Capítulo 14

Ya no persigo sueños rotos,

los he cosido con el hilo de tus ojos,

y te he cantado al son de acordes aún no inventados.

Ayúdame y te habré ayudado,

que hoy he soñado en otra vida,

en otro mundo, pero a tu lado.

LOS SECRETOS

Martes por la noche

Son casi las diez de la noche, y Bea llega a su casa cansada. Vuelve de ver una película horrible en el cine del centro con Miguel. Aunque ha pasado un rato agradable con su amigo, sigue sin querer hablar con sus padres. Está muy resentida por el asunto de la separación y siente una rabia intensa en el vientre.

Abre la puerta de su casa sin hacer mucho ruido, pero su hermana, que llevaba un buen rato esperando su regreso y andaba pendiente de la puerta principal, aparece en seguida en el recibidor para darle un gran abrazo. Bea hipa de nuevo. Está hipersensible. Marta la acompaña a su habitación.

—¿Están papá y mamá? —pregunta la pequeña.

—Mamá está durmiendo. Ha dicho que no se encuentra muy bien. Papá aún no ha llegado del trabajo —responde Marta con cariño, acariciándole el cabello.

Bea prende un par de velas y un pequeño incienso en su habitación. Marta, que se ha sentado en la cama, la observa desde allí.

—¿Estás mejor? —Bea no contesta a la pregunta. Su silencio habla por ella—. Que sepas que yo siento lo mismo que tú.

—¡Qué mierda! —suelta Bea mientras se cambia de ropa. Necesita hacer deporte.

—Es una pena, pero estas cosas pasan —dice Marta para intentar calmar los ánimos de su hermana.

—¿Estas cosas pasan? —la interrumpe su hermana—. Pues ¿sabes qué te digo? ¡Que se lo podrían haber pensado mejor antes de formar una familia!

—No grites, que mamá está descansando.

—¿Y a mí qué si mamá está descansando o no? Yo llevo todo el día llorando. Y lo que más rabia me da es que no he podido ni contárselo a mis amigas porque me muero de la vergüenza y de la pena. ¡Porque yo siempre alardeaba de los padres tan perfectos que tenía! —exclama Bea. Luego se hace una coleta y saca una caja de debajo de la cama y, de ella, unos patines.

—¿Te vas? —pregunta Marta.

—Necesito aire. Aquí me ahogo —contesta Bea con frialdad.

Su hermana se le acerca por detrás y le pone una mano en el hombro.

—Si te lo tomas así sufrirás mucho más, créeme. Tampoco se trata de que te dé igual, eso ya lo sé. Lo que te quiero decir es que no estás sola, me tienes a mí y, por supuesto y aunque ahora te parezca increíble porque sientes que te han fallado, tienes a papá y a mamá.

Bea se calza los patines y sale de casa. Sabe que su hermana tiene razón, pero la sensación de impotencia la empuja a ser más visceral que de costumbre. Está viviendo emociones que nunca creyó que llegara a experimentar, y se siente tan desolada que le resulta imposible controlar su rabia. Todo su mundo se desmorona: su ideal del amor, ese amor que hasta ahora creía, gracias a sus padres, que era para toda la vida… Todo se derrumba.

En cuanto pisa la calle empieza a patinar a toda velocidad. Algunas lágrimas se deslizan por sus mejillas y, aunque el viento se las lleva, no se lleva la pena con ellas. Bea quiere comprensión y cariño. Pero no todo el mundo le puede dar esa comprensión y ese cariño que necesita. Y, ahora mismo, sólo le viene a la mente alguien que sí puede darle todo eso: él. No se lo piensa dos veces y se dirige hacia la casa del chico.

En el mismo instante, en otro rincón de la ciudad

David está decidido. Después de haber hablado por teléfono con el padre de Ana y de que éste le colgara, quiere aclarar la situación de una vez por todas. Nunca ha estado en casa de su chica, pero sabe dónde vive. Y allí se encuentra, dispuesto a ir a por todas. Por Ana. Por el amor que siente por ella.

Un vecino le abre la puerta de la escalera. David no llama siquiera al ascensor, lo que tiene que decirles a los padres de Ana no admite demora, así que sube la escalera corriendo. Llega al rellano y…

… Suena el timbre en casa de Ana.

—Seguro que es la niña —dice su madre, dirigiéndose hacia la puerta principal—. Le he dicho mil veces que compruebe que lleva las llaves antes de salir de casa.

Rita abre la puerta y, si bien se encuentra cara a cara con un chico que nunca le ha sido presentado, no tiene duda de quién es.

—Buenas noches —saluda David.

La mujer sigue perpleja.

—¿Qué quieres? —sisea. No cree que la presencia del chico allí sea una buena idea.

David la mira, expectante. Se oyen los pasos del padre de Ana recorrer el pasillo y decir: «Rita, ¿quién es?». Su mujer mira a David apremiándolo a que se marche, pero él espera en la puerta. Está resuelto a hablar con los padres de la chica. Y aunque el hombre tarde pocos segundos en cruzar el pasillo, la espera se les hace eterna a su mujer y a David, que están completamente en silencio en la puerta. Al final aparece Antonio, que va vestido con una bata de color azul, vieja y horrible, y unas zapatillas marrones de abuelo. En cuanto ve al chico, se pone en guardia.

—Buenas tardes, no quisiera molestarlos. Sé que esto puede resultarles algo violento e incómodo, pero he venido para decirles… porque necesito, necesito decirles que yo también… yo también quiero lo mejor para su hija. Soy el hermano de Silvia, una de sus mejores amigas, y nos conocemos desde hace mucho tiempo. Sé que ésta no es la mejor manera de presentarme ante ustedes, pero sólo quiero arreglar esta situación, porque Ana está sufriendo mucho. Y, bueno… yo… y probablemente ustedes… también.

—¿Sabes que Ana es menor de edad? —repite el padre con autoridad.

—Sí.

—¿Sabes que podríamos denunciarte? —Antonio parece decidido a hundir el coraje del chico.

—Sí, también lo sé. —David mira suplicante a la madre: a lo mejor ella es más comprensiva con su situación—. Señora, yo sé que quieren mucho a su hija. Tanto como los quiere ella a ustedes. Y yo… yo… pues también la quiero. Más que a mí mismo.

Lo que no saben ni los padres de Ana ni David es que ella lo está escuchando todo desde el hueco de la escalera. Ha faltado muy poco para que coincidiera con su novio en el portal. La chica no se lo puede creer. No pensaba que él fuera capaz de hacer una cosa así.

«¡Se está declarando delante de mis padres!», piensa, entre avergonzada y orgullosa.

—No estoy aquí para decirles cómo deben educar a su hija, pero he venido para pedirles que me dejen verla.

David ha dejado claro su propósito con mucho honor.

Ana no sabe si salir de su escondite y echarse encima de él, por ser el mejor novio del mundo, y así enfrentarse juntos a sus padres, o esperar y ver cómo se desarrollan los acontecimientos.

—Mira, chico, todo lo que dices me parece muy bien —ahora le toca hablar al padre—, pero en esta familia hay unas normas. Es cierto que no podremos controlar a Ana durante toda su vida, pero andar por ahí besándoos como chimpancés no es nada bueno, ni para ella ni para la familia.

—Lo entiendo, no se volverá a repetir. Le doy mi palabra.

David lo intenta todo para conseguir que los padres de ella acepten su relación.

—Es que no se va a repetir —zanja el padre—. No queremos que vuelvas a ver a nuestra hija nunca más.

Al oír estas palabras, que retumban por el eco de la escalera y le llegan al corazón, rompiéndoselo en dos, Ana sale del rincón como si la empujara el mismo Cupido lleno de rabia.

—¡Os odio! —grita con todas sus fuerzas, y sale corriendo escaleras abajo.

—Así que todo esto ya lo teníais preparado —dice el padre, asintiendo con la cabeza—. Como la niña no esté aquí para la cena, te la cargas.

—No, no —responde el chico sorprendido.

—Vete a casa, chico. En serio —le aconseja la madre, apenada por todo lo sucedido mientras cierra la puerta lentamente.

David no entiende nada. ¿Qué ha hecho mal? Baja la escalera llorando. Tiene la sensación de que ha perdido el amor de su vida por una estupidez de mayores.

Al rato, en casa de Pablo

Bea ha llamado al timbre, y el chico está a punto de bajar. Durante la espera, se seca las lágrimas y se arregla la cola del pelo. Bea está decidida. Cuando él baja, le da un gran abrazo muy cariñoso. El chico, que no esperaba un saludo tan efusivo pero que intuye su significado, puesto que conoce muy bien a Bea, le pregunta si todo va bien. Y así es como ella le explica lo de sus padres, aunque intenta hacerlo de modo desenfadado para que no se note cuánto le afecta.

Bea está allí porque siente que sólo algo de amor puede calmar su ansiedad, el dolor que le ha provocado la ruptura de sus padres, de su familia. Por eso, a los cinco minutos del encuentro, la chica se lanza a los brazos de su ex novio y le da un beso de esos interminables que suelen darse las primeras veces que besas a alguien que te gusta mucho. Pablo se deja besar y luego dice:

—No creí que la sorpresa de los tunos te hubiese impresionado tanto. Vaya… Ahora te estoy preparando otra sorpresa —dice Pablo con media sonrisa ladeada: quiere mantener el misterio. Bea le devuelve la sonrisa—. ¡Oye, que lo digo en serio!

Y dicho esto, el chico le devuelve el beso.

Pero recibir ese beso hace que Bea reflexione. El chico que tiene enfrente es su ex, el Pablo de siempre. Cierto, ha sido ella quien lo ha besado primero y, por tanto, él le devuelve el beso ahora, pero la verdad es que el último beso le ha sobrado. Ella no ha ido allí a liarse con Pablo en el portal de su casa, como hacían antes, ni tampoco quiere volver con él. Sólo quería un beso, un abrazo. Sentir el amor de alguien que la quiere tal y como es, y Pablo era el único que le podía ofrecer ese cariño que tanto ansiaba. Pero parece que no ha entendido nada.

—Mira, perdona… Mejor no… Gracias por escucharme y por este rato. La verdad es que lo necesitaba —dice Bea a modo de despedida.

—A ti —responde el chico acariciándole el cuello y demostrándole así que tiene ganas de más. Bea gira levemente el cuello, lo suficiente como para zafarse de la caricia del chico. Éste reacciona—: ¿Te vas ya?

Bea, nerviosa, no sabe qué decir.

—Es que… Nos vemos, ¿vale? ¿La próxima vez que me llegue otra sorpresa?

—Eso está hecho. —El chico la besa de nuevo.

Y Bea… Bea se deja besar para no hacerle un feo. Y mientras él, ajeno a todo lo que bulle en la cabeza de ella, cierra los ojos y disfruta del beso, la chica piensa: «Ya la he liado otra vez».

En casa de Estela

La chica aún no ha cenado, ni tampoco piensa hacerlo. No tiene hambre. Está demasiado concentrada delante del ordenador haciendo los deberes del insti. Además, sigue inquieta. Aún no la han llamado del casting que hizo, y le habían dicho que la llamarían esta semana, sí o sí.

«Ojalá me cogieran… ¡Sería fantástico!», piensa. Estos últimos días en el instituto les ha hablado del casting a todos los amigos y conocidos. Se siente un poco en deuda con la gente porque todos le preguntan si ya la han llamado, y eso a Estela le encanta. A su modo de entender es como si se preocuparan por ella, y Estela no quiere fallarles a sus «fans». Y bueno, tampoco quiere quedar como una fracasada. Si lo ha contado es porque, en el fondo, cree que la van a coger.

La chica se imagina su vida como si fuera un verdadero éxito. Yendo de hotel en hotel, de rodaje en rodaje, la gente reconociéndola en la calle, amigos por todas partes, fiestas interminables y premios en los que empezaría los agradecimientos con un: «Le doy las gracias a mi mamá por haber estado allí…».

Tiene esta fantasía al menos cuatro o cinco veces al día, pero sólo hoy se ha dado cuenta de que en su fantasía no la acompaña Marcos, sino otro chico. ¡El chico del casting, Félix! Se sonroja al pensarlo.

Pero el rubor de sus mejillas no la frena, y decide buscar al actor en Facebook.

Buscar a una persona normal en Internet no cuesta demasiado, pero cuando se trata de un actor de éxito, uno puede perderse entre tanta información. Cuando pone «Félix de la Torre» en Google, aparece en la pantalla:

Aproximadamente 8.210.000 resultados (0,17 segundos)

La red está llena de páginas sobre Félix. Clubs de fans, LinkedIn, Facebook, Twitter… Pero parece que todo es oficial. Da la impresión de que ni el propio Félix contesta a los mensajes. «Cuando uno es muy famoso, tiene a alguien que le lleva todos estos temas. Será difícil llegar a él», piensa Estela, que no se da por vencida y sigue buscando.

La encuentra media hora más tarde. Por fin. La página personal de Facebook de Félix. Sólo tenía que poner «Félix Torre», sin el «de la».

Estela no se lo piensa ni un segundo y le pide amistad. Seguro que es él. Tiene pocas fotos y pocos amigos para ser tan famoso: sólo 437. Se nota que el chico no acepta a cualquiera. Estela sabe que es muy difícil recibir una respuesta, pero cruza los dedos y reza para que así sea.

«Por favor, dime que sí, dime que sí…».

Y de repente, cuando apenas han pasado unos pocos minutos…

¡Félix ha aceptado su solicitud!

«¡Qué rápido! ¿Significará esto algo?», se pregunta emocionada.

De pronto se despliega una ventana del chat. ¡ES UN MENSAJE DE FÉLIX!

Félix: Eres la chica del casting del otro día?

Estela: Sí. Te han dicho algo?

Félix: No. Por cierto, te puedo hacer una pregunta?

Estela: Dispara

Félix: Es verdad que no tienes novio?

«¿Qué? —piensa Estela—. ¿Está intentando ligar conmigo?».

Estela: Pq lo preguntas?

Félix: Estoy haciendo un estudio sociológico privado. Quiero saber cuántos de mis amigos y amigas son solteros…

Estela: Si quieres que te dé mi móvil sólo tienes que pedirlo.

Estela se ha adelantado al supuesto propósito de Félix. En el campo del chat se lee «escribiendo». La chica está expectante. Si se dan el teléfono será el primero de los famosos en su agenda.

Félix: No te tengo tanta confianza. Nos conocimos el otro día.

Estela: Entonces pq preguntas si tengo novio?

Félix: Porque te veo demasiado guapa para no tenerlo

Estela: Y tú?

Félix: No

Estela: Eres gay?

Félix: Jajaja. Nooooooooo!

Estela: Oye, que no pasaría nada si lo fueras eh?

Félix: Ya… ya… Que yo no tengo nada en contra de los gays. Y tú?

Estela: A mí no me gustan las chicas.

Félix: Pero tienes novio o no lo tienes?

Estela: Eso te va a costar el móvil…

El siguiente mensaje que tiene en el chat es del teléfono de Félix. Estela no tarda ni un segundo en apuntárselo en su agenda. Descubre que tiene WhatsApp y le envía un mensaje:

Bella Durmiente

En línea

Ahora ya estamos más conectados

Félix

En línea

Hola! Hemos cambiado de canal! Jejee.

Bella Durmiente

En línea

Sí!

Félix

En línea

Y la respuesta a la pregunta es…

La chica tarda unos segundos en contestar.

Bella Durmiente

En línea

¿Tú qué crees?

Félix

En línea

Que… ¿no?

Bella Durmiente

En línea

Estela acaba de firmar un pacto con el diablo sin saberlo. Eso ha sido un coqueteo en toda regla. Pero le ha costado una mentira, y de las gordas.

Un poco más tarde, en casa de Bea

La chica entra descalza en casa. Lleva los patines en la mano y está sudada. Sólo quiere ducharse, comerse una tostada con pavo y queso e irse a dormir.

La casa está tranquila. Parece que todo el mundo duerme. Entra a oscuras en su habitación y, al encender la luz, ve un paquete de color rojo en la cama. Se acerca. ¿Será un dulce de pastelería? La chica lo abre. En efecto, es un pastel de golosinas con sus nubes rosa, moras de color rojo y negro, una flor verde de azúcar, y un montón de chuches con formas de gusanitos, dientes de Drácula y Peta Zetas.

A un lado del pastel hay una nota.

«Seguro que lo ha enviado Pablo», piensa ella. Pablo es el único admirador formal que tiene. Además, le ha dicho que le había preparado una sorpresa.

—Han llamado a la puerta y, cuando he abierto, tenían este paquete para ti —dice su hermana Marta desde la puerta de la habitación.

—¿Te he despertado? —pregunta Bea, preocupada al verla en pijama, con cara de sueño y despeinada.

—No, no. Iba al baño. ¿Qué es?

—Un pastel de chuches. —Bea abre la tarjetita que acompaña al regalo y lee en voz alta lo que hay escrito en ella—: «La vida a veces es amarga pero, si te fijas bien, siempre hay algo dulce en el camino. Me ha encantado ir al cine contigo. Un beso».