Capítulo 18

Cuando el mar

se comió al sol

tus mejillas conservaron su calor.

En la arena,

tú y yo

y oleadas de caricias de los dos.

EL SUEÑO DE MORFEO

Sábado noche, en el Club

La única noche de la semana en que el tiempo no se mide en minutos y segundos es la del sábado. Es la única noche en que la gente quiere pasárselo bien fuera de los horarios de la semana y del estrés que provoca levantarse temprano para llegar a las clases.

Son pasadas las doce de la noche, y la mitad de las Princess ya están en el Club. Sentadas a su mesa favorita, al lado del bafle, están Silvia, Ana y David. Esperan la llegada de Bea con su hermana, y la de Sergio con su primo.

Ana está nerviosa y emocionada porque se ha atrevido a seguir el plan de Crespo a la perfección. Les ha dicho a sus padres que se iba a dormir, y se ha marchado como si nada. No se lo ha contado a nadie. David y las Princess creen que sus padres le han levantado el castigo.

«Se morirían si supieran que Crespo me ha convencido para hacer esta locura», piensa la chica.

Por otra parte, Silvia está muerta de vergüenza después del atrevimiento que tuvo con su chico la noche anterior por chat. No puede parar de pensar en qué cara va a poner cuando vea a Sergio. Se siente como si tuviera una primera cita.

Pero antes que su novio y Manu, aparecen Bea y su hermana Marta.

—¡Marta, madre mía, hacía siglos que no la veía! —exclama David, muy sorprendido por el cambio físico que ha experimentado la chica desde la última vez que se vieron.

—Sí, ¡está genial! Vino de Londres cargada de ropa chulísima. Se nota que ha cogido estilo —responde su hermana antes de levantarse a darles dos besos.

En cuanto Marta ve a David, va directa hacia él.

—No me lo puedo creer, David, ¡estás incredible! Cuánto tiempo sin vernos.

David recibe incómodo el enorme abrazo que le da la chica. No es que Marta y él fueran íntimos en el insti, pero iban juntos a la misma clase, y se profesaban un cariño especial. «¿Qué significan tanto beso y tanta emoción? No sabía que fueran tan amigos», se dice Ana. Se pone tan nerviosa que cree que lo mejor será pedir algo para beber. Llama al camarero y le grita:

—Pedro, ¿nos haces unos chupitos de algo que te guste?

—¡Eso está hecho! —contesta el chico con entusiasmo.

Mientras Marta y David se ponen al corriente de sus respectivas vidas, Silvia le propone a Bea ir al lavabo. Lo que quiere, en realidad, es contarle lo de su chat subido de tono con Sergio y planear alguna estrategia para cuando él aparezca.

—Vamos al lavabo. ¿Te vienes, Ana? —pregunta Silvia.

Ésta mira a su novio y a Marta, y decide que es mejor quedarse.

—Me da pereza. No os importa, ¿verdad? —miente.

«Bien —piensa Silvia—; prefiero hablar a solas con Bea. Si lo cuento delante de Ana, seguro que se escandaliza».

Mientras van de camino al lavabo ven entrar en el local a Sergio y a su primo. En vez de ir a saludarlos, Silvia arrastra a Bea de la mano y la lleva al servicio a escondidas.

—¡No quiero que me vean!

—¿Por qué? —pregunta su amiga, extrañada.

—¿Quién no quieres que te vea? —dice Estela, que aparece de la nada, como hace siempre, dándoles un susto de muerte.

—¡Aaaaah! —gritan las dos, sorprendidas.

—¡Qué susto nos has dado! —dice Bea, con la mano en el pecho por el sobresalto.

—¿Y Marcos? —pregunta Silvia mientras va hacia los aseos y comprueba que su novio y Manu no las vean.

—Ahora viene con Miguel —contesta Estela, riendo por el susto que les ha dado a las chicas.

—¿Miguel ha venido? —pregunta Bea, sorprendida.

—Sí. Nos hemos encontrado con él en la churrería, y ha dicho que se apuntaba. Marcos se ha quedado con él. Ya vendrán. Bueno, ¿me vais a contar quién no quieres que te vea? ¿Vamos a hacer pis? —dice Estela cuando se da cuenta de que van directas al servicio.

—Sí, sí —afirma Silvia mientras abre la puerta de uno de los baños—. Entremos en éste, que está libre.

Las tres se encierran ahí, en el único lugar donde ningún hombre las puede escuchar. Estela se da cuenta en seguida de que no han entrado precisamente a hacer pis.

En la mesa

Sentados uno frente a la otra, Marta y David no paran de hablar. Comentan viejas anécdotas de cuando iban juntos a clase, y hablan de gente a quien Ana no conoce. Esta situación está empezando a incomodar a la pequeña Princess y, como no sabe qué hacer ni qué decir, bebe más chupitos de la cuenta. El camarero ha servido cinco, y ella ya se ha bebido tres.

—¿No estás bebiendo demasiado? —pregunta David preocupado. Sabe que a Ana el alcohol le sienta fatal.

—No —contesta ésta con sequedad—. Me he bebido mi chupito y los dos de las chicas. Sois vosotros los que no bebéis nada. Como no paráis de hablar…

Entonces aparecen Manu y Sergio, dejan los cascos en el suelo y, sin decir nada, se beben los dos chupitos antes de saludar a nadie.

—Está claro que tendremos que pedir más —dice Marta mientras mira a Sergio.

—Hola, soy Sergio —dice éste.

—El novio de Silvia —aclara Ana. Luego se dirige a Sergio—: Está en el lavabo con Bea.

—Yo soy Manu —dice el otro recién llegado. Le da un beso en la mano a Marta y le hace una reverencia en plan gracioso.

La chica se levanta y también se presenta. En cinco minutos, ya tienen cinco chupitos más en la mesa, y parece que Marta ya los ha conquistado a todos con su alegría y anécdotas londinenses.

Dos pisos más arriba de la pista se encuentra la zona VIP del local: cinco mesas separadas por un cordón de terciopelo rojo junto al que un chico de seguridad controla el acceso a esa área privada. Hace rato que Marta no deja de mirar hacia arriba.

—Este chico me suena de algo y no sé de qué —dice.

—¿Quién?, ¿el segurata? —pregunta Manu, quien también mira hacia la zona VIP—. No estaría mal que pudiéramos colarnos, ¿no?

—Sí, no estaría mal que nos dejaran entrar —lo secunda Marta.

—Ya, pero ¿cómo? —pregunta David—. Esto es para famosetes y gente de la tele.

—¿Qué pasa? ¿Es que nosotros no somos cool? —dice la chica, enseñando un tatuaje que tiene en el hombro y guiñándoles un ojo a los chicos.

Entonces se levanta, se pone bien el escote, se remueve el cabello, se traga un chupito de golpe y, con una seguridad envidiable, dice:

—Cuando os haga la señal, entráis conmigo. Let’s go!

—¡Guau! Cómo mola esta tía —dice Manu, aplaudiendo.

—¡A por ellos! —grita Sergio.

David no puede evitar mirar a la chica, admirado.

—Lo va a conseguir. ¡Esta tía es una crack! —dice sin dejar de mirarla, y sin darse cuenta de que Ana se está empezando a agobiar y a sentir muchos celos.

En ese mismo instante, el chico de seguridad dice algo por el walkie, abre la barrera y Marta les hace la señal para que suban. Van entrando todos en fila hasta que, al llegar a Ana, que es la última, el chico le pregunta:

—¿Me puedes enseñar el DNI?

Ana se quiere morir. Ha entrado mil veces en el Club y jamás le han pedido nada; pero, por lo visto, la zona VIP es otra historia. En el fondo, a la Princess le da igual. Por ella, mejor. Si no la dejan entrar, seguro que David se quedará con ella, y no tendrá que seguir aguantando a la pelma de Marta. «Que la inglesa se quede con Sergio y Manu, que yo me quedo con mi novio», piensa. Pero lo que la chica no podría imaginar, ni en la peor de sus pesadillas, es lo que haría realmente David en semejante situación.

En los servicios

—No me puedo creer que le escribieras eso a Sergio —dice Bea con sus preciosos ojos azules abiertos como naranjas.

—Pues a mí me parece genial. Nuestra Princess ha despertado por fin —dice Estela, orgullosa de su amiga.

—Es que no me lo creo ni yo. Y claro, cuando lo he visto ahora… Bufff, ¡me quiero morir de la vergüenza!

—Es un paso muy importante. ¡Es como si ya lo hubierais hecho! —exclama Bea, emocionada.

—Sí, es muy raro. Os juro que parecía que no era yo la que escribía. Estaba como poseída.

—Poseída por el deseo —dice sensualmente Estela.

—¿Que creéis que pensará de mí? ¿Y si opina que me he pasado? —pregunta Silvia, realmente preocupada.

—Sergio estará encantado, flipando, alucinando, ¡volando! —grita Estela, loca de emoción.

—Pero ahora tendrá todavía más ganas de hacerlo, ¿no? —pregunta Silvia.

—¿Y eso es malo? —pregunta irónicamente Estela mientras mira a Bea.

—Para nada —la secunda la otra.

—Pero yo he hecho esto porque… ¡Ay, no sé! Estoy hecha un lío…

—¿Y Ana? ¿Dónde la habéis dejado? —pregunta Estela, quien se da cuenta de que falta una de las Princess.

—Está con David y mi hermana.

—A ella, ni una sola palabra, ¿entendido? Ana no lo comprendería. No quiero que se crea que soy una fresca —dice Silvia muy seria.

Entonces alguien llama a la puerta con fuerza.

—Basta ya de cháchara, ¿no? ¡Que algunas queremos mear!

—¡Ya vaaaaaa! —contestan las tres a la vez.

En la puerta de la zona VIP

Manu, Marta y Sergio ya están sentados a la mesa VIP. David, que está junto al cordón que lo separa de Ana, le suplica a su novia que le deje quedarse un rato.

—¡Nunca he estado en la zona VIP! ¡Y hace mil años que no veo a Marta! No te importa, ¿verdad que no? Sólo una copa.

Ana no se lo puede creer. «Realmente mi novio prefiere la compañía de ésa que la mía. Ni siquiera intenta disimular». Pero ella sí, ella intenta que no se le noten ni la rabia que guarda en su interior ni los celos que siente por Marta. Las lágrimas que están a punto de brotarle… ¡Si supiera lo que ha hecho hoy por estar ahí con él, por pasar un rato juntos! Pero calla.

—No pasa nada. Me voy a buscar a las chicas.

David le da un beso y se marcha corriendo a sentarse con Marta y los chicos. Ana se dispone a ir a los servicios en busca de las Princess cuando se encuentra con Marcos y Miguel en la barra. Están bebiéndose unas cervezas. Les cuenta lo sucedido y los chicos intentan animarla.

—No te preocupes, estás mucho mejor con nosotros que con aquella panda de pijos —dice Marcos mientras mira hacia el segundo piso con desprecio.

—¿Qué puedes esperar de un lugar que está precintado por un cordón de terciopelo rojo? —se burla Miguel.

Eso consigue hacer sonreír a Ana. Tal vez los chicos tengan razón y no haya para tanto.

En la pista

Las chicas salen del servicio, se dan unos bailoteos por la pista y, de camino a la mesa, se encuentran con Ana, Marcos y Miguel en la barra.

Silvia suspira aliviada al ver que Sergio no está con ellos, y prefiere sentarse antes que ir a buscarlo. En seguida se da cuenta de que Ana ha bebido demasiado. Tiene una cerveza en la mano y no para de decir cosas que no entiende:

—Panda de pijos… que me traten como una niñata… gilipollas… —Suelta frases inconexas mientras zarandea la cerveza que tiene en la mano—. ¡Y la tía esta, qué se cree!

—¿Se puede saber de que está hablando, príncipe? —le pregunta Estela a Marcos por lo bajini.

—Nada, que David se ha quedado en la zona VIP con la hermana de Bea —le contesta éste.

«¡La zona VIP! Félix debería estar allí también… ¡Tenemos que entrar como sea!», piensa Estela.

—¿La hermana de Bea? ¿Y Bea? —pregunta inocentemente Miguel.

—Es verdad, ¿dónde está Bea? —le pregunta Estela a Silvia.

—¿La hemos perdido en la pista? —responde su amiga.

—Cuando bailábamos… Puede ser… No me he enterado —contesta Estela.

Todos la buscan con la mirada, y entonces se dan cuenta de que se ha encontrado con alguien por el camino. Están juntos y bailan abrazados.

—¿Ése no es…? —pregunta Miguel, temeroso de pronunciar el nombre.

—Sí, Pablo. Y parece que la va a besar en cualquier momento —contesta Estela, preocupada y apoyando la mano encima del hombro de su compañero de clase.

A Miguel se le encoge el corazón. Empieza a sudar y a pensar en qué puede hacer para que no se note el dolor que siente en ese instante. No quiere mirar, no quiere verlo; le duele. Siempre ha sabido el rollo que se trae Bea con Pablo, pero una cosa es que te lo cuenten y otra muy distinta es verlo con tus propios ojos.

—¿Qué te pasa? —le pregunta Marcos, que nota que los mofletes de Miguel están más sonrosados que nunca.

—Creo que me ha sentado mal la cerveza —miente el chico. Acaba de descubrir algo que hace tiempo que era evidente, pero que se había escondido a sí mismo por miedo: está completamente enamorado de Bea.

—¿Estás bien, princesa? —le pregunta Estela a Ana, quien nota que la pequeña del grupo está demasiado callada y ausente y no parece importarle lo más mínimo que Bea se esté enrollando con su ex en la pista.

—Perfectamente —responde la otra antes de beberse de un trago la cerveza que le queda.

—Otra para mí —dice Silvia mientras mira al camarero, que acaba de acercarse a ellos—. Tengo la sensación de que esta noche va a ser muy larga.

—¿Dónde dices que están los chicos? —le pregunta Estela a su novio.

—En la zona VIP.

—Pues vamos para allá, ¿no?

—Venga, vamos —dice Silvia sin demasiado entusiasmo, por el terror que le produce ver a Sergio.

—Yo me quedo con Miguel, que parece que no se encuentra muy bien —se disculpa Marcos.

—No, tranquilo, estoy bien —responde el aludido.

—No, me quedo contigo —afirma serio Marcos, a quien no le apetece ir a la zona VIP.

En la zona VIP

Al llegar al cordón, el guardia de seguridad alerta a Silvia.

—Ya le dije a tu amiga que sin DNI no podía entrar.

—Tranquilo, sólo queremos decirle una cosa a ese chico de allí. Es mi hermano.

—Lo siento, pero no os puedo dejar entrar.

—¡Que te digo que es sólo un momento!

Mientras discuten, Estela observa que a dos mesas de la de los chicos se encuentran Félix y sus colegas de Amores de colegio. El corazón se le acelera, y una extraña sensación la invade por dentro. Su novio está a menos de tres metros, y ella se muere de ganas de hablar con el actor.

«Todavía no se cómo, pero voy a entrar allí, aunque sea lo último que haga en la vida», se dice a sí misma.

Mientras, Ana, aprovechando la discusión del segurata y Silvia, pasa por debajo del cordón e intenta colarse. David la ve desde lejos y sale corriendo hacia ella, pero el guardia ya la ha visto. La agarra del brazo y la echa de malas maneras. Es todo muy desagradable, y Ana está muy enfadada. David no la defiende en ningún momento; por el contrario, parece que la actitud de la chica lo avergüenza.

—Perdónela, ha bebido demasiado. Lo siento —se disculpa mientras agarra a su chica del brazo.

Esto enoja a Ana todavía más. Una cosa es que su novio no la apoye, y otra, que le dé la razón al guardia.

—Ya me la llevo yo afuera —dice David, disculpándola otra vez.

—No hace falta. Sé andar solita —contesta Ana con un tono nada propio de ella y soltándose del brazo del chico.

—Pero ¿qué te pasa? —pregunta él, sorprendido.

—¿Que qué me pasa? Pues que llevas toda la noche pasando de mí, ¡eso es lo que pasa!

—¡Pero qué dices! —grita David.

—Lo que oyes. ¿Qué te crees, que no veo lo que pasa? ¿Crees que soy tonta?

—Ana, te estás pasando. Vamos afuera —dice el chico mientras intenta agarrarla del brazo otra vez.

—¡Que me dejes! —Ella se zafa otra vez de él—. Salgo afuera yo sola, que no tengo doce años. Déjame en paz y quédate con tu amiguita Marta, que parece que sólo tengas ojos para ella. ¿Sabes qué? A lo mejor mis padres tienen razón. A lo mejor me tengo que buscar un chico de mi edad —dice con los ojos llorosos llenos de rabia.

David se queda plantado delante del cordón de terciopelo, observando como Ana se marcha. La ve tan nerviosa que piensa que lo mejor que puede hacer es esperar unos minutos antes de ir a buscarla. Pero lo que le ha dicho ella le ha dolido tanto que finalmente prefiere no hacerlo.

A la salida del Club, en la churrería

Ana, sentada en el bordillo, no puede parar de llorar. Al instante aparecen Estela y Silvia, dispuestas a consolarla.

—Dejadme, quiero estar sola —dice entre sollozos y tapándose la cara.

—Pero ¿cómo te vamos a dejar así? —pregunta Silvia mientras se sienta a su lado.

—¿Y David? Pasa de todo, ¿no? No le importo nada.

—Le has montado un buen numerito, Ana. Entiende que no venga —lo defiende Silvia—. Pero si quieres, voy a buscarlo.

—En serio, dejadme sola un rato. Ahora entro. Por favor —suplica su amiga.

Las Princess se miran entre ellas y deciden respetar a la chica y marcharse. Lo que no saben es que la ira, el llanto y la borrachera van a hacer que Ana haga algo muy atrevido tratándose de ella. Coge su móvil, abre el WhatsApp y envía un mensaje.

Blancanieves

En línea

Me he peleado con David. Estoy en la churrería del Club.

Crespo no tarda ni treinta segundos en contestar.

Crespo

En línea

Voy. Espérame en la calle de abajo.

Ana se levanta, se seca las lágrimas y marcha hacia allí, dejando a las Princess y a su novio en el Club.