LA HISTORIA DE KOGI EL SACERDOTE[1]

Hace casi diez siglos, en el famoso templo Miidera, de Otsu[2], vivía un docto sacerdote llamado Kogi. Era un gran artista. Pintaba, con casi idéntica maestría, Budas, hermosos paisajes, animales o pájaros; pero lo que más le gustaba era pintar peces. Cuando el buen tiempo y sus deberes religiosos se lo permitían, solía llegarse hasta el Lago Biwa y pagarles a los pescadores para que atraparan peces sin causarles el menor daño, de modo que pudiera pintarlos mientras ellos nadaban en una enorme pecera. Luego de pintarlos y alimentarlos con afecto, les devolvía la libertad; él mismo se encargaba de llevarlos al lago. Sus pinturas de peces lograron tanta fama que la gente recorría grandes distancias para contemplarlas. Pero la más maravillosa de ellas no fue copiada de la vida, sino del recuerdo de un sueño. Pues una vez que estaba en la ribera del lago y contemplaba los peces que nadaban, Kogi se había dormido y soñó que jugaba con ellos debajo del agua. Al despertar, evocó el sueño con tal nitidez que pudo pintarlo; y llamó a esta pintura, que colgó en la alcoba de su cuarto en el templo, «Carpa del sueño».

Jamás pudieron persuadir a Kogi de que vendiera sus pinturas de peces. Sin dificultad se desprendía de sus paisajes, sus pájaros o sus flores, pero alegaba que no estaba dispuesto a vender sus cuadros de peces vivientes a nadie que tuviera la crueldad de matarlos o comerlos. Y como todas las personas que querían comprarle los cuadros se alimentaban con pescado, el dinero que le ofrecían no bastaba para tentar al sacerdote.

Un verano, Kogi cayó enfermo, y a la semana perdió la facultad del habla y el movimiento, de modo que parecía muerto. Pero, cumplida la ceremonia fúnebre, sus discípulos advirtieron que el cuerpo aún irradiaba un poco de calor, y decidieron postergar la sepultura y vigilar el aparente cadáver. En la tarde de ese día, Kogi súbitamente revivió e interrogó a los centinelas, preguntándoles:

—¿Cuánto hace que permanezco sin conocimiento?

—Más de tres días —respondió un acólito—. Pensamos que habías muerto; y esta mañana tus amigos y feligreses se congregaron en el templo para la ceremonia fúnebre, pero, como advertimos que tu cuerpo no estaba del todo frío, aplazamos el entierro, de lo cual mucho nos regocijamos.

Kogi hizo un gesto aprobatorio, y dijo:

—Deseo que alguno de vosotros vaya inmediatamente a la casa de Taira no Suké, donde los jóvenes celebran un banquete en este mismo momento, con pescado y con vino, y que le diga: «Nuestro maestro ha revivido y os implora que tengáis la bondad de dejar vuestra fiesta y comparecer ante él de inmediato, pues tiene una maravillosa historia que contaros.

»Entretanto —continuó Kogi—, observad lo que hacen Suké y sus hermanos. Comprobad si, tal como digo, celebran un banquete».

Entonces un acólito partió de inmediato a la casa de Taira no Suké, y descubrió con asombro que Suké y su hermano Juro, con el sirviente de ambos, Kamori, celebraban un banquete, tal como Kogi había dicho. Pero, al recibir el mensaje, los tres dejaron en el acto el pescado y el vino, y se dirigieron al templo. Kogi, echado sobre el sillón al que lo habían trasladado, los recibió con una sonrisa de bienvenida; y, tras el intercambio de amables saludos, le dijo a Suké:

—Ahora, amigo mío, respóndeme por favor a algunas preguntas que quiero formularte. Ante todo, te ruego que me digas si hoy le compraste un pescado al pescador Bunshi.

—Pues sí, en efecto —respondió Suké—, ¿pero cómo lo supiste?

—Aguarda un momento —dijo el sacerdote—. Ese pescador hoy entró en tu casa, con un pescado de tres pies de largo en su cesta: fue a primeras horas de la tarde, poco después de que tú y Juro comenzarais una partida de go; y Kamori estaba observando la partida y comiendo un durazno, ¿no es verdad?

—Es verdad —exclamaron al unísono Suké y Kamori, con creciente asombro.

—Y cuando Kamori vio ese enorme pescado —prosiguió Kogi—, en el acto quiso comprarlo; y, además de pagar por el precio del pescado, le dio a Bunshi algunos duraznos, en una fuente, y tres copas de vino. Entonces llamaron al cocinero, que vino y contempló el pescado con admiración; y luego, a una orden vuestra, lo cortó en rodajas y lo preparó para el banquete… ¿No fue todo tal como he dicho?

—Sí —respondió Suké—, pero mucho nos sorprende que sepas todo lo que hoy ocurrió en nuestra casa. Por favor, dinos cómo lo supiste.

—Vamos, pues, a mi historia —dijo el sacerdote—. Sabéis que casi todos me creyeron muerto; vosotros mismos concurristeis a mi ceremonia fúnebre. Pero yo no creo que hace tres días estuviera gravemente enfermo: sólo recuerdo que sentía cierta debilidad y mucho calor, y que deseaba salir a tomar aire fresco. Y creí levantarme de la cama, con gran esfuerzo, y salir con ayuda de un bastón… Acaso esto haya sido imaginación mía, más pronto juzgaréis la verdad por vosotros mismos: os referiré todo tal como pareció suceder… Apenas salí de la casa, esa atmósfera rutilante me infundió cierta ligereza, me sentí como un ave que abandona el nido o la jaula que lo apresaba. Di vueltas hasta llegar al lago, y el agua se veía tan hermosa y azul que sentí grandes deseos de nadar. Me quité las ropas, me zambullí, y me puse a nadar, sorprendiéndome de que lo hiciera con tal destreza y rapidez, pues antes de enfermar fui siempre mal nadador… Acaso pensáis que sólo os relato un sueño sin importancia, pero escuchad. Siempre intrigado por esta habilidad nueva para mí, vi muchos peces que nadaban debajo y alrededor de mí, y reflexioné que, por buen nadador que sea un hombre, jamás gozará bajo el agua como los peces. En ese preciso instante, un pez enorme asomó la cabeza sobre la superficie, justo frente a mí, y me habló con voz de hombre, diciendo:

»—No es difícil satisfacer tu deseo. Aguarda un momento, te lo ruego.

»El pez se sumergió y desapareció de mi vista; aguardé. Pocos minutos después, emergió del fondo del lago un hombre que montaba a lomos de ese mismo pez que me había hablado, y que lucía el tocado y las ropas ceremoniales de un príncipe; y el hombre me dijo:

»—Vengo a ti con un mensaje del Rey-Dragón, quien sabe de tu deseo de gozar por un tiempo breve de la condición de pez. Y como has salvado la vida de muchos peces, y siempre has demostrado compasión hacia las criaturas vivientes, el Dios te confiere el atuendo de la Carpa Dorada, para que puedas disfrutar de los placeres del Mundo del Agua. Mas debes guardarte de no comer peces, ni comida alguna preparada con peces, por mucho que te tiente su aroma; y también debes cuidarte de no caer en manos de los pescadores ni de infligir ningún daño a tu cuerpo.

»Con estas palabras, el mensajero y su pez se zambulleron y desapareciendo en las aguas profundas. Me miré a mí mismo, y advertí que todo mi cuerpo estaba cubierto de escamas que relucían como el oro, y que tenía aletas… advertí que, en efecto, me habían transformado en una Carpa Dorada. Entonces supe que podía nadar adonde quisiera.

»Luego creí alejarme a nado y visitar muchos sitios hermosos. [Aquí, en el relato original, se intercalan algunos versos que describen las Ocho Famosas Atracciones del Lago de Omi, Omi-Hakkei.] A veces, me bastaba contemplar los destellos del sol que danzaban sobre el agua azul, o admirar el hermoso reflejo de árboles y colinas en las tersas superficies resguardadas del viento, para sentir delectación… Recuerdo especialmente la costa de una isla (Okitsushima o Chikubushima) que se reflejaba en el agua como un muro rojo… A veces me acercaba tanto a la costa que veía los rostros y oía las voces de los caminantes; a veces me dormía en el agua hasta que me sorprendía el rumor de unos remos que se acercaban. Por la noche, la luna iluminaba plácidos paisajes, aunque más de una vez me atemorizó la proximidad de las antorchas de los botes pequeños de Katasé. Cuando empeoraba el tiempo, iba muy, muy hondo (hasta mil pies de profundidad) y jugaba en el fondo del lago. Pero, a los dos o tres días de este gozoso vagabundeo, empecé a sentir hambre, y regresé hacia estos parajes con la esperanza de hallar algún alimento. En ese preciso instante estaba pescando el pescador Bunshi, y yo me acerqué al anzuelo que éste había arrojado al agua. Había en él una preparación de pescado que despedía un aroma agradable. En ese momento recordé la advertencia del Rey-Dragón y me alejé a nado, diciéndome “Por ninguna circunstancia he de comer nada que contenga pescado; soy un discípulo del Buda”. Poco después, empero, mi hambre se volvió tan intensa que no pude resistir la tentación; y nadé hacia el anzuelo, pensando: “Aun si Bunshi me atrapara, no me haría daño, pues es un viejo amigo mío”. No pude arrancar la carnada del anzuelo, y ese aroma entrañable me impacientó; al fin lo engullí todo de un trago. En cuanto lo hice, Bunshi tiró del sedal y me atrapó. Le grité:

»—¿Qué haces? ¡Me lastimas!

»Pero él no pareció oírme, y de inmediato maniató mis mandíbulas con una cuerda. Luego me arrojó a su cesta y me llevó a vuestra casa. Cuando abrieron la cesta, vi que tú y Juro jugabais al go en la habitación que da al sur, y que Kamori te observaba, comiendo un durazno. Entonces todos os acercasteis a la galería para contemplarme, y os regocijasteis al ver un pez tan enorme. Clamé, tan alto como pude:

»—¡No soy un pez! ¡Soy Kogi! ¡Kogi el sacerdote! ¡Dejadme volver al templo, por favor!

»Pero todos daban palmadas de satisfacción, y no prestaban atención a mis palabras. Entonces vuestro cocinero me llevó a la cocina y me arrojó con violencia sobre una tabla, donde había un cuchillo de formidable filo. Me aferró con la mano izquierda, y con la derecha tomó el cuchillo. Yo le grité:

»—¡Cómo puedes matarme con tal crueldad! ¡Soy un discípulo del Buda! ¡Auxilio, auxilio!

»Pero en ese instante sentí que el cuchillo me laceraba… ¡un dolor atroz! Y entonces desperté, súbitamente, y me encontré aquí, en el templo.

Cuando el sacerdote completó su relato, los hermanos manifestaron gran asombro; díjole Suké:

—Ahora recuerdo que advertí que las mandíbulas del pez se movían constantemente mientras lo mirábamos: pero no escuché ninguna voz… Enviaré un sirviente a la casa para que arroje al lago los restos de ese pez.

Kogi no tardó en recobrarse de su enfermedad, y vivió para pintar muchos cuadros. Cuéntase que, mucho después de su muerte, algunos de sus cuadros de peces cayeron accidentalmente al lago y que las imágenes, desprendiéndose en el acto de la seda o el papel donde estaban pintadas, se alejaron a nado.


[1] De la colección de relatos titulada Ugetsu Monogatari (N. del A.). En A Japanese Miscellany (N. del T.) <<

[2] La ciudad de Otsu se yergue a orillas del gran Lago de Omi, habitualmente conocido como Lago Biwa, y el Templo de Miidera está situado en un monte que se alza junto al lago. Miidera fue fundado en el siglo VII, pero ha sido reconstruido varias veces: la estructura actual data de fines del siglo XVII (N. del A.) <<