Pitt y Giordino estaban flotando cerca de la campana del pecio cuando recibieron la breve transmisión de Dahlgren diciendo que el Narwhal abandonaba la posición. Concentrados en ver la inscripción en la campana, no respondieron a la llamada.
El descubrimiento de que la nave hundida era el Terror resultó ser un pobre consuelo para Pitt. Sin embargo, pese a no haber encontrado a bordo ni el menor rastro de rutenio, se dijo que aún quedaba lugar para la esperanza. Sin duda, los inuit habían obtenido el mineral del Erebus, por lo que quizá era allí donde se guardaba el secreto del codiciado mineral. Ahora lo importante era dar con la respuesta a la pregunta de dónde había acabado el Erebus. Se sabía que ambos barcos habían sido abandonados al mismo tiempo, por lo tanto, era lógico creer que se habían hundido muy cerca el uno del otro. Pitt confiaba en que al aumentar la cuadrícula de búsqueda de los VAS acabarían dando con el segundo barco.
—Bloodhound a Narwhal, iniciamos la ascensión —transmitió Giordino—. ¿Cuál es tu posición?
—Ahora mismo estamos en movimiento. Estoy intentando que me digan algo desde el puente. Te informaré cuando lo consiga. Cambio.
Fue lo último que escucharon de Dahlgren. Tras haber superado el tiempo de permanencia en el fondo, lo que les preocupaba era llegar a la superficie sin agotar las baterías. Pitt apagó las luces exteriores y todos los equipos de sensores para ahorrar energía. Giordino hizo lo mismo con todos los ordenadores no esenciales. El Bloodhound, convertido en una masa oscura, comenzó a subir; Giordino se echó hacia atrás en el asiento, cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.
—Despiértame cuando sea la hora de dejar que entre un poco de aire fresco a diez grados bajo cero —murmuró.
—Me ocuparé de que Jack te tenga preparadas las pantuflas y el periódico.
Pitt controló de nuevo las lecturas de potencia eléctrica con un ojo alerta. Había energía de reserva suficiente para los sistemas de soporte vital y las bombas que controlaban los tanques de lastre, pero poco más. A regañadientes, apagó el sistema de propulsión a sabiendas de que se verían empujados por las fuertes corrientes durante el ascenso. Salir en la piscina del Narwhal quedaba descartado, porque se hallarían un par de millas más allá cuando asomaran a la superficie. Siempre y cuando el Narwhal volviese a estar en posición.
Apagó algunos controles más y después miró el negro abismo más allá de la ventanilla de babor. De pronto, un grito urgente sonó en la radio.
—Bloodhound, hemos sido…
La transmisión se cortó en mitad de la frase y fue seguida por un absoluto silencio. Giordino se incorporó en su asiento para devolver la llamada incluso antes de abrir los ojos. A pesar de sus reiterados intentos, sus transmisiones al Narwhal no obtuvieron respuesta.
—Quizá hemos perdido la señal en una capa termoclinal —opinó Giordino.
—Puede que se cortase el cable del transpondedor cuando aceleraron —dijo Pitt.
Eran excusas para no admitir una verdad que ninguno de los dos quería aceptar: que el Narwhal estaba en peligro. Giordino continuó llamando cada cinco minutos, sin recibir respuesta. No había nada que ninguno de los dos pudiesen hacer. Pitt miró la pantalla de la ecosonda y se preguntó si se habrían quedado enganchados en el fondo. Desde que habían recibido la llamada interrumpida, la velocidad de ascenso se había reducido al mínimo, o así se lo parecía. Intentó despreocuparse de las lecturas, consciente de que cuanto más mirase, más lentas se moverían. Se reclinó en el asiento, cerró los ojos e intentó imaginar las dificultades a las que podría estar enfrentándose el Narwhal; mientras, Giordino mantenía la vigilia radiofónica. Por fin abrió los ojos y vio que se encontraban a una profundidad de treinta metros. Unos pocos minutos más tarde salieron a la superficie en un torrente de burbujas y espuma. Pitt encendió las luces exteriores, que solo alumbraron la espesa niebla que los envolvía. La radio permaneció en silencio.
Solos en el frío y desierto mar, mecidos por el oleaje, Pitt y Giordino comprendieron que había ocurrido lo peor. El Narwhal ya no estaba.