Te escribo, soñada y anhelada investigadora, y ni siquiera sé si existes; ni siquiera sé si el arquetipo que de ti he ido forjando en mis fantasías tiene algún viso de realidad. Pero no me importa mucho si verdaderamente no estás allí fuera: necesito imaginarte, necesito inventarte para poder hallar en ti un alma receptiva, una confidente interesada a la que encomendar mis últimos descubrimientos, el trabajo de tantos años y años de investigación.
Pues sí, yo también soy investigador, aunque mi especialidad difiere en gran medida de la tuya: tú investigas entre tubos de ensayo, entre probetas, entre el portento microscópico de los genes. Yo, en cambio, me muevo por zonas más sutiles: navego entre la plétora de detalles circundantes generalmente infravalorados a los que me lleva mi desgajamiento continuado, entre el arrebato al que me conduce el afinamiento de mis sentidos; más allá de lo molecular y de cualquier reducto físico.
Pero aunque nuestros campos de estudio y de actuación son muy diferentes, los dos convergemos en el punto en común de querer acabar con él. Nuestras perspectivas son dispares, pero a ambos nos une el mismo afán por querer entenderlo, por cartografiarlo al milímetro y ventear toda la idiosincrasia que enmascara. Mi información no te será útil para proceder a su exterminio inmediato; no te aportaré datos relevantes que te ayuden a agilizar su consumación material. Lo que yo puedo hacer es proporcionarte una visión de su cara oculta, de sus zonas brumosas que seguramente ni sospechabas que existieran y cuyo conocimiento sin duda te servirá para que te formes una idea más precisa de toda la vastedad de su topografía; y así, cuando llegue el día futuro y deseado en el que encuentres la solución definitiva para erradicarlo de una vez por todas de la faz de la Tierra, te acuerdes de mis confesiones y tengas un aporte extra de motivación en el momento de decapitarlo.
Mi gran descubrimiento estriba en lo que me he encontrado más allá de la enfermedad; estudio al ser intangible que nació de ella. La enfermedad es el huevo primigenio de donde surgió; pero el ente con el que convivo es además la suma de las capas psicológica, sociológica y vital con las que se sustenta y de las que se va alimentando. Yo escarbo entre estos estratos.
Si me sigues, trataré de enseñarte el reverso de lo convencional donde existen formas de vida impensables para la mayoría de los «normales»; donde la frustración se come cada día en bolitas urticantes; donde el deseo y el amor parecen inexistentes, aunque como podrás comprobar aprovechan la mínima ocasión para manifestarse. Si me sigues, te mostraré un mundo aparentemente exento de lucha y de combatividad y del que muchos de vosotros hasta os atrevéis a calificar de pasivo, cuando ciertamente es todo lo contrario: hay una lucha atroz, sin descanso, pero no se ve, sus resultados no se reflejan en el plano corporal porque la batalla transcurre en lo más hondo, en lo más real y probablemente con el mayor de los tesones que pueda albergar la concepción humana.
Para ello, la única norma que tendrás que seguir si quieres entender los fenómenos que te iré presentando, es olvidarte de las leyes que rigen tu costumbre y no dejarte amedrentar por la extrañeza de los acontecimientos que irás presenciando; ya que en el viaje que vamos a emprender prácticamente nada de lo que sabes te servirá, casi nada de lo que haces y piensas cotidianamente tiene su reflejo en el otro lado y, por tanto, te resultará completamente inútil ir equipada con estos utensilios.
La sensibilidad es el único canal a través del cual podrás comprenderme; el único certificado válido para que puedas llegar a tener una cierta idea de mi mundo, del mundo de los mutantes, de las excepciones, donde habito e investigo; y así, tal vez, hasta llegarás a escuchar los diálogos con Áxel que resuenan en el silencio.