Capítulo 24

Tú piensa que la luna estará llena para siempre.

Yo busco tu mirada entre los ojos de la gente.

Tú guardas en el alma bajo llave lo que sientes.

MELENDI

Pasadas dos semanas, en un mirador de la ciudad

Son las seis y media de la tarde, y una suave brisa le acaricia el cabello a Bea, que está sentada con los patines puestos en un pequeño saliente de piedra natural desde donde puede ver toda la ciudad. No tiene la costumbre de acercarse a ese sitio, porque suele estar ocupado por parejas, y ella está sola.

La chica deja que su mirada acaricie toda la ciudad. Está muy reflexiva. Últimamente le están pasando muchas cosas en el plano emocional, y tiene el corazón en un puño. Por una parte siente que está empezando a aceptar la separación de sus padres, sin que por ello le deje de doler, y por otra se siente dividida por lo que respecta al amor.

Durante este par de semanas se ha visto con Toni, que ya es oficialmente su profesor favorito. No se lo puede quitar de la cabeza. Sus miradas, sus gestos, su sonrisa… En ocasiones se imagina que le da clases particulares y que, en ellas, en la intimidad del cuarto de la chica, los dos solos, se acaban liando. ¡Incluso ha imaginado cómo sería su vida si Toni fuera su novio! ¿Qué diría la gente? ¿Irían cogidos de la mano en el insti? Ella ya es mayor de edad, pero sólo de pensarlo se ruboriza y sonríe nerviosa. ¿Será eso amor?

Y después está Pablo, quien sigue intentando conquistarla, y la verdad es que no lo hace nada mal. Cuando está con él se siente cómoda y no tiene que hacer nada para gustarle: sólo ser ella. Pero no se puede quitar a su profesor de la cabeza. Está hecha un lío.

Durante estas dos semanas no ha quedado ni con Miguel ni con Crespo para continuar el trabajo de la web. Al principio había energía positiva, pero Miguel la rehúye desde ese fin de semana en el Club. Ella sabe muy bien que le gusta. Se le nota desde el principio, pero Bea no puede hacer nada. Miguel no le atrae, aunque lo considere uno de sus mejores amigos.

Crespo tampoco ha insistido en quedar, y eso a Bea le preocupa. Este trabajo es importante, y sabe que cualquier problema con sus compañeros podría afectar al resultado. ¡Y no quiere fallarle a Toni! Quiere entregarle un trabajo del que él se sienta orgulloso.

La chica inspira lentamente. Es su manera de coger fuerzas. En ese momento le gustaría estar con alguien para compartir sus pensamientos. Y no sólo eso, sino también alguien que la abrazara hasta que saliera la luna, alguien que le concediera todos sus deseos. Sin pensárselo dos veces, busca el teléfono móvil. No tiene ningún mensaje de nadie, ni siquiera una llamada perdida. La chica vuelve a inspirar. Se siente realmente sola. Tiene a tres chicos rondándola, pero se siente más sola que nunca.

En el mismo instante, en otro rincón de la ciudad

Silvia ha ido a casa de Sergio para acabar los deberes y, de paso, estar un rato juntos. Parece que la calma ha regresado durante estas dos últimas semanas, y Sergio no ha vuelto a hablarle de sexo.

La chica lo agradece de verdad, porque para ella continúa siendo una gran presión. Además es muy tímida, y sólo de imaginarse desnuda delante de su novio le da mucha vergüenza. Hace apenas unos meses no le había dado todavía su primer beso a un chico y, ahora que ese sueño se ha cumplido, le dan escalofríos de pensar en ir más allá.

Durante las últimas ocasiones en que se han liado, Sergio no ha pasado de los besos, pero se le nota que desea más. Un día se le escapó la mano y le tocó un pecho. Silvia dejó que la acariciara un instante, pero pronto, aunque con delicadeza, le retiró la mano. Él no respondió mal ni dijo nada, pero Silvia sabe que en cualquier momento va a necesitar y pedir más.

La pareja está en la habitación del chico. Sergio está pintando un retrato y Silvia lee en el suelo del cuarto. De fondo se oye música de jazz porque, según Sergio, así se concentra mejor. A Silvia le gusta que su chico ponga la música que le gusta, aunque no sea una amante del jazz.

—¡Hola, parejita! —Manu entra en la habitación sin llamar. Acaba de llegar del trabajo y está contento—. ¡Halaaa! ¡Cómo mola este cuadro! —exclama con la boca abierta y los ojos clavados en el lienzo.

—¿Te gusta cómo está quedando? —le pregunta su primo mientras ve su dibujo en perspectiva.

—¡Es genial! ¡Esta tía está buenísima! —Manu le da un pequeño empujón a su primo—. ¡Tú sí que sabes!

Silvia levanta la vista. Sergio se pasa tantas horas dibujando que esta vez no se ha fijado en lo que pintaba.

—Hola, Manu —dice mientras se levanta con la excusa de darle dos besos y así echarle una ojeada al cuadro—. Y… ¿quién es? —le pregunta a su chico.

Se hace un pequeño silencio.

—A ésta me la tienes que presentar, ¿eh? ¿Cómo se llama? —sigue Manu, ajeno al momento de tensión que ha generado en la pareja, y cogiendo la foto que Sergio está copiando para mirarla de cerca.

—Se llama…, se llama Carla. Es una de las modelos de la academia —aclara Sergio.

—¿Y por qué tienes una foto de ella desnuda? —pregunta Silvia sin poder evitarlo, aunque sabe perfectamente que su pregunta es idiota.

—Pues porque en la academia pintamos desnudos —responde su chico, rotundo.

Manu deja la foto en su sitio y hace ademán de irse.

—Bueno, tortolitos, yo a lo mío… ¡Los zombis me están esperando!

Como todas las tardes, Manu se va a sellar al sofá para jugar a la Play.

Una vez sola la pareja, vuelve a producirse un silencio incómodo.

—¿Y por qué no pintáis con ropa? —lo rompe Silvia, que sabe que no está yendo por buen camino, pero no puede evitar abrir la boca.

—Pues porque debemos aprender a dibujar la anatomía humana: las manos, los brazos… Todo. Además, ¿no te parece que los desnudos son más bonitos? Con ropa pierde la gracia. Sería como pintar un cuadro publicitario de moda —responde Sergio, que ha decidido no entrar en polémica y, para no darle más importancia a la conversación, sigue pintando con su carboncillo.

—Pues qué quieres que te diga…

Silvia vuelve a sentarse en el suelo y recoge de ahí su libro para proseguir la lectura. Todavía está en pie de guerra, pero teme enfrentarse directamente a su chico, y por eso vuelve al libro.

—Entiendo tu reacción —continúa el chico, conciliador—. ¿Sabías que a los primeros pintores que hicieron desnudos los persiguieron? A Velázquez un loco le rasgó un cuadro que había pintado de una mujer desnuda.

—Sus razones tendría —susurra Silvia, que hace ver que lee.

—Tú no harías lo mismo con éste, ¿verdad? —dice Sergio con ironía.

—Me lo estoy pensando…

—¿Estás celosa? —El chico la mira.

—A lo mejor. —Silvia no puede evitar que sus ojos se humedezcan. Su chico pinta chicas desnudas a las que conoce, con las que se relaciona en la academia, y ella ni le permite que la toque. Piensa: «¿Me dejará?», y eso la pone furiosa—. ¿Y sólo pintas modelos? ¿Qué pasa con las chicas normales, no te parecen bonitas?

Sergio sonríe.

—Si lo que pasa es que quieres que te dibuje desnuda, sólo tienes que decirlo.

—¡Vale! —Silvia no se puede creer lo que acaba de responder. Se cree incapaz de desnudarse delante de su chico, pero justo por eso, por el miedo que le produce, ha decidido enfrentarse a ello.

—Vale ¿qué? —pregunta él, confuso.

—Que quiero que me dibujes desnuda —afirma ella, lo que deja a Sergio sin palabras y con una sonrisa aún mayor en el rostro.

Un poco después, en casa de Bea

Es casi la hora de cenar, y Bea está intentando acabar los deberes; pero, con el Facebook abierto, le resulta imposible concentrarse. Sabe perfectamente que pierde el tiempo leyendo los comentarios de la gente y pulsando «Me gusta» en todas partes. Tiene el chat abierto, y no hay ninguna Princess conectada, sólo algunos amigos «satélites», como a ella le gusta llamarlos.

Los amigos satélites son esa gente que va y viene de tu vida como un satélite espacial. Son personas a quienes conociste un día y con quienes hiciste buenas migas pero que ahora se han desvanecido como una nube de humo. Esta clase de amigos siempre te responderán al chat con tonos positivos y amigables, pero los llamas satélites porque ya se ha perdido algo de confianza con ellos y porque ya no se tiene mucha relación.

Y entonces, entre los satélites, ve a Miguel conectado. Antes, ella le habría escrito sin pensar: «¡Hey!», «¡Hola!», o «¿Cómo estás?», pero ahora le da cierto no-sé-qué, y se dice: «Mejor se lo digo mañana en persona». ¿Se estará convirtiendo Miguel en un satélite? Antes de que pueda responderse a sí misma, ve conectarse a Estela. Bea no lo duda.

Bea: Tía! Me tienes que ayudar!

Estela: Holaaaaa! Qué te pasa?

Bea: Creo que estoy enamorada!

Estela: De quién??!!

Bea: Me prometes que guardarás el secreto?

Estela: Te lo prometo!!!!!

Bea: Del profe

Estela: De Toni?

Bea: Sí, tía.

Estela: Pero eso lo estamos todas! Jajajaja!

Bea: Pero yo he quedado con él…

Estela: No me digas!

Bea le cuenta a Estela todas las veces que han quedado fuera de clase. En realidad no ha pasado nada entre ellos, pero Bea tiene la sensación de que no tardará en ocurrir algo, pues se lo pide el cuerpo y le da la impresión de que Toni no la rechazaría si ella intentara un acercamiento. Sabe que contárselo a Estela puede significar que acabe siendo un secreto a voces, pero es que ya no puede más. Es una Princess y confía en ella por encima de todo. Además, su amiga se lió con su profesor de teatro, Leo, el curso pasado, y era mucho mayor que ella. Estela tiene experiencia en estos casos, y Bea busca consejo.

Estela: Ten mucho cuidado, Bea…

Bea: Por?

Estela: Pues ¡porque es mucho mayor que tú!

Bea: Pero el amor no tiene edad no? Él siempre dice algo así en clase… Aaaaaaaahhhh!!!!

Estela: No estoy negando que no estés enamorada… pero cuando estuve con Leo él sólo me quería por… ya me entiendes…

Bea: No me lo creo… ¡Seguro que había algo más!

Estela: Y yo…, pero cuando desaparecí no vino a buscarme… Eso ¿es amor o sexo?

Bea: Toni no es de ésos…

Estela: Lo conoces tanto como para asegurarlo al cien por cien?

Bea: No…, pero me ha ayudado con lo de mis padres y es tan mono y comprensivo…

Estela: Cada persona es un mundo, Bea… Vete con los ojos bien abiertos. Y mira… Si te lanzas y te la pegas, aquí estaré yo para recoger los pedacitos, vale?

Bea: Gracias! Eres la mejor!

Aunque es consciente de que la advertencia de su amiga tiene fundamento, el hecho de que ella la apoye también la alivia. Siente mariposas revoloteando en su estómago. Llevaba mucho tiempo sin sentir eso por un chico, aunque en este caso el chico sea un adulto. ¡Más incluso que Pablo!

Estela: Y en casa estás bien?

Bea: Bueno… La separación ya es un hecho en la familia. Parece que mis padres hasta están más contentos, y eso me alegra…

Estela: Ya verás como tu madre conocerá a otro.

Bea lee el mensaje y su corazón le da un vuelco. No había pensado en esa posibilidad, y no sabe si le gusta mucho la idea de tener en casa a otro hombre que no sea su padre.

Bea: Ya…

Estela: Mira la madre de Marcos. Ahora está con un tal Florencio. Marcos me ha dicho que están viviendo juntos. Bien por ella! EL AMOR AL PODERRRR!! Esa mujer es mi ídolo

Bea: Yo no sé si sería capaz de volver a enamorarme si se muriese la persona a quien amo… Por cierto… Tu madre no tiene novio?

Estela: Qué va. Bueno, no que yo sepa. Se pasa el día trabajando

Bea recuerda que conoció a la madre de su amiga en casa de Miguel. Era la mujer de la limpieza. También recuerda el día en que se estuvieron riendo de ella en el parque y descubrieron entonces que era la madre de Estela. Bea no aguanta más y decide confesarse.

Bea: Tengo que decirte una cosa…

Estela: El qué? Qué pasa?

Bea: No sabía que tu madre limpiara casas. Lo descubrimos porque limpia la casa de la abuela de Miguel. Lo siento.

Estela: No, no… No lo sientas… Antes tenía una empresa de limpieza pero con la crisis ha tenido que ir despidiendo a la gente y ponerse ella a limpiar. No se le caen los anillos para sacar una familia adelante… No sabes cuánto la quiero!

Bea: Perdona, pero como hace tiempo nos dijiste que era empresaria, Miguel y yo pensamos que te avergonzabas de ella…

Estela: No me avergüenzo para nada! Teníamos una empresa, pero se fue a pique y ahora sólo está ella para limpiar. Algún día he faltado a clase para ayudarla a trabajar en alguna casa. No podemos decir que no a nadie. Vamos fatal de pasta. Ahora tenemos la caldera rota y me paso el día en casa de Marcos sólo para poder ducharme con agua caliente, jajaa

Bea: Jolines. Y por qué no nos lo habías dicho?

Estela: Porque a mi madre no le gusta que aireemos los problemas de casa. Y a mí no me gusta dar pena, ya lo sabes.

Bea: Tu madre es genial!

Estela: Todas las madres son geniales Bea. Pero guárdame el secreto porfa, no quiero que nadie se entere. Ni siquiera Marcos vale? La gente no es tan comprensiva como tú

Bea se siente asquerosamente mal por haberse reído de la madre de su amiga aquel día. Los remordimientos se la comen por dentro. Después de esta conversación de chat quiere a Estela mucho más de lo que la quería antes.

«Eso sí que es un problema de verdad, y lo demás son tonterías», se dice.

En otro lugar de la red

Miguel está enfrente del ordenador con el chat de Bea abierto. Aún no le ha dicho nada. «¡Piensa, piensa! ¿Le digo algo o no se lo digo?», se pregunta mientras se tira de los pelos con las dos manos en un gesto de desesperación.

—Es tan fácil como escribir: «Hola, Bea. ¿Quieres salir conmigo?». O mejor: «¡Te amo, Bea!». —El chico habla solo—. ¡No seas tonto! Ella está con otro…

Se levanta de la silla y vaga por la habitación, pensando. Durante estas dos semanas ha estado más encerrado que de costumbre, y tiene el cuarto muy desordenado. Y es que Miguel es una persona que se retrae y se encierra como un caracol cuando algo le va mal.

El sufrimiento que le provoca estar enamorado y no poder expresarlo lo convierte en un ser muy creativo, en una especie de olla a presión que está a punto de explotar. En los últimos días, y todas las tardes y noches, no ha parado de trabajar en la web. La tiene casi acabada, y le gusta imaginarse la cara que pondrá Bea cuando descubra que ha hecho ese proyecto para ella.

De un modo algo infantil se imagina que ella mirará la página web en el bar y se arrojará a sus brazos y lo besará con mucho cariño. A decir verdad, Miguel se ha imaginado esa misma escena, pero ambientada en su cuarto, en el insti e incluso en el parque, delante de todo el mundo.

De pronto ve que la chica se ha desconectado. El chico ha perdido su oportunidad, o quizá no… Acaba de decidir hacer algo muy arriesgado, y se pone a trabajar. Quiere acabar la página web y colgarla esa misma noche. Era un asunto que debería debatir con sus compañeros, pero siente que no tiene tiempo. Miguel quiere saber si sus sueños se van a hacer realidad.