CAPÍTULO 70

—¿Qué quiere decir con que el equipo de rescate ha desaparecido?

La voz furiosa del presidente resonó en las paredes de la Sala de Crisis de la Casa Blanca en el sótano del Ala Oeste. Un coronel del ejército, que los generales del Pentágono habían elegido como chivo expiatorio, respondió en voz baja:

—Señor, el equipo no apareció en el punto de recogida a la hora señalada. El equipo de apoyo en la pista de aterrizaje no recibió ningún aviso de problemas por parte del grupo de ataque y ellos mismos fueron evacuados a la hora convenida.

—Me prometieron una misión de bajo riesgo con un noventa por ciento de probabilidades de éxito —afirmó el presidente, con una mirada de ira hacia el ministro de Defensa.

En la habitación se hizo el silencio; nadie deseaba enfurecer todavía más a Ward.

Sentado dos asientos más allá del titular del Ejecutivo, el vicepresidente Sandecker encontraba cierta diversión en aquel interrogatorio. Cuando el consejero de Seguridad Nacional lo había llamado para una reunión de emergencia, le sorprendió encontrar en la sala a cinco generales sentados junto al ministro de Defensa. Era una clara señal de que las cosas no iban bien. No tenía ninguna simpatía personal hacia el ministro, un hombre al que tenía por corto de miras y demasiado dispuesto a utilizar la fuerza. No obstante, dejó a un lado los sentimientos personales para ocuparse de la crisis.

—Coronel, ¿por qué no nos dice con toda exactitud lo que sí sabe? —preguntó Sandecker, para desviar el enojo del primer mandatario.

El coronel describió el plan de la misión con todo detalle y los informes de inteligencia que habían apoyado el intento de rescate.

—Lo más desconcertante es que hay indicios de que el equipo había conseguido rescatar a los prisioneros. Las comunicaciones que hemos interceptado de la radio de las fuerzas canadienses en Tuktoyaktuk informan de un ataque en el lugar donde los retenían y de la fuga de la tripulación del Polar Dawn. No captamos nada de que hubiesen vuelto a capturarlos.

—¿No podría ser que el equipo de las fuerzas especiales hubiese sufrido algún retraso? —preguntó Sandecker—. Allá arriba las noches son cortas. Quizá se vieron obligados a ocultarse en alguna parte durante un tiempo antes de dirigirse a la pista.

El coronel sacudió la cabeza.

—Enviamos un avión al amparo de la oscuridad hace unas horas. Aterrizaron y esperaron unos minutos, pero allí no había nadie, y nadie respondió a las llamadas de radio.

—Es imposible que desapareciesen sin más —protestó el presidente.

—Hemos escuchado todas las comunicaciones vía satélite, por radio y de los contactos locales. No se ha encontrado nada —informó Julie Moss, la consejera del presidente en Seguridad Nacional—. La única conclusión que se puede sacar es que los capturaron de nuevo y los llevaron a algún otro lugar. Puede que estén otra vez en el Polar Dawn o que los hayan llevado a alguna otra zona por vía aérea.

—¿Cuál ha sido la respuesta oficial canadiense a nuestra petición de que liberasen el barco y a la tripulación? —preguntó Sandecker.

—No hemos recibido ninguna respuesta —contestó Moss—. No han hecho ningún caso a nuestras peticiones a través de los canales diplomáticos, y tanto el primer ministro como los parlamentarios continúan haciendo descabelladas acusaciones de imperialismo estadounidense, más propias de una república bananera.

—No se han limitado a las palabras —señaló el ministro de Defensa—. Han puesto en alerta a las fuerzas militares, además de haber cerrado los puertos.

—Es verdad —asintió Moss—. La guardia costera canadiense ha comenzado a desviar todos los barcos de bandera estadounidense que se acercan a Vancouver y a Quebec, además de impedir el paso de barcazas a Toronto. Se espera que también cierren los pasos fronterizos dentro de un par de días.

—Esto se nos está escapando de las manos —afirmó el presidente.

—La cosa no acaba ahí. Hemos recibido aviso de que las importaciones de gas natural procedentes de Melville Sound han sido suspendidas. Tenemos razones para creer que el gas ha sido enviado a los chinos, aunque no sabemos si esto fue ordenado por el gobierno o si es decisión del explotador del yacimiento.

El presidente se hundió en su silla con una mirada de desconcierto.

—Eso amenaza todo nuestro futuro —manifestó en voz baja.

—Señor —intervino el ministro de Defensa—, con el debido respeto, el gobierno canadiense nos ha acusado sin razón de la pérdida de su laboratorio ártico y de los daños a una de sus embarcaciones. Han capturado ilegalmente una nave de los guardacostas estadounidenses en aguas internacionales y están tratando a la tripulación como prisioneros de guerra. Han hecho lo mismo con nuestro equipo de la Fuerza Delta, y quién sabe si no los han matado a ellos y a la tripulación. Además, están amenazando a nuestra nación con un chantaje energético. La diplomacia ha fracasado, señor. Es hora de contemplar otras opciones.

—Todavía no hemos llegado a una escalada militar —señaló Sandecker en tono amargo.

—Puede que tengas razón, Jim, pero las vidas de esos hombres están en juego —intervino el presidente—. Quiero que se presente una demanda formal al primer ministro para que libere a la tripulación y al equipo de rescate en un plazo de veinticuatro horas. Que se haga con discreción; de ese modo, el primer ministro, a quien tanto le gusta la prensa, podrá salvar la cara. Ya negociaremos por el barco más tarde, pero quiero a esos hombres libres ahora mismo. También quiero que se reemprendan los envíos de gas natural.

—¿Cuál será nuestra respuesta si no cumplen? —preguntó Moss.

El ministro de Defensa se apresuró a intervenir.

—Señor presidente, tenemos varias opciones para un primer ataque limitado.

—Un primer ataque limitado… ¿Eso qué significa? —peguntó el presidente.

Se abrió la puerta de la sala y un ayudante de la Casa Blanca entró en silencio y entregó una nota a Sandecker.

—Un primer ataque limitado —explicó el ministro de Defensa—, consistiría en desplegar los recursos mínimos necesarios para incapacitar a gran parte de las fuerzas aéreas y navales canadienses a través de ataques puntuales.

El rostro del presidente se congestionó.

—No pretendo iniciar una guerra a gran escala. Solo necesito algo para llamar su atención.

El ministro de Defensa se apresuró a dar marcha atrás.

—También tenemos opciones para misiones con un solo objetivo —dijo en voz baja.

—¿Tú qué opinas, Jim? —preguntó el presidente a Sandecker.

Una expresión grave había aparecido en el rostro del vicepresidente cuando acabó de leer la nota y la sostuvo en alto.

—Rudi Gunn, de la NUMA, acaba de informarme que el Narwhal, un barco de investigación científica, ha desaparecido en el Paso del Noroeste, frente a la isla Victoria. Se cree que el barco ha sido capturado o hundido con toda la tripulación, incluido el director de la NUMA, Dirk Pitt.

El secretario mostró una sonrisa de lobo cuando miró a Sandecker desde la mesa.

—Por lo visto —declaró con toda intención—, parece que ya hemos llegado a la escalada militar.