El bombardero B-2 Spirit llevaba volando más de cinco horas. Después de despegar de la base de la fuerza aérea Whiteman en Missouri, el bombardero invisible con forma de cuña había volado hacia el oeste en lo que parecía un simple vuelo de entrenamiento. Pero quinientas millas por encima del Pacífico, el aparato negro y gris, que parecía una gigantesca manta en vuelo, viró al nordeste, para dirigirse hacia la costa del estado de Washington.
—AC-016 rumbo 0-7-8 grados —dijo el comandante de la misión con un suave acento de Carolina—. Llega puntualmente.
—Lo tengo —contestó el piloto.
Movió los aceleradores de los cuatro motores y viró hasta llegar al rumbo indicado. Luego se centró en una pequeña diana blanca visible a través de la ventanilla de la carlinga. Satisfecho con la posición, el piloto redujo la velocidad para igualarla con la del avión que lo precedía.
A menos de cuatrocientos metros por delante y a trescientos treinta metros por debajo volaba un Boeing 777 de Air Canadá, con destino a Toronto desde Hong Kong. Los pilotos civiles se habrían quedado de piedra de haber sabido que un bombardero de mil millones de dólares los seguía mientras entraban en el espacio aéreo canadiense.
Con una señal de radar casi del todo invisible, la tripulación del B-2 no necesitaba ocultarse en la sombra del 777 para completar su misión. Sin embargo, dado que a ambos lados de la frontera las fuerzas militares estaban en alerta, no querían correr ningún riesgo. El bombardero escoltó al aparato comercial por encima de Vancouver y a través de la Columbia Británica hasta entrar en Alberta. A unos ochenta kilómetros al oeste de Calgary, el aparato de Air Canadá hizo un ligero cambio de rumbo hacia el sudeste. El B-2 mantuvo la posición unos minutos antes de efectuar un viraje cerrado en dirección nordeste.
El objetivo era la base en Cold Lake, Alberta, una de las dos donde estaban los escuadrones de F-18 de la fuerza aérea canadiense. Lanzarían bombas de trescientos veinticinco kilos guiadas por láser sobre las pistas y los caza-bombarderos aparcados, para destruir o averiar el mayor número posible de aparatos y dejar inservibles las calles, pero reduciendo al mínimo la pérdida de vidas humanas. Dado que no había recibido una respuesta por parte del gobierno de Ottawa, y tras agotarse el plazo de veinticuatro horas, el presidente había decidido reducir a la mitad el primer ataque recomendado por el Pentágono, por lo que había autorizado el bombardeo a una única instalación militar.
—Ocho minutos para el objetivo —anunció el comandante—. Inicio la última comprobación de armamento.
Estaba siguiendo atentamente la secuencia de control de armamento que realizaba el ordenador, cuando de pronto escuchó en los auriculares una llamada urgente.
—Death-52, Death-52, aquí el mando. —Llegó la inesperada llamada de Whiteman—. Se les ordena abortar la misión. Repito, se aborta la misión. Por favor, respondan al mensaje, cambio.
El comandante comunicó que había recibido la nueva orden e interrumpió la secuencia del armamento. El piloto efectuó un lento giro en dirección al Pacífico antes de poner rumbo a la base.
—El jefe ha apurado mucho la frenada —comentó el piloto un poco después.
—Y a mí me lo dices —respondió el comandante con evidente alivio en la voz—. Es una misión que me alegra mucho que hayan anulado. —Al mirar las Rocosas canadienses que pasaban por debajo de las alas, añadió—: Espero que nadie sepa lo cerca que hemos estado.