Con la paz de las montañas, te amaré.
Con locura y equilibrio, te amaré.
Con la rabia de mis años,
como me enseñaste a hacer,
con un grito en carne viva, te amaré.
En secreto y en silencio, te amaré.
Arriesgando en lo prohibido, te amaré.
En lo falso y en lo cierto,
con el corazón abierto,
por ser algo no perfecto, te amaré.
MIGUEL BOSÉ
En otro rincón de la ciudad
Ana y Crespo han callejeado un buen rato por las calles de la ciudad. Han pasado por el parque, por la zona del centro comercial y por la plaza del ayuntamiento. Pasear es un arte del que poca gente disfruta, aunque sea una experiencia fantástica para redescubrir tu ciudad, y por la madrugada, con las calles casi desiertas y la oscuridad, es una imagen totalmente nueva y un placer que muy poca gente se permite explorar.
Ana está muy agradecida por el gesto de Crespo. En realidad no se conocen mucho, pero hay algo que los atrae entre sí, aunque aún es muy temprano para decir qué es.
—Te voy a enseñar una cosa —dice el chico en un tono solemne.
—¿Y qué es? —pregunta Ana, que ya se siente mucho mejor.
—Un sitio…, un sitio secreto.
Ana se deja llevar. Confía en él porque su compañero es el único que ha entendido la llamada de ayuda.
—¿Está muy lejos?
—A cinco minutos de aquí.
De repente, a Ana le suena el móvil dentro del bolso. «Seguro que es David», piensa mientras coge el teléfono.
Yasmin
En línea
¿Dónde estás?
Ana le responde brevemente. No quiere que su amiga se preocupe por ella.
Blancanieves
En línea
Dando una vuelta.
—Ya hemos llegado —afirma Crespo. Ana guarda el móvil.
—¿Es aquí? —pregunta ella, sorprendida. El chico la ha llevado hasta el portal de una casa—. ¿Me has llevado a tu casa?
Crespo se ríe.
—Noooo, aquí no vivo yo. Esto es el portal 101.
Ana se queda sin palabras. Recuerda perfectamente lo que significa el portal 101. En la última reunión de las Princess estuvieron hablando un buen rato sobre ese lugar, y sobre todo lo que se hacía dentro. A Ana le entra un retortijón. No puede creer que Crespo sea tan cínico como para haberse tirado el rollo del amigo comprensivo sólo para ligársela.
El chico se detiene antes de entrar. Parece que analice la situación. Ana lo mira, no sabe si decirle algo ya y pararle los pies, o esperar el desenlace de esta situación tan surrealista. Como es evidente, no le apetece nada entrar y conocer ese sitio, y menos con Crespo, que puede pensar de todo si ella accede. Y en ese momento la chica se da cuenta de que no conoce al cien por cien a su compañero de clase, y que quizá debió de habérselo pensado mejor antes de llamarlo e irse con él. En vez de eso, ha actuado de manera irreflexiva y se ha dejado llevar por un arrebato.
Mientras el chico observa por la mirilla de la puerta, Ana aprovecha para comprobar el móvil. Tiene otro mensaje.
Yasmin
En línea
Nosotros vamos para el Labrador. Vente!
Blancanieves
En línea
Voy!
—Pues no podemos entrar… ¡Qué lástima! —se lamenta Crespo.
—Da igual, de verdad. Ya estoy más tranquila. El paseo me ha venido muy bien. Y Silvia me ha enviado un mensaje. Dice que está en el Labrador y me apetece ir.
—Guay —contesta él, no demasiado ilusionado—. Pero tenemos que volver aquí. El portal 101 es la caña.
Ana se siente algo extraña. Sigue con la sensación de que Crespo no quería dar sólo un paseo y acompañarla en su mal momento, sino que se traía otras intenciones. Pero le queda la duda: aunque al portal 101 sólo van parejas que quieren liarse, quizá Crespo pretendiera llevarla a un lugar tranquilo donde poder pasar un rato hablando de lo sucedido sin que nadie los molestara.
Un poco antes, en la churrería
Marcos les cuenta a Silvia, Sergio, Bea y Pablo lo que ha sucedido con los guardias. Los que no lo han vivido no se pueden creer la actitud de los de seguridad. Todos le dan la razón a Marcos, quien aún está bastante exaltado. David y Marta, que también están presentes, asienten a todo lo que dice el muchacho. Por el contrario, Miguel permanece callado. Sabe perfectamente que su amigo no ha sido educado, y por eso han pagado el alto precio de que los expulsen del Club.
—Bueno, y entonces ¿qué hacemos? —pregunta Marta—. Supongo que ni hablar de volver a entrar, ¿no?
—Yo seguro que no. No vuelvo aquí ni borracho —contesta Marcos, enfadado—. Y estoy harto de esperar a que salga Estela. ¿Dónde se ha metido?
—¿Qué propones? —interrumpe David mirando a Marta.
—Yo no sé vosotros, pero yo me voy al Labrador. Seguro que ahí estaremos mejor —responde Marcos, rabioso.
Silvia y Bea se miran con complicidad. Las dos Princess entienden lo que le pasa a Marcos por la cabeza. Vale que en la zona VIP no haya cobertura, pero hace más de una hora que están esperando en la calle a que salga Estela, y es normal que el chico se marche.
El grupo emprende la marcha hacia el Labrador, que está sólo a diez minutos del Club. Bea y Silvia sacan sus móviles. Bea le envía un mensaje a Estela y la pone al corriente de su nuevo destino. Silvia hace lo mismo con Ana.
Durante el trayecto, Silvia aprovecha para comentar algunas cosas con Bea. La noche está siendo divertida y sorprendente, pero también un poco rara. Sorprendente por el grupo que se ha formado, y por que vayan a acabar en el Labrador, un tugurio donde la gente es muy distinta que la del Club. Pero extraña, porque Estela sigue perdida dentro del local que acaban de dejar, y Marcos anda tan rebotado que parece que le dé igual dónde esté su chica. Saben que la pareja no está pasando por un buen momento, pero les parece un poco fuerte que Estela no esté con Marcos después de lo que ha pasado.
Por otro lado, Marta y David no dejan de hablar y reír. ¿Tan unidos estaban y tan bien se llevaban en el instituto? Y no les cuadra ni les parece nada bien que Ana se haya marchado, que nadie sepa dónde está y que David no haya preguntado por ella.
Silvia y Bea no saben lo que está pasando. Todo es muy confuso. Además, la rubia, que se ha liado con Pablo, de quien va cogida de la mano, nota que Miguel se muestra distante.
De camino hacia el Labrador, el grupo se dispersa un poco. Miguel y Marcos van por delante, andando un poco más rápido que el resto. Siguen excitados por lo sucedido con los guardias de seguridad. Marcos no deja de darle vueltas y hablar de ello. Les siguen en la fila David y Marta, que continúan recordando los viejos tiempos en el instituto, cuando eran compañeros de clase. Los penúltimos son Bea y Pablo, que caminan en silencio y han pasado de ir cogidos de la mano a agarrarse de la cintura. Por último, Silvia y Sergio también caminan sin decir nada.
—¿Sabes qué he pensado? —pregunta de repente Sergio con la mirada fija en el suelo—. El Labrador está muy bien, pero ahora me apetece estar contigo.
Silvia se ríe.
—Estás conmigo. No soy un holograma.
—Eso ya lo sé, tonta. —El chico también sonríe. Y susurra—: Pero… ¿qué te parece si nos escapamos sin que se den cuenta y nos vamos a mi casa?
Silvia camina unos pasos sin decir nada. Esa pregunta le retumba en el interior. Si los dos van a casa de Sergio, seguro que él lo querrá hacer, y ella todavía no se siente preparada.
—¿Qué me dices? —pregunta el chico con mucho amor.
—No sé… —responde ella tímidamente.
—Venga, dime que sí —le suplica él.
Silvia suspira.
«Supongo que es el momento de decirle otra vez la verdad», piensa la chica.
—No quiero que te lo tomes a mal, ¿vale? Porque sabes que me siento muy a gusto contigo…, pero es que ahora no me apetece ir a tu casa. O bueno, sí me apetece, pero no para… No me siento preparada, ya sabes…
El chico asiente con la cabeza, aunque hay algo que no entiende.
—Silvia, no te he dicho que vayamos a casa para hacer nada. Sólo te he preguntado si quieres cambiar el plan y venirte a mi casa.
La chica se pone nerviosa. Su novio tiene razón, pero está segura de que si accede a ir a estas horas pasará lo inevitable.
—Lo sé. Pero no estoy preparada.
A Sergio no le ha gustado el comentario de Silvia. Se supone que es su novia, y que debería confiar un poco más en él, ¿no? Entonces, aunque de manera inconsciente, mete las manos en los bolsillos en un claro gesto de distanciamiento y enfado con ella. Silvia percibe el cambio en el chico a quien ama: nota cómo se aleja miles kilómetros de distancia, aunque siga caminando junto a ella.
—¿Te has enfadado? —pregunta.
—No, no.
—Dime la verdad.
—No. No estoy enfadado. Estoy confundido. El otro día, por el chat, me dijiste que querías, y ahora me dices que no. Y vale, no lo entiendo pero está bien, aunque… es que no quieres ni pasar un rato conmigo, a solas, en casa. ¿Tanto miedo te doy? ¿Es que soy el ogro? Eso no me hace sentir muy bien, ¿sabes?
Silvia se queda cortadísima. Sabe que él tiene razón, y que probablemente no debió haber jugado con fuego si no quería quemarse. Ese día se dejó llevar por la comodidad de su casa y la distancia de Internet, pero ahora todo es muy diferente. Además, se siente incómoda cuando habla sobre el tema.
—Lo siento —dice, bajito.
Pero a Sergio también se le han pasado las ganas de todo, incluso de seguir con la conversación y de solucionar la pequeña discusión con ella.
—Ya hemos llegado —es su única respuesta.
En el Labrador
Marcos y Miguel entran los primeros. El Labrador es un bar mucho más roquero, y al músico le encanta. La entrada es para mayores de dieciocho años, pero siempre hacen la vista gorda. Además, no hay guardias de seguridad ni zonas VIP exclusivas para gente superficial que se cree importante.
Silvia, que ya conoce el bar de cuando Nacho, un amigo de su hermano, se la llevó allí para ligársela, no se separa de Sergio. Después de la conversación que han mantenido, cree que les vendrá bien algo de diversión.
—¿Y mi hermano y Marta? —pregunta, mirando hacia la puerta.
—No lo sé —responde Sergio sin mucho interés.
—Al final no han entrado. Se han marchado —comenta Bea con una mueca. No tiene muy claro qué está pasando entre esos dos, y no está muy segura de querer saberlo, porque David está saliendo con Ana, ¡una de sus mejores amigas! Pero Marta es su hermana y se siente obligada a justificarla—: A mi hermana no le gustan nada este tipo de locales, y estaba cansada.
Y entonces, cuando todos miran a la puerta porque esperaban a la pareja de chicos mayores, ven aparecer a Ana y a Crespo.
—¿Dónde te habías metido? —pregunta Bea en seguida, preocupada.
—Por ahí —contesta Ana—. ¿Dónde está David?
Bea mira a Silvia. Si le dicen a Ana que se ha ido con Marta, a la peque de las Princess le dará un patatús.
—Creo que se ha ido a casa —contesta Silvia.
Sergio, que está escuchando la conversación, aprovecha para despedirse también. La discusión que ha tenido con Silvia le ha fundido los plomos.
—Me voy. Estoy algo cansado, y quiero aprovechar el domingo.
Su novia se vuelve hacia él y, al ver la cara seria del chico, se le humedecen los ojos. Sabe perfectamente por qué se va.
—Te pediría que me acompañases, pero no creo que fuera buena idea… Ya sabes, soy peligroso, y más de noche. No quiero que te lleves una sorpresa, o peor, un susto —ironiza Sergio.
Silvia no le contesta. Intenta sonreír y se dispone a darle un abrazo y un beso de buenas noches de todos modos, pero su novio no le da opción: se marcha antes de que ella haya hecho el gesto de acercarse a él.
—¡Qué bonito es el amor! —exclama Crespo con bastante mala leche.
—Tú cállate —le ordena Bea, que lo conoce. Luego se dirige a Ana—: ¿Y de dónde venís?
—Del portal 101 —responde Crespo por la benjamina de las Princess.
Bea se queda muda. A Silvia, que también ha oído lo que ha dicho, se le desencaja la mandíbula. Si Ana ha estado con él en el portal 101, eso quiere decir que hay un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que se hayan liado.
Ana intenta explicárselo pero Silvia, que también ha oído la respuesta del chico y sólo piensa en su hermano, la interrumpe:
—Un momento. RPU privada. —Y dicho esto, agarra a Bea del brazo y tira de ella hasta la salida del local.
—¿Has oído eso? —le susurra a su amiga.
—¡Qué fuerte! No me lo creo de Ana —responde Bea, sorprendida.
—Cuando se entere David… Vaya nochecita —suspira Silvia.
—Ni que lo digas. ¿Y Estela?
—Vete tú a saber. Y Marcos está rarísimo hoy también. —Silvia cambia de tema—. Oye, visto lo visto, y antes de que las cosas se tuerzan más, creo que me voy a ir a la cama. Tampoco es que este bar me guste mucho, y Sergio se ha ido.
—¿Os habéis enfadado?
—No. Bueno, más o menos… Me ha pedido que fuera con él a su casa y no he querido.
—Ya. Los chicos son así —afirma Bea, resignada.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Silvia.
—Pues que cuando quieren… ya sabes… eso… pues te dicen cosas bonitas y te escuchan y están atentos, pero si tú no quieres…
—¿Qué? —pregunta su amiga expectante.
—¡Que se marchan, Silvia, que se marchan! —Bea no ha podido ser más clara. Y lo dice con rencor: Pablo ya hace un rato que se ha ido, en vista de que Bea tampoco estaba por la labor.
Silvia se queda pensativa. De la puerta del Labrador salen Marcos y Miguel.
—Nosotros nos vamos. Esto está muerto —sentencia Miguel.
—Me voy contigo —le dice Silvia a Marcos.
—Vale, acabemos con esta noche —refunfuña el chico.
—Adiós, Bea —susurra Miguel, cabizbajo.
La chica se le acerca para darle dos besos.
—A ver cuándo repetimos eso del cine, ¿eh?
Miguel la mira directamente a los ojos, y eso intimida a la chica.
—Claro —responde él, con el corazón en un puño. Le ha dolido ver a Bea con Pablo, y le duele que, una vez más, él se marcha a casa solo.
Y de este modo, cuando todos los demás se han ido, Ana y Crespo vuelven a estar solos.
—Bueno… —suspira él—, parece que nos hemos quedado solos otra vez.
—Eso parece —contesta Ana, mirando el móvil y comprobando que su novio no le ha dicho absolutamente nada.