Capítulo 32

Yo te quiero con limón y sal,

yo te quiero tal y como estás.

No hace falta cambiarte nada.

Yo te quiero si vienes o si vas,

si subes y bajas y no estás

seguro de lo que sientes.

JULIETA VENEGAS

Sábado noche

Por fin ha llegado el momento que las Princess han estado esperando con anhelo. El último curso del insti está siendo tan intenso que aún no habían tenido tiempo para ponerse al día.

Las Reuniones de Princess Urgentes han sido un elemento vital para su amistad. Lo que se dice en una RPU no sale de la RPU, y eso hace que estas reuniones tengan un tinte especial y secreto.

El nombre de las Princess salió precisamente en una de estas reuniones, cuando Estela hablaba de un chico que la había dejado colgada en una cita. Silvia hizo un comentario para consolarla:

—A una princesa nunca se la deja tirada.

A todas les gustó la metáfora tan delicada, amable y fortuita de Silvia. Y es que la chica entendía que ellas eran princesas en busca de su príncipe, pero no unas princesas que viven en la torre más alta de un castillo y esperan ver aparecer a su príncipe montado en un corcel blanco, sino unas princesas que saben decidir, que no son tontas, que saben cuidarse y desean a su lado a alguien que las comprenda y las quiera tal y como son. Románticas y fuertes a la vez.

Hoy han quedado en que la reunión se celebre en casa de Ana. Suelen hacerlas en la de Silvia, porque su habitación es más amplia y están más cómodas, pero los padres de Ana siguen siendo muy estrictos respecto a dejarla salir. Además, Ana ha cortado con el hermano de Silvia, David, y todas saben que mejor será evitar que haya algún encontronazo que pueda afectar la tranquilidad de la reunión.

Son más o menos las nueve y media, la hora en que deberían llegar las chicas. Hoy es un día especial, porque se van a quedar a dormir todas: será una «RPU pijama». Mientras media ciudad estará bailando en el Club y bebiendo en los bares, ellas disfrutarán de una noche entre amigas.

Ana ha convencido a sus padres para que instalen en su habitación dos colchones del cuarto de invitados. Y ha sacado el somier de su cama, de manera que toda la habitación es un gran colchón. También ha puesto unas cuantas velas y algo de incienso para crear un ambiente cálido.

Las primeras que llaman al timbre son Silvia y Bea, que han ido juntas. Estela siempre llega con retraso. Cuando Ana abre la puerta, les hace un gesto con el dedo índice en los labios para que guarden silencio. Las chicas siguen a Ana por el pasillo.

—Mis padres están viendo la tele y me han dicho que no los molestemos —susurra la anfitriona mientras las conduce a su habitación—. Será mejor que os quitéis los zapatos antes de entrar en mi cuarto.

Silvia y Bea le hacen caso, aunque no entienden muy bien esa orden. Cuando ven su habitación repleta de cojines y colchones, salen de dudas. Bea tira a Silvia en un colchón y después se deja caer sobre ella. Silvia le responde golpeándola con un cojín.

—¡Chicas, chicas! —dice Ana, que detiene la guerra de almohadas—. ¡Mis padres nos pueden oír!

Entre risas, Silvia y Bea hacen caso a su amiga; saben que los padres de Ana son intransigentes, y a la mínima les pueden cortar el rollo.

—Lo siento… Ya sabéis cómo son —se disculpa la benjamina.

—No te preocupes —contesta Bea para animarla. Mientras extrae su pijama de la mochila, pregunta—: ¿Sabéis dónde está Estela?

Ana niega con la cabeza, y Silvia se queda pensando hasta que finalmente dice:

—Supongo que hoy sabremos toda la verdad sobre el dinero de la fiesta. ¿Tenéis idea de por qué lo hizo? —Silvia mira a sus amigas. Ana se encoge de hombros y Bea no tarda mucho en reaccionar.

—Escuchad una cosa. Sé que lo que voy a decir puede ser algo difícil de entender, pero os pido que hoy no saquemos este asunto en la RPU, a menos que sea Estela quien quiera hablar de ello.

Silvia y Ana la escuchan con atención, porque Bea no suele ponerse tan seria nunca.

—Entre nosotras no hay secretos, pero este asunto es importante para Estela y, cuando hablé con ella, me dijo que quería esperar para contarlo. De hecho, me pidió que le guardara el secreto.

—No lo entiendo —dice Ana—. Nosotras somos sus amigas.

—Ya, pero es un asunto algo complejo… Dejemos que ella hable si le apetece, ¿vale? —Bea les sonríe—. Sólo digo que en la RPU no debemos forzar a nadie a contar algo que no quiera contar.

En ese instante el timbre anuncia la llegada de la cuarta Princess. Las chicas se miran. Un breve silencio invade la habitación, pero piensan en lo que Bea les acaba de comentar. Si les ha pedido que no presionen a su amiga para que les cuente la verdad es porque sabe que Estela tiene una razón de peso para no revelarla de momento.

En una coctelería del centro

No hace ni dos meses que Marta ha vuelto de Londres y ya se conoce los bares más cool y fashion de la ciudad. Ha quedado con David y lo ha querido sorprender llevándolo a una coctelería de moda especializada en gin-tonics de todo tipo, que te sirven en copas balón y te clavan diez euros por ellos. Lo que no sabe Marta es que David es más bien de whisky-cola.

Llega tarde, como de costumbre, y observa divertida la cara de susto de su amigo al leer la carta de cócteles.

—Yo de ti me pediría el de Seagram’s con cítricos —le aconseja al acercarse a él. David levanta la vista de la carta—. Está buenísimo.

—Gracias. Llevo diez minutos leyendo nombres extraños, y me estaba empezando a marear —dice el chico mientras se levanta a darle dos besos.

—¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas? —pregunta ella dejando la chaqueta y el bolso en un gancho que hay debajo de la barra.

—Mal, amiga, mal. Hecho un lío.

Marta tiene un secreto que no sabe si debe contar. David es su amigo y no sabe si volver con su chica. No quiere condicionarlo contándole lo que vio. Pero por otro lado, no le gusta nada mentir.

—¿Te has aclarado un poco en el tiempo que llevas separado de ella?

—Sí, ¿y sabes qué? Me he dado cuenta de una cosa: lo del beso de Crespo no era el problema. El problema son sus padres y nuestra diferencia de edad.

—David, qué dices, si en dos días Ana irá a la universidad. Hablas como si os llevarais quince años.

—Vale, ¿y lo de sus padres?

—Mira, eso es otra tontería. Aquí donde me ves, cuando tenía la edad de Ana mis padres me tenían todo el día controlada. Ahora son unos tipos muy modernos, pero yo era la hermana mayor y me llevé la peor parte. Créeme, no fui realmente libre ni hice lo que quise hasta que me marché a Londres. —De repente, la cara de Marta se ilumina como si se le acabara de encender una lucecita—. ¡Claro!, hasta que me marché a Londres… David, si Ana se largara a vivir fuera, ¿te irías con ella?

—Pero ¡¿qué estás diciendo, loca?! No pienso fugarme con Ana. ¿Quieres que me detengan?

—No pensaba en una fuga, exactamente…

La chica llama al camarero, pide dos copas y piensa en una idea genial que se le acaba de ocurrir para que David y Ana vivan su amor en libertad sin que nadie salga malherido.

«Pero antes habrá que recuperar el amor de la muchacha. ¿Y si ella está con Crespo?», piensa.

En el mismo instante, en la RPU

Todas llevan sus respectivos pijamas puestos: Ana, el de Hello Kitty; Silvia, uno de algodón de color rosa; Bea, un chándal de pantalón gris y camiseta azul, y Estela, unos shorts amarillos y una camisa de tirantes naranja.

Ana pone música en el ordenador, y sólo deja prendidas una lamparita y unas velas. Las chicas colocan sus objetos fetiche en medio del círculo que han formado.

—Cada vez que hacemos esto me siento como una brujita —susurra Ana rompiendo el silencio.

—¡Y yo! —responde Estela, sonriente.

—¿Por dónde empezamos? —pregunta Silvia.

—Yo creo que deberíamos empezar por… —Bea hace una pequeña pausa y mira a sus compañeras. Éstas responden al unísono:

—¡CHICOS!

Las cuatro amigas se ríen. Están totalmente conectadas. Pero Estela, aunque se sienta feliz de estar con sus amigas, nota una punzada de tristeza al pensar en Marcos.

—¿Puedo empezar yo? —pregunta.

Las otras se preparan para escucharla. Ana apoya la cabeza en las piernas de Silvia, quien le acaricia el pelo, y Bea se tumba para estar más cómoda. En una RPU suele empezar quien tiene más ganas de contar algo, o lo más importante, pero todas saben que les llegará el momento de hablar.

—Veréis… —continúa Estela—. Buff… No sé por dónde empezar… —solloza. Bea se incorpora al ver que su amiga ha empezado a llorar—. Bueno, supongo que ya sabéis que Marcos y yo… —Ahogada en llanto, Estela no puede decir ni una palabra más.

Bea la abraza con fuerza, y Silvia y Ana callan, tristes también por su amiga.

Ana se levanta, y le acerca una cajita de pañuelos de papel. Estela coge tres de golpe y se seca las lágrimas.

—Hemos cortado, y lo que siento es horrible… —Estela vuelve a ser incapaz de decir nada más.

Es curioso, porque todas habían estado esperando esta RPU con impaciencia para disfrutar de la compañía y de las risas entre amigas. Pero en esta ocasión acaban de empezar y ya se han quedado tristes y en silencio, abrazadas, escuchando la música que sale del ordenador y que las calma poco a poco.

—Yo también me siento mal por lo de David —añade Ana.

—Pues sí que estamos bien —resuelve Silvia, con un suspiro. Se vuelve hacia Bea—: ¿Y tú?

—Yo me siento mal por todos los chicos en general —contesta ésta.

Entonces Ana, ante la absurda respuesta de su amiga, empieza a sonreír. Debe contener la sonrisa para que no se convierta en risa, pero mira a Silvia, que también está intentando no reírse del comentario de Bea, y entonces ambas estallan. No querían echarse a reír de manera tan descarada, porque saben lo triste que está Estela, pero ésta se une a ellas, aún con lágrimas en las mejillas, que se mezclan ahora con las de la risa. Bea es la única que no lo entiende.

—¿De qué os reís?

Las Princess han empezado a reírse de la frase de Bea, pero ahora lo hacen de ellas mismas, del drama en que cada una vive su situación personal. Y es que a veces más vale tomarse la vida con algo de humor para aliviar el dolor que provocan las experiencias negativas.

Silvia decide aligerar los ánimos con su tema, que no es tan doloroso pero sí importante para ella.

Princess, necesito vuestro consejo… sexual.

—¿Aún no lo has hecho con Sergio? —pregunta Estela, sorprendida.

—No… Y no sé cómo hacerlo. No es él. Es muy bueno conmigo. Creo que soy yo quien aún no está preparada. Aunque… ¡no sé! Por un lado, pienso que aún no es el momento, y por otra, ¡tengo unas ganas!

—A mí me pasó lo mismo —la tranquiliza Bea.

—¿Tú lo hiciste con Sergio? —responde Silvia, celosa. No le hace ninguna gracia imaginárselos juntos en la cama.

—No —responde Bea con amabilidad—. Me refería a Pablo. Él fue el primer chico con quien lo hice, y me sentía igual que tú.

—¿Y cómo fue? —pregunta Ana.

—¡Lo ha contado mil veces, Ana! —resopla Estela.

—No me refiero a la parte romántica, me refiero al sexo. ¿Cómo fue? —repite la más pequeña de las Princess.

—La primera vez siempre es extraña, ¿verdad, Estela? —Bea mira a su amiga—. A nivel físico no sientes mucho placer, estás pendiente de todo y hay demasiados nervios. El sexo mejora después. La tercera vez, y la cuarta. Cuanta más confianza haya, ¡mejor! Al principio, ¡no creáis que todo serán orgasmos bestiales! Por eso mola hacerlo con alguien a quien quieras, porque sientas lo que sientas, será genial. Seguro. Es como el primer beso: extraño, pero genial.

—¡A mí me encantó la primera vez, y todas las veces! —Estela se ríe de sí misma, y sus amigas la secundan. Parece que van recobrando los ánimos.

—Y entonces ¿qué hago? —vuelve a preguntar Silvia, que se incorpora para hacer un resumen de todas las fases que ha ido cumpliendo con Sergio—: Primero se me acercaba intentando… ya sabéis… sobarme y esas cosas… y yo le pedí calma. Luego lo hicimos por chat, y me pintó desnuda. ¡Y lo último fue que me pintó el cuerpo con sus pinceles!

Las Princess exclaman al unísono:

—¡¡Uuuuuhhh!!

«¿Cómo se hará el amor por chat?», se pregunta Ana.

—Sergio me ha tocado más con sus pinceles que con sus manos… y sé que tiene muchas ganas porque lo noto… Noto su…

—¿Te refieres al bulto? —pregunta Ana, con inocencia.

Las chicas vuelven a romper en carcajadas.

—Yo no le daría muchas vueltas —le aconseja Estela, que es la más experimentada en este asunto—. Eso quiere decir que te quiere. Te quiere porque te está esperando. Hay pocos chicos así.

—Estás muy enamorada, ¿verdad? —dice Ana.

—El otro día estábamos en el Piccolino, sacó un billete de diez euros de su billetera y dibujó en él un pequeño corazón en un margen y las iniciales de nuestros nombres dentro. Me dijo que marcaría todos los billetes que pasaran por sus manos, porque nuestro amor no tenía precio.

Las Princess la escuchan embobadas.

—Lo estás haciendo muy bien, Silvia… No te preocupes por nada. ¡Sergio es un amor! —la anima Estela.

—Gracias. ¡Me siento mucho mejor! —Silvia se abalanza sobre sus amigas y les da un gran abrazo—. ¿Ahora a quién le toca?

—Yo tengo que confesaros algo —murmura Ana con vergüenza.

—Y yo… —le sigue Bea.

—Creo que yo también tengo un secreto —dice Estela, resuelta a sincerarse, como sus amigas.