Grita al mundo, rompe el aire
hasta que muera tu voz,
que el amor es un misterio
y que importa sólo a dos.
LUZ CASAL
Tres días más tarde
Hoy toca clase con Toni, y los alumnos andan emocionados como siempre. Pero una de ellos lo está más que los demás: Bea. Han transcurrido tres días desde que recibiera el WhatsApp del profe, al que no se ha atrevido a contestar. Se ha pasado toda la hora de clase disimulando, haciendo dibujitos e intentando no mirarlo para que no le suban los colores. Sabe que tarde o temprano le tendrá que responder, pero, como no tiene clara la respuesta, prefiere esperar.
Se acaba el tiempo, suena el timbre y, mientras los alumnos van saliendo a por sus cinco minutos de descanso entre clase y clase, Bea no puede evitar demorarse un pelín más para que Toni, de alguna manera, se fije en ella. La chica se pone algo nerviosa e intenta adoptar una actitud despreocupada. Sabe que la está mirando y, de manera inconsciente, se arregla el cabello, y es especialmente sensual poniendo las libretas en su mochila.
El profesor baja de la tarima y se acerca a ella, que se aproxima a la puerta a paso lento y está a punto de salir detrás de Estela.
«¿Qué querrá? —se pregunta Bea—. ¡Apuesto a que me pregunta por el mensaje!».
—Estela, ¿me permites un segundo, por favor? —pregunta Toni.
—Mmm… Sí, claro —le contesta ésta, mirando de reojo a su amiga.
—¡Toni! Quiero decir, Estela… Te espero fuera, ¿vale? —farfulla Bea, que acaba de tener un lapsus de los gordos. La chica sale rápido de clase, avergonzada, y una vez fuera se golpea con la mano en la cabeza y susurra—: ¡Seré tonta!
Dentro de clase
Toni y Estela se han quedado solos en el aula, que aún huele a una mezcla de sudor y perfumes de todo tipo. La chica mira a su profesor con gesto interrogante.
—Habíamos quedado, ¿no lo recuerdas? Tenemos que hacer números —dice Toni mientras guarda sus cosas en la cartera.
—Ah, sí. —Estela se rasca la cabeza—. Pero es que ahora no tengo tiempo, le he prometido a mi madre que la ayudaría a…
—Tranquila, sólo será un momento. Dame la caja con los tiques y el dinero.
Estela no sabe dónde meterse. «Mierda, se va a dar cuenta de que falta pasta». Muy nerviosa, saca la caja de su mochila y se la entrega al profesor. Éste la abre y empieza a contar el dinero.
—¿Todo bien, Estela? ¿Hay algo que quieras contarme? —pregunta el profesor, dándole la oportunidad de explicarse.
Ella calla y piensa: «Dios mío, lo sabe. Me va a caer una bronca descomunal».
—¿Conoces a Eugenia? —prosigue Toni.
Los ojos de la muchacha se llenan de lágrimas. No sabe de quién le está hablando. Lo que sí sabe es que ya la han descubierto.
—No, no sé quién es —contesta con la voz temblorosa y muy bajito.
—Sí que la conoces. Trabaja en la copistería de aquí abajo. —El profesor la mira, esperando a que la chica reaccione y confiese, pero Estela permanece muda—. ¿De verdad te pensabas que podrías fotocopiar talonarios, venderlos y quedarte con el dinero sin que nadie se diera cuenta? ¿Qué pretendías?
Toni se queda callado, mirándola fijamente. A ella le tiembla la barbilla. ¡Hay tantas cosas que él no sabe, todo lo que están pasando en casa!
—¡Necesitaba el dinero, pero pensaba devolverlo pronto! —explota la chica, incapaz de confesarle a su profesor toda la angustia que está viviendo debido a la situación económica de su madre. No puede seguir hablando.
—Lo que no es justo es que te dé una responsabilidad y traiciones mi confianza. ¡Eso es lo que no es justo! —le responde Toni, alzando la voz.
—¡Pensaba devolver el dinero! Por favor, no se lo digas a nadie —hipa desconsolada.
—Bien… Te voy a contar lo que vamos a hacer. Siéntate. Lo que has hecho es muy grave. Has robado, has estafado a tus amigos y me has decepcionado. Pero te voy a dar una segunda oportunidad. Aunque todavía no le voy a explicar la verdad al director, te mereces un castigo, así que quedas expulsada durante una semana.
—¿Qué? —La chica no da crédito a lo que escuchan sus oídos.
—Aquí tienes el parte de expulsión que debe firmar tu madre. Le diremos al director que ha sido por mala conducta. Tienes una semana para devolver el dinero y arreglar todo esto. Si en una semana no tienes los seiscientos euros que has robado…
—¡Que no los robé! —interrumpe la chica.
—¡Estela! ¡Sabes perfectamente lo que has hecho, así que ya basta, si no quieres más problemas! —Toni grita tanto que su voz retumba en el aula—. Ahora vete y asegúrate de que tu madre firma esto. ¿Me puedo fiar de ti, o tendré que llamarla esta noche como si fueras una niña de diez años?
La chica coge el papel con la mano temblorosa. Se ha quedado sin palabras. Ahora sí que la ha liado. Si las Princess y el resto de compañeros del instituto se enteran de la verdad, no querrán saber nada de ella durante el resto de su vida.
Minutos más tarde, en la puerta del instituto
Sergio llega con la moto para recoger a Silvia. La ve acercarse, y piensa que tiene la novia más espectacular del mundo. Desde que la pintó desnuda, una experiencia que fortaleció su amor y confianza, la admira y la desea más. Pero no va a presionarla: ella vale demasiado como para arruinar lo que tienen por culpa de unas prisas tontas.
—Hola —dice Silvia con cariño al acercarse, y espera a que Sergio se quite el casco para darle un buen beso.
—Oye, ¿qué le pasa a Estela? —pregunta el chico, que da al traste con las intenciones románticas de ella.
—No sé… ¿Por? —Silvia se queda muy sorprendida por la pregunta.
—¡Pues porque he estado a punto de atropellarla! ¡Ha cruzado como una loca y sin mirar, y me ha dado un susto de muerte!
—Tendría prisa. —Silvia le quita el casco a su novio, lo rodea con los brazos y acerca sus labios a los de él.
Pero unos gritos inesperados la interrumpen.
—¡Silvia, Silvia!
La chica se vuelve y ve que Ana llega corriendo, muy sobresaltada. Silvia cierra los ojos y piensa: «¿Hoy no podré besar a mi novio tranquila, o qué?».
—¿Te has enterado ya de lo que ha pasado? —le pregunta Ana con la voz entrecortada—. ¡Han echado a Estela del instituto! Por lo visto, Teresa se ha quedado cotilleando como siempre detrás de la puerta y, aunque no ha podido oír qué ha ocurrido exactamente, ha visto a Estela salir llorando y corriendo… ¡con un parte de expulsión en la mano!
En el mismo instante, en el Piccolino
Bea y Miguel están hablando del trabajo de la web, en la entrada del bar. Están a punto de llegar a la fase final, abrirla al público, y los dos están muy contentos. Durante esa semana han trabajado codo con codo, y Miguel se siente mejor por ello. Aunque no se haya atrevido a declararse, la tiene al lado, han recuperado la amistad que tenían y eso lo sosiega.
—Allí pasa algo… —dice Bea mientras mira hacia donde están Ana y Silvia—. Vamos. —Agarra al chico de la mano sin que éste oponga resistencia.
Salen del bar y cruzan la calle hacia el grupo de tres —Sergio, Silvia y Ana— que tan preocupada tiene a Bea.
—¡Parece que Estela ha hecho algo muy gordo y la han expulsado! —exclama Ana mientras se dirige a la Princess que acaba de llegar y la pone al corriente de lo sucedido.
—No me lo puedo creer —susurra Bea.
—Yo casi la atropello con la moto —comenta Sergio, aún aturdido por el susto.
—No lo entiendo —reflexiona Silvia en voz alta, realmente preocupada—. Estela siempre da la cara en todo. Esto no me cuadra…
—Al cruzarme con ella, tenía la cara algo desencajada, pero he pensado que era por el susto con la moto —les cuenta Sergio, que también se está preocupando—. ¿Qué hacemos?
—Lo primero, llamar a Marcos —resuelve Silvia, que ya lo está intentando desde su móvil. Espera—. No contesta, igual está con ella. Le dejaré un mensaje en el contestador: «Marcos, estamos muy preocupados por Estela. Ha salido de clase pitando; por lo visto, la han expulsado. ¿Tú sabes algo? Bueno, si la ves dime algo, que estamos todos preocupados».
—¿Vamos a buscarla? —le ofrece Sergio cuando ella cuelga. Silvia le sonríe. ¡Su novio es el mejor!
Así que ambos van a dar vueltas por la ciudad con la moto a ver si la ven. Pasarán por el parque, los bares y el centro comercial. Rastrearán el barrio y los lugares que suele frecuentar. Si no la encuentran en un par de horas, se reunirán de nuevo con el resto en el Piccolino para buscar un plan B.
Sergio arranca la moto, y los novios se van en busca de su amiga. Ana se dirige a toda prisa a casa, pues no quiere que sus padres se enfaden si llega tarde a comer. Aun así, ha prometido que intentará localizar a Estela en el móvil, aunque la Princess desaparecida lo tenga apagado en ese momento.
Bea y Miguel marchan también, pero en dirección a la casa de Estela. Si ella se encuentra allí, o si alguno de los demás recibe noticias de Estela, se enviará un WathsApp de grupo.
—Estela se mete en cada fregado… —comenta Miguel, que camina dos metros por detrás de Bea.
—¡Venga, date prisa, que ya llegamos! —lo anima ella al darse cuenta de que el chico se está quedando rezagado.
—No entiendo por qué tenemos que correr —se queja su amigo, que ya está sudando—. ¡Puede que todo esto sea un rumor! ¡Bea, tengo hambre!
La chica se para y lo señala con el dedo.
—Miguel, sabes que soy una Princess, ¿verdad?
—Sí.
—Pues deberías saber que una Princess nunca deja tirada a otra Princess.
—Oye, no te pongas así, que estoy intentando ayudar, ¿vale? Relájate un poco, anda.
—Vale, perdona, pero ¡sigue andando!
Unos minutos más tarde, en casa de los Castro
Ana ha comido tan rápido como ha podido, y ya está en la habitación, concentrada en su móvil. Ha recibido dos mensajes: uno de Silvia, sin novedades, y otro de Bea, que se dirige a casa de Estela. Ana responde que se quedará conectada a Internet por si Estela abre el chat de Facebook o el Messenger.
A decir verdad, la benjamina es la Princess qué más sufre con la desaparición de su amiga, porque siente que no está haciendo nada por encontrarla, ya que se ha quedado en casa debido a la situación con sus padres. Y eso le duele porque Ana adora a Estela como si fuera una hermana, y quiere darle su apoyo por encima de todo.
«Si es culpable, seguro que tiene una buena razón para hacer lo que sea que haya hecho», piensa.
Inspirada, y mientras espera a que la suerte le sonría y su amiga se conecte, la chica se sienta ante el ordenador y escribe una nueva entrada que «ojalá lea Estela».
Nueva entrada:
Querida princesa
El amor hacia una madre, un hermano o un amigo es diferente del amor romántico. A un amor romántico le exiges prácticamente la perfección. Quieres que te quiera mucho y te cuesta aceptar sus defectos. Esto no pasa con la amistad.
Princesa Bella Durmiente, sé que si lees esto sabrás que este post va dirigido a ti. Sólo quiero que sepas que las demás princesas te queremos. No importa lo que ha pasado ni lo que hayas hecho. Nosotras te apoyamos y estamos muy preocupadas. Por favor, envía una señal, di algo. No tengas miedo… Todo irá bien.
Esperando respuesta…
Pocos minutos después
Estela está llorosa y no sabe adónde ir. Lleva rato andando sola por la ciudad y pensando en cómo solucionar su problema. Las palabras de Toni le retumban en la cabeza. Se siente muy culpable y avergonzada. Sabe perfectamente que todos reaccionarán fatal si se enteran de lo que ha sucedido. Lo que más le duele es haber defraudado a su madre y a sus compañeros de instituto.
«No me lo podré perdonar nunca, ¡nunca!», se tortura la chica.
Estela mira la hora. No sabe ni adónde ir ni quién la podrá ayudar. ¿O a lo mejor sí? La chica cambia su rumbo sin destino y se dirige al local de ensayo en busca de Marcos. Camina tan aprisa que llega en seguida. Ojalá su chico esté ensayando.
—¡Hola! ¿Hay alguien? —pregunta mientras entra.
Nadie responde, pero ella oye el sonido de una guitarra, al fondo. Ese sonido es inconfundible para ella. No hay duda: ¡es la guitarra de Marcos!
—Te estaba esperando —dice el chico, sin levantar la vista del mástil de la guitarra. Está concentrado sacando los acordes de una de sus últimas canciones, Dime que sí.
—Pues yo no sabía si estabas aquí. He venido por casualidad.
—¡Pero si habíamos quedado para tocar después de clase! ¿No te acordabas?
—La verdad es que no… Llevo un día… —Estela se dispone a contarle lo que le ha pasado en el insti, pero Marcos, que acaba de dejar la guitarra en el suelo y se acerca a ella, la interrumpe.
—Estás muy guapa. ¿Qué te parece si pasamos de ensayar y…? —Marcos la abraza e intenta darle un beso, pero ella le aparta las manos de la cintura y grita:
—¡La he liado parda! —La chica se sienta en el sofá y empieza a llorar. Marcos se acerca a ella y le da cobijo con sus brazos.
—¿Qué te pasa? —susurra.
—La he cagado y me han pillado, príncipe.
Estela mira a su novio, y éste le devuelve la mirada, sin entender nada. Estela suspira: le va a resultar muy difícil confesarle al chico a quien tanto quiere y admira que ha hecho algo muy feo. Espera no decepcionarlo tanto como para que decida dejarla.
«Por favor —piensa—, ¡eso no! ¡Me muero si Marcos me odia tanto que me deja!».
Pero no tiene más remedio que ser sincera con él; primero, porque es su chico y se lo debe, y segundo, porque necesita ayuda, y si su novio no se la da, ¿quién lo va a hacer?
—Cogí prestados seiscientos euros de la caja del concierto y el profesor me ha expulsado una semana.
—¿Cómo? —pregunta el chico sin entender nada aún.
—También fotocopié uno de los talonarios para poder vender entradas de más y así recuperar algo del dinero, con lo que la bola se hizo más grande. Toni me ha dado esta semana de plazo para que devuelva el dinero, pero es que… ¡no lo tengo!
—¿Qué? —El chico está en estado de shock.
—¡Pues eso, Marcos! ¿Es que no me escuchas? ¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa a mí? Qué te pasa a ti, Estela. Últimamente no te reconozco.
—¿No me vas a apoyar? ¿Es así como me demuestras la confianza que tienes en mí? ¿Ni siquiera me vas a preguntar qué ha pasado, ni quieres saber por qué cogí el dinero?
—No, la verdad es que no. No hay ninguna razón que justifique lo que has hecho. Ninguna —sentencia Marcos, que la mira con un desprecio inusual en él.
Tras estas duras palabras, el chico recoge la guitarra, se cuelga la mochila a la espalda y se dispone a marcharse.
—¡Por favor, no te vayas, Marcos; te necesito! —grita Estela entre sollozos.
—Si no lo hago, voy a decir cosas que prefiero callarme.
—¡Eres un egoísta! ¿Cómo puedes dejarme en este estado? ¿Cómo puedes dejarme tirada así, sin importarte lo que me pase, por lo que estoy pasando?
—¡Oye, no te pases que yo también sé gritar! —El chico alza la voz todo que puede.
Un tenso silencio sucede a los gritos. Ambos se miran fijamente a los ojos. Apenada por la reacción y por el poco apoyo que ha encontrado en su chico, Estela sacude la cabeza.
—Si sales por esta puerta, ya puedes dar por acabado lo nuestro —amenaza con voz queda.
—¿Ah, sí? —responde el chico, a quien la situación le está superando—. Pues lo nuestro se ha terminado para siempre, ¿me oyes? ¡P-A-R-A S-I-E-M-P-R-E!
Y dicho esto, Marcos se dirige hacia la entrada del local, abre la puerta y la cierra dando un portazo. Estela llora desconsolada, tirada en el sofá del local. Se da cuenta de que ha perdido algo mucho más valioso que los seiscientos euros: el amor de su vida.