirte algo sencillamente bonito.

A lo mejor no lo sabes…, pero tú me das la vida.

Quizá ya lo sabes… que me inspiras.

Las cosas como son.

Marcos acaba de tocar, y algunas de las personas que se sientan a las mesas de la terraza lo aplauden. Sin embargo, el chico sigue plantado delante de Estela y la mira fijamente. Un niño de unos seis años, animado por su mamá, se acerca y le da un euro al músico. Marcos se arrodilla, toma la moneda y le acaricia la cabeza al chaval a modo de saludo.

Estela lo observa todo, y en ese instante se da cuenta de que Marcos es lo mejor que le ha pasado en la vida, y que puede que lo pierda por culpa de sus ínfulas de grandeza. Ella aguarda a que el chico se pronuncie, pero la espera se le hace eterna y decide romper el silencio.

—Bonita canción. ¿Es nueva?

—Más o menos —contesta él, acercándose a ella.

—¿Y cómo acaba?

—Aún no lo sé. Creo que mal, como todas las canciones de amor.

Estela se levanta. A juzgar por la cara que pone, él tampoco lo está pasando muy bien. El chico intenta verbalizar algo más, pero se le rompe la voz. Tiene ganas de llorar. Aunque le ha gustado, no sabe qué pretende Estela presentándose así y escribiéndole eso.

Una breve brisa acaricia a la pareja: a veces sobran las palabras cuando han pasado cosas que han herido al corazón. Dubitativa, Estela coge la mano del chico y la acaricia suavemente con el pulgar. Algo más tranquila al ver que él no le retira la mano, se acerca a él y lo abraza con firmeza.

—Marcos… —le susurra al oído—. Dime que sí.

El chico tarda en responder. Necesitaba tanto ese abrazo, necesitaba tanto volver a oler su cabello… El corazón le late con fuerza.

—Sí, claro que sí.

En casa de Silvia

A David casi le da un patatús cuando abre la puerta y se encuentra a Ana.

—Hola —dice, sin dejar de mirarla y hablando por el móvil.

—Hola —responde Ana con timidez—. ¿Qué querías?

—Hablar contigo. —David se queda un momento en silencio para que Ana responda, pero ella no dice nada—. ¿Y tú?

—Yo no te he llamado —se excusa ella.

—Lo sé, pero estás en mi casa —le contesta David, sonriendo.

Ana cuelga el teléfono. Ha llegado el momento de decir la verdad.

—David, yo… Te echo de menos. Sé que la he cagado, y probablemente merezca que me odies, pero yo… no puedo vivir sin ti. Te quiero. Y ya está, ahora tienes todo el derecho a pedirme que me vaya. Sólo quería disculparme y que escucharas lo que tenía que decirt…

David no la deja acabar la frase: ha silenciado las palabras de la chica con un beso.

En la terraza del centro

La reconciliación de Estela y Marcos está llena de besos y caricias. Ella le ha pedido perdón por todas las tonterías que ha hecho últimamente y por todo lo que él ha tenido que aguantar, y ha sido capaz de confesarle la verdad sobre el mal momento económico que están pasando en casa. Él la escucha y comprende el motivo que la llevó a hacer algo tan terrible como robar.

—Pero eso no es todo —suspira.

—¿Aún hay más?

—Sí, Marcos. Yo… —La chica no sabe por dónde empezar. Tiene miedo de que, ahora que lo ha recuperado, vuelva a perderlo de repente. Sabe que ésta es la prueba de fuego, el momento en que todo puede torcerse de nuevo. Pero está resuelta a contárselo, no quiere una segunda oportunidad basada en la mentira.

—Dime —contesta él mientras le acaricia la rodilla para tranquilizarla.

—Si queremos empezar de cero, sin secretos y confiando al cien por cien el uno en el otro, debes saber otra cosa. Sé que cuando te lo cuente es muy probable que no quieras seguir conmigo, y lo entenderé. Te juro que lo entenderé, pero debo decírtelo. No quiero que haya engaños entre nosotros —dice Estela con gesto grave. Marcos no sabe qué esperar: le impresiona la actitud tan seria de su chica. Temeroso de lo que ella vaya a revelarle, le retira la mano de la rodilla y se recuesta en la silla de metal—. Cuando cortamos estaba muy desesperada e hice cosas que no debía. Me sentía muy mal por todo y… y… necesitaba olvidar, y salí al Club, y allí estaba Félix. —Estela mira a su chico preocupada. Éste suspira, y nada más oír ese nombre da por hecho que se enrollaron—. ¡Lo siento! Qué tonta fui… Tú le das un millón de vueltas a ese tío, y yo soy idiota, pero en ese momento… ¡No sé!, necesitaba sentirme querida, ¿sabes? ¡Mierda, Marcos! ¡Lo siento! Pensaba que no volverías a querer saber nada de mí. —Estela se pone a llorar, el rímel se le corre y le deja ríos negros en sus mejillas.

A Marcos lo invade una tempestad de emociones. Es la primera vez que alguien que le importa le confiesa que se ha liado con otro, y siente un agujero en el estómago.

—Tú… ¿Tú lo quieres? —pregunta, casi sin aliento.

Estela niega con vehemencia. Se lanza de nuevo a los brazos de Marcos buscando consuelo. Él no rechaza el abrazo, pero tampoco lo corresponde. Sigue paralizado.

—Si quieres dejarme, lo entenderé. Ahora sí. Y no te culpo, todo es culpa mía —susurra Estela entre sollozos, abatida: ahora mismo, su relación está en manos de él.

—No… No te voy a dejar —contesta Marcos, serio—. No puedo juzgarte. Quizá yo en tu lugar habría hecho lo mismo.

Ambos permanecen en silencio sin soltarse del abrazo. El chico suspira un par de veces y le acaricia y huele el cabello. Estela también suspira, aliviada, y lo besa una y otra vez en la mejilla.

—¿Has encontrado trabajo? —pregunta él.

—Estoy en ello —responde ella, limpiándose las lágrimas con un pañuelo de papel.

El chico se aparta de ella y la mira. Estela tiembla.

«¿Y si acaba de cambiar de opinión? ¿Y si ahora me dice que lo siente, que pensaba que sí pero que no me lo puede perdonar, que se ha acabado? Sería el fin, no podría soportarlo».

—Esta tarde he ganado unos treinta euros en la calle, y aún queda una horita de sol. Si nos ponemos las pilas, igual podemos sacar el doble. Sesenta euros menos que tendrás que pagarle a Toni.

Estela no da crédito a lo que oye. Salta de alegría encima de él y lo abraza con más fuerza que antes. Esta vez el chico le corresponde con firmeza.

—Vamos a salir de ésta —le susurra al oído—. O sea, que ya te estás poniendo tus piercings otra vez y… ¡a cantar!

En la habitación de David

El beso que se ha dado la pareja en la puerta de la habitación del chico era sólo el preludio de los millones de besos y caricias que se han regalado después en la cama. Ana y David necesitaban volver a estar juntos, sentir el contacto de sus labios, redimirse de todo lo que han sufrido por estar separados. La reconciliación está siendo más ardiente de lo que esperaban y, además, no hay nadie en casa.

Aun así, Ana, antes de empezar nada, debe contarle a David algo sumamente importante.

—Para, para… —susurra resoplando de calor y deseo, mientras pone una mano encima del pecho del chico para que se detenga—. Quiero decirte algo.

—Lo sé —murmura David besándola de nuevo.

Ana se aparta.

—¿Qué sabes?

—Lo de Crespo —responde él, con la voz ronca y sin ninguna intención de detenerse.

—Yo… —Ana quiere disculparse, pero David vuelve a interrumpirla.

—No me importa, en serio —la tranquiliza, besándola en el cuello.

Ana coge la cara de su chico con ambas manos, y lo mira a los ojos, buscando la verdad en ellos. Sí, su mirada sólo refleja el amor que siente por ella, y Ana se entrega totalmente de nuevo a él con la alegría del reencuentro.

A veces la vida no es como un culebrón de la tele, en el que los celos acaban con todas las historias. La vida real es distinta, y las personas que están más cerca de nosotros, las que más nos quieren, siempre nos pueden sorprender. Y perdonar. El amor no es una ciencia: va más allá de los celos. Y no existe ninguna ley ni principio que lo regule. David echaba tanto de menos a Ana que no la habría dejado de querer ni aunque ella le hubiera dicho que había robado un banco.

Más tarde, en casa de Estela

La chica ha invitado a Marcos a comer algo después de cantar durante unos tres cuartos de hora en la terraza. Si le hubieran dicho que acabaría el día con él en su casa, no se lo habría creído.

Nada más llegar, Estela lo conduce a su habitación, donde se quitan la ropa a toda prisa (la dejan esparcida en el suelo del cuarto) y hacen el amor con mucha ternura. Al acabar, ella descansa la cabeza en el pecho de Marcos quien, con una mano, juega con su pelo.

—No sabes cuánto te necesitaba —le susurra él.

—Y yo, príncipe —le responde ella—. ¿Sabes lo que me apetece ahora?

—No.

—Ducharme contigo —le susurra traviesa, mientras le besa el pecho.

Marcos sonríe y, con una mano, retira la sábana que cubre ambos cuerpos desnudos. Estela se levanta y le ofrece a Marcos la camiseta extra grande con la que ella duerme, para que se tape. Cogidos de la mano y entre risitas ahogadas, recorren la distancia que hay entre el dormitorio y el baño. Una vez en éste, Estela conecta un pequeño calefactor y se pone delante de él, para que le dé el aire caliente. A través del reflejo del espejo mira al que es, de nuevo, su novio, que se acerca a ella por detrás y le sonríe. Luego la besa y entra en la ducha.

De pronto, Marcos da un grito y saca la cabeza por un hueco que hay entre la pared y la cortina del baño.

—¡El agua está muy fría!

Estela corre hacia la cocina para comprobar el calentador y vuelve corriendo al baño.

—¡No funciona!

—Pero ¿no me habías dicho que ya lo has pagado?

—¡Ya, pero no sé qué pasa! —Estela mira a su chico y se echa a reír. Marcos está tiritando y, cuando ha hablado, le han salido gallos del frío. Él se ríe también, y vuelve a abrir el agua.

—¡Ven aquí, valiente! ¿No dicen que el amor lo puede todo?

Estela, metiéndose en la ducha con él y empezando a dar pequeños saltitos en cuanto el agua helada toca su piel, se ríe, coge el gel y lo enjabona.

—¡Tú lo que quieres es matarme! —exclama Marcos.

—¡Lo siento! —se ríe la chica—. Pero ya verás como te acostumbras. ¡Yo ya llevo tres meses así!

Marcos se ríe con Estela, pero también piensa que lo que está pasando en esa casa no es para tomárselo a broma. Cuando salen de la ducha, el chico lo tiene clarísimo.

«Quiero ayudar a Estela. Quiero que ella y su familia estén bien».