La Zodiac cabalgaba sobre las crestas de las olas, en un rápido avance entre los trozos de hielo marino y el aire cargado con una niebla helada que se espesaba por momentos. El piloto mantuvo el acelerador al máximo hasta acercarse a una amplia banquisa que se extendía desde la costa. Encontró un tramo con el borde inclinado y llevó la neumática por la pendiente fuera del agua. El casco semirrígido de la Zodiac se deslizó varios metros por el hielo marino antes de detenerse al embestir una pequeña elevación. Sentado cerca de la popa, Zak esperó a que el equipo de geólogos desembarcara; luego bajó detrás de un guardia que llevaba un fusil de caza y cuya única tarea consistía en mantener alejado a cualquier oso curioso.
—Recójanos a una milla costa abajo dentro de dos horas —ordenó Zak al piloto, y señaló con una mano hacia el oeste.
A continuación, ayudó a empujar la neumática de nuevo al agua y observó cómo regresaba al Otok, fondeado a media milla de distancia.
Zak podría haberse quedado en su bien acondicionado camarote leyendo una biografía de Wild Bill Hickok que llevaba consigo, pero temía que los geólogos no hiciesen bien su trabajo con aquel frío. Lo que en realidad lo había impulsado a ir a la costa, aunque no quería admitirlo, era su decepción ante el resultado de las evaluaciones geológicas de la mina de la Mid-America.
Si bien no era una sorpresa que hubiesen confirmado el elevado contenido de zinc y hierro en el sur de la isla, había esperado que al menos apareciesen algunos rastros de rutenio. Sin embargo, no había sido así. Los geólogos no habían encontrado el menor rastro de elementos relacionados con el platino en la mina a cielo abierto.
No tenía importancia, se dijo a sí mismo, porque sabía el lugar exacto donde encontraría el rutenio. Metió la mano en el bolsillo del chaquetón y sacó las páginas que había arrancado del libro de registro de la cooperativa minera. En una de ellas había un croquis dibujado al carboncillo que representaba con toda claridad la isla del Oeste. Una pequeña «X» aparecía marcada en la costa norte. En la parte superior de la página, otra mano había escrito a plumilla y con letra victoriana el nombre de las islas: Royal Geographical Society. Según se explicaba en una página anterior del libro, era la copia de un mapa inuit del lugar donde los cazadores de focas de Adelaida habían encontrado el rutenio que habían bautizado con el curioso nombre de kobluna negra.
Zak comparó los contornos con un mapa moderno de las islas e identificó el punto señalado un poco al oeste de donde habían desembarcado.
—La mina tendría que estar más o menos a unos ochocientos metros costa abajo —anunció después de que el grupo cruzase la banquisa hasta una playa cubierta de rocas—. Mantengan los ojos bien abiertos.
Zak se avanzó a los geólogos, entusiasmado con la idea de ser él quien hiciese el descubrimiento. El frío pareció esfumarse cuando imaginó las riquezas que le esperaban un poco más allá. Goyette siempre estaría en deuda con él por haber librado al Ártico canadiense de los inversores estadounidenses. Encontrar el rutenio sería la guinda del pastel.
En el borde de la áspera costa se veía una ondulante serie de acantilados y hondonadas que subían hacia el interior. Las hondonadas estaban cubiertas de hielo apisonado, y las cumbres se veían desnudas; el efecto visual era el de una superficie jaspeada como el pelaje de una yegua torda. Muy por detrás de Zak, los geólogos se movían poco a poco con aquel tiempo frío, y se detenían con frecuencia a examinar lugares expuestos de las laderas y a recoger muestras de rocas. Cuando llegó a la zona determinada sin encontrar ninguna prueba física de una mina, Zak se paseó ansioso hasta que se acercaron los geólogos.
—La mina tiene que estar por aquí —gritó—. Recorred la zona a fondo.
Mientras los geólogos se desplegaban, el guardia de seguridad hizo un gesto a Zak para que se acercase al borde de la banquisa. A los pies del hombre, vio el cuerpo destrozado de una foca. La carne de la bestia había sido arrancada a grandes dentelladas. El guardia le señaló el cráneo, donde se apreciaban con toda claridad las huellas de unas zarpas.
—Solo un oso puede haber dejado estas marcas —opinó el guardia.
—Por lo que parece, la ha matado hace poco —señaló Zak—. Manténgase alerta, pero no diga nada de esto a nuestros amigos científicos. Ya tienen bastantes problemas con el frío.
El oso polar no apareció y, para desconsuelo de Zak, tampoco el rutenio. Después de una hora de intensa búsqueda, los ateridos geólogos se le acercaron con una expresión de desconcierto.
—Los resultados visuales son los mismos que en el lado sur de la isla —le informó uno de los geólogos, un hombre de barba y ojos castaños con los párpados caídos—. Hemos encontrado algunas formaciones con rastros de hierro, zinc y algo de plomo. Pero no hay ninguna prueba evidente de minerales de la familia del platino, incluido el rutenio. No obstante, tendremos que analizar las muestras en el barco, para descartar su presencia de forma concluyente.
—¿Qué me dice de los rastros de una explotación minera? —preguntó Zak.
Los geólogos se miraron los unos a los otros y sacudieron las cabezas.
—Cualquier explotación minera realizada por los inuit ciento sesenta años atrás tuvo que hacerse, en el mejor de los casos, con medios primitivos —contestó el geólogo jefe—. Tendría que haber alguna prueba de excavaciones en la superficie. A menos que esté debajo de una de estas placas de hielo, no hemos visto ninguna señal.
—Comprendo —dijo Zak, con desánimo—. Muy bien. Volvamos al barco. Quiero ver los resultados de sus análisis cuanto antes.
Mientras cruzaban la banquisa para ir al lugar de recogida, la mente de Zak era un torbellino. No tenía sentido. El registro decía con toda claridad que el rutenio procedía de esa isla. ¿Era posible que el mineral se hubiese agotado después de extraer aquella pequeña cantidad? ¿Era un error en el registro o se trataba de un engaño? Mientras esperaba la llegada de la Zodiac, miró mar adentro y de pronto divisó un barco color turquesa que se acercaba a la isla.
Su asombro se convirtió de inmediato en ira.