Contamíname, pero no con el humo que asfixia el aire.
Ven, pero sí con tus ojos y con tus bailes.
Ven, pero no con la rabia y los malos sueños.
Ven, pero sí con los labios que anuncian besos.
Contamíname, mézclate conmigo,
que bajo mi rama tendrás abrigo.
PEDRO GUERRA
Mañana de sábado
Son casi las once de la mañana, y Estela continúa en la cama remoloneando. Ayer estuvo despierta hasta casi las tres de la madrugada esperando a que Félix le contestase. ¿Por qué algunos chicos tardan tanto en responder a una simple pregunta? ¿No son conscientes de que la espera puede ser un drama?
Aún en la cama, Estela se deja llevar por la fantasía. Se imagina que es una gran actriz que recoge un premio en una gala retransmitida por todo el mundo. Se imagina que Félix la ve desde su casa y piensa algo así como: «¿Por qué no le contesté el mensaje?».
En ese preciso instante, como si las estrellas escuchasen a la Princess, su pequeño teléfono móvil emite unas vibraciones. La chica alarga la mano hasta la mesita de noche. La pantalla le ilumina la cara y Estela, deslumbrada, cierra un poco los ojos. ¡Es un WhatsApp de Félix!
Félix
En línea
Hoy estaré en la zona VIP del Club. ¡Fiestaaaaaa!
La chica tarda unos segundos en procesar la información. Aún está demasiado dormida como para pensar en qué significa este mensaje; además, se siente algo rabiosa por todo el rato que estuvo esperando la respuesta de Félix como una colegiala.
Le contesta con un emoticono sonriente. «No te mereces más que esto», piensa mientras aprieta el botón de enviar. La chica conoce bien esta clase de personajes porque, de alguna manera, ella también es un poco así. Le gusta llegar la última a las fiestas, tener cosas interesantes que decir y, por supuesto, le encanta que vayan detrás de ella. Pero una cosa que nunca haría es dejar de contestar un mensaje. Esto se lo hacía su profesor de teatro, Leo, con quien estuvo liada, y no lo podía soportar. Pero como se trata del protagonista de Amores de colegio, no se lo va a tener en cuenta.
Da un gran bostezo, se levanta y se dirige al baño. Se mira en el espejo, se lava la cara, extiende las manos y se fija en sus uñas. Estela es una chica que cuando está nerviosa se come las uñas hasta decir basta. «Qué vergüenza me daría si Félix me viera las manos…». Sin pensárselo dos veces, busca entre su maquillaje. Si no recuerda mal, tiene un juego de uñas blancas de porcelana que se compró hace unos meses y que guardaba para alguna ocasión especial.
Con el pijama todavía puesto, Estela se hace la manicura y se coloca una uña en cada dedo. Se acaba de dar cuenta de una cosa: si hoy causa sensación en el Club, puede que Félix le abra alguna puerta en el campo de la actuación.
Una oleada de nervios le recorre la espina dorsal. No ha desayunado y ya está pensando en la noche. Félix y todo el mundo la tienen que ver resplandeciente. VIP son las siglas inglesas de Very Important Person, que significa «persona muy importante». Y, para ser importante, una debe estar imponente y glamurosa.
Con la radio del baño puesta a todo volumen, la chica saca todas las provisiones de maquillaje que tiene. Buscará entre pintalabios y polvos varios la combinación perfecta que le vaya a juego con las uñas y la ropa de noche.
«Hoy será la noche perfecta. Mi noche perfecta. Quiero que cuando Félix y sus amigos me vean no lo olviden nunca», se dice a sí misma, sin acordarse para nada de que tiene novio. Marcos.
En el mismo instante, en otro lugar de la ciudad
Silvia está con su madre en el mercado. Como cada sábado, hacen la compra y desayunan juntas en un puesto que preparan unos minibocadillos buenísimos. Silvia siempre se pide el de queso con un zumo de naranja. Madre e hija aprovechan para hablar de sus cosas y ponerse al día.
—¿Y cómo va el amor? —pregunta la madre con media sonrisa escondida detrás de su taza de café.
—Bien. Ya lo sabes, mamá… —contesta Silvia, intentando evitar hablar de ello.
—¿Y qué es bien?
—¡Ay, mamá! —exclama la chica.
—¿Qué pasa, hija? Tengo derecho a saberlo, ¿no?
—¡Es que me da cosa! —Silvia ha dicho una gran verdad.
Su madre la mira fijamente, abre la boca, duda, y la vuelve a cerrar. Parece que quiere preguntarle algo importante, pero no encuentra la manera.
—Bueno… Yo en realidad… me refería a si ya…
—¿Ya qué? —pregunta Silvia nerviosa.
—¡Hija, ya me entiendes! Si ya…
—¡No te entiendo, mamá! —Silvia suelta una pequeña carcajada. Las dos saben que están hablando de sexo.
—Pues que hace unos días estuviste cenando en casa con Sergio a solas, y lo único que me has dicho es que la cena estaba rica.
—Es que la cena estaba riquísima, mamá.
—Ya —suspira la madre.
Silvia le da un sorbo a su zumo de naranja. La chica conoce tanto a su madre que sabe perfectamente que después de uno de esos suspiros viene una gran verdad. Rita insiste:
—A ver, hija, podemos hablar del tiempo que hace hoy, de tus buenas notas o de lo bonita que es la vida. Pero a lo que me estoy refiriendo es a si pasó «algo más». Porque… ¿pasó o no pasó «algo más»? —le pregunta a su hija, mirándola con picardía.
—Noooooooo —responde Silvia con la vista pegada al suelo.
—¿Segura?
—¡Ay, mamá! ¡Qué plasta eres!
—Hija, debo saberlo. ¡Soy tu madre! —Rita se defiende.
—Eso ya lo sé. Pero yo no te pregunto cuándo ni cuántas veces lo haces con papá.
—Todas las noches, hija. Siempre.
Sorprendida por la respuesta, Silvia mira a su madre con los ojos como platos. Rita, al ver la cara de la muchacha, se echa a reír. Y Silvia, dándose cuenta de la cara de boba que se le ha puesto, se une a ella y estalla en carcajadas.
—¡Qué bonito es ver a madre e hija reírse! —exclama la dueña del pequeño bar.
—¡Mi hija ya es toda una mujer! —dice Rita, orgullosa.
—¡Maaaamáaaaa! —Silvia, que se tapa la cara con las manos, se ha puesto roja como un tomate.
—¡En ese caso, al desayuno de la niña invita la casa! —dice la dueña, orgullosa de compartir tanta alegría con esas clientas habituales.
—¿Lo ves, hija? No hay mal que por bien no venga —le susurra Rita a Silvia.
—Claro, ¡pero a mi costa!
Rita se levanta y le da un gran beso en la mejilla. Después de la charla y de ese gesto de amor de su madre, Silvia se siente con la suficiente confianza como para contarle lo que le preocupa desde hace unos días.
—A lo mejor te parecerá una tontería, pero quiero estar preparada para el momento, y aún no sé si estoy segura de querer dar el paso…
La madre mira a su hija con orgullo.
—No tengas prisa —la aconseja—. Aunque sabes que me gusta bromear, en realidad yo sólo quiero que estés bien y que seas feliz. Cuando llegue el momento, no te preocupes, que lo sabrás. Tranquila. Pero creo que sería buena idea pedirle hora al ginecólogo.
Las palabras de su madre calan hondo en Silvia, quien no deja de pensar en la conversación de chat que tuvo con Sergio. Su madre tiene toda la razón del mundo: cuando llegue el momento, ella lo sabrá. Aun así, se le hace un pequeño nudo en el estómago. Esa noche ha quedado con Sergio y, después de lo del chat, sabe que el mensaje que le envió a su novio se podría resumir en una frase: «Sí, quiero hacerlo contigo. Ya estoy preparada».
Preocupada, la chica deja el minibocadillo en el plato. Se le ha cerrado el estómago de golpe.
—¿Estás bien? —le pregunta su madre.
—Sí, es que ya no tengo más hambre —responde la chica para no decirle toda la verdad. Silvia acaba de tener una revelación: esta noche pasará algo con Sergio. ¿El qué? No lo sabe con certeza.
Mediodía, en el ciberespacio
Ana y Crespo se encuentran en Facebook. Ana no tiene la costumbre de hacer los deberes conectada a Internet, ni mucho menos con el Facebook abierto, pero como hoy es sábado ha hecho una excepción.
Crespo es todo lo contrario. Le ha dicho a Ana que estaba estudiando cuando, en realidad, él tiene el Facebook abierto veinticuatro horas porque el día no tiene más.
Crespo: Hola. Qué haces?
Ana: Estoy terminando los deberes de inglés.
Crespo: Qué casualidad! Yo también! Ya los has acabado?
Ana: Estoy a punto.
Crespo: Bufff… A mí me cuesta un montón el inglés.
Ana: ¡A ti te cuesta todo, Crespo! ¿Cómo fue la reunión del trabajo con Bea y Miguel?
Crespo: Genial! Les encantó! Muchas gracias por tu ayuda ;-)
Ana: ¡De nada!
Y es que antes de quedar con sus compañeros de trabajo, Crespo se había citado con Ana para que le echara un cable con la redacción. A decir verdad, la buena de Ana le escribió todo el texto. Crespo sólo se preocupó de darle al botón de imprimir.
Crespo: Me puedes ayudar con el inglés?
Ana: Tienes que esforzarte, Crespo, ya lo sabes…
Crespo: Vaaaaleee… Por cierto, vas a ir al Club esta noche?
Ana traga saliva. Ésa sí que ha sido una buena pregunta.
Ana: Pues creo que no…
Crespo: Por?
Ana: Mis padres me han castigado porque me vieron con David en el parque.
Crespo: Vaya… Pero eso no es nada malo no?
Ana: Yo pienso lo mismo. Lo que pasa es que nos vieron besándonos, y les dio un patatús… ¿Conclusión? Estoy castigada.
Crespo: Vaya… Pero has hablado con ellos?
Ana: Lo he intentado todo, créeme. Mataría por ir hoy al Club.
Crespo: Y si te inventas algo?
Ana: Mejor será que no la líe más…
Crespo: Un día, mis padres me castigaron. Sabes lo que hice?
Ana: Cuenta.
Crespo: Les dije que me iba a dormir, pero en realidad no lo hice… Esperé a que se sentaran a ver la tele. Entonces, sin hacer ruido, salí de casa. Después me fui al Club y cuando volvía, antes de llegar a casa, me compré el periódico. Después entré sin hacer ruido… Mis padres no se enteraron de nada
Ana: ¿Y el periódico? ¿Por qué lo compraste?
Crespo: Por si me pillaban entrando. Es la excusa perfecta: He ido a comprar el periódico!! Ja ja ja.
Ana: Ja ja ja, ¡es muy buena idea!
Crespo: Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Compras la idea?
Ana: No sé…
Crespo: Si compras la idea debes pensar que tiene un precio
Ana: A ver, ¿cuál?
Crespo: Que me ayudes con los deberes de inglés.
Ana: ¡Eso está hecho! ¿Te escaneo mis apuntes y te los envío por e-mail?
Crespo: Vale!!!!
Ana tiene una buena estratagema, por fin. Pero ¿será capaz de llevarla a cabo?