Capítulo 21

Y aunque tengo todo lo que anhelé

me faltaba algo…,

un no sé qué;

si no estás conmigo me muero en soledad

y todo me da igual.

DAVID BISBAL

Domingo por la tarde, en el Piccolino

Ayer fue una gran velada, con todos los ingredientes que puede tener un sábado por la noche. Hubo misterio: Marta y David desaparecieron y Estela también desapareció en la glamurosa zona VIP del Club. Además hubo locura: a Miguel y a Marcos les han prohibido la entrada en el Club después de que los echaran los guardias de seguridad. ¿Y el amor? El amor, caprichoso, apareció de nuevo entre Bea y Pablo, confundió a Silvia y a Sergio, e hizo que Ana se enfadara mucho con David.

Hoy, las Princess han quedado en el Piccolino. Están todas ansiosas por reunirse porque deben contarse muchas cosas. Ana será seguramente la gran ausente; al final, ella les contó la verdad: que se había escapado de casa. ¿Se habrán enterado sus padres de que se escapó saltándose el castigo? Conociendo a los Castro, lo más probable es pensar que sí. Y si es así, todas saben que no la dejarán salir. Pero aunque no la hayan pillado, quizá Ana también prefiera pasar la tarde en casa para no tentar la suerte una segunda vez y tener problemas con ellos.

La primera en llegar al Piccolino y coger sitio en la terraza es Estela. Pide un café con leche. Parece cansada. La tarde es soleada, y la chica lleva unas gafas negras de mosca que le tapan casi toda la cara. Ni más ni menos que como si fuera una actriz famosa con resaca. Silvia es la siguiente en llegar, y se siente incómoda cuando ve que Estela es la única que ha llegado y que va a tener que hablar con ella a solas hasta que lleguen las demás. Cree que su amiga debería haber estado con Marcos anoche, y no entiende por qué desapareció de ese modo y ni se presentó después en el Labrador.

—Hey —saluda Estela, sin demasiado ímpetu.

—Hola. —Silvia se sienta—. ¿Qué tal?

—Ya me ves… Tengo una resaca… —Estela toma un sorbo de su café con leche.

—Sí… Creo que todos —responde Silvia con timidez—. ¿Te lo pasaste bien ayer? No te vimos en toda la noche.

—¡Fue genial! —Estela se crece, sin darse cuenta de que no son ésas ni la reacción ni las palabras que su amiga esperaba—. Conocí a un montón de gente increíble y, además, ¡me dieron el carné de la zona VIP! —Se lo enseña emocionada.

—Qué bien —murmura Silvia mientras mira el carné negro con grandes letras amarillas donde se puede leer perfectamente: «VIP’s CLUB». Parece que Estela no sabe nada de lo que le pasó anoche a Marcos.

—¡Hola, princesas! —exclama Bea, que coge una silla y se une a ellas después de saludarlas con sendos besos. Está contenta y radiante de energía—. ¿Cómo habéis dormido?

—Fatal. Cuando me fui a la cama, todo me daba vueltas —se lamenta Estela exagerando.

—Yo, normal: tampoco bebí tanto —dice Silvia—. Oye, ¿alguien sabe si vendrá Ana?

Entonces, como por arte de magia, respondiendo a la llamada de Silvia, aparece Ana. Tiene las mejillas ligeramente ruborizadas por haber caminado de prisa para llegar a tiempo. Más que sentarse, se desploma en la silla que quedaba libre.

—Perdonad el retraso, chicas. Mis padres no me dejaban salir, pero todo está arreglado.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué vienes tan sofocada? —le pregunta Silvia, que no sabe si Ana y su hermano han hablado ya, y tiene miedo de que Ana esté así por haber discutido con él.

—Nada. Sólo que no quería llegar tarde, y he tenido que suplicarles como siempre y, aunque al final me han dejado, ¡me ha costado lo mío convencerlos! ¡Tengo dos horas! —Pese a todo lo que vivió anoche, Ana se siente feliz porque ve que, poco a poco, la situación en casa se va normalizando.

—Entonces ¿tus padres no se han enterado de que te fugaste ayer? —pregunta Bea.

—Qué vaaa… Entré sin hacer ruido y no se enteraron de nada. ¡Qué contenta estoy! ¡Anoche estuve a punto de cavarme mi propia tumba! Pero no, todo salió según lo planeado.

Silvia ve a su amiga aliviada por lo de sus padres, pero aún quedan algunos puntos oscuros de la noche anterior que hay que resolver. ¿Qué hicieron Ana y Crespo? ¿Y cómo están Ana y su hermano David?

—¿Qué os parece si hacemos una RPU extra? —pregunta Silvia superemocionada.

—¿Una Reunión de Princess Urgente extra? Me da palo. —Estela no está muy motivada.

—Bueno… —Silvia se ha quedado cortada—. Era una idea.

—Propongo que nos contemos la noche en un minuto. —Bea pone sobre la mesa una opción que es similar a una RPU—. Es muy simple: cada una contará lo que le pasó, pero sólo tendrá sesenta segundos. Cronometradas, ¿eh? ¿Quién empieza?

—¡Yo! —exclama Silvia.

Bea prepara el cronómetro de su teléfono móvil.

—Empiezas en tres…, dos…, uno…

Silvia coge aire para explicarlo todo en tan corto tiempo.

—La noche estuvo bien. El Club estaba a reventar. Me gustó ver a Bea y a Pablo juntos. ¡Bien por ti, Bea! Yo estaba algo nerviosa por lo de Sergio, ya sabéis… y al principio bien, estuvo muy cariñoso, y al final de la noche me pidió que me fuera con él a su casa. Entonces yo le dije…

—¡Tiempoooo! —exclama Bea.

—¡Nooooo! ¡Esto no vale! —dice Ana—. ¡Ahora llegaba lo más interesante!

—Lo siento. Las normas son las normas —sentencia Bea—. ¿Quién va ahora?

Estela levanta el brazo.

—Empiezas en tres…, dos…, uno… —Bea controla el juego, y las Princess escuchan atentas.

—Ayer Félix, ese amigo que os conté que es actor y a quien conocí en el casting, me invitó a la zona VIP del Club. Fue una noche brillante. Me invitaron a tomarme unas copas y me hicieron un carné VIP personal. ¡Así que de alguna manera he subido de estatus! Allí conocí a gente que hacía cortos, y también teatro. ¡Me dijeron que contaban conmigo para hacer una serie en Internet!

—¡Tiempoooo! —Bea la interrumpe y Estela se queda chafada. Se le nota que tiene más cosas que contar. Ahora le toca el turno a Ana.

—Pues yo…, la verdad… La noche, regulín… Estaba ansiosa porque me escapé de casa, y después con David… Bueno…, él entró en la zona VIP y a mí no me dejaron entrar… A él no le importó y se quedó dentro, y eso no me gustó nada. Después me encontré a Crespo por la calle. —Ana omite que, en realidad, fue ella quien le envió un mensaje—. Nos dimos una vuelta por la ciudad, y fuimos hasta el portal 101…

En cuanto oyen «portal 101», las Princess se alteran. Bea deja de controlar el tiempo.

—¿Tú y Crespo en el portal 101? —dice Estela, extrañada.

—¿Y qué hicisteis? —pregunta también Bea, sorprendida.

—No me lo puedo creer —susurra Silvia a continuación.

—Chicas… Creo que se ha acabado el tiempo… —dice Ana, vacilando.

—¡Cuenta, cuenta! —la anima Estela, que está muy interesada.

Silvia calla. De verdad que no le gusta nada el rumbo que ha tomado la conversación. Si Ana estuvo con Crespo, eso quiere decir que le puso los cuernos a su hermano.

—Estaba cerrado —dice Ana para calmar los ánimos.

—Ah —asienten todas las Princess aliviadas, y de este modo dan por hecho que no pasó nada entre ellos.

—Bueno, ¡ni aunque hubiera estado abierto! —aclara la chica, mirando a Silvia—. Si no lo he hecho con David, ¡lo voy a hacer con el tonto de Crespo!

Todas las chicas se echan a reír, y Ana se siente algo mejor en su fuero interno.

«No tendría que haber dicho nada del portal 101. Confío en que Silvia no le cuente nada a su hermano», piensa la pequeña Princess, consciente de que ha hablado más de la cuenta.

—Te toca —le dice Ana a Bea para que dejen de hablar de lo suyo.

—Bueno, pues yo…, ya sabéis… Acabé liándome con Pablo. —Bea se queda callada.

—¿Ya está? —pregunta Ana.

—Sí. No tengo mucho que contar. Estuvo bien.

Bea no parece muy entusiasmada.

—¿Y por eso has llegado tan feliz? —pregunta Estela.

—No lo sé… Me he levantado contenta. Había buen ambiente en casa —se excusa Bea, porque tiene una muy buena razón. Aunque sus padres están a punto de separarse, hoy la familia ha desayunado como solía hacerlo antes, todos juntos, y eso la ha puesto de buen humor.

La tarde transcurre tranquila en el Piccolino. Las Princess están a gusto tomándose sus infusiones y sus cafés. A Silvia aún le queda alguna duda acerca de la noche de Ana, pero entiende que a lo mejor no es un buen momento para preguntarle nada. Conociéndola, cree que seguro que encontrarán un rato para resolver dudas. También, confía en su amiga: sabe que la pequeña del grupo no miente, y que Ana quiere un montón a su hermano. Pero incluso si pasara algo con Crespo, Silvia entiende que ella no debe entrometerse, porque los sentimientos van por caminos que la razón no entiende. Y ella lo sabe mejor que nadie: se enamoró de Sergio, el novio de una de sus mejores amigas.

Unos instantes después

—Estela, mira quién viene por ahí —comenta Ana.

Las Princess giran la cabeza al mismo tiempo. Marcos está llegando al Piccolino. Camina despacio, mirando al suelo y escuchando su iPod. Estela no dice nada, y las otras Princess se quedan en silencio, a la expectativa.

Marcos se quita los cascos unos metros antes de llegar a la mesa donde están las Princess. Tiene cara de estar dormido, y va algo despeinado.

—¡Buenos días, guitarrista! —saluda Estela mientras se levanta y le da un beso increíble en la boca.

Silvia y Bea se miran sorprendidas. No entienden nada. Ayer su amiga pasó olímpicamente del chico y ahora está supercariñosa con él. A decir verdad, a Marcos también le sorprende la reacción de su novia. La pareja no está pasando por un buen momento, y ayer quedó claro que Estela tiene otras prioridades por encima de él.

—Eso sí que no me lo esperaba —susurra Marcos después del beso.

—¿Y qué te creías? Ayer te perdí entre la multitud y te eché de menos —responde Estela con sensualidad.

—Ayer me echaron del Club —le informa él, convencido de que Estela no tiene ni idea de lo que ocurrió en el local.

—Lo sé, príncipe, lo vi —suspira ella. La respuesta sorprende al chico—. Pero no te enfades conmigo por eso, ¿eh? Y no te lo tomes a la tremenda, ya sabes cómo son los gorilas de discoteca…

—¿Lo viste? ¿Y ni siquiera saliste para ver cómo estaba? —pregunta Marcos, indignado.

—Sí. Tienes razón, y lo siento, príncipe, pero en la zona VIP había gente importante. Gente importante para ti y para mí. —Estela le sonríe.

—Yo no le veo la gracia.

Estela le hace carantoñas. Se muestra muy cariñosa.

—Sólo sonrío porque eres un rebelde, y eso me encanta. Además, tengo noticias… ¡Puede que actúe en una serie por Internet!

—¡Me alegro mucho! —Marcos se derrite ante la presencia de su chica. Está realmente enamorado de ella, y por eso olvida el desplante de ayer y se alegra al oír la noticia, porque sabe lo importante que es para ella actuar. También debe reconocer que ayer él se pasó un poco con el guardia de seguridad.

—¿Estás bien, amor? —le pregunta la chica al verlo pensativo.

—¿«Amor»? —dice el chico, que nunca había oído este sobrenombre en boca de Estela.

—Sí, «amor». A-M-O-R. Si no sabes lo que significa, te lo cuento. —El chico se queda callado. Es la primera vez que alguien se dirige a él de esa manera tan tierna. Estela lo mira a los ojos—. «Amor» significa esto…

Y entonces, ella se acerca a sus labios y le ofrece otro dulce beso con sabor a café con leche.

Al poco rato

El Piccolino empieza a estar lleno de toda la gente que, como las Princess, han quedado a media tarde para comentar la noche del sábado. Crespo acaba de llegar y se sienta con sus amigotes en la terraza. Sergio también ha llegado, y está sentado con las Princess. Lo acompaña su primo Manu. David ha llegado por su cuenta pero ¡coincidencias de la vida!, Marta llega justo detrás de él.

El año pasado, cuando las Princess quedaban en el Piccolino, sólo ocupaban una mesa… ¡y hoy ocupan media terraza! Aparentemente hay buen ambiente, todos se saludan y se sonríen, pero entre Ana y David se percibe tensión.

A los cinco minutos la mesa parece un gallinero. Todos comentan la noche anterior. Marcos es uno de los protagonistas. Se queja abiertamente de la actuación de los guardias de seguridad. Manu aprovecha para meterse con ellos haciendo chistes sobre su mentalidad.

—¡Los seguratas de las discotecas son porteros de escalera frustrados! —Todos ríen a carcajadas. Aunque el chiste sea malo, el chico tiene una gracia innata que le gusta a todo el mundo.

Estela también comenta lo de su serie por Internet y la gente a la que conoció en la zona VIP. Tiene el carné encima de la mesa para que todo el mundo lo vea. Sergio, que está sentado junto a su novia, le ofrece la mano por debajo de la mesa, y la acaricia cuando ella se la da.

—¿Has dormido bien? —le susurra al oído.

—Sí —asiente ella.

—No estoy enfadado por lo de ayer, ¿eh?

Silvia no dice nada, y le da un beso que imita el que ha visto que le daba Estela a Marcos. Es su manera de decirle a su chico que, aunque ayer no quiso ir a su casa después de salir del Club, lo sigue queriendo como el primer día. Sin saberlo, está dando el primer beso de reconciliación de su vida.

Mientras todo el mundo habla en la mesa, hay un pequeño rincón que sigue en silencio. Ana y David están mudos. La chica no quiere decir nada. Lo que pasó ayer le parece muy grave, y está muy resentida. Soportar el silencio a veces puede resultar muy duro, sobre todo si éste viene de la persona a quien más quieres en este mundo.

Crespo, desde su mesa, no puede evitar mirarla de reojo. Ella le devuelve la mirada con una medio sonrisa cómplice pero muy discreta, disimulando para que David no lo malinterprete, pero su novio lo ha visto todo.

—¿A qué viene tanta miradita? —pregunta impertinente.

—¿Qué pasa? ¿No puedo saludar o qué? —contesta Ana desafiante.

—¿Ahora eres amiga de ese capullo? Todo el mundo sabe que es un gilipollas, hasta tú me lo has dicho —suelta David, claramente celoso.

—Al menos él no me dejó tirada ayer por noche —responde ella.

Como no quiere gritarle que no tiene derecho a recriminarle nada, después de cómo se comportó anoche con ella, ni desea empezar a discutir delante de todos, se levanta y entra en el bar en un intento de calmarse y evitar decir cosas de las que luego pueda arrepentirse.

David y su hermana se miran. El chico abre los ojos y se encoge de hombros: su lenguaje no verbal le dice a su hermana que no sabe qué más hacer para dialogar con Ana. De manera inconsciente, Silvia también le responde con gestos: primero lo mira y, después, mira al bar. Le hace un gesto con la cabeza, que quiere decir: «¿A qué estás esperando? ¡Ve a por ella!». David suspira, se levanta y entra en el Piccolino en busca de Ana.

Dentro del Piccolino

Ana está esperando en la barra para que el camarero la atienda. David se acerca a ella, y se pone a su lado en silencio. La pareja permanece unos instantes sin decirse nada. El Piccolino es un bullicio de gente. Por los altavoces se oye una canción pop, pero su silencio acalla todos los sonidos del bar. Ana está seria.

—Perdona —dice David, rompiendo el silencio.

—Eso no arreglará nada —dice ella sin mirarlo.

—Lo sé… —susurra el chico—. Lo siento, Ana, es culpa mía… Anoche me comporté como un tonto, y no me tendría que haber quedado en la zona VIP.

—Ya. Anoche me escapé de casa por ti, ¿sabes? Para poder pasar la noche juntos. —Ana tiene los ojos llorosos.

—No… —murmura el chico apesadumbrado—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Pues porque soy una cría, por eso. —Ana se limpia una lágrima con un pañuelo de papel. Está conteniendo el llanto porque no quiere montar el numerito en el bar delante de medio instituto.

—No digas eso. —David le pone la mano en la espalda con cariño—. Para mí eres la chica más madura e inteligente que hay en el planeta. Lo siento mucho… Si hubiera sabido que…

—¿Si hubieras sabido? Aunque no me hubiera escapado de casa, aunque hubiera sido una noche cualquiera, tendrías que querer pasarla conmigo. Pero está claro: soy tan tonta… Porque en cuanto aparece otra chica mayor que yo, te olvidas de que existo.

—No digas eso, por favor… Sabes que no es verdad. Y no quiero que pienses que tengo nada con Marta, ni que me gusta, ni nada. Ella es una gran amiga a quien no veía desde hace mucho tiempo, y por eso estuvimos hablando tanto.

Ana mira a David a los ojos. Está muy seria.

—Confío en ti.

David la abraza con ternura. Ana se agarra a él con fuerza.

—¿Y después del Club qué hiciste? —susurra él.

Ana duda un instante. Cree que no es buen momento para contarle su noche, y menos aún después del juego de miraditas que ha tenido con Crespo en la terraza. Así que, aunque no sea nada habitual en ella, le miente.

—Crespo me acompañó al Labrador, pero como no estabas me fui a casa. No quería que mis padres descubrieran que me había fugado.

David se siente culpable y la abraza con más fuerza.

La de Ana y David sólo ha sido una pelea de tontos enamorados que no tendría la menor importancia si no fuera porque la pequeña Ana tiene un secreto con el que no sabe muy bien qué hacer. «¿No decir toda la verdad es mentir?», se pregunta, sin dejar de pensar en lo que pasó en realidad el sábado por la noche.