Nadie como tú para hacerme reír.
Nadie como tú sabe tanto de mí.
Nadie como tú es capaz de compartir
mis penas, mi tristeza, mis ganas de vivir.
LA OREJA DE VAN GOGH
Jueves por la mañana, en clase de mates
Míster Respeto aparca su clase de mates para hablar de filosofía. Con su don de palabra y su gracia, consigue que toda la clase permanezca en silencio y lo escuche con atención.
—Chicos, ¿sabéis qué se busca a través de la filosofía? —pregunta el profesor de manera retórica, sin esperar que nadie le conteste—. Se busca la respuesta a preguntas inquietantes acerca de la verdad, el ser, el bien y el mal. El mundo, en definitiva. Platón pensaba que existía un mundo muy diferente a éste. Él lo llamaba el mundo de las ideas. Es un mundo donde todas las ideas son perfectas. Ideas como la belleza o el amor… Si os fijáis, cuando las personas hablamos sobre la belleza o sobre el amor, no nos entendemos nunca. ¿Será por eso que parece que no hay amores eternos? ¿O lo que antes nos parecía bello, con el paso de los años, nos parece feo?
«Es como un actor haciendo un monólogo de Shakespeare», piensa Estela, que escucha atentamente, como el resto de sus compañeros.
—Platón decía que nosotros, las personas, participamos de este mundo de las ideas, pero no vivimos en él —continúa Míster Respeto—. Por eso participamos de la idea de belleza y de la idea del amor. De esta manera surge el amor platónico. Un amor perfecto que es inalcanzable para nosotros porque, para Platón, no existía la perfección en la Tierra.
Bea escucha atenta mientras dibuja un corazón en el libro de texto. Lo repasa una y otra vez, pero es incapaz de poner el nombre de ningún chico.
—¿Por qué estudiamos filosofía? —pregunta el profesor—. Yo os lo diré. La filosofía existe porque el hombre es curioso, y lo es desde siempre. Todo lo quiere saber, todo lo quiere entender, y cuando esto no ocurre, se desespera. No podemos estar todos los hombres de acuerdo en todo, ni todas las personas hacen cosas que nosotros podemos entender. Desde mi punto de vista, lo más difícil es ponerse en la piel del otro, y a veces… Bea, ¿me escuchas?
La chica, ruborizada porque el profesor le ha llamado la atención y las caras del resto de alumnos se vuelven hacia ella, esconde el dibujo, levanta la cabeza y responde:
—Sí, sí.
—Bien. No te distraigas, porque, aunque no lo parezca, esto es importante. Continuemos —dice el profe mirando fijamente a los ojos de Bea—. Hay veces en que todo nos parece un horror porque no prestamos atención a lo que realmente importa. Muchos filósofos piensan que todo depende de dónde pongas la atención. Y otros piensan que la atención es un sinónimo ¿de…? —El profesor calla; la clase está expectante—. La atención es sinónimo de… A-M-O-R —revela el profesor volviéndose hacia la pizarra para escribir esta última palabra con letras mayúsculas.
Toda la clase estalla en aplausos, pero Bea se ha quedado de piedra. No ha podido evitar pensar: «Esto del amor no lo habrá dicho por mí, ¿no?».
Por la tarde, en la plaza de la Libertad
Al salir del insti, Silvia va a buscar a Sergio a la escuela de pintura donde da clases. Tiene por costumbre esperarlo en el bar de la plaza. Se pide un té, se pone a leer el periódico porque le gusta hacerse la intelectual delante de su novio, y espera. Pero últimamente se siente insegura con él, así que hoy es incapaz de concentrarse en la lectura. No para de mirar a todas las alumnas que entran y salen de la escuela, y no puede evitar fantasear sobre su novio y ellas: «Seguro que Sergio se ha acostado con la mitad. Seguro que cree que soy una mojigata. Seguro que me deja por esa morenaza. Seguro que ésa pinta de maravilla y Sergio se enamorará de ella». Entre tanta chica guapa y tanto pensamiento negativo, no se ha dado cuenta de que Sergio ya ha salido. Se ha puesto su chaqueta de cuero de motero, y la observa desde su moto aparcada en la esquina de la escuela.
A Silvia le entra un mensaje al móvil. Ella lee:
Sergio
En línea
Estás preciosa con el pelo recogido
Silvia no tarda ni dos segundos en responder.
Yasmine
En línea
¿Se puede saber dónde estás?
Sergio
En línea
Más cerca de lo que crees…
Silvia ya tiene el dedo preparado para contestar cuando un mordisco en el cuello la hace saltar de la silla.
—¡Aaaaaah! —grita la chica del susto.
—Qué despistada eres. Hace cinco minutos que te observo desde la moto —dice Sergio en tono pícaro y a modo de saludo.
—¡Qué guapo estás! —exclama sinceramente la chica.
—¡Y tú más! —contesta él, cogiéndola de la mano—. Venga, vámonos.
Desde que empezaron a salir, Silvia y Sergio han hecho más de una escapada en moto, pero esta vez se parece a la primera. En ese primer viaje en moto no se conocían de nada y, durante todo el viaje, Silvia sintió un cosquilleo en el estómago. En este viaje está pasando algo parecido. Suben al mirador a una velocidad muy moderada, Sergio sabe que a Silvia no le gusta que corra demasiado, pero ella se siente como en una montaña rusa. Algo le quema dentro: la incertidumbre de no saber si la quieren de verdad; el miedo al pensar que tal vez Sergio sea el chico con quien haga el amor por primera vez. No es una decisión fácil, y Silvia, que es tan perfeccionista, teme equivocarse.
En el mirador, y con toda la ciudad a sus pies, los dos saben que tienen una conversación pendiente. Hay un «Te quiero» en el aire que no se sabe muy bien dónde está.
Silvia se deja abrazar por su chico, y duda si es bueno decir lo que piensa. Le da mucha vergüenza hablar de sexo y de su primera vez, pero no quiere quedar como una mojigata; tampoco quiere decirle a Sergio que no quiere hacerlo. No lo tiene claro.
—¿Estás bien? Después de lo del otro día… —rompe el silencio Sergio.
—Estuve un poco rara, ¿no? —confiesa ella.
—¿Rara por…?
—No lo sé… Tú querías hacerlo, ¿verdad? —pregunta Silvia.
—Claro, pero no pasa nada.
—No, sí que pasa. ¿Con cuántas lo has hecho? —pregunta la chica, que parece que ha metido la directa y no está para sutilezas.
—Silvia, eso no importa. Lo importante es si tú quieres hacerlo conmigo. Si te sientes preparada.
—Ya sabes que no lo he hecho nunca.
—Y por eso sé lo importante que es para ti esa decisión. Pero… —Sergio se pone serio para afirmar—: Bueno, que a mí me gustaría ser el primero.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
Sergio la mira y calla. Ella puede pensar que en realidad no sabe qué responder, pero sólo está buscando la manera más bonita de decir lo que siente. Pero únicamente hay una manera: la precisa, la que usa dos palabras. Sergio carraspea para aclararse la garganta.
—Silvia… Sabes que te quiero, ¿no?
Silvia suspira, sonríe y, antes de darle un gran abrazo, le contesta:
—¡Ahora sí!
La Princess se siente aliviada. ¡Por fin su amado le ha dicho que la quiere! Aun así, las dudas no desaparecen del todo de su cabeza. Otro pensamiento negativo la invade: «¿Y si me lo ha dicho sólo porque quiere hacerlo? Me lo ha soltado un poco de sopetón… y no me ha dicho con cuántas lo ha hecho».
Silvia tendrá dudas, pero una cosa sí tiene clara: no quiere ser una más.
En el local de ensayo de Marcos y Estela
Estela llega al local para ensayar con Marcos y el grupo. Le da un poco de palo, porque no está muy bien con Marcos, y la verdad es que no le apetece nada aguantar a nadie. Si por ella fuera, ensayaría a solas con su chico como hacían en los viejos tiempos.
Entra por la puerta y se lleva una sorpresa mayúscula cuando ve a Marcos solo, sentado en un taburete, con la guitarra en el regazo y en silencio. La verdad es que está guapísimo.
—¿Y los chicos? —pregunta ella.
Marcos toca un acorde a la guitarra y dice:
—Hoy les he dado fiesta.
—¿Por alguna razón especial? —insiste la chica con un tono de voz bastante sexy y provocativo.
—Porque he quedado con una chica preciosa.
Marcos vuelve a tocar el mismo acorde de antes.
—¿Y eso? —pregunta Estela sonriendo, siguiéndole el juego y quitándose la chaqueta como si hiciera un striptease.
Marcos acompaña su gesto con otro acorde de guitarra.
—¿Quieres más, príncipe? —continúa la chica, muy insinuante.
Entonces él empieza a tocar una pieza instrumental muy sexy para que Estela siga quitándose prendas. Empieza a desabrocharse los botones de la camisa, y luego le llega el turno a la falda…, pero Marcos no aguanta más y deja de tocar. Lentamente y con cuidado, sin dejar de mirarla, se levanta y apoya la guitarra en el taburete. Se acerca a ella y, siguiendo el ritmo de la música, que continúa sonando en su cabeza, la besa de manera deliciosa a ritmo de jazz. Estela le quita entonces la camiseta, se tumban en el sofá y sus cuerpos se entrelazan.
Hay parejas que cuando están enfadadas no pueden hacer el amor, pero hay otras que parece que sólo saben hacer las paces de esta forma. Marcos y Estela son de ésos. Abrazados en el sofá, les brillan los ojos; están tan relajados que podrían quedarse en la misma posición por toda la eternidad. Pero entonces suena el móvil de Estela y destruye la paz que la pareja había creado.
—No lo cojas —suplica Marcos, que no soporta la idea de tener que levantarse.
—¡Tengo que hacerlo! ¿Y si llaman del casting? —responde ella, que se levanta a la carrera y busca su bolso entre la ropa que hay tirada en el suelo.
—Aquí está. Lo tengo —dice Estela, y descuelga sin fijarse en quién la llama—. ¿Sí? —responde radiante y feliz, y mirando sonriente a su chico, quien la mira con ojos soñadores.
—¿Siempre contestas con esta energía? —dice una voz masculina.
—¿Quién eres? —pregunta la chica intrigada.
—Vaya… ¿No me reconoces?
Entonces Estela cae en la cuenta. ¡Se trata de Félix de la Torre! Qué fuerte. Mira a su chico, le sonríe y disimula.
—Hey, sí, ¡hola! Dame un segundo…
Marcos la mira extrañado. Conoce bien a su novia y se da cuenta de que está nerviosa. «Debe de ser del casting», piensa.
—¡Vale! Sí —sigue Estela al teléfono—. Intentaré ir. Igual traigo a un amigo. Mmm… Vale, gracias. —Cuelga el teléfono y se abalanza sobre Marcos, quien la recibe con un beso en los labios. Tras ese cálido beso, ella anuncia—: Este viernes nos vamos al estreno de La historia más grande jamás contada.
—¿Cómo? —le pregunta el chico, que no sabe de qué está hablando.
—Ay, Marcos, ¡no te enteras de nada! Mañana es el estreno en el Cine Dorado… ¡y estamos invitados!
—¿Y quién nos ha invitado, si se puede saber? —pregunta él, intrigado y sin mucha emoción.
—Un actor a quien conocí el otro día en el casting —dice Estela sin darle demasiada importancia e intentando obviar el nombre del chico.
—¿Ah, sí? ¿Y sale en la película? ¿Quién es?
Estela se ve obligada a decirlo.
—Félix de la Torre. No sé si lo conoces, ha hecho algunas cositas.
Marcos no dice nada. No sólo odia a muerte la serie Amores de colegio, sino que es de la opinión de que Félix de la Torre es el peor actor de la historia. Pero después de la tarde de reconciliación que han tenido, piensa que lo mejor que puede hacer es mentir, así que suelta:
—¡Qué guay! Pues nos vamos de estreno.
Minutos más tarde
Marcos llega a casa feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, contento por haber hecho las paces con Estela, cuando de repente ve salir de la puerta de su casa al novio de su madre. A modo de despedida, Florencio la besa, y a Marcos eso le parece un horror. Entra por la puerta si decir ni mu y, al darse cuenta de que el chico los ha visto, la pareja se separa como si de dos adolescentes se tratara. Se dicen adiós y la madre de Marcos fulmina a su hijo con una mirada de las que hacen historia.
—¿Se puede saber qué narices te pasa? —pregunta la mujer siguiéndolo pasillo abajo tras cerrar la puerta, con un tono claramente cabreado.
—¿Se puede saber qué te pasa a ti? ¡Cómo has podido sustituir a papá por ese tipo!
—Ese tipo tiene un nombre y es mi pareja —contesta la mujer, seria.
—¿Tu pareja? Pero ¿has visto cómo va vestido y la pinta que lleva?
—Mira, hijo, te voy a decir una cosa y quiero que me escuches con atención.
—Ay, mamá, paso de sermones —resopla, desafiante, el muchacho.
—¡Siéntate y cállate!
Marcos hace caso a su madre. Se sienta y escucha lo que tiene que decirle.
—Tu padre murió, sí. Murió de golpe, sin que lo esperáramos, y nos dejó solos a los dos. No quiero que pienses que me he olvidado de él; en absoluto. Pienso en él cada segundo de mi vida, desde que me levanto por la mañana hasta que me acuesto por la noche. Tengo un vacío tan grande en mi interior que sé que jamás lo volveré a llenar. Tú no lo sabes, pero he ido al psicólogo, a terapeutas naturales… y nadie ha podido quitarme esa pena tan grande que tengo. —La mujer se toca el pecho—. Yo ya soy mayor para vivir otras experiencias como viajar, salir de marcha, como dices tú, o estudiar. Me hago mayor, Marcos, me hago mayor y tengo miedo. Miedo a quedarme sola, miedo a vivir sola, y miedo a morirme sola.
—Me tienes a mí —susurra el chico al oír esa confesión en voz queda.
—Lo sé y te adoro, hijo, pero tú tienes que hacer tu vida, seguir tu camino. Sé que también lo pasas mal y que también te sientes vacío a veces, pero tienes más recursos que yo, eres más joven, tienes más tiempo…
La mujer saca un pañuelo que lleva en el bolsillo, se limpia las lágrimas de las mejillas y continúa:
—Cuando murió tu padre, pensé que jamás podría estar con ningún otro hombre, y no lo busqué. Pero Florencio apareció en mi vida de forma casual. Trabaja en el banco, y siempre que me atendía me hacía algún comentario gracioso, me sonreía y me alegraba un poco el día. Llegó un momento en que sólo tenía ganas de ir al banco a charlar con él. Supongo que lo debió de notar, porque un día me invitó a cenar, empezamos a salir… y qué quieres que te diga, hijo, a ti te parecerá un torpe que viste mal, pero es un buen hombre y me quiere. No seas injusto conmigo. También tengo derecho a ser feliz.