CAPÍTULO 68

Tras las primeras señales visibles de que la popa se hundía, Zak ordenó que el Otok se apartase de la barcaza. El casco negro desapareció muy pronto en un banco de niebla; su agonía tendría lugar sin público. Zak dio la espalda a la embarcación y a sus ocupantes condenados.

—Vaya hacia el barco de la NUMA —ordenó—, y apague todas las luces de navegación.

El capitán asintió y giró el timón para ponerlo rumbo a la posición del barco de investigación científica. Fue aumentando la velocidad poco a poco hasta los diez nudos. Las luces del Narwhal no podían verse a causa del manto de niebla, así que la persecución se haría con la ayuda del radar. La nave de la NUMA continuaba inmóvil mientras el rompehielos acortaba la distancia minuto a minuto.

—Capitán, cuando nos encontremos a dos millas, quiero que acelere al máximo de potencia. Nos cruzaremos por delante de la proa a poco más de media milla, para hacerles creer que vamos hacia tierra, y después viraremos para embestirlos por el medio.

—¿Quiere que lo embista? —preguntó el capitán, incrédulo—. Nos matará a todos.

Zak le dirigió una mirada divertida.

—En absoluto. Como sabe, esta embarcación tiene una proa de acero de metro y medio de espesor y un casco doble reforzado. Podría atravesar la presa Hoover sin ni siquiera un rasguño. Siempre que evite la proa del Narwhal, lo atravesaremos como si fuese mantequilla.

El capitán observó a Zak con reticente respeto.

—Veo que ha estudiado bien mi barco —manifestó en tono brusco—. Solo espero que el señor Goyette descuente los gastos de la reparación de su salario y no del mío.

Zak soltó una carcajada.

—Mi querido capitán, si jugamos bien nuestras cartas yo mismo le compraré una flota de remolcadores.

Pese a la oscuridad y la niebla que impedían ver el mar, Bill Stenseth seguía con gran atención cada movimiento del rompehielos. Como el operador de radar era uno de los muchos tripulantes que habían bajado a tierra en Tuktoyaktuk, él se había hecho cargo del radar. Se había puesto alerta en cuanto vio que la imagen en el monitor se separaba poco a poco hasta convertirse en dos. Dedujo acertadamente que la barcaza se había separado del barco de arrastre, y con mucho cuidado comenzó a rastrear ambas imágenes.

Observó preocupado que el rompehielos se acercaba a una distancia de tres millas en un rumbo de intercepción, por lo que no esperó para hacer una llamada de radio.

—Navío no identificado que se acerca por el sur a 69.2955 Norte, 100.1403 Oeste. Aquí la nave de investigación científica Narwhal. En estos momentos estamos realizando una exploración submarina. Por favor, desvíese milla y media, cambio.

Stenseth repitió la llamada sin recibir respuesta.

—¿Cuándo debe emerger el Bloodhound? —preguntó al timonel.

—El último informe de Dahlgren decía que aún estaban en el lugar del naufragio. Por lo tanto, tardarán por lo menos veinte minutos.

Stenseth miró de nuevo la pantalla de radar con mucha atención, y tomó nota del aumento gradual de velocidad del rompehielos mientras se acercaba hasta llegar a una distancia de dos millas. Luego vio que había un ligero cambio en el rumbo del barco, se apartaba de la proa del Narwhal como si fuese a pasar por la banda de estribor. Fuera cual fuese la intención, Stenseth no se fiaba en absoluto.

—Avante un tercio —ordenó al timonel—. Rumbo trescientos grados.

Stenseth sabía muy bien que una colisión en una niebla espesa era una de las peores pesadillas de los marinos. Con las imágenes del Stockholm chocando contra el Andrea Doria en la mente, llevó el barco hacia el noroeste, con el propósito de evitar una colisión frontal. Sintió un momentáneo alivio al ver que la otra nave mantenía el rumbo sudeste, con lo que aumentaba el ángulo entre sus trayectorias. Sin embargo, su aparente alejamiento duró poco.

Cuando los dos barcos estaban a menos de una milla, el rompehielos aceleró repentinamente; casi duplicó su velocidad en cuestión de minutos. Impulsado por las gigantescas turbinas capaces de arrastrar una hilera de pesadas barcazas, el Otok era pura potencia desatada. Libre de impedimentos, se había convertido en un galgo capaz de surcar el agua a más de treinta nudos. En respuesta a la orden de Zak, el barco había desplegado toda su velocidad y volaba sobre las olas con el acelerador al máximo.

Stenseth solo tardó unos segundos en advertir el cambio en la velocidad del Otok. Mantuvo el curso firme hasta que el radar mostró que la otra nave efectuaba un viraje cerrado al oeste.

—¡Avante a toda máquina! —ordenó, con la mirada fija en la pantalla del radar.

Se quedó atónito al ver el rumbo del rompehielos, que ahora viraba para ir hacia su barco. Desapareció en el acto cualquier duda sobre las intenciones del rompehielos. Pretendía embestir el Narwhal.

La orden de Stenseth para acelerar acabó con el intento de Zak de pillar al barco y a la tripulación desprevenidos. Sin embargo, el rompehielos seguía contando con una clara ventaja en velocidad, aunque no con el factor sorpresa. El Otok se había acercado a un cuarto de milla antes de que el barco de investigación científica pudiese alcanzar los veinte nudos. Stenseth miró por la ventana de popa sin ver nada a través de la oscura niebla.

—Viene a toda máquina —avisó el timonel, que observaba cómo la mancha que correspondía al rompehielos se acercaba al centro de la pantalla. El capitán se sentó y ajustó el alcance para obtener lecturas cada noventa metros.

—Dejaremos que se acerque. Cuando llegue a noventa metros, vire todo a estribor, con rumbo este. Aún queda bastante hielo marino a lo largo de la costa de la isla del Rey Guillermo. Si podemos acercarnos lo suficiente, quizá pierda nuestra imagen de radar.

Miró la carta y vio que la distancia hasta la isla del Rey Guillermo era de más de quince millas. Demasiado lejos, pero sus opciones eran escasas. Si podían aguantar un poco más, quizá los perseguidores abandonarían la caza. Se puso de pie y observó la pantalla hasta que el perseguidor se acercó lo suficiente; entonces hizo un gesto al timonel.

El pesado barco de la NUMA se sacudió y gimió cuando el timón se movió a fondo para situarlo en su nuevo rumbo. Era un letal juego de la gallina ciega. En la pantalla, el rompehielos parecía confundirse con su propia posición, por lo que Stenseth seguía sin verlo. El Otok continuó con su rumbo oeste casi durante un minuto, antes de advertir la maniobra del Narwhal y hacer un viraje cerrado hacia el este para continuar la persecución.

La acción de Stenseth dio al barco los preciosos segundos que necesitaba para ganar velocidad, al tiempo que se avisaba a la tripulación para que subiesen todos a cubierta. Pero no pasó mucho rato antes de que el rompehielos volviese a acercarse por la popa.

—Esta vez todo a babor —ordenó Stenseth, cuando el Otok cruzó otra vez la marca de los noventa metros.

En esta ocasión el rompehielos se anticipó a la maniobra, pero erró al virar a estribor. Reanudó la persecución mientras Stenseth intentaba acercarse a la isla del Rey Guillermo. El otro barco, gracias a su velocidad, acortó distancias, y el Narwhal se vio forzado a virar de nuevo. Stenseth optó por hacerlo a babor, y esta vez, Zak acertó.

Como un tiburón hambriento que ataca desde las profundidades del mar, el rompehielos apareció de pronto entre la niebla y la mortífera proa embistió el flanco del Narwhal. La terrible colisión se produjo un poco más allá de la piscina, y la proa del rompehielos entró cinco metros desde la barandilla. El barco de la NUMA casi zozobró a consecuencia del impacto; se escoró hasta casi ponerse en paralelo con las olas. Una enorme avalancha de agua gélida cayó sobre la cubierta mientras el barco se esforzaba por recuperar el centro de gravedad. La colisión fue acompañada por una multitud de chirridos mecánicos: el roce de los elementos de acero, la rotura de las tuberías hidráulicas, el retorcimiento de las planchas del casco, el estallido de los motores. Antes de que la destrucción llegara a su punto máximo hubo un extraño momento de silencio; luego, los aullidos de violencia se convirtieron en los gorgoteantes estertores de la muerte.

El rompehielos se apartó a marcha lenta de la herida abierta, y al hacerlo arrancó una sección de la popa del Narwhal. La afilada proa se había aplastado un poco, pero no había ninguna otra muestra de daños, y el doble casco no había sufrido ni un rasguño. El Otok permaneció en la escena unos momentos, para dar a Zak y a la tripulación la oportunidad de admirar su obra de destrucción. Después, como un espectro letal, el barco asesino desapareció en la noche.

El Narwhal, mientras tanto, se acercaba a un rápido naufragio. La sala de máquinas se inundó casi en el acto, lo que provocó que se hundiera la popa. Dos de los mamparos de la parte delantera de la piscina estaban aplastados, y eso permitió que otra riada penetrara en las cubiertas inferiores. Aunque había sido construido para abrirse paso por una placa de hielo de hasta casi dos metros de grosor, no había sido diseñado para soportar un golpe de tal fuerza en la banda. En cuestión de minutos, el barco estaba medio sumergido.

Stenseth se levantó de la cubierta y vio que el puente se había convertido en una oscura caverna. Habían perdido toda la potencia, y el generador de emergencia situado en el centro de la nave también había quedado destrozado por la colisión. Ahora, en el barco reinaba la más absoluta oscuridad.

El timonel llegó antes que Stenseth a un armario de emergencia en la parte de atrás del puente y sacó una linterna.

—¿Capitán, está bien? —preguntó, al tiempo que movía el rayo de luz a un lado y otro hasta enfocar la alta figura de Stenseth.

—Mejor que mi barco —fue la respuesta. Stenseth se frotó un brazo dolorido—. Vayamos a ver cómo está la tripulación. Mucho me temo que nos convertiremos en náufragos dentro de muy poco.

Los hombres se pusieron los chaquetones y bajaron a la cubierta principal, que ya se inclinaba hacia popa. Entraron en la cocina, donde había luz gracias a dos lámparas de emergencia conectadas a una batería. La escasa tripulación del barco ya se había vestido con el equipo de invierno, y el miedo se reflejaba en los ojos de todos ellos. Un hombre bajo con cara de bulldog se acercó al capitán y al timonel.

—Capitán, la sala de máquinas está inundada y ha desaparecido una sección de la popa —informó el jefe de máquinas—. El agua ya ha entrado en la cubierta de proa. No hay manera de detenerla.

—¿Alguna baja? —preguntó Stenseth.

El jefe de máquinas señaló hacia un rincón de la cocina, donde a uno de los tripulantes, con gesto de intenso dolor, le vendaban el brazo izquierdo para ponérselo en cabestrillo.

—El cocinero se fracturó el brazo al caer cuando se produjo el impacto. Todos los demás están ilesos.

—¿Quiénes faltan? —preguntó Stenseth, que se apresuró a contarlos y vio que faltaban dos.

—Dahlgren y Rogers, el electricista. Están intentando arriar la motora.

El capitán se volvió para mirar a sus hombres.

—Mucho me temo que debemos abandonar el barco. Que todos vayan ahora mismo a cubierta. Si no podemos arriar la motora, utilizaremos una de las balsas de emergencia de la banda de babor. En marcha.

Stenseth guió a los hombres fuera de la cocina, y solo se detuvo un momento para ver cómo el agua ya llegaba hasta la base de la superestructura. Aceleró el paso y fue hacia la helada cubierta de proa, luchando para mantener el equilibrio en la pendiente que aumentaba por momentos. Al otro lado de la cubierta, en la banda de estribor, vio un rayo de luz entre dos hombres que hacían girar una polea manual. Una embarcación de madera de cuatro metros de eslora colgaba de los pescantes por encima de sus cabezas, pero la inclinación del barco impedía que la popa pasara por encima de la borda. El sonido de las maldiciones dichas con acento texano resonaban en el gélido aire nocturno.

El capitán se apresuró a ir hacia ellos y, con la ayuda de varios tripulantes, levantaron la popa por encima de la borda. Dahlgren giró la manivela y en unos momentos la embarcación se posó en el agua. Stenseth sujetó el cabo de proa y arrastró la motora unos seis metros hacia popa, hasta que el agua en cubierta le llegó a las botas. La tripulación no tuvo más que apoyar un pie en la borda del Narwhal para embarcar en la motora.

Stenseth contó de nuevo a su gente, y esperó a que el cocinero herido embarcase para abandonar el barco. Se abrió paso para ir a sentarse cerca de la popa. Volvía a soplar una ligera brisa que abría brechas en la niebla y encrespaba un poco más el mar. La lancha se apartó lo suficiente del barco naufragado para no correr el peligro de quedar atrapados por la succión.

Apenas se habían alejado cuando la proa del barco turquesa se elevó en el aire nocturno, luchando contra la fuerza de la gravedad. Después, con un profundo gemido, el Narwhal se hundió en las oscuras aguas en medio de un súbito estallido de burbujas en su viaje final hacia las profundidades.

Una encendida ira creció dentro de Stenseth, pero luego miró a su tripulación y sintió alivio. Era un milagro que nadie hubiese muerto en la colisión y que todos hubiesen conseguido abandonar el barco sanos y salvos. El capitán se estremeció al pensar en el número de bajas que habrían sufrido de no haber decidido Pitt desembarcar a los científicos y a la mayor parte de la tripulación en Tuktoyaktuk.

—Me olvidé de las malditas rocas.

Stenseth se volvió hacia el hombre que tenía a su lado, y en la oscuridad se dio cuenta de que era Dahlgren quien llevaba el timón.

—De la chimenea hidrotermal —añadió el texano—. Rudi se las dejó en el puente.

—Considérate afortunado de haber salvado el pellejo —respondió Stenseth—. Por cierto, buen trabajo por conseguir arriar la motora.

—La verdad es que no me apetecía nada estar bailando en el Ártico en un bote de goma —afirmó el texano. En voz baja, añadió—: Por lo que parece, esos tipos no se andan con chiquitas, ¿no?

—Está claro que no, cuando se trata del rutenio.

Stenseth levantó la cabeza, en un intento por descubrir la presencia del rompehielos. Un leve rumor a lo lejos le dijo que el barco ya había abandonado la zona.

—Señor, hay un pequeño asentamiento llamado Gjoa Haven en el extremo sudeste de la isla del Rey Guillermo —le informó el timonel, sentado más hacia proa—. A unas cien millas de aquí. Según las cartas, es el único lugar poblado.

—Tenemos combustible suficiente para llegar a la isla del Rey Guillermo. Allí tendremos que seguir a pie —comentó Stenseth. Miró de nuevo a Dahlgren—. ¿Has enviado un mensaje a Pitt?

—Les avisé que abandonábamos la posición, pero nos quedamos sin electricidad antes de poder comunicarles que no volveríamos. —Intentó ver la esfera de su reloj—. Tendrían que salir a la superficie dentro de muy poco.

—Solo podremos intentar adivinar dónde emergerán. Encontrarlos en esta niebla es totalmente imposible. Haremos una pasada por la zona, y a continuación iremos hacia la costa en busca de ayuda. No podemos arriesgarnos a permanecer en el agua si aumenta el viento.

Dahlgren asintió con expresión severa. Se dijo que Pitt y Giordino no estaban peor que ellos. Puso en marcha el motor, viró al sur y desapareció en un oscuro banco de niebla.