—Aquí arriba está tan oscuro como a trescientos metros.
No era exagerado el comentario de Giordino sobre lo que se veía al otro lado de la ventanilla de babor. Solo unos momentos antes, el Bloodhound había salido a la superficie entre un surtidor de espuma y burbujas. Los dos ocupantes aún tenían la esperanza de encontrar el Narwhal iluminado de proa a popa; en cambio, se encontraron con un mar oscuro y frío cubierto por una espesa niebla.
—Mejor será llamar otra vez por radio antes de que nos quedemos sin batería —dijo Pitt.
Las baterías de reserva del sumergible casi estaban agotadas, y Pitt quería conservar lo que quedaba para la radio. Bajó una mano y tiró de una palanca que cerraba los tanques de lastre. Después, cerró el sistema interior de filtración de aire, que apenas funcionaba a bajo voltaje. Tendrían que abrir la escotilla superior para poder respirar un poco de aire puro, aunque muy frío.
Llamaron desde la superficie, pero sus llamadas siguieron sin ser atendidas. Las débiles señales solo fueron captadas por el Otok, aunque desoídas por orden de Zak. Ahora no les quedaba ninguna duda de que el Narwhal había desaparecido de la zona.
—Ni una palabra —comentó Giordino, desanimado. Al pensar en un motivo para el silencio de la radio, preguntó—: ¿Hasta qué punto se mostraría amistoso tu amigo del rompehielos si tuvo un encuentro con el Narwhal?
—Muy poco —contestó Pitt—. Tiene tendencia a volarlo todo sin preocuparse por las consecuencias. Quiere conseguir el rutenio a cualquier precio. Si él está a bordo del rompehielos, también vendrá a por nosotros.
—Yo diría que Stenseth y Dahlgren son dos huesos duros de roer.
Era un pobre consuelo para Pitt. Él era quien había llevado el barco hasta allí y quien había puesto a la tripulación en peligro. Aunque no sabía qué le había pasado al barco, suponía lo peor y se culpaba por ello. Giordino vislumbró la culpa en los ojos de Pitt e intentó cambiar de conversación.
—¿Nos hemos quedado sin propulsión? —preguntó, aunque sabía la respuesta.
—Sí, ahora estamos a merced del viento y de la corriente.
Giordino miró por la ventanilla de babor.
—Me pregunto cuál será la próxima parada.
—Si tenemos suerte, acabaremos en una de las islas Royal Geographical Society. Pero si la corriente nos empuja alrededor de ellas, entonces iremos a la deriva durante un tiempo.
—De haber sabido que daríamos un paseo, me habría traído un buen libro… y los calzoncillos largos.
Ambos hombres solo vestían unos suéteres livianos, porque no habían pensado que pudiesen necesitar prendas de más abrigo. Con los equipos electrónicos del sumergible apagados, en el interior comenzaba a notarse el frío.
—Pues yo me conformaría con un buen bocadillo de rosbif y una copa de tequila —dijo Pitt.
—Ni se te ocurra empezar a hablar de comida —se lamentó Giordino. Se echó hacia atrás en el sillón y se cruzó de brazos, en un intento por mantenerse caliente—. Sabes, hay días en los que aquella cómoda butaca en un despacho del cuartel general no me parece tan mala.
Pitt lo miró con las cejas enarcadas.
—¿Ya das por terminados tus días de trabajo de campo?
Giordino gruñó, y luego sacudió la cabeza.
—No, tengo muy clara cuál es la realidad. En cuanto pusiera un pie en aquel despacho querría volver al agua. ¿Y tú?
Pitt ya había pensado en esta pregunta. Había pagado un coste muy alto, física y mentalmente, por sus aventuras a lo largo de los años. Pero nunca se acostumbraría a otra cosa.
—La vida es una búsqueda, y yo siempre he hecho que la búsqueda sea mi vida. —Miró a Giordino y sonrió—. Supongo que tendrán que arrancarnos de los controles.
—Me temo que lo llevamos en la sangre.
Incapaces de controlar su destino, Pitt se arrellanó en el asiento y cerró los ojos. Pensamientos acerca del Narwhal y su tripulación pasaron por su cabeza, seguidos por visiones de Loren en Washington. Pero, sobre todo, su mente volvía una y otra vez al retrato solitario de un hombre de hombros anchos con un rostro amenazador. La imagen de Clay Zak.