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Debería dejarme de cartitas y de tonterías, escribir un libro que trate de reflejar lo más objetivamente posible cómo soy, cómo siento y pienso, y ponerme a esperar sentado en el balancín del porche la llegada del contingente de varios camiones cargados hasta arriba de proposiciones que me confiesen sin cortarse que se están tirando de los pelos y padeciendo insomnio a la espera de conocerme. Sí; y entonces dejaré de perseguir unas gotas de agua entre tantos metros cúbicos que se dilapidan, que se pierden en el mar. Sí; y entonces seré yo quien seleccione, soberbia o arbitrariamente, a aquellas personas que me interese conocer. Contrafuertes más macizos he tumbado. Sólo tengo que tener un poco de paciencia; paciencia y ponerme a trabajar.

Tampoco he perdido, por ejemplo, la ilusión por convertirme algún día en director de cine y poder dar una salida a tantas historias que me pinchan como el tridente de una cefalea en la cabeza. Digo esto porque hoy, a mis veintiséis años, he ido al cine por primera vez. Sí, has oído bien.

De pequeño, cuando aún podía superar las escaleras, había asistido en alguna que otra ocasión a algún cine de mi querida y acogedora ciudad; pero sólo conservo de tal traza rupestre algún recuerdo muy vago. De ésta me acordaré siempre; siempre.

Habíamos hablado a menudo sobre la conveniencia de acudir, pero hasta hoy, por distintas circunstancias, no había surgido la oportunidad.

Y la he aprovechado, no la he dejado escapar. Hemos tenido que organizar una expedición hasta Ciutadella, la ciudad situada en la otra punta de la isla, a cuarenta y cinco kilómetros de aquí, ya que ahí tienen un cine en la planta baja con un lugar reservado para sillas de ruedas.

Lo que más me ha impresionado no ha sido tanto la pantalla grande como el sonido, un sonido envolvente que te daba una gran sensación de realismo, muy diferente a la linealidad sonora a la que me tiene acostumbrado el televisor. Eso sí, me ha costado más de la cuenta concentrarme: cada vez que alguien presente en la sala hacía un ruido mi atención se me escapaba hacia él.

No estoy habituado a tanta concurrencia.

Quería intentar también comer palomitas, como he visto hacer en las películas, pero me han dicho que en ese cine no te dejaban. Lástima. Otro día, si vuelvo, las traeré escondidas, de contrabando, debajo del jersey.

Por cierto, la película no ha sido gran cosa: una de Brad Pitt; aunque esto ha sido lo de menos. Lo destacable es que me lo he pasado muy bien. Ha sido un gran día.

Así es como me he estrenado cinematográficamente hablando. Todo es comenzar. Mi ilusión por convertirme en director de cine ya no queda tan lejos.