Es por ti
que soy un duende cómplice del viento
que se escapa de madrugada
para colarse por tu ventana.
CÓMPLICES
Por la noche, en casa de Estela
Madre e hija están viendo la tele con la calefacción encendida y acurrucadas debajo de una manta. Ven un programa de ésos horribles del corazón que no le gustan a nadie, pero que mucha gente ve. A Herme le divierte, y a Estela le encantaría salir algún día en él. Sería una tarde maravillosa si no fuera porque la hija le tiene que contar a su madre algo que, seguro, le destroza el alma.
—Mamá, tengo que decirte una cosa y no sé cómo hacerlo —se sincera Estela.
—¿Qué pasa, hija? ¿Estás bien?
—Sí, tranquila, no es nada de salud. Estoy bien, sólo que…
—Nena, me estás asustando. Suéltalo ya —insiste la madre, que está claramente preocupada.
—Te mentí, mamá.
—¿Cuándo?
—No me cogieron para el casting.
—¿Cómo? Entonces… ¿el dinero de la caldera? —El rostro de la mujer refleja temor—. Estela, por Dios, ¿qué has hecho?
—Los cogí prestados —dice, sin darle demasiada importancia para no preocupar más a su madre.
Ésta la mira muy seria, se levanta del sofá y después de inspirar bien hondo dice:
—Voy a buscar un poco de la tarta que me regaló la señora Margarita y me lo cuentas todo tranquilamente.
Dos trozos de tarta más tarde, Hermenegilda está al corriente de todo. Igual que a su hija Estela, lo que le ha sentado peor es la vergüenza. No soporta la idea de que todo el instituto sepa que es tan pobre que su hija ha tenido que robar. Eso hace que se sienta fatal como madre. A ella le gustaría tener mucho dinero y que a su hija no le faltara de nada. No se enfada con Estela ni le echa una bronca, pero no puede evitar ponerse a llorar.
—Mamá, no llores, por favor —le suplica su hija, abrazándola—. Lo solucionaré.
—Cuánto lo siento, hija. Me gustaría poder hacer más por ti.
—No puedes hacer más. Eres la mejor madre del mundo, y te voy a demostrar que yo también puedo ser una buena hija. Voy a devolver ese dinero, me presentaré a todos los castings que encuentre y limpiaré las casas que a ti no te dé tiempo. El otro día llamó la señora Rabal, por lo visto alquila habitaciones a turistas y necesita que alguien vaya a limpiar. Le dije que no podías asumir más trabajo, pero ahora mismo la llamo y le digo que me encargo yo.
—¡Pero hija! —exclama la mujer.
—¡Tú no puedes con más casas! ¡Pero si ya trabajas todo el día! Y no podemos permitirnos rechazar ningún trabajo. Yo debo devolver lo que cogí, y… ¡un poco de dinero extra no nos vendría nada mal tampoco!
—Sí, hija, me parece bien —dice su madre, con sinceridad—. Y tu profesor verá que te esfuerzas, que es lo importante. —Tras una pausa, la mujer intenta pensar en otras cosas y trata de que su hija se despreocupe por un rato—. ¿Y qué tal con Marcos? —pregunta, ajena al mal momento que vive la pareja.
—Mal, muy mal, mamá.
—¿Por qué?
—Básicamente, porque me ha dejado. La culpa es mía. La he fastidiado —le susurra Estela, cabizbaja.
Se levanta del sofá, le sonríe con tristeza a su madre, a quien acaricia el hombro, y se marcha a su cuarto. Piensa que no tener novio es un rollo y que aparte de limpiar casas, lo que tiene que hacer son muchos castings. El nombre de Félix le viene a la cabeza y piensa que a lo mejor, si tuvieran «algo», la podría ayudar. «Ahora soy soltera, ¿no? ¡Marcos no me quiere ver ni en pintura! Pues un rollete con un famoso no me iría nada mal para subirme los ánimos y ¡conseguir trabajo!», se convence, y manda un mensaje.
Un ratito más tarde, en el cuarto de Estela
Estela, echada en la cama, lee y relee el WhatsApp que le ha mandado a Félix. Éste lleva más de dos horas en línea y no dice nada.
Bella durmiente
En línea
Algún plan para mañana?
Estela espera sin que el chico le responda. Parece ser que Félix es de ese tipo de personas que jamás contesta los mensajes al momento. Ella se va a dormir confiando en el destino y deseando levantarse por la mañana con una respuesta.
Después del entrenamiento de Bea
Miguel está en su cuarto, ansioso porque espera que llegue su amiga. Lo tiene todo preparado. Su abuela está en su cuarto viendo la televisión, y está a punto de acostarse, como de costumbre.
El chico ha preparado algo informal para cenar: un surtido de patés y quesos que sólo pueden acompañarse con… vino. No sólo ha planeado la cena, sino que también ha ambientado la habitación con velas y despejado el suelo para comer ahí, como si se tratara de un picnic romántico.
«¿Esto es una cita o no es una cita? —se pregunta Miguel algo inquieto. Quiere aprovechar la oportunidad, la noche con Bea, aunque hayan quedado para ver la página web—. Tiene todos los elementos de una cita… Sólo falta el incienso…». Hay algo que no le convence, pero no sabe qué es. Observa la habitación. En el suelo están el mantel con la comida, un pequeño jarrón con flores y las velas ya prendidas. La botella de vino está en una cubitera, junto a todo ese despliegue.
Suena el timbre, y a Miguel se le acelera el corazón. Se apresura a abrir la puerta de su casa y aprieta el interruptor del interfono para que Bea entre. El chico dispone más o menos de un minuto antes de que ella suba en ascensor y aparezca por la puerta. Regresa a su habitación para comprobarlo todo por enésima vez. Y entonces cambia de opinión. Rápido como el rayo, pone el gran plato con patés y quesos en la nevera, deja el pan en la mesa de la cocina, retira la botella de vino, y la cubitera la esconde en un armario, pone el jarrón con las flores en un rincón de la habitación y apaga todas las velas.
—¿Hola? ¿Miguel? —Bea se asoma por la puerta que el chico ha dejado entreabierta. Aún lleva el chándal y el cabello mojado de la ducha del gimnasio. Por fin aparece su amigo—. ¡Hola! Estoy muy cansada, y además tengo una hambre…
—Hola… Pasa, puedes dejar la bolsa aquí. —El chico coge la bolsa de deporte y la deja en el suelo—. ¿Quieres comer algo ya?
—Sí, por favor —responde ella con un suspiro cansado.
Miguel la acompaña hasta la cocina. «Es mucho mejor así», piensa. Si Bea hubiera visto el montaje de su habitación, el mantel con las velitas, las flores y la cubitera, seguro que se habría asustado.
Bea se sienta a la mesa de la cocina.
—Tengo unas ganas de ver la web… —comenta.
—Luego te la enseño, pero primero ¡a comer! ¿Qué te apetece beber?
—Agua, por favor. Tengo mucha sed.
Miguel sonríe. Ha acertado en su decisión de guardar el lambrusco en la nevera.
—¿Te va bien un poco de paté y queso? ¿Te gusta? —pregunta, poniendo los platos encima de la mesa.
—¡Buenísimo! —exclama Bea, que no se corta y coge un trozo de pan.
Miguel respira aliviado. Si por él fuese, ahora estarían en su cuarto con las velas y toda la escena romántica que había preparado, pero se da cuenta de que, aunque eso era lo que él quería, quizá a ella la habría asustado. Es mejor ir poco a poco, y conseguir que ella se sienta cómoda con él, los dos solos.
—¿Qué hora es? ¿He tardado mucho? —pregunta la chica.
—Son las once y media —contesta Miguel.
—¡Suerte que he avisado a mi madre de que llegaría tarde!
—¿Cómo están las cosas en casa?
—Bien… Bueno, mejor. Mi padre ya se ha ido, y ahora estamos las tres reinas: mi madre, mi hermana y yo. Es duro, pero poco a poco lo vamos aceptando. Oye, ¡esto está buenísimo!
—Gracias —responde el chico, orgulloso.
—¡Ah! ¡Se me olvidaba! Te he traído un regalo de la biblioteca. Bueno, como es de la biblio es un préstamo, claro, pero he pensado que te gustaría. —Bea se levanta y sale de la cocina para volver a los pocos segundos con un libro que le entrega a Miguel.
—Bea, ¡qué pasada! Me encanta —dice con sinceridad, emocionado por el detalle que ha tenido su amiga. «Si se ha tomado la molestia de ir a la biblioteca a buscar este libro especialmente para mí es que le gusto un poco, ¿no?», piensa.
Los dos compañeros comen tranquilos mientras disfrutan de la charla y la buena comida. Sin que se den cuenta, el tiempo se les pasa volando. Y es que no hay nada como una buena conversación entre grandes amigos para que el tiempo deje de existir, aunque sea por un momento.
A lo tonto les dan las tres de la madrugada, y ni siquiera han visto la página web. Han estado hablando de sus familias, de los maravillosos años que pasaron en el colegio, echándole un vistazo al libro que Bea ha llevado… También han recordado cómo se conocieron en el insti. La verdad es que ambos necesitaban una velada así para poner al día su amistad.
Al entrar en la habitación para ver, finalmente, la web, Bea se tira en plancha sobre la cama. Está cansada, contenta y saciada, no sólo por la comida sino también con la charla. Ella y Miguel conectan un montón. Cuando está con él, parece que la vida sea más sencilla, y eso hace que ella se sienta bien y feliz.
El chico desconecta el portátil de la corriente y se lo acerca a Bea para que visite la web desde la cama. Bea coge el ordenador, se lo pone en los muslos y le deja espacio a él para que se eche con ella y ver así ambos lo que ha hecho el chico.
—Cuando Crespo lo vea, va a flipar —comenta él, que está realmente orgulloso de su trabajo—. Mira, ésta es la pestaña de «Quiénes somos», ésta es la de «Contacto», y aquí… aquí está lo bueno… No hace falta ni que te registres. Es una web muy intuitiva. Te vas al post it, haces clic dentro de él…, le pones el título a tu sueño, y una breve explicación, y también puedes poner tu contacto, y listo. —Miguel continúa la explicación entusiasmado, con los ojos clavados en la pantalla—. Cuando le das al botón de validar el sueño, sólo te saldrá esta pantallita como un desplegable, para que tu sueño entre dentro de una categoría. Por ejemplo, si el mío era «conocer a un chef», pondré categoría de cocina. ¿No te parece una idea genial? —El chico gira la cabeza esperando una respuesta de su amiga, pero ésta ha caído rendida y duerme profundamente. El chico se queda algo cortado y, en silencio, contempla el rostro de su amiga—. Tú ya estás en el mundo de los sueños… —comenta Miguel con mucho cariño.
Deja el ordenador en el suelo y, con cuidado, le quita las zapatillas deportivas a su amiga. Coge una mantita del armario y arropa a Bea con delicadeza. Luego se mete de nuevo en la cama con ella y apaga la luz de la habitación.
Pero le resulta imposible dormir con ella al lado. Nota su calor corporal y su respiración pausada. De pronto, la chica se vuelve hacia él, dejando los labios a sólo unos pocos centímetros de los suyos. Miguel está paralizado. Nunca hasta entonces había estado tan cerca de una chica. Desea besarla.
«¿Lo hago o no lo hago?», se pregunta.
Muy lentamente, acerca sus labios a los de Bea. Son las cuatro y diez de la madrugada, la hora en que Miguel le da su primer beso a una chica. Bea no mueve los labios porque duerme profundamente, pero cuando sus labios se separan la chica se vuelve de nuevo y le da la espalda.
Miguel la abraza por detrás con mucho cuidado como si fuera una muñeca de porcelana. El corazón le va a mil por hora. Por fin ha hecho realidad uno de sus mayores sueños. Un beso de amor.