Pitt y Giordino llevaban tres horas mirando las imágenes captadas por el sonar cuando apareció el barco naufragado. Giordino había puesto la velocidad de reproducción al doble, así que ya prácticamente habían completado los resultados de la primera cuadrícula. El veloz paso de las imágenes del fondo marino casi los había adormecido, pero se irguieron en los asientos cuando apareció el pecio. Giordino pulsó de inmediato la tecla para congelar la imagen.
Se distinguía claramente la sombra de una nave de considerables dimensiones con toda la quilla apoyada en el fondo, apenas un poco ladeada. El contorno del barco parecía intacto, excepto por una grieta que corría en horizontal a través de la proa.
—Es un barco de madera —señaló Pitt, y apuntó al trío de altos y afinados mástiles que desde la cubierta se proyectaban sobre el lecho marino—. La proa es roma, una característica de los bombarderos que originariamente eran el Erebus y el Terror.
Giordino utilizó el cursor para medir las dimensiones de la nave.
—¿Una eslora de treinta y dos metros encaja? —preguntó.
—Como un guante —respondió Pitt, con una sonrisa de fatiga—. Este tiene que ser uno de los barcos de Franklin.
Se abrió la puerta de la sala de proyección y Dahlgren entró con un disco duro debajo del brazo.
—El segundo VAS ha regresado a bordo, y aquí está lo que tiene que decir —anunció.
Entregó la caja metálica a Giordino. Luego miró la pantalla y se quedó boquiabierto.
—Caray, ya lo habéis encontrado. Un naufragio en muy buen estado —añadió, señalando la imagen con un gesto.
—La mitad de la pareja —dijo Pitt.
—Me ocuparé ahora mismo de preparar el sumergible. Será una inmersión perfecta hasta el fondo.
Pitt y Giordino acabaron de ver las imágenes del primer sumergible y luego revisaron la información del segundo VAS. No encontraron nada. El barco gemelo debía de estar en algún lugar fuera de las dos cuadrículas de búsqueda. Decidió no marcar otra cuadrícula hasta saber cuál de los barcos habían encontrado.
Fue al puente con las coordenadas del naufragio. Allí encontró al capitán Stenseth, que miraba por el ala de estribor. A menos de dos millas, el rompehielos Otok navegaba hacia el norte con la barcaza vacía a remolque.
—Admira y contempla. Es una de las barcazas de tu amigo Goyette —comentó Stenseth.
—¿Una coincidencia? —preguntó Pitt.
—Es probable. La barcaza navega muy alta, por lo tanto está vacía. Quizá navega hacia la isla Ellesmere para cargar carbón y regresar por el Paso para dirigirse hacia China.
Pitt observó las embarcaciones a medida que se acercaban, asombrado por las enormes dimensiones de la barcaza. Se acercó a la mesa de mapas para buscar la fotografía que Yaeger le había dado de la que Goyette estaba construyendo en el astillero de Nueva Orleans. Observó la fotografía y vio que era la réplica exacta de la barcaza que se acercaba por estribor.
—Tenemos una coincidencia —avisó Pitt.
—¿Crees que informarán de nuestra posición a las autoridades canadienses?
—Lo dudo. En cambio, existe la posibilidad de que estén aquí por la misma razón que nosotros.
Pitt miró atentamente el rompehielos cuando pasó a una distancia de un cuarto de milla. No hubo ninguna charla amistosa por radio, solo el silencioso balanceo provocado por la estela de la barcaza. Continuó vigilando el Otok en su marcha hacia el norte.
Stenseth debía de estar en lo cierto, pensó. Era lógico que una barcaza vacía en esta zona fuese a recoger una carga, y la isla Ellesmere estaba mucho más al norte. No obstante, había algo inquietante en la aparición de las dos embarcaciones. De alguna manera, tenía claro que no se trataba de una simple coincidencia.