¿Quieres que te revele otra de las menudas pero importantes motivaciones de las que me sirvo para encarar con más apasionamiento los días? Ésta es muy original, creo que te gustará. Te hará gracia.
Resulta que cada tarde, al reincorporarme de la cama y disponerme a reanudar mis tareas, realizo un culto sagrado trufado de expectación: enciendo la televisión y sintonizo el canal donde está ella, mi presentadora y musa favorita. Es un ritual que no me pierdo por nada. Cada tarde espero impaciente la llegada de este momento, punto de partida que inaugura y azuza el resto de mis quehaceres vespertinos.
Esta relación platónica que mantengo con ella se ha ido gestando poco a poco, siendo el paso de los años lo que ha ido fortaleciendo este interés y lo que ha decantado mi preferencia hacia ella en detrimento de otras competidoras de franja horaria de similar belleza y simpatía. Y es que, aunque sea una relación anónima y unilateral por mi parte, esto no es una aventura pasajera. No: esto es algo serio. Algo difícil de concebir para quien está tan astronómicamente alejado de estas inmovilizaciones, si quieres, pero algo muy serio, con un lugar pequeño pero sintomático en mi vida.
Al principio no me decía nada: era una más, una de tantas, pero su presencia continua y prolongada en antena fue abduciendo mi atención hasta convertirse prácticamente en una norma de mandado cumplimiento el buscarla diariamente en la pantalla para saludarla cordialmente y preguntarle cómo estás, qué tal te encuentras, y exponerle a continuación en un monólogo mental silencioso lo que me ha sucedido y lo que me dispongo a hacer.
La verdad es que no sé muy bien de qué va el programa; no lo sigo con meticulosidad. Yo simplemente enciendo la televisión, quito el volumen, y me pongo manos a la obra con mis actividades programadas como estudiar o escribir, y, cuando levanto la cabeza, placer para mis ojos, regalo para el espíritu, me encuentro frente a frente con esos rasgos obsequiosos y atractivos que, al presentárseme generalmente retratados en un primer plano, me provocan la efectista sensación de tener a esa persona en cuerpo morcillón delante de mí; sensación que se hace más viva en invierno, cuando las sombras del anochecer empiezan a posarse con prontitud y a envolver la habitación, por lo que la pantalla se convierte en uno de los focos principales en los que se concentra la luz.
Y así, cada vez que yo levanto la cabeza me topo con ella, siempre ahí, esperándome, pausa que aprovecho para respirar hondo y descansar, y, después de que ella me haya halagado con un par de contoneos de sílfide y yo haya replicado mandándole un ramo de piropos sobre lo bien que lo está haciendo, sigue así, nos vemos dentro de un rato, entonces regreso a mi trabajo. Como puedes comprobar nuestra relación insonora y a distancia se basa esencialmente en un intercambio de señales inefables con el fin de apoyarnos mutuamente y arribar, sanos y salvos, con la satisfacción del deber cumplido, al cierre de la jornada. Ella me proporciona unas horas de buena compañía; yo, en cambio, la jaleo mentalmente para que su intervención televisiva concluya sin incidentes.
Durante todos estos años que la llevo siguiendo he ido componiendo inevitablemente mis suposiciones acerca de cómo tiene que ser como persona; cómo serán los rasgos característicos de su personalidad, qué gustos y aficiones tendrá. No puedo evitarlo; no puedo encorchar a mi curiosidad. Llevo tantos años contemplándola que forzosamente tienen que hacerme cosquillas estas conjeturas.
A pesar de disponer de tan pocos datos sobre su manera de ser y de que ésta queda oculta detrás de la imagen estereotipada de encanto y buena presencia que por imperativo del guión debe mostrar, mi intuición procura abastecerse de algún que otro matiz entrevisto o comentario que se le haya escapado para inferir unas tendencias o aventurar una hipótesis definitorias.
Yo te veo, inicialmente, como alguien que posee una gran profesionalidad, como alguien que hace del trabajo una de las prioridades de su vida. Para romper tópicos que asocian chica guapa con tonta, necesariamente, por pura lógica, tienes que ser una mujer inteligente, que sabe lo que hace, que sabe desenvolverse con soltura en el plató, ya que sólo con un cuerpo bonito no llevarías tanto tiempo en antena: hubieras sido una de esas presentadoras florero de quita y pon, y que tanto abundan.
No: tú tienes algo especial, un encanto y saber estar especiales que te hacen conectar con el espectador. Transmites frescura, un cremoso desenfado fruto de tu don de gentes y de saber coquetear con la cámara.
Uno de los aspectos que más me llaman la atención de ti es lo bien que sabes disimular un mal día.
Aunque a veces creo que he llegado a detectar cuándo fuerzas un poco esos gestos para parecer como siempre, para que no se note; alguien que no te siga con tanta asiduidad de tan de cerca no creo que llegase a percatarse de esta eventualidad: te percibirá siempre prácticamente igual, lo que recalca una vez más tu profesionalidad y dominio del medio.
¿Cómo será tu vida cuando regreses a casa? ¿Qué capacidad tendrás para interiorizar tal alud de experiencias, de información, tanto contacto periódico con gente relevante? ¿Cómo debes de llevar la fama? ¿Y la soledad? ¿Cómo será tu soledad; qué signo y calidad tendrá?
Físicamente lo que más me tiene encandilado son esos movimientos que realizas con tus manos, manos finas y cuidadas, y, especialmente, las arrugas que se te forman a los lados de los ojos cuando sonríes. Posees un ademán que me encanta: aquél que ejecutas describiendo rápida y concisamente un círculo en el aire de izquierda a derecha con una de tus manos, como si pretendieras así reforzar un concepto en el entendimiento del espectador. Sabes, yo creo que también soy una persona que sería bastante expresiva con las manos o, al menos, así son las intenciones y órdenes que noto que mi cerebro envía inútilmente a tales extremidades. Mis gestos serían suaves, cortos y directos.
Supongo que debes de recibir cantidad de comentarios y propuestas de todos los tipos y sabores, pero, de entre ellas, supongo que te chocaría mucho si alguien te revelase que diariamente escoge tu imagen como una pequeña ayuda y razón más para pasar la tarde. Tal vez te extrañaría, te haría gracia, y en tu rostro se dibujarían esa sonrisa y esas arrugas al lado de los ojos que tanto me gustan.
Algún día tengo que llegar a decirte estas cosas en persona; y comprobar si efectivamente mi confesión te hace sonreír. Es otra minúscula motivación más.