Y fue así como mi vida fue entrando, poco a poco y con grandes dosis de trabajo y constancia, cada vez más en los aledaños del instante presente; así fue como gradualmente fui penetrando y acomodándome dentro de esa cámara cuyo pavimento estaba hecho de inefable ahora, y que presentaba la simpática característica de que estaba constantemente cambiando, ya que por más que la inspeccionase nunca ofrecía el mismo aspecto.
El proceso de ir aposentándome sobre la escurridiza vivencia del momento no fue una tarea fácil. Resbalé y me magullé seriamente en varias ocasiones; pero deseaba tanto alcanzar y subirme a ese promontorio y ponerme a salvo de las intromisiones del pasado y de los agoreros horóscopos del futuro, que todo inconveniente y contusiones sufridas valieron, finalmente, la pena.
Con la hoja de mi espada bien amolada en el ahora estaba consiguiendo cortar y contener en lo posible las enredaderas del ayer y del mañana, tratando de evitar que me atraparan y se enroscasen alrededor de mis pies, logrando constituir un pequeño calvero entre tanta tupida y arisca maleza. Yo me iba internando cada día un poco más en las excitantes ascuas del presente, respirando con delectación ese ambiente halagüeño hasta entonces nunca visto, y sintiendo como una serie de transformaciones maduraban en mí, destacando, de entre todos los síntomas noveles que acarreaba esta metamorfosis, uno en concreto: el notable incremento de mi energía y fuerza vital, que, al no dispersarse ni desperdiciarse tanto en tareas de irse por las ramas, se fue concentrando en un punto indeterminado de mi cabeza, refrescando y despejándome el panorama.
Y fue por esta época y bajo estos parámetros, deshojando capa tras capa del laberinto interminable de mi ser, aligerado y con el raciocinio y la sensibilidad cada vez más entonados, cuando albearon en mi mente las directrices cardinales de la próxima meta a la que quería llegar.
Esto es lo que expuse y pensé, resuelto y esperanzado, en esos días de incesante lucha y reivindicación:
«Quiero averiguar si existe una manera, en un cuerpo que me tiene totalmente aprisionado y esclavizado, de tratar de ser libre, de pronunciar esta palabra en su sentido más verídico y de preconizada realización. Todo indica que no, que bajo estas condiciones tan plañideras es imposible poder aspirar a esta libertad.
»Pero hay algo que me dice que sí: es una vocecita desatascada en el proceso de tanto descombrar y descombrar, y que viene a mí para cuchichearme que existe una acepción más letrada de tal palabra que nada tiene que ver con el cuerpo, ya que, según me recuerda, tener un cuerpo sano pero no haber conseguido romper con tantas plantillas que nos mantienen despersonalizados es haber logrado un estado de libertad muy ficticio y superficial. Uno puede estar en inmejorables condiciones físicas, pero continuar con la capucha puesta dentro del estuche que le enseñaron, sin atreverse a replantearse determinadas ideas o maneras de obrar simplemente porque es lo que le han mostrado, lo que desde siempre ha visto hacer, y, por tanto, lo que considera como verdad indiscutible. Cree que es libre, pero está bien encordelado al umbráculo de otro, zombi que no sabe arreglárselas con esquemas y juicios propios.
»Estoy, pues, en disposición de prácticamente afirmar, porque así me lo reiteran el corazón y el intelecto, que debe de haber un lugar en el que, cuando llegas a él, uno es capaz de liquidar los enrejados más invulnerables; un estado en el que hasta las más espásticas escayolas de un cuerpo se agrietan y se desfiguran, aunque sólo sea momentáneamente.
»Si pudiera arribar hasta este estado y pronunciar aunque sólo fuera durante unos breves instantes las palabras “me siento libre”, sería un acontecimiento memorable…, una sensación culminante…, otra importante batalla ganada…»
Y me propuse hacer todo lo posible para tocar y coronar el éxtasis de esta libertad.